24 abr 2023

1963 EL TESORO DE VILLENA - GACETA ILUSTRADA

El más sensacional hallazgo 
arqueológico de la Edad de Bronce de Europa.
EL TESORO DE VILLENA
Esta es la única foto existente del sensacional momento en que fue descubierto el tesoro de Villena. Don Miguel Flor, que aparece detrás del grupo, agachado, fue el autor del documento gráfico, realizado con una cámara de disparo automático colocada sobre un trípode. La brevísima excavación arqueológica había dado el resultado esperado. Quince kilos de oro y plata, cubiertos por la costra de los siglos, estaban allí, ante los ojos incrédulos de los descubridores. De izquierda a derecha, Pedro Domene el primero en localizar el tesoro; los hijos de Enrique Domene, que también participó en el hallazgo, y que en la foto aparece en el extremo de la derecha; de rodillas, el chófer que realizaba el transporte de la grava desde Los Pedrascales; el arqueólogo y comisario de Excavaciones don José María Soler, y el abogado don Alfonso Arenas, colaborador y amigo del señor Soler.
Reportaje fotográfico: Pascual Muñoz
Texto: Juan Maluquer de Motes - Catedrático Director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Barcelona
HACE cerca de tres mil años, en unas "circunstancias de guerras, o de amenazas, o de éxodos que la historia ignora, alguien escondió bajo la tierra una gran vasija de barro repleta de pesados objetos de plata y oro. Fue en el lugar que muchos siglos después seria conocido por Los Pedrascales, en el actual término municipal de Villena (Alicante). Tres mil años ha permanecido sepultado este tesoro casi a flor de tierra, casi al alcance de la mano de cualquiera. Y ha sido la casualidad, la suerte, como sucede siempre, quien ha hecho brillar otra vez al sol el oro y la plata de estas piezas, a quienes los siglos y la arqueología han prestado un nuevo valor, esta vez incalculable. Objetos quizá litúrgicos, de extrañas religiones prehistóricas, vasijas que albergaron vinos purísimos o licores mágicos, brazaletes, braserillos raros "botones" que quizá decoraron atuendos suntuosos de reyes o grandes dignatarios, cuyo nombre ha sido borrado para siempre de la memoria de los tiempos. También cabe suponer que el sensacional hallazgo arqueológico procede de una tumba que fue saqueada, para ser enterrado de nuevo. Hasta el momento no ha sido encontrado un solo resto humano en torno a las joyas. En estas páginas, el tesoro: 15 kilos de oro y plata. La novela de su descubrimiento comenzó en un edificio en construcción de Villena, ciudad que dista sólo seis kilómetros del lugar del hallazgo. El peón Francisco García Arnedo encontró una curiosa argolla entre la grava traída por un camión desde Los Pedrascales. Algo llamó su atención en el objeto cuando decidió entregárselo al maestro de obras, Ángel Tomás Martínez, que sin darle mayor importancia colgó la pieza de un alambre en un rincón de la obra. Otro peón, Francisco Contreras Utrera, pidió la curiosa argolla para dársela a uno de sus hijos. Y se la llevó a casa, donde la argolla estuvo rodando de mano en mano entre los pequeños. El extraño objeto despertó la curiosidad de la madre, Esperanza Fernández, quien, con una simple horquilla del pelo, hurgó en ella hasta conseguir levantar la gruesa costra que ocultaba nada menos que 450 gramos de oro. El extraño y fascinante brillo de la argolla movió a Esperanza Fernández a consultar con un joyero. Aquí comienza la segunda parte de la historia. Los expertos y los técnicos inician unas investigaciones, medio policiacas, medio arqueológicas, que terminarían en el más espectacular de los hallazgos.
