17 nov 2021

1965 SOBRE EL ORIGEN DE LAS FIESTAS DE MOROS Y CRISTIANOS

SOBRE EL ORIGEN DE LAS FIESTAS DE MOROS Y CRISTIANOS
por Luis Fernández Fuster - Jefe del Servicio de Información Turística del Ministerio de Información y Turismo
Sorprende, ante el maravilloso despliegue de luz y sonido de las fiestas de Moros y Cristianos, su determinada localización en el espacio. En efecto, su distribución comprende una faja costera que abarca Valencia, Alicante y Murcia. Como excepción conozco en el lejano rincón del N. W. las fiestas de Moros y Cristianos de La Cañiza (Pontevedra) y las de Rairiz de Veiga (Orense). Extensiones, más cercanas y explicables, se dan en Pollensa (Mallorca), (y noticias de que se celebraban en Mahón hasta finales del siglo XVIII), Cuenca, Jaén y Granada.
Hay una diferencia fundamental en las de Galicia. Galicia fue tierra que apenas vio los moros como invasores. En los primeros tiempos de la Reconquista, el «feroz» Fruela acabó en rápidas cabalgadas con los que allí habían intentado establecerse. Es, más al Oeste, en la Maragatería, donde la nueva colonización se haría perdurable. Sólo razzias, más o menos terribles, como las de Almanzor y el débito siempre continuo en la participación de la Reconquista, cada vez más lejana, dieron en Galicia el sentido de «cruzada» v de disyuntiva. Las fiestas de Moros y Cristianos de La Cañiza y de Rairiz de Veiga, están enlazadas popularmente con el incierto «Tributo de las Cien Doncellas»; y sus orígenes, por tanto, se hallarían en la batalla de Clavijo.
En Levante, en cambio, el dominio musulmán duró, de una manera directa hasta la primera mitad del siglo XIII. Las campañas de Jaime I acaban con los reinos de taifas de Valencia, Baleares y Murcia. La donación a Castilla de este último territorio hizo que Aragón, al perder sus fronteras con el resto de la España árabe, se desinteresase en la continuación de la Reconquista, que pudo muy bien haber terminado en esta época. Recuérdese que en estas mismas fechas Fernando el Santo arrebataba definitivamente los moros las ciudades y territorios de Sevilla, Córdoba Jaén. La España islámica, en el espléndido siglo XIII, quedó reducida a Almería, Granada, Málaga y Cádiz.
Si la conquista de Levante se realiza, pues, en el siglo XIII, no por eso cesa la influencia mora. Los vencidos continúan viviendo en el mismo lugar, y a lo largo de los siglos XIV y XV el mudejarismo es el exponente de su presencia.
Los moros continúan en sus campos y en sus oficios, disimulando los más su religión, y sirviendo a los nuevos dominadores.
El último periodo, el morisco, y quizá el más importante para nuestras fiestas va desde la toma de Granada hasta le expulsión definitiva de los moriscos en 1610, reinando Felipe III. En todo este tiempo, después de las Alpujarras, fueron frecuentes los desembarcos e incursiones de los piratas argelinos apoyados por esa población tan mal asimilada. Siempre sangrientos los episodios, hicieron en el alma popular una impresión poderosa que quizá no haya sido estudiada en toda su dimensión. Por doquier surgen héroes —como Juan Más en Pollensa, cuando el desembarco de Dragut en 1550— que deben atender no sólo al ataque de los invasores, sino a la quinta columna de los «moros traidores», moriscos que tienen su papel bien importante en las Fiestas de Moros y Cristianos. Sonado fue el levantamiento de los de Pretel en 1590. Y, cuando el decreto de expulsión de Felipe III, los de Guadalest, Val de Ayora y Alakar, se hicieron famosos, con Turigi, en la Muela de Cortes.
Las primeras noticias de las Fiestas de Moros y Cristianos, con participación de ese elemento tan característico que es la pólvora, ascienden a no más que a 1780 en las Fiestas de Villena, quizá las más antiguas. Esta intervención de la pólvora es argumento que parece indicar que las fiestas no son recuerdo de las rápidas campañas del Conquistador del siglo XIII, sino más bien de la época morisca. Aunque ello no excluya que los problemas de «moro», «mudéjar» y «morisco» no estuvieran siempre latentes en el alma popular.
