18 may 2024

1994 SIGNOS DE PROGRESO

Signos de progreso. Por F. RENANS RIFEZ
Entre los diversos índices -cantidad de teléfonos existentes cada mil habitantes, consumo eléctrico, plazas hospitalarias, etc.- con los que se mide el grado de desarrollo alcanzado por un país o una comunidad humana determinada llama la atención aquel que se fija en el volumen de basura que esa comunidad produce periódicamente, de manera que una mayor cantidad de basura se interpreta como un signo de un mayor grado de desarrollo material; es decir, incrementamos nuestro bienestar en la misma proporción en que crece a nuestro alrededor la cantidad de desechos. La hiper desarrollada ciudad de Los Ángeles en Estados Unidos, por poner un referente conocido siquiera sea por las innumerables series policíacas de televisión de las que esta ciudad es protagonista, genera alrededor de tres kilogramos de desperdicios por habitante y día. Una marca realmente difícil de igualar. Frente a ella la populosa e histórica ciudad jornada de Ammán aparece en los límites del atraso; la muy subdesarrollada no alcanza el medio kilo diario.
Desechos en los alrededores del camposanto. Una impía metáfora.
EL mundo produce alrededor de mil millones de toneladas de desperdicios al año. El ritmo de producción está claramente relacionado con el Producto Nacional Bruto, de modo que los países más ricos son los que más residuos engendran, es decir, los que más recursos dilapidan, y, a la inversa, los más pobres los que, como consecuencia de la escasez en la que viven, se ven obligados a aprovechar al máximo todos sus bienes dejando muy poco para tirar. En dramático contraste con la escasez del mundo pobre, el mundo desarrollado encuentra de mal gusto reutilizar objetos usados y se vuelve loco con la moda de lo desechable, no se encuentran refrescos de envase retornable, los japoneses inventan transistores y máquinas fotográficas de usar y tirar y el reciclaje sólo llega a ser considerado digno de atención en la medida en que puede conllevar beneficios económicos.
En nuestro país y, más concretamente, en nuestra ciudad resulta fácil advertir por la multiplicación de vertederos, escombreras y muladares cómo el progreso otrora añorado y envidiado en países vecinos llega al territorio propio. La modernidad en forma de crecimiento de los residuos ha llegado por fin a España y los villeneros no nos hemos quedado en modo alguno atrás.
Es muy probable que si nos viésemos en la obligación de considerar otros índices significativos de progreso como metros cuadrados de zona verde por habitante, competencia de los servicios públicos, número de lectores habituales de prensa, volumen de empleo, o similares, los resultados ya no nos resultarían tan favorables, pero, al menos en este caso, podemos sentirnos satisfechos de haber alcanzado un grado razonable de progreso y no hay ninguna razón ¡qué caramba! para que debamos buscar siempre el lado desfavorable de las cosas.
En efecto, en el basurero local, según datos facilitados por la empresa concesionaria, entran alrededor de sesenta mil toneladas anuales de basura. Cierto es que hay que contar con el hecho de que otros pueblos también son atendidos por la empresa encargada de los residuos villenenses. Pero la cifra es claramente indicativa de que en la ancestral Túrbula hemos llegado ya a situarnos a nivel europeo, al menos en este campo. Es verdad que todavía no hemos alcanzado el nivel de otros lugares, pero podemos estar seguros de que si nos aplicamos con decisión poco a poco irán aminorándose las distancias.
Por las calles de mi Villena
Por de pronto urge acabar definitivamente con esa arcaica mentalidad de algunos de nuestros mayores que se empeñan en reutilizar las bolsas de plástico, guardar retales, reparar los juguetes de los niños, poner macetas en los botes de tomate o envolver los paquetes con las hojas de diarios atrasados. Todo ello no son más que rémoras al progreso que nos alejan de los parámetros de cochambre necesarios para podernos sentir a nivel europeo.