No poseemos aún el inventario completo del sensacional lote de vajilla áurea y de joyas hallado recientemente en Villena. Por fortuna, el que se efectuara el hallazgo en una población en la que desde hace muchos años, por iniciativa del señor Soler García, existe una verdadera preocupación por salvaguardar el patrimonio arqueológico, es la mejor garantía de que muy pronto podremos obtener un estudio detallado y completo de este tesoro que considerarnos verdaderamente trascendental para el conocimiento de la España céltica. Sin embargo, a requerimiento de GACETA ILUSTRADA, nos atrevemos a adelantar nuestro juicio, provisional aún, sobre el hallazgo a la vista de la documentación gráfica que poseemos.
El lote parece compuesto por once cuencos hemiesféricos de diversos tamaños labrados con hoja de oro por la técnica del batido sobre molde. En todos ellos encontramos la misma decoración geométrica rectilínea estrellada o con guirnaldas curvilíneas que ocupan toda la superficie externa de la vasija, y que dejan liso únicamente el borde superior; tres jarras globulares de boca estrecha, de un tipo completamente nuevo y desconocido, que muy bien podría calificarse de garrafas; brazaletes, ajorcas o argollas sueltas o enlazadas, lisas o molduradas y otros pequeños objetos indeterminados entre los que suponemos existirán cabezas globulares de grandes y ricon alfileres; en total, unas veinticinco piezas. El conjunto es impresionante por su belleza, su arte, técnica y peso, pero mucho más importante aún por lo que representa dentro del desarrollo de nuestra joyería prehistórica.
Vamos a detallar un poco los tres tipos principales de piezas. Podemos adelantar que, salvo las garrafas, las restantes piezas, aunque algunas muy originales por su decoración, permiten considerar todo el tesoro como un conjunto típico del final de la Edad del Bronce, es decir, característico de las poblaciones perfectamente jerarquizadas de fines del segundo milenio antes de Cristo y de los primeros siglos del primer milenio. Resumiendo: las joyas son características de los siglos IX u VIII antes de J. C.
Piezas de fabricación española: reproducen exactamente la decoración de la cerámica de la misma época.
Los cuencos aparecen repujados por la técnica del batido sobre molde, que logra una decoración de resaltes circulares en relieve en fajas, estrellas o guirnaldas. Esta técnica es muy característica de un área geográfica que corresponde al sur de Alemania y norte de Suiza, donde se conocen hallazgos muy semejantes, aunque siempre en piezas aisladas depositadas en tumbas de príncipes y sólo por excepción en un sepulcro, el de Würtemberg, bien conocido de los prehistoriadores, apareció un cuenco de este tipo de decoración, quizá más pobre, junto a un lote de brazaletes semejantes a los de Villena, aunque en número menor. En España no se conocen piezas análogas, pero hace muchos años se encontró en Caudete un casco de plata decorado por el mismo procedimiento. El casco se encuentra actualmente en el Museo del Instituto de Valencia de Don Juan, de Madrid. Los cuencos de Villena pertenecen sin duda al mismo momento cultural de aquel casco, aunque son posiblemente algo más antiguos.
Bajo estas líneas, el Comisario de Excavaciones don José María Soler - de espaldas -, en el lugar exacto de Los Pedrascales donde fue encontrado el tesoro. Obsérvese a la derecha los cortes practicados en el terrero para extraer la grava.
Cuencos aislados del mismo tipo han sido hallados en diversos lugares del centro de Europa; el más conocido es un cuenco análogo, de Zurich, que pertenece a un momento algo más tardío, pues la decoración muestra claramente la influencia de las culturas de la Edad del Hierro, conocidas con el nombre de culturas hallstátticas.
La decoración de los cuencos de Villena, e incluso la forma de los cuencos, son paralelas a las vasijas de cerámica que se hallan en toda la Meseta española, decoradas con incrustación blanca formando guirnaldas, bandas, zonas o estrellas exactamente iguales. Es decir, que los cuencos de Villena representan un caso de vajilla excepcional, en una cultura característica de final de la Edad del Bronce y comienzos de la del Hierro en el centro de España, cuyo origen, como veremos, hay que buscar en tierras centroeuropeas. Es posible que el mayor barroquismo decorativo de estos cuencos, en relación a los ejemplares del resto de Europa, sea debido a una influencia de las riquísimas decoraciones en la cerámica española de la época del vaso campaniforme, que existía en esos territorios en época inmediatamente anterior, o incluso de las cerámicas con reticulados bruñidos del occidente portugués.