Parece como si los simulacros de estas batallas se adhiriesen a las fiestas patronales primitivas puramente religiosas, bien urbanas, bien de romerías, en este caso cuando se realizan con la clásica «bajada» de la Virgen de la ermita. De las noticias que so conservan, puede deducirse que hay un periodo, incierto, pero posterior al religioso, en el que, en estas »bajadas» intervinieron cofradías o «banderas», una en cada lugar, como escolta de la imagen y las cuales corrían la pólvora con salvas en honor del patrón o patrona. De esta costumbre vendrían, por derivación, las fiestas tal y como las conocemos, hacia el siglo XVIII cuando el sentido teatral, colectivo y brillante del pueblo levantino crease la figura que representa la antítesis del bienestar del pueblo. Lo curioso es que a lo largo de estos simulacros que representan la eterna lucha del Bien y del Mal haya soluciones para todos los gustos: en las fiestas similares del África del Norte, a costa de los cristianos; y en las nuestras, la aniquilación del enemigo. (Bañeres con la explosión de la cabeza de Mahoma; Ibi, ejecución del moro traidor); o un maniqueísmo popular que relata la conversión del rey moro (Bocairente, Villena, Caravaca de la Cruz, etc.).
Los elementos marciales de las Fiestas de Moros y Cristianos, en su forma actual, son tres: Desfile, Parlamento y Combates. A ellos se agregan otros religiosos. Los desfiles, que podrían considerarse como elemento nuevo y de preparación de fiesta, son probablemente reflejo de la «parada» militar previa al combate. Son el despliegue de las fuerzas en un ambiente caballeresco del Renacimiento, más que medieval, y que, en Onteniente, toma la forma de un primer combate de resultado indeciso. Sigue el Parlamento, en que ambos contendientes hacen gala de un mismo vivo espíritu mediterráneo. Los combates se desarrollan en dos tiempos, derrota y victoria, respectivamente. Intervenciones milagrosas de Santos patronos son norma casi general, y están entroncados con la antigua fiesta patronal, como hemos dicho, más primitiva que la de los simulacros.
Tengo para mí, como puede desprenderse de estas breves líneas, que la antigüedad de las Fiestas de Moros y Cristianos no puede llevarse más allá del siglo XVIII, y que, en consecuencia, no son reflejo de las batallas medievales del Batallador o del Cid, ni el Conquistador. No son, por tanto moros, ni mudéjares ni moriscos. En España conozco muchos casos en que cuando la procesión religiosa se dirige a la ermita para la «bajada» del Santo Patrón, se ve interrumpida por los petardos, cohetes y humo que lanza un «demonio» emboscado en las peñas y que impide el paso amenazadoramente. Como es natural, la comitiva continúa, después de una buena tunda al «espíritu de las tinieblas», papel que, a pesar de los palos, suele ser tan solicitado que hay que sortearlo entre los mozos del pueblo. En otros sitios el personaje principal de la fiesta es un muñeco cuidadosa mente confeccionado que sufre muerte afrentosa al término de la fiesta. Unos y otros casos son el espíritu de la anti colectivo, el espíritu del mal, que debe ser destruido o domado. Y esto sí que hunde sus raíces en la más remota antigüedad del Hombre.
En conclusión, mi frase anterior de que en las fiestas no son moros, ni mudéjares, ni moriscos, es cierta solamente en parte. Porque son moros, mudéjares y moriscos a la vez; y argelinos y turcos y berberiscos, que tan fuerte grabaron el terror en nuestro litoral. Y que vinieron a ser por ello lo representativo del Mal Desde este punto de vista, el espíritu levantino, con sus Fiestas de Moros y Cristianos, Fiestas del Bien y del Mal, nos dan una versión original, sonora y coloreada del eterno drama de la vida del hombre. Su antigüedad puede buscarse en los antiguos dramas sacros, en los cantos del antiguo Egipto y hasta en el Ramayana, es decir, en la más vieja historia de la Humanidad.
Extraído de la Revista Villena de 1965

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