21 nov 2023

1993 INFORMACIÓN EL DOMINICAL... REÚNE A LOS DESCUBRIDORES DEL TESORO DE VILLENA

INFORMACIÓN EL DOMINICAL 
LAS JOYAS DEL TESORO 
 Así que pasen treinta años.  INFORMACIÓN 
reúne a los descubridores del Tesoro de Villena en el lugar del hallazgo.
Martín Martínez, Enrique Domenech, José María Soler, Pedro Domenech y Miguel Flor - izda a dcha- del camino el pasado día 2 hacia el lugar de la  Rambla del Panadero donde fue hallado el Tesoro de Villena.
El Tesoro de Villena, esa colección de joyas de 1.000 años antes de Cristo compuesta de 60 piezas de oro, tres de plata, una de hierro y oro, y una de ámbar, cumplió el pasado día 1 de diciembre de 1993 tres décadas desde que fue sacado a la luz en la Rambla del Panadero. Con tal motivo, INFORMACION logró reunir en el lugar del histórico hallazgo a cinco de los protagonistas de la fotografía realizada en esa jornada inolvidable: José María Soler, por entonces delegado local del Servicio Nacional de Excavaciones Arqueológicas, el fotógrafo Miguel Flor Amat, el taxista Martín Martínez y los por entonces niños Pedro y Enrique Domenech. De los tres restantes, los padres de los niños Pedro y Enrique Domenech, ya han fallecido, mientras que el abogado Alfonso Arenas se vio imposibilitado de acudir a causa de su estado de salud. Los reunidos revivieron los momentos y emociones del descubrimiento al tiempo que reanudaban el camino y alcanzaban el lugar treinta años después.
El tesoro tal y como apareció el 1 de diciembre de 1963

REPORTAJE
EL día 1 de diciembre del año 1963, cinco personas se dirigieron a la Rambla del Panadero, lugar donde había aparecido con anterioridad un brazalete de oro. Junto a José María Soler, su colaborador Enrique Domenech Albero, Pedro Domenech y los hijos de ambos, Pedro y Enrique. A las diez de la mañana iniciaron los trabajos de excavación. Durante tres horas exploraron un área de unos treinta metros cuadrados de terreno con resultados negativos.

EN BUSCA DEL TESORO
Historia del hallazgo arqueológico en la Rambla del Panadero.
En el talud derecho de la rambla observaron una mancha de tierras cenicientas, vestigio de alguna hoguera encendida muchos años atrás. Las horas fueron pasando con resultado totalmente negativo. Sin embargo, a las cinco de la tarde ocurrió lo inesperado. José María Soler en el libro «El tesoro de Villena», editado en 1965, lo cuenta con todo lujo de detalles: «Comenzábamos ya a disponer el regreso cuando un movimiento de azada de Pedro Domenech puso al descubierto el canto de un brazalete. A su izquierda había otro brazalete y ambos descansaban al borde de una gran vasija que, por las trazas, se hallaba repleta de objetos similares. Vano sería negar la profunda impresión que el hallazgo produjo en todos nosotros. Teníamos ante nosotros un tesoro, al parecer fabuloso, y de incalculable trascendencia para el futuro de los estudios prehistóricos. La noche estaba encima y no disponíamos de medios adecuados para levantar con las suficientes garantías de seguridad aquel extraordinario botín arqueológico. Decidimos entonces enviar a los dos muchachos al encuentro del taxi que había de recogerlos con una nota dirigida al abogado Alfonso Arenas solicitándole la presencia de un fotógrafo y medios adecuados de iluminación. Sobre las siete de la tarde llegó el taxi con el fotógrafo aficionado Miguel Flor, al que se deben los únicos documentos fotográficos del hallazgo "in situ". La vasija, aunque muy completa y en posición, normal, se hallaba bastante resquebrajada. Para evitar el desprendimiento de sus fragmentos y la consiguiente dislocación de su contenido, la rodeamos con el cinturón elástico de Flor, siendo depositado en una de las espuertas de caucho utilizadas durante la excavación. Todo se envolvió en una manta y en un saco de arpillera siendo trasladada hasta el taxi que aguardaba en el camino cercano a la rambla. La expedición arqueológica emprendida a las 9 de la mañana con la normal sencillez de tantas veces, se había transformado en una novelesca aventura de insospechado alcance. Cientos de personas desfilaron aquella noche por nuestro domicilio atraídas por el todavía mágico sortilegio de la palabra oro».
José María Soler, en su despacho ante el tesoro el día que apareció. Fotos Miguel Flor
Este es el relato que de aquella jornada inolvidable, 30 años atrás, realiza José María Soler. La vasija contenía un total de 60 piezas de oro con un peso superior a los 9 kilos, brazaletes, cuencos, frascos, broches y anillas estaban perfectamente colocados. Para José María Soler, «algún personaje importante, 1.000 años antes de Cristo, se vio obligado por algún motivo a esconder su tesoro, y nunca regresó por él, posiblemente porque lo mataron. El hecho de estar oculto en la rambla hizo que los arrastres de agua y la recogida de gravas que se realizaba en la zona lo acercaran a la superficie». Se da la circunstancia de que la vasija con el tesoro no se hallaba en el centro del cauce, sino en un pequeño meandro de su margen izquierda, circunstancia providencial, por cuanto, de haberse enterrado en el centro, hubiera sido aplastada por las ruedas de los camiones que acarreaban las gravas. Junto a ella habían pasado muchas veces sin dañarla. Otra circunstancia favorable para la conservación del tesoro fue el encontrarse bajo una capa de aluviones cuyos elementos eran poco aprovechables para la construcción.
Situación de las joyas en la capa superior de la vajilla.

