No hace mucho, hablábamos con el jardinero de la casa de campo de doña Josefa Amorós, porque al transitar por la vía con unos amigos, nos sorprendió un jardín en medio del campo, del cual, a distancia, venían hacia nosotros perfilándose místicamente, unos bancos maravillosos de azulejos, que son en los Viveros de Valencia, artísticamente hablando, su blasón más preciado de aristocracia. Digamos antes de entrar a definir contornos y el alma de una mujer, que desde antiguo nos era conocida, doña Josefa Amorós, por relatos periodísticos y breves narraciones de amigos. Teníamos vivísimo interés en conocerla. Cuando un artista, o un hombre de ideas, o una mujer, alcanza popularidad, es forzoso ir a su encuentro para, viéndola de cerca, saber con certeza cuáles son sus rasgos y comprobar, por sus palabras, si la leyenda abultó los contornos o exageró los detalles. Esta tarde de domingo, encalmada y llena de silencios inefables, hemos tenido ocasión de estrechar la mano de doña Josefa Amorós y conversar con tan distinguida villenense, unos momentos, que su bondad, casi ha hecho interminables. El cronista se encuentra con una señora sencilla y de verbo abundante, sin ademanes altaneros y llena toda ella de una gran serenidad, que no rompe nunca ni el ademán preciso ni la palabra desbordante. Mujer de España, y cristiana profundamente, vió pasar los años sin inmutarse ante la vida y sus alborozos, permaneciendo rígida en su viudéz y ofrendando al esposo, ya en la Eternidad, lo que a nosotros, a través de todas las dudas, nos pareció siempre admirable y fuera del común sentimental de las gentes: El respeto sacratísimo a su memoria. En la estancia en que nos recibe, con ventanal delicado al que todo el movimiento de la calle converge, hemos admirado detalles exquisitos que comprueban que la vulgaridad huyó siempre de aquellos lugares, en que puso mano, doña Josefa Amorós. Habla con cierta ingenuidad y nos parece a través de sus palabras, a juzgar por el verbo copioso y preciso, que nos hallarnos con una levantina perfecta: con una de estas mujeres del reino de Valencia, que fundieron siempre en su corazón el sentimiento magnifico de la fé y un cierto deslumbramiento por el campo de donde proceden y al que hemos de volver todos, para reintegrarnos (alma o espíritu) a la gran sinfonía cantatriz de la Naturaleza.
Un momento, en tanto doña Josefa habla y escuchamos nosotros (el amigo que nos acompaña y el jardinero que tuvo a bien el presentarnos) evocamos la casa de campo del Grec, denominada así, por todos, a través de los tiempos, y el bellísimo jardín que le enfrenta, como un excelso pórtico florido y lleno de armonías infinitas. Con el pensamiento trasmigramos y henos frente al administrador de doña Josefa Amorós, Francisco Hernández, mediada la tarde de un día laborable y en el interior de un lindo saloncito-comedor, en que el decorado nos dá, la sensación del amor intensísimo que su propietaria siente hacia el Arte, y que hubimos de comprobar, admirando pacientemente todos los rincones del palacete, casi hemos de llamarle a esta casa, por el silencio recogido de la misma y por la diversa tonalidad de objetos admirablemente dispuestos y en el que no hay uno sólo que no esté abrillantado, o por un apunte , o por un cuadro, o por una delicada porcelana, más llena aún de resonancias estéticas frente a las franjas de terciopelo, que mediado el muro, ornamenta todos los salones.
¿Es esto una quinta de recreo o un pequeño museo? Esta exclamación surgió en nuestros labios, espontáneamente, al advertir tantos detalles primorosos, entre los que destacan por su belleza impoluta, la sillería de estilos varios, y el antiguo salón de cocina, que una lámpara ilumina, como un recuerdo dulcísimo de aquellas épocas patriarcales, en que junto a las llamas del hogar, juntábanse nobles y plebeyos a las veladas del Invierno, en tanto un doncel narraba, consejos melancólicos, una ingénua balada, a base del amor de una princesa con un pastor. Como la tarde declinaba, nosotros bajamos al jardín, tras de haber contemplado ensimismados, apuntes y tapices decorativos, que son motivos inefables siempre para el visitante.