Naturalmente, esa manía reutilizadora es comprensible en nuestros mayores que han pasado por una larga época de escasez cuando España estaba, por así decirlo, fuera del mundo. Pero la incorporación a Europa y a los escenarios de la vida internacional exige presteza en la eliminación de todos esos indeseables rasgos de una España atrasada y autárquica.
No es necesaria una prolija argumentación para convencer a nadie de hasta qué punto Villena ha asumido responsablemente esta llamada a la modernización nacional, los números cantan.
No obstante, si un interlocutor imaginario y desconfiado no quedara todavía satisfecho con las cifras anteriormente expuestas no tendría más que darse un paseo por determinados lugares del casco urbano o del campo circundante tales como solares abandonados, accesos a la ciudad, alrededores del cementerio municipal y otros. En todos ellos encontrará abundantes testimonios del desecho, la basura y la bacinada. 
Marco escombrado para la ciudad
Los desperdicios se multiplican y nuestros paisanos más adelantados se aprestan a rendir pleitesía a la bazofia y la inmundicia, nuevos dioses de la religión ilustrada del progreso, con un entusiasmo que vence con facilidad el esfuerzo antagónico de los limpiadores, municipales o privados.
Es digno de destacar cómo algunos naturales del lugar, deseosos de situarse a la altura de los nuevos tiempos —con una astucia pedagógica que para sí quisieran los nuevos proyectos curriculares— siembran de escombro y casquijo las inmediaciones de los centros escolares ya se localicen al norte, al sur, al este o al oeste de la población, ya sean centros de enseñanza primaria o centros de enseñanza secundaria. De esta manera, los infantes y jóvenes villenenses reciben un día tras otro, a la entrada y a la salida del colegio, la lección de los tiempos modernos: el progreso y la mierda van indisolublemente unidos. En sus tiernas cabecitas se asocia precozmente, con unos lazos que difícilmente el tiempo podrá debilitar, la idea de escuela, símbolo señero del desarrollo, a la del despojo y la escoria.
Inmediaciones de centros de enseñanza
En ningún lugar, empero, como en la zona de Los Cabezos, junto a otros restos: los de nuestros prehistóricos antepasados del Cabezo Redondo, alcanza el residuo una representación tan genuina. Hacia poniente, en las proximidades del límite municipal, casi lindando con el de Caudete, se encuentran unos nuevos montículos que rivalizan en tamaño con los históricos Cabezos. Difieren, sin embargo, de aquéllos en su composición. En las entrañas de estas nuevas formaciones paisajísticas, que no proceden de ningún plegamiento geológico sino de la última transformación sociológica, se amalgama el plástico con el vidrio, el estiércol y la chatarra; de su corazón emergen constantemente unos densos vapores neogénicos que son como el anuncio de un nuevo mundo nacido de la polución y el pringue.
Vista del castillo
Por otra parte, dirigiendo la mirada a mediodía, en las inmediaciones de la carretera del Santuario, se localizan los cortados del vertedero municipal, abismos de la porquería y la bardoma, oscurecidos por el espeso humo de las hogueras de neumáticos que actúan como incensarios de una ceremonia del retestín y la jonguería sin celebrantes ni feligreses.
En el amplio y tétrico entorno que rodea estos dos lugares, innumerables plásticos, encaramados sobre los rastreros matorrales que el terreno cría, son agitados por el viento como improvisados estandartes de este récord de la acumulación de la roña. Se ha producido una nueva transubstanciación, el paisaje ha dejado de ser paisaje campestre invadido por la basura para convertirse todo él en basura misma. La apoteosis de la suciedad ha sido alanzada. La ciudad está definitivamente instalada en el marco de desarrollo que los tiempos modernos exigen.
Se acercan días de fiesta. Vecinos, familiares y amigos que viven en otros pueblos y ciudades se disponen a pasar unos días con nosotros. Aprovechemos la oportunidad de su estancia entre nosotros para mostrarles con orgullo los claros y evidentes progresos que se han producido en nuestra ciudad en este orden de cosas.
Extraído de la Revista Villena de 1994

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