Francisco García Arnedo y Francisco Contreras Utrera, los albañiles que aparecen ante su obra en la segunda foto de la película de la izquierda, habían sido los primeros en interesarse por aquella curiosa argolla traída con la grava de Los Pedrascales.
Las tres vasijas en forma de garrafa constituyen una total novedad en cuanto a su forma y llaman la atención, precisamente por la perfección de los perfiles y la sobriedad de su decoración, si se compara con el barroquismo de los cuencos. Su forma aparece también en jarras de cerámica en diversos yacimientos de la Meseta española e incluso se hallan paralelos entre algunas cerámicas de la llamada cultura centroeuropea de los campos de Urnas.
El lote de los brazaletes y argollas es menos raro. Existen multitud de piezas semejantes que se caracterizan por su factura moldurada en todo el occidente de Europa. Algunos de los brazaletes ofrecen una escocia decorada con los mismos bullones hemiesféricos de los cuencos; mientras otros presentan una serie de picos salientes, que posiblemente pertenezcan a la misma técnica del brazalete que se halla en el Museo Arqueológico Nacional procedente de Estremoz (Alemtejo portugués).
Otras piezas más pequeñas son difíciles de clasificar, pero indican una gran riqueza de oro y plata entre la población que, a fines del segundo milenio, ocupaba las serranías del borde oriental de la Meseta española.
Esperanza Fernández recurrió al joyero don Miguel Esquembre —foto siguiente—, que identificó al momento la calidad del metal y puso el hallazgo en conocimiento del comisario de Excavaciones. Su rasgo de honradez está siendo muy comentado en Villena. El Ministerio de Educación Nacional le ha escrito, agradeciéndole su gestión y alabando «la cívica conducta observada por V. S., que ha evitado, con su proceder, que se perdiera una pieza tan importante en el orden arqueológico».
La vajilla y las joyas aparecieron en el interior de una vasija cuyo estudio, a su vez, dará nueva luz sobre la filiación concreta de las piezas. Se trata, por consiguiente, de piezas escondidas voluntariamente, con finalidad que por el momento nos escapa. Estas joyas suelen aparecer siempre como ajuares depositados en tumbas de régulos y de príncipes, como ofrenda votiva en santuarios o como simples escondrijos, realizados en tiempo de guerras, invasiones y peligros durante los cuales se pretende esconder a la rapacidad del adversario un posible y codiciado botín. El tesoro de Villena parece pertenecer a este último tipo de escondites, aunque sin un detenido estudio de los alrededores de la zona del hallazgo, efectuado de una manera sistemática, no es posible asegurarlo. En este sentido recuerda el famoso lote de joyas hallado hace cinco años en el Carambolo de Sevilla, que tiene un carácter totalmente distinto. En aquel caso se trataba de joyas tartésicas, es decir, joyas que, acusan claramente una influencia técnica de la joyería del Mediterráneo oriental. Estas joyas de Villena, sin duda más antiguas que aquéllas, son características de la técnica céltica centroeuropea, aun¬que sus decoraciones nos parecen demostrar que no se trata de piezas importandas, sino de fabricación española, puesto que reproducen exactamente la decoración de la cerámica de la misma época.
El arqueólogo don José María Soler —foto junto a estas líneas— contempla el tesoro sobre su mesa de trabajo. Don José María Soler comenzó al instante las investigaciones: se puso al habla con los albañiles de la obra y con el chófer que realizaba los transportes de grava desde Los Pedrascales. El resto fue relativamente fácil. Localizado el lugar exacto donde se había extraído la grava, los improvisados colaboradores del señor Soler encontraron sin tardanza el tesoro.