En los andamios, donde los obreros golpean muros viejos y alzan los contornos de los pabellones remozados, no se advierte ya la silueta del albañil, ni ondea al viento, su blanca blusa, como un símbolo. Es en estos momentos, el silencio más profundo que nunca. Esto, amigo lector, seduce. En la ciudad cabe que la impresión no fuese tanta, pero aquí, influenciados, también nosotros, por un idealismo que no se vá nunca, quisiéramos forjar palabras extrahumanas para reflejar la emoción que estos parajes nos producen. La enorme balsa que riega las extensiones de terreno, dedicados al cultivo del aceite y del vino, que doña Josefa Amorós posee en abundancia, produce una cierta inquietud, por que aquella da idea, con sus aguas, ahora estancadas, de la riqueza que produce, cuando desatada su corriente, penetra en el surco y derrama sus alegrías generatrices y eternamente renovadas. El silencio, cada vez, es más intenso. Escuchando con un poco de fervor religioso, se diría que hasta se percibe el latido misterioso del corazón del Mundo, atravesando los subsuelos del mismo y floreciendo castamente en estos campos, inmovilizados por el brujo encantamiento de la hora: en la áspera serenidad de los montes que nos rodean y hasta en el Sol, que ya en su declinar de fuerzas, derrama místicamente sus oros, como una ofrenda piadosísima a la humanidad.
El jardín multiplica sus plantas y sus árboles y sus flores. Está trabajando a conciencia, como los dibujos rupestres de las tumbas egipciacas y los relieves portentosos de Benvenuto Cellini. Este es un jardín poblado de adalias y anémonas, pensamientos y lirios. Las más variadas flores se entrelazan y en uno de los macizos, la piedad de la dueña hizo esculpir con rosas, en torno a aquel, unas letras ofrenda de la viva al muerto y que comprueban que junto a las oraciones por el esposo, se alzan hacia el infinito, desbordando de la memoria sacratísima, que con el tiempo se hace más fuerte e intransferible. El cronista siente ensanchársele el corazón, advirtiendo los detalles primorosos que pueblan, el jardín todo.
Es difícil que en tan reducido espacio, puedan el plantío y el rosal, ofrecer una orquestación, estéticamente hablando, tan soberbia, de motivos de floricultura. Se vé que la mano que trabaja y el pensamiento que ordena, están acordes y por esa conjunción, ha sido posible tejer este jardín de ensueño. La fuente acredita, rodeada de unos plátanos y con sus ranas de piedra, de cuyas bocas surgen hilillos de agua que caen lentamente en la taza de aquella, que aquí, tanto el jardinero, señor La Torre, como doña Josefa Amorós, intentaron embellecerlo todo. Y más se confirma ello con la delicadísima rosaleda y el pabellón-cenador, admirable de traza, y en cuyo interior, los bancos y la mesa de piedra y los tapices que esmaltan los muros, hácennos evocar las cacerías de Fontaineblau, en uno de cuyos pabellones solían trenzar sus amores reales, Luis XIV y Luisa de LaValliere.
Escuchad: como una confirmación más de los sentimientos fraternales de doña Josefa Amorós, hemos de contar que todas las flores que se crían aquí, sirven tan solo para ser ofrendadas a los muertos familiares, y a la Virgen de las Virtudes, patrona de Villena. Objetará alguien: ¿esto es un artículo descriptivo, o un fragmento de novela? Digamos que nosotros, creemos más interesante describir algunos actos de misericordia de doña Josefa Amorós, y sus devociones por el Arte y sus cualidades relevantes para el comercio de vinos y aceite; que relatar como otros muchos, las andanzas de una canzonetista. Al ser invitado a ver sus posesiones, he de por fuerza, como tributo a una señora, que lo es más por el corazón que por ser mujer, transcribir aquellas leyendas, que por ser populares, apenas si hay quien desconozca. Pero, al escribir para gentes de fuera de Villena, hemos de hacer resaltar que su casa estuvo siempre abierta o todos; y que los humildes de los contornos de esta población hidalga, ha tiempo que forman con sus corazones un altar, en el cual, la Gratitud, es como una virgen inocente que recibe gozosa el efluvio espiritual de la Misericordia.
