OLVIDÉME DE TI
Por Jerónimo Hernández - Presbítero
PARPADEAN las estrellas
lágrimas de plata derretida
rumores que se apagan,
la noche me lleva entre sus brazos
a la quietud dormida.
Exento de avatares
cada noche me encuentro al fin conmigo.
Entro en mi alcoba solo
—Tú siempre la presides —
y me quedo contigo.
Larga, sostenida la mirada,
y después de mirarte
un ósculo recibes
pletórico de amores, pero anoche
olvidéme besarte.
Al incidir tus ojos en los míos,
escuché de tu voz el acento:
“¿Me niegas lo de siempre?
¿Es, pues, que no me amas?",
fue tu dulce lamento.
Tu queja por mí tan solo oída
me turba, me anonada.
¡Discúlpame, Señora, son tantos
los cuidados y afanes
de la dura jornada...
¿Has llegado a dudar?
¿No te dicen amor
los lagos de mis ojos
en aguas amargas anegados
de tristeza y dolor?
Y el requiebro alado del
"Ave, Ave María",
¿no es pertinaz idilio
desde el alba recién estrenada
hasta que muere el día?
Tú riges mis destinos
y habitas mis moradas,
Tú llenas la copa de mi vida
y estás en el recuerdo
de mis horas calladas.
Mi carne con la tuya
fundiría en eterna comunión:
dos vidas, dos alientos,
dos suspiros, dos amores,
pero un solo corazón!
Y cariño has de ver en mis huídas,
y amor hay aun en mis desvíos,
porque lejos de Tí
mi alma se hizo noche sin estrellas
y mis ojos fueron ríos.
Si aherrojado en tu cárcel
me tienes perpetuamente preso
entre rejas de amores,
¡bien amada Señora!
¿cómo negarte un beso?
Extraído de la Revista Villena de 1959
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