24 oct 2023

1992 ¿UN PATRIMONIO A CONSERVAR?

¿UN PATRIMONIO A CONSERVAR? Por JOSE M.ª ARENAS FERRIZ
Pocas cosas habrá tan entrañables para muchos hijos de Villena como las estrechas e irregulares calles de nuestra ciudad antigua, El Paseo por “El Rabal” trae a la mente de muchas personas recuerdos de una niñez vinculada a esa zona de nuestra dudad en la que también tienen su origen muchas familias. En general existe, creo yo, un sentimiento de afecto, de cariño, de raigambre hacía toda esa área urbana que se desarrolla hoy entre la Sierra y la calle Mayor; entre las calles de la Verónica o la Cruz y la calle Baja y la calle Nueva.
Y sin embargo, ese recuerdo afectivo se traduce solamente en eso, en nostalgia, no añadimos nada más. Ante nuestros ojos, y a un ritmo inusitadamente acelerado, el núcleo urbano madre de Villena se deteriora, se despuebla, se margina y se olvida. Y si se nos ocurre dar un paseo por sus calles, agradeciendo su pintoresquismo, su tranquilidad o su sosiego, lo es para inmediatamente salir y volver a nuestro hogar, sensiblemente alejado de esa zona.
La verdad es que “El Rabal” y, por extensión, todo el Casco Antiguo de Villena se encuentra hoy en un estado bastante lamentable, al menos si lo analizamos desde la óptica urbana y de la consideración de los problemas que esa visión implica. Dejando aparte ahora, y valorando el esfuerzo que se ha venido realizando en los últimos años en la mejora de los alrededores de Castillo de la Atalaya, el barrio nos ofrece un panorama desalentador, alcanzando hoy niveles de degradación que pueden resultar preocupantes. Uno de los principales problemas que hoy se padece, es el acusado proceso de despoblación que viene experimentándose, hasta el punto de que un elevado número de viviendas, desde luego superior al 50% de las existentes, se encuentran vacías; a o que habría que añadir que una buena parte del resto pueden presentar deficientes condiciones de habitabilidad. Este problema no es más que el resultante de la confluencia de otros muchos factores que, por sí solos, tienen también la suficiente sustantividad, derivados de las propias características urbanas del barrio: defectuosa infraestructura, por zonas, de los servicios básicos; irregular trama urbana que no permite el fácil acceso de vehículo motorizado, el automóvil, que todo lo avasalla y lo pone a su servicio; ausencia grave de equipamientos de índole comercial, e incluso de índole pública (salvemos el Ayuntamiento, los servicios religiosos y los restos comerciales de la otra importante calle Mayor); carencia de zonas públicas de esparcimiento; la propia tipología de las viviendas existentes; y también, por otra parte, la situación de problemática social que se genera en las zonas más próximas al Castillo. Todo un conjunto de factores que determinan que desde hace bastantes años, y cada vez con mayor intensidad, el casco antiguo resulte una zona carente de todo atractivo para la residencia en el mismo, no sólo por parte de los vecinos de otras zonas que, por supuesto, no se trasladan a vivir allí, sino por parte de los propios hijos de residentes en el barrio que salen de él, y de los propios vecinos que también lo abandonan. Consecuencia, el barrio se despuebla y queda vacío, sólo viven en él personas de mayor edad y algunos grupos con una gran movilidad que no fijan de modo estable su residencia en el mismo; se produce así un deterioro creciente, sin que se realice ningún esfuerzo especial por su revitalización, pues no es una zona de demanda urbana. Todo ello, además, dentro de un contexto general de pérdida de importancia de los sectores más antiguos de Villena (que factores como la desaparición del mercadillo eventual o del propio Mercado de Abastos de la Plaza del Rollo no hacen más que poner de relieve) y de desplazamiento del centro neurálgico de Villena hacia el noroeste, de modo que podemos pensar que ese centro no está ya tanto en la Corredera o incluso en la Puerta de Almansa, sino más bien a la altura del Colegio Salesiano.
Es una situación ésta que no debemos mantener. Supone un derroche que Villena no puede ni debe permitir. Por una parte, porque en el Casco Antiguo está el origen y la esencia de nuestra ciudad, y salvaguardarlo es asegurar la continuidad de nuestra memoria histórica; es una referencia necesaria, indispensable, de nuestra propia identidad como comunidad local. Pero no sólo eso, esta zona, hoy por hoy, representa todavía una enorme riqueza urbana, un área utilizable por muchas familias, sin necesidad de crear nuevas zonas urbanizadas en el extrarradio de la ciudad, con su consiguiente coste económico; es un derroche, también, en términos económicos. Y me parece a mí que no nos podemos permitir ese lujo. Cierto es que hay que incidir en todos aquellos factores que han ocasionado el deterioro actual y realizar una serie de mejoras e inversiones, pero el esfuerzo siempre compensará cultural, social y económicamente.