TRES DÉCADAS DESPUÉS
IHERMAS
Pedro Enrique -a la izquierda, "los niños" de hace 30 años-, el fotógrafo Miguel Flor -plantado-, el taxista Martín Martínez y José María Soler -sentado en esta ocasión-, ante el lugar del desubrimiento. Foto... Cruces-Ernes
El pasado 1 de diciembre el mismo día en que, 30 años antes, apareció el Tesoro de Villena, INFORMACION quiso reunir en el mismo lugar a los protagonistas de la foto realizada por Miguel Flor en esa jornada inolvidable. La idea, a José María Soler, le pareció maravillosa, a pesar de su avanzada edad y su delicado estado de salud. En esa foto no podrían estar Pedro y Enrique Domenech, ya fallecidos. Tras diversas gestiones localizamos al fotógrafo aficionado Miguel Flor, al entonces taxista Martín Martínez, y a los «niños» Pedro y Enrique, en la actualidad mayores de 40 años. Alfonso Arenas lamentó que por su estado de salud le fuera imposible volver a la Rambla del Panadero. Por unos abruptos caminos de tierra llegamos borde de la rambla, y a pie nos dirigimos hasta el lugar. Pedro y Enrique ayudaban a Soler a andar por el accidentado terreno, comentando cómo había cambiado el lugar con el paso de los años. Al llegar al punto en que apareció el tesoro se preparó la fotografía de los protagonistas, 30 años después. Era imposible que José María Soler se arrodillara como hizo 30 años antes, así que con piedras se realizó un pequeño asiento. A su lado, ocupando la misma posición que el 1 de diciembre de 1963 se situaron el taxista Martín Martínez, el fotógrafo aficionado Miguel Flor y Pedro y Enrique Domenech.
Arriba una de las piezas. A la izquierda, en camino hacia el lugar del descubrimiento el pasado 2 de diciembre, 30 años después.
Todos confirmaron que fue un momento de especial emoción que sirvió para rememorar peque nos detalles de la estancia en aquella rambla inhóspita 30 años antes. Ahora, aquel paraje, que sigue sin tener ninguna señal que, marque el sitio donde se encontró el tesoro, prácticamente no es visitado por nadie por su difícil acceso, lo que no ha impedido que Soler reclame la construcción de un monolito que recuerde lo ocurrido en aquella rambla. «La Rambla del Panadero, famosa en el mundo entero», versos que continuamente repite el propio Soler.
Pedro y Enrique -a la izquierda, «los niños» de hace 30 años—, el fotógrafo Miguel Flor —plantado—, el taxista Martín Martínez y José María Soler —sentado en esta ocasión—, ante el lugar del descubrimiento