Saben todos que doña Josefa Amorós, regaló a la Virgen de las Virtudes, el manto valiosísimo que la cubre: que obra suya es también, el altar de la iglesia de los Salesianos, y la bandera de la guardia civil del puesto de Villena. Aparte multitud de hechos fraternales, se recuerda que hace días, con ocasión del reparto de pensiones a ciertos obreros, la Caja de Villena, doña Josefa Amorós, puso a disposición de los sexagenarios agraciados, un magnifico Buick, que ellos utilizaron por vez primera. Comprenderá el lector que todo esto es digno de loa, ya que no en todos los momentos, encuéntrase una señora, capáz de ofrecer todo, al indigente que pasa por la Vida, sin más tesoro que sus harapos, y al artista o industrial, que por carecer de medios, no sabe que hacer de sus ensueños artísticos. Y de sus empresas comerciales. A grandes rasgos, esta es lector, de EL DIA, doña Josefa Amorós.
Cuando las fiestas de Villena, en esta su casa en que estamos de nuevo, luego de la transmigración al jardín maravilloso de su casa de campo, la fachada se ilumina de forma espléndida y combinación de grecas, que forman nombres, se teje un letrero, de Amor y de dulzura repleto, que a todos asombra por su originalidad. De pie estamos ya, y estrechamos de nuevo su diestra, creídos, por no molestar mas, que nuestra entrevista había terminado. Pero ya en la calle nos indica el amigo que nos acompaña que sería interesante ver las posesiones de doña Josefa Amorós. Y una vez más, agradecidos a este bonísimo amigo, hemos hecho punto en nuestra plática y despedídonos de aquel para continuar la narración periodística y concluirla con las visitas hechas a estas casas, en el campo situadas, y que todos conocen por los rótulos de «Cristóbal Amorós», la de «Noguera» y la de «Las quebradas».
Un placer mas al recorrer, con el auto y en compañía de un amigo y el administrador señor Hernández, paisajes magníficos y contemplar estancias suntuosas, dentro de los contornos humildes de estos rincones; labrados para recrear el espíritu, con las perspectivas bellísimas que desde las azoteas se contemplan. Por todas partes tierras de cultivo, y parece ser incalculable, lo mismo el tesoro de los campos, que el oculto en las bodegas, en recipientes gigantescos. En las estancias campesinas que hemos visitado, detalles y primores que seducen por su exquisita composición: en los terrenos dedicados al cultivo del aceite y del vino, siembras por doquier, y siempre la tierra por todas partes, que un motor inunda de agua, en los momentos culminantes, en que aquella reclama la caricia inmortal.
Terminarnos con una impresión: la de que aturde tanta riqueza, tanto detalle, tanto deleite acumulado en muebles, porcelanas, centros, cortinajes y lámparas.
El cronista, humilde siempre, se inclina ante los que el Destino otorgó bienes materiales o excelencias del Espiritu. Estas y aquellos posee doña Josefa Amorós. Esta ya amiga respetable por sus virtudes, y a quien la popularidad orla con sus mas fervorosas inclinaciones sentimentales, no ha menester que nadie la exalte. Que se relaten una vez más sus gestas, si, porque no es proverbial entre gentes acaudaladas el tener presente siempre, que el Cristo murió en la Cruz, pobre triste y atormentado, y que según la parábola famosa del mismo hijo de Dios, en el Sermón de la Montaña, bienaventurados serán aquellos, que en el trance terreno, extendieron sobre los indigentes, el manto dulcísimo de la Misericordia...
Extraído del Periódico EL DIA (15 Junio 1927)
Cedido por… Juan Vale Carrasco
Cedido por… Juan Vale Carrasco
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