25 ene 2023

1954 LAS FIESTAS Y SUS VALORES

LAS FIESTAS Y SUS VALORES
La formación de los pueblos es la resultante de la formación de sus ciudadanos, como la constitución de nuestro cuerpo es la resultante también de la constitución de nuestros órganos y sistemas. Formar ciudades es, pues, reducir el problema a forjar sus hombres.
De ello nos habla la Pedagogía. Y hacemos la salvedad de que el concepto pedagógico lo usaremos en sentido lato de conducir bien a los hombres, saltando con desenfado por encima de su etimología.
La formación del hombre en la total dimensión de su vida abarca el instruirle y educarle en los conceptos de VERDAD, BONDAD y BELLEZA; instrucción que habla a la inteligencia y educación que lo hace más bien a la voluntad. Ello le valoriza ante sus semejantes, y, sobre todo, ante Dios, pues cuanto más aprenda y aprehenda de estos valores, más semejante se habrá hecho a EL, que es todo esto en grado máximo, infinito.
Por ello, rindiendo culto a la VERDAD, se tiende por los educadores a nutrir las inteligencias con alimentos llamados Ciencias: un conjunto de conocimientos que, en primera instancia, le servirán para la lucha por la vida, cuyos mejores puestos acaparan siempre los mejor preparados. Pero se tiende más aún al fortalecimiento de la voluntad, que es la que definirá el carácter de cada uno y que, en último término, delimitará el caudal de sus virtudes, su grado de BONDAD. Todavía en un tercer apartado encuadramos lo afectivo, el sentimiento de la BELLEZA, lo que nos hace de vibrar de alegría o de pena, lo que no es de utilidad en el sentir crematístico de la vida, pero que decididamente influye en nuestras pasiones y emociones, que son el substrato—nada más y nada menos—de que pasemos por la vida felices o desgraciados.
Después de este párrafo preliminar que seguimos juzgando necesario e inevitable, busquemos estos primeros conceptos que influyen sobre la vida de todos y cada uno de los individuos en una acotación de tiempo y espacio: Villena y sus fiestas de Moros y Cristianos de Septiembre.
Encontramos ya el primer valor pedagógico de las fiestas cuando instruye a propios y extraños en lecciones de Religión, con los creyentes y los infieles, con Cristo y Mahoma; se habla de distintos credos, de distinta fe; de la Cruz y la Media Luna... Se enseña de Historia y Geografía a través de esos parlamentos y Embajadas, de esas escaramuzas y guerrillas, fiel trasunto de aquellas luchas de siglos entre los eternos rivales africanos y españoles; se comenta de marroquíes y moros viejos, de los Reinos de Castilla y Aragón... Vemos lo pintoresco del brazo de lo artístico en la cimitarras y arcabuces, babuchas y espingardas, jaeces y chilabas. Y en esa teoría interminable de comparsas que son marinos, o americanos, o negros, o piratas, o contrabandistas... ¿Acaso no se nutre la inteligencia en esa lección expositiva con ideas de Religión, Historia, Geografía, Arte, Pintoresca, Música con tantas interpretaciones muchas de ellas del villenense Ruperto Chapí—y hasta si queremos de Cálculo, que no son pocas a veces las operaciones aritméticas que hay que realizar para que nuestros gustos y deseos estén de, acuerdo con nuestras disponibilidades?
El segundo concepto, el que educa la voluntad formando el carácter para que tienda al BIEN, se encuentra aún en mejores condiciones de forja en medio de ese estruendo y algarabía policromada de las fiestas, pues ya dijo Goethe que el talento se forma mejor en la soledad, pero el carácter en medio del torbellino del mundo. ¡Qué magnífica escuela de formación pueden ser esos días para cada uno de nosotros, haciendo o perfeccionando nuestro carácter con la energía sorda y constante de la voluntad, como quería Lacordaire; con esa hospitalidad al forastero, que, tendiendo a hacérselos más agradables a ellos, resulten aún más gratas para los villeneros; con el dominio de las pasiones, tanto más exacerbadas cuanto más hablan a los instintos primarios; ese saber divertirse sin demasiadas concesiones a lo menos noble de cada uno; defendiendo lo típico de los festejos aun en contra del gusto particular de cada cual, amando las tradiciones del terruño, exaltando el espíritu patriótico que vibra en toda ella, solidarizándonos con la Verdad y el Bien que simbolizan los cristianos en pugna con el error y la barbarie de los agarenos... Virtudes religiosas, patrióticas, humanas todas, que son partículas de esa BONDAD de que hablábamos antes. Y enmarcadas en un pueblo que tiene por patrona a la Virgen de las Virtudes.
¿Qué no se consigue y qué no podía conseguirse en el aspecto formativo en esa escuela ocasional, con esa materia prima tan moldeable, cuando asistimos a la devoción hecha milagro de esa entrada y esa despedida de su Morenica y a los restantes festejos del programa que, bien analizado, lo vemos girar todo él en torno a Nuestra Señora María de las Virtudes?
Por si fuera poco, aún nos queda otro tercer valor pedagógico que fluye espontáneamente de las Fiestas de Moros y Cristianos, él más llamativo y el que más atrae, hasta el punto de que, para muchos, es el único: la BELLEZA de los festejos. Esa policromía de la misma entrada y despedida que citábamos antes aunando la belleza externa a la belleza moral del acto. Vistosa y sonora. El villenense, cualquier villenense, vive unos días asimilando esas lecciones y motivos que destila el ambiente, cambiando el dómine adusto que empañaría su alegría por una linda muchacha con la que se degusta mejor la variedad de los festejos y saboreando simultáneamente los mejores frutos del terruño, la dulzura de los mostos, los encantos propios de toda mujer hermosa... hasta que a veces, muchas veces; pierde la localización en el espacio y en el tiempo. Cuando el ario villenero, como un curso de afanes, termina el cinco de septiembre de cada ario, la ciudad entera abre su paréntesis bullanguero de exhibiciones estéticas, cual viviente exposición de Arte, haciendo realidad todo sueño de gestaciones y deseos, para luego, otra vez, volver a empezar un nuevo curso de laboriosidad en sus vidas. En ese ario, mezcla de sueños y trabajos, debe presidir siempre la idea de instruirnos y educarnos cada uno en la medida de nuestras posibilidades, repasando en lo íntimo de cada cual los apuntes y notas grabadas en nuestra memoria que nos quedan o nos deben quedar de esas lecciones vividas en las Fiestas de Moros y Cristianos; lecciones que, bien aplicadas, en el correr, de nuestros días enriquecerán nuestro sentir de lo bello con ese regusto dulzón que nos queda de toda la policromía y fastuosidad de los festejos. Y, sobre todo, fortalecerán nuestra voluntad para que podamos saber y sepamos siempre querer lo que queramos. Así es como cada villenero escribiría el mejor epílogo a la pedagogía de las fiestas y que sería también escribir la mejor pedagogía de sí mismos y de Villena. Que es difícil no lo dudamos pero, pensando con Malesherbes, diríamos que haríamos muchas más cosas si creyésemos menos el número de las imposibles. Alcancemos cada ario cimas superiores en esos valores pedagógicos que son los valores humanos que todos—queramos o no—hemos de usar siempre en la vida: Instruirnos en la VERDAD, formarnos en la BONDAD, cultivar nuestro sentir por la BELLEZA en todas sus manifestaciones. Y así, formando al hombre, tendremos formada la ciudad. Es cuestión de limar defectos y afilar virtudes. Y aquí, en esta querida Villena tenemos a nuestro favor que la Morenita se llama también Nuestra Señora María de las Virtudes.—MANUEL PAREDES.

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