Hacia finales del segundo milenio antes de Cristo, se producen en la Europa oriental grandes movimientos de pueblos hacia Occidente y en las zonas del Alto Danubio y del Alto Rin entran en contacto dos sociedades completamente distintas. Por un lado, los pueblos ganaderos y guerreros que los arqueólogos llaman de la «cultura de los túmulos» porque el ritual funerario característico es la construcción de un montículo artificial sobre la tumba de los muertos. Por otro, el pueblo de los «campos de urnas»: éstos, por el contrario, incineran los cadáveres y guardan sus cenizas en el interior de urnas de barro, acompañadas de un rico ajuar funerario en el que figuran también vasijas de bronce y, excepcionalmente, de oro y plata. La causa de esta dislocación de pueblos hay que buscarla en la aparición de la metalurgia del hierro en el sudeste de Europa, que quiebra toda la estructura social y económica de las poblaciones de la Edad del Bronce.
El contacto entre la población de los túmulos y la de las urnas cristaliza en la aparición de las poblaciones célticas, que en su expansión, poco antes del año 1000 antes de J. C., llegan al Pirineo e invaden la península. Por el Pirineo oriental, por el camino del Segre y por Roncesvalles, en sucesivas oleadas, penetran en el valle del Ebro y conquistan la meseta central, donde desarrollarán una riquísima economía ganadera que les permite mantener una avanzada cultura de la Edad del Bronce en una época en que los pueblos de otras regiones europeas alcanzan apenas la Edad del Hierro. Estos pueblos celtas de la Meseta poseen una estructura social y patriarcal muy jerarquizada, seminómadas en un principio y centrados luego en grandes castros amurallados, pero que mantuvieron siempre un espíritu inquieto de migración de carácter atávico, reliquia de sus tiempos de nomadeo primitivo, que les llevaron, en último término, a la conquista de las tierras bajas y fértiles de Andalucía y de Levante. En Andalucía constituyeron un elemento nada despreciable en la formación del pueblo tartesio y, en Levante y Sudeste, contribuyeron sin duda a la del pueblo ibérico.
Esperanza Fernández, la mujer que sospechó que el extraño objeto traído desde Los Pedrascales a la obra donde trabajaba su marido podía tratarse de una joya, está aquí con sus hijos. Durante todo un día el pequeño Francisco, que aparece en la foto, tuvo una fortuna en sus manos y jugó con ella en la calle con sus amiguitos. 
Entre estos pueblos no existe una estructura política superior. Su cultura material y posiblemente su lengua es la misma, pero cada grupo, al mando de jefes poderosos, impone su ley en determinados territorios. La lucha entre los diversos grupos, las razzias de ganado y el mutuo saqueo constituían los grandes alicientes de la vida de estas poblaciones, semibárbaras, pero suficientemente refinadas para utilizar una vajilla de oro como la que nos ofrece el tesoro de Villena. En la alterna fortuna de estas luchas ocasiones habría en que un combatiente derrotado no pudiera recobrar los tesoros que por precaución escondió. De este modo, en caso de que se demostrara que se trata de hallazgos como el de Villena, no es de extrañar un simple escondrijo. El país era suficientemente rico en oro, antes de la sistemática expoliación de cartagineses y romanos, y era fácil hallar el metal necesario para reponer esas riquezas.
La presencia de pueblos celtas en esos territorios no es una simple deducción de los arqueólogos. Sabemos por los primeros viajeros griegos que en el siglo VI antes de J. C. vivían en el borde oriental de la Meseta unos pueblos conocidos con el nombre de Berybraces, grandes ganaderos, cuyo carácter céltico queda harto comprobado por su mismo nombre, y cuya procedencia —el norte del Pirineo— es fácilmente demostrable por haber quedado una parte de la tribu en el sur de Francia. Otros grupos de pueblos, como los propios Olcades, pudieron tener un carácter semejante.
En último término, el magnífico tesoro de Villena constituye el hallazgo de joyería céltica más importante por su calidad, belleza y elegancia, a la par que nos muestra el nivel técnico alcanzado por las poblaciones españolas de hace tres mil años y su refinamiento, que hace injusto el calificativo de gente agreste y feroz con que los motejaron los primeros griegos.
J. M.
Gaceta Ilustrada
Cedido por... Pablo Domene

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