17 may 2023

1957 BOCETO DEL DÍA CUATRO

BOCETO DEL DÍA CUATRO. Por Alfredo Rojas
Hemos llegado a la frontera dorada del día cuatro, no menos deseada por la certeza e inmutabilidad de su arribada: estamos en la víspera de la solemnidad, solemnidad tanta que se derrama hacia la víspera, haciendo de ella fiesta hermana menor. Hemos estrenado a septiembre, el septiembre maduro, pleno, crucial. El verano se nos va; un vientecillo agradable se ríe en sus barbas de viejo, viejo de tres meses, viejo impotente que rumia su melancolía de vencido...
Ya hace dos días que un nuevo aroma triunfa sobre los demás en el pueblo: la sabina, humilde y recatada, pregonera de fiestas, expande su perfume que permanece sobre el de la joven que ha pasado por la acera, sobre el de las flores que han entrado a una casa, de dónde saldrán para caer sobre la Virgen, dueña y señora nuestra, que viene a visitarnos...
En la puerta de un café hay un montón de sillas nuevas, extrañas, de aristas no rozadas; dentro, en un anaquel, unos mandiles blancos y limpios esperan a mañana.
En una de tantas casas, un perchero, en el rincón del dormitorio, sostiene una blanca camisa de masero, llena de plisados, y recién planchada. En la despensa, cuyo techo tal vez tenga un declive en arco, pues por encima de él subirá una escalera, hay un tablero de abombadas toñas con un suave carámbano de azúcar en su centro.
La muchacha contempla con arrobo el vestido nuevo, extendido encima de la cama, que mañana tal vez no mire nadie más que la amiga envidiosa; después se queda absorta, cavilando esas cosas que piensan las muchachas jóvenes, que los hombres no sabremos nunca.
En todos los corazones hay un mudo pero intenso sonar de campanas del alma, que tocan a dúo con las de las iglesias, en confuso y alborozado repique...
Las mil luces colgadas en las calles, reprimen su deseo de encenderse. Van a estallar mañana, en una algarabía visual que anuncia hoy su presente esqueleto. Cerca de ellas, lucirá la bombilla solitaria de un balcón que alumbra la bandera que cubre el enrejado, la estampa (le la Virgen en su centro, sobre un marco ovalado de cartulina azul...
En un patio ignorado, patio de casa de afueras, con manchones verdes de hierba en los márgenes y un arado roto en un rincón, alguien engrasa las ruedas de una carroza, donde se sentará mañana un pachá de pacotilla.
Y ya la tarde vencida, en la cancha dulce y suave del ciclo, que ríe al ver nuestro gozo, rebota la pelota de un disparo de arcabuz.
Extraído de la Revista Villena de 1957

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