18 feb 2023

1974 UN SÍMBOLO ISLÁMICO EN EL CASTILLO

Un símbolo islámico en el Castillo de la Atalaya.
Por José Mª Soler García
Mano de Fátima en el Castillo de Villena (Foto Soler)
Si hay un período mal conocido en la historia de la ciudad de Villena, como en tantas otras de la región, es el de la dominación musulmana, lo que se debe principalmente a la casi total carencia de fuentes escritas. De ahí la elección del tema «Noticias de Villena en los autores árabes» para la convocatoria del «Premio Ciudad de Villena 1973», que no dio el resultado que se esperaba.
 Mano Ibérica de bronce (siglo IV a. de J.C.)
Es un hecho histórico sobradamente conocido que, en el año de 713, Abd-al-Aziz, hijo de Muza, venció a las gentes de Orihuela mandadas por el noble godo Teodomiro, con el que firmó un pacto en el que se le reconocía, no como señor de un reino independiente, según viene comúnmente repitiéndose, sino como jefe de una comunidad sometida al Califato de Damasco.
 En esta comunidad, conocida como «kura de Todmir», había varias poblaciones de atribución segura, como Orihuela, Alicante, Elche, Mula y Lorca, y otras tres dudosas, que transcribimos con la fuga de vocales que es común en las lenguas semíticas: IYIH, BOSRA y BLNTLA. Nos interesa especialmente esta última porque autores de la talla de Gaspar y Remiro, Sanchís Guarner, Lévi-Provençal y últimamente Guichard, la identifican con Villena.
 Gaspar y Remiro dijo ya en 1905 que «además de que esta ciudad existía antes de la invasión musulmana y continuó siendo después ciudad importante de la tierra de Todmir, citada repetidamente por los autores musulmanes, su nombre arábigo coincide en la mayor parte de sus trazos con los de las palabras del códice del Escorial», que es en donde se conserva el pacto de referencia. Sanchís Guarner sigue en esto al historiador anterior, aun reconociendo que «menos fácil es la identificación de BLNTLA con Villena que la de IYIH con Ojós, pero que tampoco es demasiado forzada». Lévi-Provençal traduce el pacto e incluye entre sus ciudades a Villena, sin más comentarios. Es Pierre Guichard, uno de los mejores conocedores actuales de la historia musulmana del Levante español, quien dice que, estando Valencia semidesierta y su territorio ocupado por bereberes hostiles al emir de Córdoba, los árabes de la «kura de Todmir» tenían en Villena un avanzado puesto de defensa que dominaba, además, el paso al valle de Montesa, camino de penetración para la llanura valenciana por el que discurría la más importante vía romana del Este peninsular. Estas vías romanas, todavía en perfecto estado por aquella época, tuvieron gran importancia en los desplazamientos de esta primera etapa de la conquista islámica.
Nuestro buen amigo Enrique A. Llobregat se ha ocupado recientemente, con su acostumbrada solvencia, de Teodomiro y del pacto, y si no niega la identificación de BLNTLA con Villena, tampoco la afirma con rotundidad.
Por nuestra parte, no vemos razón alguna que oponer a los prestigiosos autores que se deciden por la identificación cuando, por otra parte, los vestigios musulmanes en Villena son tan abundantes o más que en cualquiera de las poblaciones tenidas como de segura atribución. Precisamente por la importante situación estratégica que le reconoce Guichard, es por lo que Villena llegó a disponer de tres puntos defensivos: el «Castellar», con restos que los villenenses del siglo XVI consideraban ya antiquísimos; el castillo de Salvatierra, edificado sobre un importante poblado íbero-romano demolido probablemente en el siglo XIV, y el castillo de la Atalaya, cuyos fundamentos se remontan posiblemente a los tiempos del pacto y, en todo caso, no pueden ser posteriores al siglo XI, según reconoce el propio Llobregat.
El castillo de la Atalaya, fortaleza defensiva más que residencia señorial, como casi todas las que jalonan esa línea fronteriza que siempre ha sido el río Vinalopó, es parco en elementos ornamentales, especialmente en sus primitivas estructuras islámicas, pues hay que descartar, de una vez por todas, el pretendido origen romano de ésta y otras muchas fortalezas similares, que se basa generalmente en la cimentación rocosa, seudociclópea, de sus muros de argamasa.
Son muy hermosas ciertamente las dos bóvedas de ladrillo, de arcos entrecruzados, que sostienen las techumbres de los dos recintos inferiores de su fortísima torre, cuya altura se preocupó de remontar, en 1450, el marqués don Juan Pacheco, pero con estos arcos sólo se pretendió embellecer un fundamental elemento arquitectónico. Como simple adorno, puramente decorativo, cabría citar el rosetón que centra el doselete de entrada a la escalera de la torre.
Dentro de esta pobreza ornamental, es digno de señalarse un grafito que tuvimos la fortuna de descubrir en septiembre del pasado año, grabado con incisión profunda en el estuco, brillantemente patinado de gris, que cubre los muros de la citada escalera, a la derecha de la saetera que ilumina el segundo tramo.
