22 sept 2022

1947 DISCURSO DE INAUGURACIÓN DEL MONUMENTO A RUPERTO CHAPÍ LORENTE

DISCURSO PRONUNCIADO POR D. DAMIÁN REQUENA EN LA INAUGURACIÓN DEL MONUMENTO A D. RUPERTO CHAPÍ EN LA CIUDAD DE VILLENA EL DÍA 6 DE SEPTIEMBRE DE 1947
Por Damián Requena Rentero
ILUSTRES jerarquías y autoridades nacionales, provinciales y locales: dignísima Comisión pro-monumento a Chapí, distinguida junta directi­va del Ateneo Cultural, noble e hidalgo pueblo de Villena:
No soy yo, precisamente, acaso el más modes­to de todos vosotros, el más indicado en esta hora solemne, para elevar mi voz cantando las glorias de Chapí.
Mas he aceptado el honroso encargo que me confiara la Comisión antedicho, porque no dudé un momento que lo mucho que sin duda me ha de faltar en la oratoria, puede suplirlo mi entusias­mo y mi admiración hacia el gran compositor y paisano nuestro; hacia el genio gigante del siglo XIX.
Confiado, pues, en vuestra benevolencia, en vuestra proverbial caballerosidad y en vuestra ancestral hidalguía, quiero haceros un breve guión de la vida de este ilustre villenense.

Yo os invito a que por unos instantes trasladéis vuestra imaginación hacia un luminoso día del mes de mayo de 1851. Hermoso despertar en un bello rincón alicantino, en que todas las flores rompen sus corolas para abrirlas al beso de un sol radiante y luminoso. En este rincón maravilloso, alfombrado de verde césped, nacía a la vida en aquella fecha una nueva flor, que aunque violeta por su humildad, con el tiempo, su oloroso perfu­me habría de inundar no sólo el ámbito de la patria que la viera nacer, sino que pasando sus fronteras revolucionaría el mundo. La casa de un modesto barbero de esta ciudad, registraba el nacimiento de su quinto hijo.
El tiempo vase deslizando veloz en aquella morada, remanso de paz y de sosiego, y en su vertiginal carrera, el espíritu de aquel niño se ha ido saturando de ese amor y esa facilidad a las bellas artes, en la rama de la música, que junto con un gran amor a su hogar, ha de ser la única y legíti­ma herencia de aquella honradísima familia.
Otro amor no menos fuerte que el del arte va haciendo mella en su espíritu; el amor a su pue­blo. Y así, en esos atardeceres sublimes y tropica­les, en esos crepúsculos maravillosos, como él mismo decía, que no tienen igual en España, iba inspirándose aquel niño, aquel Ruperto Chapí con alma de hombre, componiendo su primera zar­zuela titulada «ESTRELLA DEL BOSQUE», producto de sus largas horas de trabajo, robadas al juego de su infancia, en el maravilloso paisaje de nues­tra tierra bendita.

Y es tanta su voluntad, tan grande su esfuer­zo, tan profundo su amor propio y tan rápido su progreso en la composición y en la música, que a los quince años, niño todavía, tan niño que tenía que subirse sobre una mesa, dirigía la banda de la ciudad, en cuya dirección trabajó lo indecible, hasta conocer para ella el prestigio que siempre disfrutara.
Y pasó el tiempo... y llegó también su hora..., esa hora que sí encierra tristeza y amargura para los seres queridos que ven alejarse en busca de nuevos horizontes ignotos y desconocidos al ser amado, es no obstante la hora de la vocación, la hora del arte, esa hora que en el eterno reloj de la vida a todos nos va marcando el destino; y fue precisamente un día triste y lluvioso, de los pocos que en esta región de la luz tan clara como el mismo sol que nos alumbra se dan, el que sin duda provocó en su alma la añoranza de la suges­tión que la capital de España suele ejercer sobre los genios que aspiran al triunfo y que allí acuden para consagrarse o para hundirse eternamente en la indiferencia de las gentes.