El Casco Antiguo de Villena fue declarado Conjunto Histórico-Artístico por Decreto de 21 de marzo de 1968, junto con el Yacimiento Arqueológico del Cabezo Redondo. Esta declaración ha supuesto, en la práctica, escasos beneficios, cuando no sólo cortapisas. Hoy día va tomando cuerpo en los medios administrativos y políticos que las declaraciones de protección, bien sean de un paisaje, un edificio o un conjunto de ellos, no pueden suponer tan sólo un conjunto de medidas restrictivas, sino que necesariamente deben ir acompañadas de un mayor o menor (según los casos) compromiso público en la conservación y mejora de aquello que se quiere proteger; y ello en aras al interés que para la colectividad presenta el bien en cuestión. Así se viene oyendo hablar últimamente de las inversiones de la administración autonómica en la conservación de barrios antiguos de diferentes ciudades de nuestra comunidad, con cifras, en algunos casos, astronómicas; recordemos los casos de Alcoy, Villajoyosa, Alicante o Valencia. Yo no sé cuál será el caudal necesario para impedir el deterioro total de nuestra ciudad vieja; lo que sí sé es que en las condiciones en que se encuentra, esa participación pública es precisa. Aunque la clave de la solución no esté fundamentalmente ahí, sino que tiene que darse la conjunción de una serie de factores que permitan recomponer el equilibrio que garantice el atractivo de la zona para sus futuros residentes.
Podemos hacer una serie de consideraciones:
En primer lugar, hay que contar con un estudio serio de esta área urbana, que analice con rigor su situación actual, sus problemas, sus posibilidades; que determine las líneas de actuación y los distintos órganos, con competencias en el tema, que deben confluir; que señale los recursos necesarios, y quién debe aportarlos; que regularice las características urbanas, proponiendo soluciones, también, en el diseño urbanístico, en su tráfico, en sus equipamientos, en sus posibilidades de aparcamiento... Y todo eso, con un especial mimo, con un sentido realista de las posibilidades de actuación. Este estudio, en nuestra legislación actual, tanto de protección del patrimonio cultural como urbanístico, se denomina Plan Especial de Protección y, en cascos antiguos declarados bien de interés cultural, como el nuestro, es además de existencia obligatoria. Habrá de tenerse en cuenta que la realidad del barrio no es homogénea, sino que existen zonas bien diferenciadas que exigirán planteamientos y soluciones distintas. Es necesario, pues, promover la redacción de este plan especial, garantizando la máxima participación posible en su tramitación y gestión. Esa base de la que pueden surgir muchas iniciativas.
Hay que afrontar también la problemática social existente en algunas zonas muy concretas, pues no hay que olvidar que puede ser un factor muy influyente a la hora de la promoción del barrio; ello exige, desde luego, mejorar las condiciones existentes en numerosas viviendas de las zonas más suburbio es, privando a las mismas de la situación de marginalidad en que ahora se encuentran; en la conjunción con todas aquellas medidas de carácter social que sean precisas. Un estudio de esta realidad social es también imprescindible.
En segundo lugar, parece aconsejable aplicar una estrategia del poco a poco, del cuidado del detalle, del pisar muy bien en tierra. Nada adelantaríamos si nos quedáramos tan sólo con la inversión de un puñado de dinero (¡y ojalá que venga!), sin suscitar al mismo tiempo el interés de los ciudadanos, y eso no se logra de un día para otro. Actuaciones pequeñas, puntuales; una reducida promoción de viviendas aquí, otra allá, una remodelación de una plaza hecha con sencillez y gusto...; actuaciones quizás un poco tímidas al principio, pera sin descanso, pueden resultar, a mi modo de ver, muy efectivas. La tarea puede ser lenta, pera vale la pena y una acción continuada pero valiente, resulta más que justificada.
En tercer lugar, hay que tener en cuenta que en el casco antiguo se encuentran varios edificios declarados monumento nacional o, en término de la actual legislación, «Bien de Interés Cultural»: el Castillo de la Atalaya, la Iglesia de Santiago, el Palacio Consistorial; así como otros monumentos con expediente iniciado para esa declaración, como nuestra Plaza Mayor. La revitalización de la ciudad antigua producirá unos indudables beneficios para estos bienes, que son patrimonio de toda la colectividad, realzando y dignificando su integración en el conjunto histórico. Los resultados pueden ser también, más concretos y tangibles en otros aspectos; pensemos por ejemplo en una potenciación del barrio y sus monumentos, dentro de un atractivo turístico del mismo, aspecto que quizás está más olvidado, pero que puede posibilitar una rentabilidad de las inversiones que se realicen.
En cuarto lugar, la iniciativa de las actuaciones en la zona deberá corresponder, al menos en un principio, a la administración pública; pero con las miras puestas en una necesaria implicación privada: en la promoción de viviendas, en el equipamiento comercial e instalaciones de carácter colectivo. La inversión privada en la zona es un objetivo a cubrir en un corto espacio de tiempo.
En definitiva, se trata simplemente de dar algunos apuntes que quieren reflejar la preocupación existente por el que parece inevitable deterioro de una de las zonas más entrañables de nuestra ciudad. Ante un fatalismo, expreso o tácito, sobre su situación no cabe, a mi juicio, más que una postura valiente y decidida que apueste por la recuperación de barrio, en beneficio no sólo de él mismo sino de toda la colectividad local; pero es necesario que nos convenzamos de ello; el debate tiene que ser general. Lo que sí me parece cierto es que a un corto plazo, de seguir como hasta ahora, la situación irá agravándose cada vez más, haciéndose progresivamente más difíciles las posibilidades de recuperación.
Extraído de la Revista Villena de 1992

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