En la parte superior del ventanal, se han imitado, también con líneas incisas, las dovelas de un arco, y a su derecha, bajo un conjunto de rectángulos de distintos tamaños, que bien pudieran representar los mampuestos de un muro o portalada, se ve una mano extendida colocada sobre un óvalo en cuyo interior hay un entrelazado de cuatro arcos que dibujan en el centro una especie de cruz. Todo el conjunto se cierra por abajo con una franja formada por dos líneas paralelas y rellena con una teoría de «eses» más o menos regulares.
Bien conocida es la simbología de la mano votiva en el mundo precristiano. La mano que sujeta algo, como imperdibles, alfileres y otras cosas similares, se conoce en el mundo mediterráneo desde el siglo VIII antes de J. C., por lo menos, y como elemento del asa que se fija a una vasija, se da en lo griego arcaico y se perpetúa en lo helenístico y en lo romano, y es uno de los motivos fundamentales en los llamados «braserillos» rituales que tanto abundan en las necrópolis ibéricas. El proceso creativo de este motivo es bastante lógico: la mano viva que empuña los objetos se transforma en mano artificial, generalmente amena, que sujeta el vaso a que sirve de adorno. En nuestro Museo Arqueológico se exhibe una de estas manos votivas aparecidas en una sepultura ibérica correspondiente al siglo IV antes de J. C. Los romanos llevaban también una mano extendida en sus insignias militares.
Pero donde la mano adquiere toda su importancia simbólica, de fuerza magnética, es en el mundo islámico, y de ahí su difusión como amuleto. Para los bereberes, por ejemplo, la mano significa protección, autoridad, poder y fuerza, acepción que ha llegado hasta nuestros días en la frase «tener mano», que es lo mismo que tener influencia o poder. Sirve también entre los bereberes para conjurar el mal de ojo, y se lleva como dije, o recortada y grabada en piezas de oro, plata y otros metales más corrientes, superstición que cundió asimismo entre los cristianos, pues era corriente en la Edad Media colgar a los niños del hombro una «higa» de azabache para preservarles del aojamiento. La «higa» era, como muchos saben, una mano cerrada que mostraba el pulgar entre los dedos índice y medio.
En la magia africana, la mano abierta recibe el nombre de «jamsa», que es a la que los europeos llaman «mano de Fátima» y algunos denominan también «mano de Deut» o de «David». Algunas tribus árabes ven en sus cinco dedos el símbolo de Mahoma y de los cuatro miembros principales de su familia: Fátima, Alí, Hasan y Husayn. Para otros, es el recuerdo de los cinco preceptos alcoránicos: ayuno, limosna, oración, viaje a la Meca y creencia en la unidad de Dios. Es superstición mahometana que la mano extendida, puesta de frente, en ademán de detener a alguien, es el más completo símbolo del poder y tiene la virtud de contener la fuerza del enemigo.
Esta es la significación que más le cuadra a la mano de nuestro castillo, colocada como está al final de un tramo de escalera en posición de defender la entrada al primer piso de la torre. Con significación similar aparece grabada en la puerta llamada «de la Justicia», una de las primeras que hay que atravesar para penetrar en los recintos de la Alhambra. En muchos casos, acompañan a la mano unas llaves, como puede verse también en la clave del arco de ladrillo del llamado «Patio Polo», del mismo palacio granadino. Son las llamadas «llaves del Paraíso», que se representan también aisladas y que los mahometanos suponen enviadas del cielo para que los africanos abriesen las puertas de España.
Es de señalar que esta mano abierta que muestra su palma, es también emblema heráldico usado en España por algunos hidalgos. Recordemos una de las «trovas» de Jaime Febrer al referirse a Bernardo de Masana:
Una ma polida, de molí bon color,
senyal evident que está sana é bona,
Bernat de Masana, sobre camp de or,
pinta en son escut.
Como temas ornamentales en las cerámicas hispano-moriscas, la «mano de Fátima», así como las «llaves del Paraíso», se utilizan con gran profusión. Ilustramos este artículo con variados y abundantes ejemplos de vasijas, azulejos y alizares, elegidos al azar entre ejemplares de diversas épocas.
En este año de conmemoraciones y del «Primer Congreso Nacional de Fiestas de Moros y Cristianos», en el que vamos a ver desfilar tantos mahometanos fingidos, hemos creído oportuno divulgar la existencia en nuestro castillo de este curioso símbolo que nos deja-ron como recuerdo, hace siete u ocho siglos, los «moros» de verdad, y que bien pudiera ser adoptado como auténtico emblema por alguna de las comparsas actuales.
Alhambra de Granada. Puerta de la Justicia. (Foto Soler)
Fragmento del Museo Arqueológico de Alicante 
(Foto Archivo Diputación Provincial)
Extraído de la Revista Villena de 1974

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