LOS PROTAGONISTAS OLVIDADOS
IHERMAS
Pedro y Enrique Domenech, son, junto a José María Soler, las únicas personas que permanecen con vida de la expedición de cinco vecinos de Villena que descubrieron el tesoro en 1963. A pesar de que entonces contaban con 12 y 13 años de edad, no han olvidado aquella fecha.
«Nosotros era habitual que saliésemos muchos domingos de excursión con nuestros padres, y siempre que había alguna excavación nos uníamos al grupo. Cuando el tesoro apareció, nosotros éramos niños y no asimilamos la importancia de aquello, pero conforme fue pasando el tiempo nos fuimos dando cuenta de la trascendencia de aquel hallazgo. Lo primero que apareció a la superficie fue una curva de uno de los cuencos lo que a nosotros nos pareció un casco de romano, de algún guerrero. Nuestros padres ya fallecidos sí se daban cuenta de la importancia y recuerdo una frase muy villenera que repetían constantemente: "Madre mía, qué cagarrá hemos hecho"».
Pedro y Enrique Domenech ayudan a José María Soler en el pedregoso camino de la Rambla el Panadero. Foto... Cruves-Ernes.
Pedro y Enrique vuelven de vez en cuando al lugar para recordar aquel momento y reconocen que alguna ocasión han podido sentirse molestos por el reconocimiento que ellos no han recibido: «Nuestros padres eran personas llanas, por lo que una simple mención era suficiente para alagarlos. En muchas ocasiones no se nos cita para nada cuando se habla del descubrimiento del tesoro. Hubo un gesto digno de destacar, la honradez que tuvieron nuestros padres, ya que no olvidemos que Pedro Domenech dio con la primera pieza. En ese momento, Soler no se encontraba en esa zona. Lo podía haber ocultado perfectamente. Sin embargo, llamó a Soler rápidamente. Una semana después fuimos al mismo paraje y encontramos cuatro brazaletes más poniendo el hecho rápidamente en conocimiento de Soler».
En la actualidad, Pedro y Enrique ya no salen, como hacían en su juventud, a la busca de nuevos yacimientos arqueológicos aunque "cuando vamos al campo los domingos no podemos evitar ir mirando al suelo buscando algún vestigio de épocas pasadas"
LOS ENTONCES NIÑOS PEDRO Y ENRIQUE REIVINDICAN SU PAPEL Y EL DE SUS PADRES EN EL HALLAZGO.
Y EL FOTÓGRAFO
Junto a Pedro y Enrique Domenech merece especial mención Miguel Flor Amat, el fotógrafo aficionado que ponía su vehículo muchos fines de semana a disposición de Soler y sus colaboradores para desplazarse a cualquier zona del término municipal de Villena donde hubiera un yacimiento que estudiar. Miles de fotografías han sido realizadas por Miguel Flor, uno de los colaboradores asiduos de Soler.

TRIBUNA - ALFREDO ROJAS
LA FUNDACIÓN JOSÉ MARÍA SOLER
DESDE hace un año existe en Villena la Fundación José María Soler, que tiene su origen en el propósito expresado por este esclarecido villenense de ceder su patrimonio documental, bibliográfico y musical a Villena, ciudad que le vio nacer en 1905 y que ha sido el motivo principal de todos sus trabajos e investigaciones. Es ésta una determinación encomiable que supone el mejor colofón de su dilatada vida, dedicada a efectuar una tarea que ha merecido varios importantes premios y distinciones. Entre ellos destacaremos las medallas de oro de la provincia de Alicante y de la ciudad de Villena, y el doctorado «honoris causa» de la Universidad de Alicante.
La labor que ha desarrollado José María Soler es sobradamente conocida, pues existen varios libros y multitud de artículos que dan cuenta de sus trabajos arqueológicos, como asimismo, de las investigaciones llevadas a cabo en la historia y el folklore villenenses o acerca de los hijos ilustres de la ciudad. Pero es menos popular a magnífica biblioteca que posee, constituida por unos veinte mil volúmenes, muchos de los cuales son obras que no se encuentran fácilmente hoy, ejemplares raros o antiguos y publicaciones de un alto valor cultural. Los discos y vídeos, constituyen también una importante cantidad, y en cuanto concierne al archivo documental, es numeroso y valiosísimo, valor acrecentado para sus paisanos por el hecho de que la mayor parte de estos documentos están referidos a nuestra ciudad.
La Fundación José María Soler tendrá en el futuro, cuando el proyecto sea una realidad, la función primordial de conservar este patrimonio, promoviendo y facilitando su conocimiento a quienes deseen saber de él. Otra de las funciones de la fundación consiste en ampliar el legado mediante la incorporación de elementos afines, especialmente aquéllos que tengan relación con Villena, y promocionar y realizar manifestaciones culturales no sólo referidas a la ciudad, sino relacionadas con la provincia e incluso con más amplios ámbitos.
Entre las tareas realizadas por la fundación durante el primer año de su existencia, destaca la colaboración con el Instituto Juan Gil-Albert para la edición del «Diccionario villenero», la última obra de José María Soler, que salió a la luz el pasado octubre y que constituye un extenso vocabulario de las peculiaridades lingüísticas villenenses. El decidido apoyo municipal y la colaboración de los ciudadanos van a ser decisivos en las tareas de la fundación, que acaba de iniciar su existencia y que puede efectuar una labor cultural de gran importancia.
Alfredo Rojas es el director de la Fundación José María Soler
Cedido por... Pablo Domene

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