VILLENA, EN VERANO
A la llegada de los calores, es costumbre muy generalizada que las familias de alta y mediana posición se trasladen, desde la localidad en donde viven habitualmente, hasta otros lugares próximos o lejanos. A este éxodo se le llama veraneo.
Con su pan se lo coman los del resto de España, pero yo escribo estas líneas desde Villena, donde he pasado ya dos veranos, y me permito afirmar que en los meses estivales es tan deliciosa la temperatura en esta bella ciudad, que no he sentido la menor necesidad de perder de vista Las Cruces en busca de lugares más frescos.
Yo llegué a Villena unos meses antes de colocar la primera farola en la Corredera. Conozco la antigua y moderna fisonomía de la Ciudad. Todo dice de un pueblo sano e inteligente que vive al ritmo de los tiempos modernos.
Y cuando los fríos caen dando paso al verano, o sea, desde la llegada de la Mahoma hasta que vencida la morisma es restituida la Morenica a su Santuario, no he sabido lo que era sudar.
He pasado mis vacaciones por el Caracol, a la sombra y remanso de encantadores parajes. Me he zambullido en la piscina; y en el Paseo de Chapí, vestíbulo de la Ciudad, cuando empiezan a fulgurar las luces de neón de los cines y las mesitas multicolores de casinos y bares ponen su nota cosmopolita, con un poco de imaginación, me he sentido transportado a las playas de moda.
Ya sabéis que yo soy forastero. Mi tierra es la mejor estación invernal y la vuestra formidable para el verano. Y pienso, por qué no hacéis de este delicioso pueblo vuestro lugar de veraneo.
Plantad pinos; construid hotelitos en las vertientes del monte de San Cristóbal; estableced zonas de verdes por doquier y habréis hecho de vuestra simpática Ciudad un magnífico lugar estival.
M. GONZALEZ SANTANA
Extraído de la Revista Villena de 1953
Cedido por... Avelina y Natalia García
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