20 oct 2021

1951 PEREGRINOS CON LA VIRGEN

PEREGRINOS CON LA VIRGEN - Por Máximo García Luján
Son múltiples las facetas que las fiestas presentan, formando un conjunto admirable por su belleza y colorido, expresión de un pueblo amante de la Virgen, que ostenta como su más noble ejecutoria la devoción a la Virgen de las Virtudes, en cuyo honor y loor se celebran, fiestas que ponen muy alto el nombre de esta muy noble, muy leal y fidelísima ciudad de Villena y dicen mucho de su tradicional fervor mariano.
Quizás por ser varios y distintos los matices que las fiestas presentan, algunos muy sugestivos y atrayentes, pase, si no inadvertida, al menos no apreciada en su justo valor y significado, la romería que en la tarde del día cinco se celebra para traer a la Virgen desde su santuario a Villena. Y sería de lamentar que así sucediera, por tratarse de un acto emotivo que, por su misma simplicidad y belleza, cautiva a quien por primera vez toma parte en él, de tal forme que el romero que un año asiste, por promesa, devoción a la Virgen o simple curiosidad, a esta singular romería, es difícil que no se deje seducir por las emociones vividas en aquella ocasión y se convierta en romero perpetuo.
Tarde del cinco de septiembre. Apenas hace unas horas hemos empezado a vivir las fiestas; las calles presentan una animación extraordinaria y su decoración ha variado por completo, no ya por el ornato y adorno operado en las mismas, sino más bien por la nota exótica que ponen los fes, convertidos, como por arte de magia, en moros, contrabandistas, piratas, estudiantes del siglo XVI; sus lujosos trajes de colores llamativos —seda azul, roja, blanca, amarilla—forman una maravillosa policromía y dan a la ciudad un aspecto totalmente cosmopolita; las bandas de música lanzan al espacio sus marciales marchas y alegres pasodobles; la ciudad entera se prepara para presenciar "la entrada".
Pero también ha lanzado al aire su llamada «la campanica de la Virgen» anunciando a todos los fieles que la Señora espera, vestida con su manto campero y cubiertas sus sencillas andas de flores silvestres y de olorosa albahaca, para hacer la tradicional visita que durante siglos y siglos repite, como prueba del amor que profesa a su pueblo.
Es un sedante para nuestro espíritu la quietud y el silencio que nos rodea al postrarnos ante la Morenica; la ciudad con su baraúnda y movimiento inusitado quedó atrás; a partir de este momento todo transcurre con deliciosa sencillez, con placidez de égloga. La posición del sol señala el momento en que la romería ha de ponerse en marcha; dos romeros cargados de años, curtidos por el sol y los avatares de la vida, -personajes arrancados a un cuadro de Zuloaga- son los que han de ordenar las paradas y los turnos de relevo para llevar las andas, ya que aunque la autoridad eclesiástica y civil están representadas en esta romería, es la tradición la que confiere la autoridad a estos dos «abuelicos» por haber heredado este puesto de sus antepasados y por venir ellos año tras año —hasta toda una vida—, acompañando a la Virgen en sus visitas anuales a la Cuidad. Todo respira tradición y devoción mariana.
Ya está en marcha la romería; al aparecer la Virgen en la plaza del santuario, recibe el primer homenaje conjunto de los romeros, cuyo entusiasmo se traduce en fervorosas plegarias y se establece una noble pugna entre los hombres que toman parte en la romería, por ser los primeros en llevar las andas, pero como el camino es largo, todos podrán satisfacer este deseo a través de los siete kilómetros que nos separan de la ciudad. A unos centenares de metros del santuario hay una cruz de piedra, lugar de parada tradicional, donde un sacerdote ciñe un cíngulo a la Virgen, recogiendo el manto para que el polvo del camino no lo salpique. La romería no sigue para ir a Villena el camino ordinario que acorta la distancia entre los dos puntos y que está relativamente cuidado, por el contrario sigue el antiguo camino, por donde varias generaciones de villenenses trajeron a la Virgen en otras tardes de Septiembre, cuyas efemérides primeras se pierden en la noche de los tiempos, camino por entre viñedos, olivares y atajos arenosos que muchas veces se hacen intransitables. El sol, —un poco fanfarrón todavía en esta tarde septembrina— se deja sentir y en particular al pasar «los arenales» donde los romeros que llevan las andas hunden sus plantas en la ardiente arena. Y es un espectáculo maravilloso contemplar, en pleno campo, aquella nutrida comitiva en derredor de la Virgen, que avanza hacia su pueblo querido, en medio del impresionante silencio que ofrece la soledad de los campos; aquí parece que nuestras plegarias salen más fervorosas y que a ellas se une la naturaleza entera para cantar las excelencias y bondades de la Señora, en un Magníficat grandioso y eterno.
La ermita de San Bartolomé se nos ofrece como merecido descanso en este peregrinar de unas horas, por eso nos alegra oír el tintineo de su campana anunciándonos su proximidad. En la ermita la parada es mucho más larga y los romeros se acomodan en los alrededores, formando animados grupos y se disponen a tomar un ligero refrigerio, que la Virgen preside.
La romería se dispone a recorrer su última etapa; a lo lejos vemos a la ciudad que poco a poco se va poblando de pequeñas luces—estrellas refulgentes del manto negro, conque cada noche se cubre—; se nos viene encima la noche, avanzando a pasos agigantados y sus sombras precursoras apenas si nos dejan ya distinguir la línea perfecta y armónica de las torres del castillo, cuya silueta se desdibuja lentamente en el horizonte.
Presentimos las comparsas dirigiéndose a los Salesianos, mientras atruenan el espacio con los disparos de sus arcabuces, las bandas de música no cesan de tocar y las campanas de la ciudad son echadas a vuelo; el pueblo entero se dirige al mismo sitio, movidos todos por la misma idea, por idéntico anhelo: dar la bienvenida a la Virgen, saludar cariñosamente a la Morenica, que de un momento a otro va a llegar a Villena.
Extraído de la Revista Villena de 1951

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