Jefe Local del Movimiento -
Consejero Provincial
Un pueblo alcanza categoría de
Nación cuando la comunidad que lo integra está en predisposición de empresa;
una Nación alcanza la categoría de Patria cuando la unidad ya lograda tiene una
misión que cumplir.
El hombre, "portador de
valores eternos", alcanza toda su dignidad cuando consciente de su
destino, predispone su ánimo para desarrollar plenamente, con satisfacción y
alegría, ese manantial de valores.
Si no existe esa
predisposición, es indiscutible que nos encontramos inhabilitados para ejecutar
funciones de proyección de ideas.
Si no realizamos esa
proyección, se pierde autenticidad y se malogra la misión al apartarnos del fin
para el que fuimos creados.
Es ello una especie que
inacción que puede ser motivada por diferentes causas, íntimamente ligadas con
nuestro sentir, y que acusan el grado y la capacidad de acción que tenemos en
orden a nuestra triple dimensión humana, político-social y religiosa.
La sequedad espiritual es casi
siempre la causa, que determina nuestra renuncia, nuestro estancamiento,
nuestro fallo en definitiva, anulando las inquietudes e impulsos que deben
renacer a diario y que son necesarias para poder realizar misiones inherentes y
consustanciales a cada hombre.
No querer. Evadir compromisos.
Encerrarse en sí mismo. Dar la espalda a la realidad. Anular todo testimonio de
acción social. Desentenderse. No acordarse del amor cuando se vislumbra el
odio; no contar con el perdón, cuando surge la ofensa; dejar que impere la
discordia y el error, por despreciar la unidad y la verdad; permanecer
impasibles ante la necesidad y el sufrimiento de los demás. Todo esto y algo
más significa el no estar predispuestos: no estar preparados para ejercer las
funciones que nos son propias y obligadas dada nuestra condición de hombres, de
hombres que vivimos en sociedad y de hombres que creemos en Cristo.
No es preciso un largo
discurrir para venir a la conclusión de que no es posible aislarse, cubrir nuestra
existencia con un fuerte caparazón y vivir "nuestra buena vida",
elevando templo a un individualismo que será nocivo y perjudicial para el mismo
que lo practica; injusto con la sociedad, nuestra acreedora en esfuerzos y
despreciable para aquél que nos con-cedió toda posibilidad de servicio para
estar conquistando a cada instante nuevos jalones por un mundo mejor.
Y es así, después de analizado
esto, cuando hemos de convenir en esforzarnos todos. No unos pocos, sino más
bien todos, para alcanzar la categoría que nos habrá de conceder la unidad de
misión.
De tal modo que el
mejoramiento de nuestros pueblos --por ejemplo-- no puede ser el resultado de
caprichosas tentativas, sino que ha de ser el producto de una fusión de
voluntades, la consecuencia de la superación de un servicio. Debe ser esfuerzo
comunitario y proyección, naturalmente asequible y en sentido ascendente. Obra
nuestra, de manera que no son nuestros pueblos o ciudades quienes nos han de poner
en movimiento, sino nuestro rango y ejemplaridad, nuestra plenitud de
quehaceres encaminados al bien común, quienes lograrán darles efectividad y
desarrollo.
Para lograr este grado de temperatura, de entusiasmo y abnegación, a muchos nos hace falta volver la mirada hacia los cauces, plenos de autenticidad, por donde realizar nuestro destino. Volver la mirada hacia lo que es fundamental y recuperar posiciones perdidas que se fueron entregando a lo accesorio, a lo superficial, a la concupiscencia material. Volver la vista, no para mirar solamente, sino para ver, pues que viendo y no mirando se penetra en lo profundo de las cosas y de ahí,, va en posesión de la esencia, iniciar una revalorización de múltiples virtudes, ya de orden humano, político o divino, que llegamos a enterrar o casi aniquilar por influjo de sofismas filosóficos, sistemas adulterados y lo más cercano: una desmesurada exaltación científica que intenta prescindir de Dios.
Para lograr este grado de temperatura, de entusiasmo y abnegación, a muchos nos hace falta volver la mirada hacia los cauces, plenos de autenticidad, por donde realizar nuestro destino. Volver la mirada hacia lo que es fundamental y recuperar posiciones perdidas que se fueron entregando a lo accesorio, a lo superficial, a la concupiscencia material. Volver la vista, no para mirar solamente, sino para ver, pues que viendo y no mirando se penetra en lo profundo de las cosas y de ahí,, va en posesión de la esencia, iniciar una revalorización de múltiples virtudes, ya de orden humano, político o divino, que llegamos a enterrar o casi aniquilar por influjo de sofismas filosóficos, sistemas adulterados y lo más cercano: una desmesurada exaltación científica que intenta prescindir de Dios.
Nos hemos de acercar a la hora
del amor, que nos descubra y haga entender la justicia social; a la hora de la
fe y la confianza, empezando por creer en nosotros mismos; a la hora de ir
dando, que podemos considerarlo como buena fórmula para empezar a recibir.
Esto es posible. Sólo basta
con desear, con querer alcanzar un estado que, podemos llamar de ánimo, aunque
yo diría de "gracia", en virtud del cual pongamos en acción todo ese
manantial de posibilidades que poseemos y que no podemos quemar en bagatelas ni
mantener adormecidas.
Y es así, movilizando nuestros
valores, que ello ya es hacer y no decir, pues hemos de anteponer al
"dicho" el "hecho", como iremos ejerciendo y desarrollando
esas funciones de qué hablamos.
Y seremos como flecha, ya en
vanguardia, fuera del arco, impulsada por brazo fuerte y seguro, cortando los
aires ágil y sin pereza, camino de su diana, cumpliendo su destino.
Y también seremos piedra para
rechazar los impactos que intenten separarnos de la verdad. Unidad monolítica
donde asentar nuestro buen ánimo, nuestra disposición espiritual. Pero no
piedra que se hunda hacia las profundidades del error y la negación, pues que
entonces sería preferible ser solamente corcho que al fin y al cabo, flota y
aunque a la ventura caprichosa de la corriente, siempre cabe la esperanza de
que ésta nos lleve hacia mejores horizontes.
Extraído de la Revista Villena
de 1959
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