Pero a él, a nuestro artista, le estaba reserva­do el trofeo de la gloria, la cúspide de la fama, y si bien es verdad que el conseguirlo, como todas las obras gigantes requieren tiempo, tenacidad, constancia y sacrificios, mayores cuanto mayor es la penuria en que se debaten, no se arredró por eso su espíritu emprendedor y valiente ni le asus­taron aquellas noches largas, inacabables y frías del Madrid cosmopolita que cual todas las gran­des urbes no para mientras aquellas figuras des­neredadas de la fortuna, que quizá bajo el cielo estrellado duermen a la intemperie su sueño de grandeza, con la esperanza puesta en el mañana pleno de ilusiones que ni el frío ni el viento logra­rán enfriar ni arrastrar su vocación hacia la meta empeñada, que si con su modesto capital, los 20 duros que trajo de su pueblo y que eran toda su fortuna, no lograra abrirse el camino de su porvenir, lo conseguiría con el tesoro de su genio y de su voluntad.
Y en medio de tanta vicisitud de tanta contrariedad, de tanto dolor, de pérdida de deudos queridos, de envidias profesionales, de falta de recursos, con la esperanza y la vista puesta en la Providencia, en el amor a la familia y al pueblo, que son nuestros mejores y más leales aliados, una vez más supo luchar y en noble lid.
Y llegó por fin la jora esperada; la diosa de la fama le tiende su mano y le sonríe benévola, le ayuda a levantarse, y ya en la cumbre de la gloria, en lugar de elevarse a la aristocracia del arte, se viste de su tiempo. ¡He aquí sin duda el acto más generoso y humano de su vida! y consagra su fecundidad y su ingenio por entero a su Patria. No quiere trasplantar su arte allende las fronteras, aunque no ignora que quizá en aquellos momentos supieran comprender mejor. ¡Triste contraste el de la patria que no sabe apreciar el esfuerzo de sus hijos hasta que los pierde!, pero ¡qué importa!, pensaría, algún día sabrá compensarle su amarguras.
Es cierto que ha sido muy discutida su labor musical, pero es precisamente porque supo despreciar la fortuna poniendo al margen de todas sus seducciones, su alma esencialmente española que heredara en sí las características raciales del hidalgo generoso y desprendido que tanto produ­jera nuestro suelo.
Fue discutido como todos los reformadores y todos los inventores, y combatido por la envidia de la ignorancia y de la impotencia. Puede decirse de Chapí que el hombre fue muy superior a la obra, pues si éstas pueden algún día ser discuti­das, su estudio no podrá mermar la grandeza de una voluntad que supo triunfar en lucha abierta contra todas las adversidades.

Y como todo lo humano tiene fin, también llegó la hora postrera del artista, y en un frío amanecer del mes de marzo postrarse en su lecho, cerrando sus ojos en los momentos más gloriosos de su vida, en los de mayor éxito, cuando aún retumbaban en sus oídos la admiración popular y el estruendo «MARGARITA LA TORNERA». Y así soñando con la gloria de su arte quedó dormido para siempre en la vida.
Y hoy, a los 38 años de esta fecha, nos reúne en este acontecimiento que podría­mos llamar nacional, puesto que nacional es la gloria de su arte, la gratitud de todo un pueblo que sabe ofrendar a sus mejores el homenaje más sincero y grandilocuente que pudiéramos expresar en la erección de ese grandioso monumento que ha de consagrar perpetuamente la memoria del arte y del ingenio a través del tiempo y de las generaciones.
Nos enorgullece y exalta el pensar que si el consagrado era hijo de esta ciudad, también de sus mismas entrañas naciera el artista en cuyas manos prodigiosas se ha ido modelando este bello monumento nacido al conjuro del cincel del laureado escultor D. Antonio Navarro Santafé, como igualmente al esfuerzo y sacrificio de los dignísimos miembros de la Comisión: D. José Rocher y D. Cirilo Azorín, que secundados en esta ingente labor por los directivos del Ateneo Cultural «Ruperto Chapí», D. Escolástico Valiente, D. Juan José Amorós, D. Máximo García, D. José García, D. Gaspar Pérez, D. Ángel Torres, D. Miguel Esquembre, D. Luis Ferriz, D. Ricardo Menor, D. José Soler y quizá algún otro nombre que ahora no recuerde, con incansable laboriosi­dad y celo, sacrificando sus mejores horas, han hecho realidad un proyecto tan ingente que parecía irrealizable en tan corto espacio de tiem­po y que ha surgido como por arte de magia, para dar nombre y belleza a esta hidalga ciudad, todo amor, todo cariño y generosidad a la que todos sus hijos han aportado su grano de arena y que abre la primera página de fiestas, tan llenas de bello colorido, de fe, de entusiasmo, de ilu­sión y de algarabía, con este acto pleno de emo­tividad y de recuerdo.
Pueblo de Villena; no olvides nunca este acon­tecimiento que hoy vives y que nos reúne a tantos y tantos hijos de esta noble tierra en un apretado haz de hermandad y camaradería en torno a la figura señera del gran Maestro, y cuando en horas alegres o tristes pases ante la estatua de tu hijo predilecto, levanta erguida tu frente y piensa por unos momentos en el significado de lo que tu vista contempla; medita en la soledad de este bello paraje, ante esa figura de piedra el símbolo que representa y podrás admirar la lucha titánica de la voluntad, del trabajo, de la modestia, del arte, del amor..., las más preciadas virtudes humanas para que su ejemplo te enardezca, como su música te exaltara, mientras escuchas entre el rumor de esas fuentes y el susurro de esos árboles el murmullo de un cántico a la civilización y al progreso.
Extraído de la Revista Villena 2002.

No hay comentarios:

..... CONTINUAR... PASAR PÁGINA Pinchar en... (entradas antiguas)
Esta Web no se hace responsable de las opiniones de sus lectores. Todo el contenido es público. Usted puede copiar y distribuir o comunicar públicamente esta obra siempre y cuando se indique la procedencia del contenido. No puede utilizar esta obra para fines comerciales o generar una nueva a partir de esta..
Web: www.villenacuentame.com
E-Mail:
villenacuentame@gmail.com