4 oct 2021

1962 TIPOS DE VILLENA

TIPOS DE VILLENA Por Alfredo Rojas
La aparadora
Es joven, bonita, el cuerpo rotundo, rosa las mejillas, morena, graciosa. Tal vez pase, a media mariana, camino de la fábrica, por la calle de Zarralamala; o por esa otra, que lleva a tantos talleres, que arranca del «reancho» y sube hasta la sierra. Lleva la tarea metida en un pañuelo de color naranja, salpicado simétricamente por pequeños cuadritos negros; y a pesar del obstáculo que supone el voluminoso paquete, va intentando—consiguiéndolo—mantener al andar su innata y femenina gracia.
Es tímida, de carácter introvertido; baja los ojos ante la mirada admirativa del oficialillo de albañil que, en la mano el cubo de cemento recién amasado, se ha detenido a contemplarla. De ello, de su introversión, tiene la culpa su labor. Son infinitas horas ante la máquina, sin hablar con nadie: el padre, en el campo; la madre, en la plaza, en la fuente, o moviéndose por la cocina, entre miradas al puchero y puntadas al remiendo.
Por la noche, una bombilla de luz suave, sujeta a la máquina, llena su rostro de resplandor, en la semioscuridad de la humilde habitación. Destacan las pestañas, abatidas casi, pues los ojos entornados se concentran en el hilo que corre, tenaz, sobre el curtido. La boca entreabierta; rojas, que no rosa ahora, las mejillas; el cabello sobre la frente, la aparadora cose una y otra vez los pequeños pedazos de cuero, hábilmente manejados por las manos expertas.
Ellas y los ojos son los que trabajan. El pensamiento está muy lejos. Piensa, tal vez, que hay quien muchas noches sale de su camino habitual para pasar por delante de su ventana, por verla. O en lo que va a comprar para añadir al ajuar, que ya es un montón de ropa blanca en un viejo cofre, a los pies de la cama. O en el vestido que va a estrenar pronto; o en un blanco traje de novia, o ¡qué sé yo! ¿Sabe acaso cualquier hombre qué piensa, a solas, una mujer joven, bonita e introvertida?
El «regaor»
El «regaor» — qué mal suena regador, ¿verdad?—lleva una liviana chaquetilla de satén; unos pantalones con los camales cortados a media pierna; unos botines de lienzo curado, cubriendo la pantorrilla, y unas alborgas con cintas negras que dejan al descubierto una piel extrañamente suave y tersa, de color rosado, fruto de las mu¬chas horas que tiene los pies metidos en el agua.
Es alto y delgado, circunstancias exageradas por la complicidad de pantalones y chaquetilla, cedidos al cuerpo. Intuye muchas filosofías entrevistas en las largas noches de vigilia, cuando teje y desteje sus pensamientos, sentado en una linde, mientras espera el agua; arriba, la luna, que triunfa en lo alto del cielo; a lo lejos, temblorosas, las luces del pueblo.
Este mi «regaor», en el verano, apenas empezada la noche, cruza las calles y se sumerge, por una de las sendas que arrancan de la vía del «Chicharra», en la honda y grata negrura de la huerta, llena de chirridos de grillos y esos dulces y misteriosos sonidos con que los sapos intentan hacernos perdonar su fealdad. Lleva un farol y la «puncha» que ha de sostenerlo; el pañico, para tomar un bocado de madrugada, y la petaca llena a rebosar: «Prefiero que me se olvide el pañico antes que el tabaco».
Por la noche, solo, bancal arriba, bancal abajo, no tiene miedo. Solamente hay una cosa que asuste a los hombres del campo en la noche: ver una mujer sola. Su abuelo—me cuenta—pasó, ya hombre maduro, una larga noche de angustia, regando, mientras que, a un tiro de piedra, una mujer alta, delgada, vestida de negro, lo observaba. Sólo a la llegada de la aurora dejó de verla.
El nieto, más positivista, calcula, de noche, cuántas horas extraordinarias tiene que hacer para comprarse unas botas de goma, con las que librar a sus pies de la constante mojadura del agua.
El «tirasacos»
Hay todavía por hacer un estudio, a cargo de los aficionados a pintar caracteres y costumbres, de una peculiarísima zona de Villena, sembrada de tipos curiosos y de pintorescos quehaceres. Tal es la de San Sebastián, donde se detiene indecisa esa gran arteria urbana que es la calle Ancha, cansada de su regularidad, para volver a definirse después en la carretera, una vez pasado el asedio de las calles que han roto su trazado asaltándola súbitamente.
Muévense allí chalanes, negociantes de todo lo que el campo proporciona o a él atañe, agricultores que van a vender su cosecha, «tíos valencianos» con la blusa negra y un retorcido cigarro puro entre los dientes, algún que otro gitano y el inevitable «tirasacos».
Este personaje es el que sirve de mediador en las operaciones de compraventa; ayuda al trasiego de la mercancía adquirida; sabe quién tiene el artículo por el que se interesa un cliente; zanja una diferencia cuando los que tratan en el negocio no quieren apearse de su postura para no aparentar debilidad. Es cordial, por temperamento y por necesidad; dicharachero y campechano. Calza alborgas, viste un grueso pantalón de pana y una indefinible camisa, de la que surge una pelambrera hirsuta y semicanosa; y, en todo tiempo, sobre la camisa, un fuerte chaleco, desabrochado, que resiste impunemente el roce de la arpillera, los serones o los capazos.
Huele el negocio, husmea el trato y, aunque no lo llamen, interviene en todo lo que ve. Bajará al bancal, una amanecida, a ayudar a cargar el carro; traspasará después un portón de casa agricultora, buscando al amo porque sabe que tiene la cambra repleta de alfalfel seco, y antes de decir a qué va, hablará con él de cosas que nada tienen que ver con el negocio. Volverá después a San Sebastián, y si no hay «marcha», tal vez se acercará a un «pedacico» que tiene en el Rubial, a escardar o a dar una «miraíca».
Al día siguiente, otra vez a San Sebastián. Allí, en un corro, al lado de una mula, tal vez estén comprador y vendedor discutiendo las condiciones del animal, sin decidirse a fijar cifra. El «tirasacos» tal vez llegue en el momento en que, cuando ha pedido precio el que vende, contesta el otro, cazurro, para exagerarlo: «Yo no te pregunto lo que vale la finca. Tú dime lo que pides por la mula».
Extraído de la Revista Villena de 1962

No hay comentarios:

..... CONTINUAR... PASAR PÁGINA Pinchar en... (entradas antiguas)
Esta Web no se hace responsable de las opiniones de sus lectores. Todo el contenido es público. Usted puede copiar y distribuir o comunicar públicamente esta obra siempre y cuando se indique la procedencia del contenido. No puede utilizar esta obra para fines comerciales o generar una nueva a partir de esta..
Web: www.villenacuentame.com
E-Mail:
villenacuentame@gmail.com