28 ene 2024

1957 MARCELA Y LA HIPOTÉTICA LIBERTAD ABSOLUTA

«MARCELA» Y LA HIPOTÉTICA LIBERTAD ABSOLUTA EN VILLENA, LAS MUJERES MAS GUAPAS DEL UNIVERSO
«MARCELA» y la hipotética libertad absoluta
POR MIGUEL MARTINEZ-MENA Del Instituto de Estudios Alicantinos
¿Atrevido parificar la isla de San Miguel de La Palma con la milenaria ciudad, cuyo castillo de procedencia romana, en posesión de los árabes fue conquistado por Jaime I de Aragón con ayuda de Artal de Alagón y de los caballeros templarios y hospitalarios?
Si el lector tuvo la dicha de visitar Las Afortunadas o de los Campos Elíseos, domicilio de los Bienaventurados como citó Plutarco en su «Vida de Sertorio», convendrá que a sus mujeres les distingue natural y sorprendente hermosura. Y de entre las siete islas del Archipiélago, las oriundas de La Palma o Junonia Mayor, paraíso de dioses.
Justicia es reconocer a la mujer palmense peculiar venustez, estatura predominantemente elevada, tez rosada, angélicas mejillas, rasgos de raza «guanche»—con ascendencia del elemento semita y negroide—que dulcificados por generaciones obligan a quedar prendados ante tan deslumbrante beldad femenina.
Por otra parte, su melodiosa expresión, el deje dulzón, suave y sugestivo de su voz, subraya la gracia del sexo débil—«magas» —resaltando la magnificencia de su silueta, ademanes y gestos de efusivo trato.
Pero he aquí que el viajero, esta vez, quizá sin estar en aviso como suelen prevenir al turista que dirige sus pasos hacia Canarias, se dispone a participar de honesta algarabía en las tradicionales fiestas de Moros y Cristianos que Villena celebra en honor de la Virgen de las Virtudes, atraído por el desbordante murmullo y el sublime cromatismo de bengalas, arcabuces, cohetes... de «la entrada de las comparsas» por la Puerta de Almansa, tras el repiqueteo general en la Arciprestal de Sent Yaque y Santa María, quedando izado el rojo y gualda imperial de la bandera.
Es cuando los ávidos ojos del visitante, atado por el estruendo de la pólvora, por el bullicio y alegría de improvisados amigos acogedores, será entonces cuando súbitamente se percata del encanto, seducción y primor de las villenenses.
Si la misteriosa «Mansión de los Justos» aprisiona en sus platanales y encrespados «berodes» el juvenil tesoro de sus «magas», desde el occidente de la Sierra de la Villa, Las Peñicas al norte hasta La Losilla en su extremo meridional—cielo añil y calidades plateadas henchidas de luz, Villena enarbola el pulido florón de sus «morenicas», de pulcras y agraciadas facciones, excelsa majestad de sus mujeres.
Mujeres del Marquesado que vienen a contradecir un tanto a Marcela, la bien amada, símbolo de la libertad absoluta. Porque la pastora que despertó tantas pasiones y muerte de Crisóstomo, sin provocarlas, se separó por completo de su ambiente social, del vivir, interesándole su lozanía sólo para enterrarla, para con ello intentar ser libre; el místico personaje de Cervantes, Marcela, quiere ser libre y piensa que para conseguirlo ha de abandonar cuanto posee edificando su propia soledad a espaldas de la vida.
¿En qué consiste la libertad de Marcela? En desclavarse del vivir: no ama a Crisóstomo, no ama a los árboles ni a las fuentes, no ama tampoco a su retiro, porque si los amara, no sería libre. De aquí que un hombre en libertad absoluta—desvinculado de la sociedad—es como una página en blanco; carece de rasgo alguno que lo individualice, sin determinación vital.
Marcela no ama a nadie, no se vincula a nadie, carece de realidad; no es desde luego un ser real, sino ideal. Amor es símbolo de realidades humanas.
La belleza de la mujer villenense se da en todas sus manifestaciones sensibles y espirituales, belleza positiva que descubre las perfecciones de las criaturas, sublimando hasta lo humanamente infinito lo físico: inteligencia, voluntad, gustos estéticos; los de orden moral, como grandeza de alma, misericordia, amor. En una palabra, es colmada con todo aquello que es mejor tenerlo que no tenerlo, con todo lo que vale más serlo que no serlo. Es real, no es ideal. Su vida tiene fundamento, no huye del trato humano ni renuncia al hombre. Ama apasionadamente como sólo puede hacerlo la abrasada mujer latina de mar adentro.
Marcela viene a decir: «Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué he de perder tratando con los hombres?». Las «morenicas» aman los árboles, a las fuentes, rebosan de esperanza y de sueños, felices en matrimonio. Su libertad no es la huida del mundo, sino que su libertad consiste en la exención de toda trama de carácter social, alisando su belleza física y los hechiceros encantos con el dulce trato y el armonioso convivir entre las gentes de un pueblo que hace honor a su glorioso pasado, que hace honor al palpitar de un próspero actual vivir, en la esperanza de un mariana mejor.
Las mujeres de Villena, lejos de la calculadora honestidad de Marcela, son las más guapas del universo mundo, con gracia y distinción que gana de antemano las voluntades, sin olvidar que si muy poderosa es el arma de sus mejillas, su duración es corta y que lo auténticamente bello es lo verdadero.
Extraído de la Revista Villena de 1957

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