1 feb 2022

1957 LUZ EN TINIEBLAS

LUZ EN TINIEBLAS - Premio «Gaspar Archent», en la Fiesta de Primavera, del M. I. Ayuntamiento de Villena

I
Harapos, que la anemia ha remordido,
cubren su carne seca,
enjuta, como leño macerado,
colorida de pena;
carne dormida de momia anquilosada
que incendios de erotismo no despierta,
porque no es llama y lumbre
la ceniza muerta.
Heredera de noches dolorosas,
magnífica en miserias,
vive sin vida en la yacija breve
la mártir madre enferma,
herida por el rayo de la muerte
que en secreto se acerca
al tálamo, donde ha de consumar
el postrer coito de sus bodas negras...
Doblada en medio arco
se inclina su pequeña
hasta quedar pegados los alientos
de la madre triste y la niña buena.
¿No estás mejor, mamá?-le ha susurrado.
Y las manitas de la hija ciega
(«radar» que Dios le ha puesto providente
en lugar de pupilas siempre abiertas)
buscaron en un tacto de caricia
las mejillas resecas,
los pómulos turgentes
del todo amor que se le va sin vuelta.
— ¡Mira que estoy sola!...
Y si te murieras,
¡a ti me abrazaría hasta quedar
como tú, siempre yerta!
¡No, mi vida! Si estoy mucho mejor,
si pronto iré contigo a la pradera
y cogeremos flores
que a ti tanto te alegran:
campanillas azules,
ramos de madreselvas...
¿Quieres decirme cómo son las flores
y cómo las estrellas?
¡Oh, qué gozo tan grande
si pudiera yo verlas!
Tú, mamá, que las ves todos los días,
dime cómo son ellas.
Las flores y capullos
me parecen de seda
y aspiro su perfume
cuando las tengo cerca,
pero el color..., el rosa, el azul,
el blanco, el violeta,
¡los colores!...
no los veo ni comprendo. ¡Si los viera!...
Me dices que las flores son bonitas,
pero ¿qué es la belleza?
Y el cielo, mamá, ¿cómo es el cielo.
donde están las estrellas?
¿Y la luna, y el sol, y la mañana,
y los rayos que caen de una tormenta?
¿Y los mares, y el oro,
y la luz y las perlas?...
¡Oh, mamá, cuántas cosas que tú admiras
para mí son secretas!
¿Por qué yo no las veo?
¿Por qué he nacido ciega?
¿Por qué he de vivir siempre encerrada
en la cárcel de todas las tinieblas?
— ¡No vida mía!
— ¡No llores, ten paciencia! (Aparte).
¿Qué le digo, Dios mío,
que la calme siquiera!...
Óyeme, sin llorar,
que yo te explicaré cuanto deseas.
Hay cosas en la vida
que el Señor las permite que sucedan
y nosotros no llegamos a alcanzarlas;
queremos comprenderlas
y muy pocos, en cambio, las entienden
porque muy pocos ven con luz eterna.
¿Saber tú quieres cómo son las flores?
¡Pero si las conoces aun sin verlas!
Ya sabes que la rosa está vestida
con primores de seda,
y sabes, porque aspiras la fragancia,
cómo es su perfume que deleita.
¿Que no ves su color?
¡Si es ficción pasajera!
Tú percibes la forma por el tacto
y su exquisito aroma te recrea.
Esto es de la rosa lo más grande,
lo que la hace bella.
El color, niña mía,
es cosa muy pequeña,
tan ingrávida es que
ni se mide ni pesa.
Tú puedes entender el colorido
del jazmín, de la rosa y azucena,
ya que sólo es un juego de palabras
el matiz vario que las diferencia.
Son blancos los efluvios de los nardos,
es morado el vaho de la violeta,
rojas son las fragancias de la rosa,
y verdes los olores de la selva.
El color de las cosas
es así: según huelan.
Lo bueno, lo que es noble, exhala a rosa;
lo malo, lo villano, nos apesta.
—Entonces, ¿los luceros a qué huelen?
¿Y cuál es el perfume de las perlas?
— Los luceros son como rosas blancas
florecidas, en una primavera
que el calor no marchita
ni el invierno las hiela,
en un jardín inmenso, que es el cielo
tan grande como el mar o la floresta...
Tal vez a nardo exhalen,
pero al ser la distancia tan inmensa
su aroma se pierde entre las nubes
y a nosotros no llega...
¿Y cuál es el perfume
del coral o la perla?
Son,.. inodoros por... ¡no tener color!
son... ¡cosas negras!...
(Aparte). ¡Mis engaños, Señor,
no los temes en cuenta!

II
Consumó su martirio,
enterraron su cuerpo,
y de toda la nada de la choza
se hizo cargo el silencio...
Allá se fue la madre,
cual ráfaga de viento
traspuso las esferas
para vestirse lampos de lucero.
Y aquí quedó la hija,
sauce en llanto, al desamparo abierto,
circuida de redonda soledad
como la sola esfinge en el desierto.
Flor de sal anegada
en la marisma de pesares densos,
no advierte que una dama
se llega a su aposento,
no advierte que alucina
su resplandor angélico,
y que estrellas y rosas va sembrando
tras cada paso quedo...
Se acerca, y ha posado
las blandas mariposas de sus dedos
en el rostro infantil,
ayunador de besos.
— Tu mamá, hija mía,
se fue con un anhelo:
que yo de ti cuidara
y ocupara su puesto.
Yo escucho complacida
de las madres los ruegos,
y en su ausencia forzada
por sus hijos yo velo.
De todos soy la Madre,
los llevo siempre en el pensamiento,
y en mi alma los clavo
con puntas de acero.
Sola ya no estarás
ni siquiera un momento.
¡No sabes, niña mía,
lo mucho que te quiero!
Yo te haré sonreír,
velaré tus ensueños,
¡te daré tantas cosas!,
¡te diré tantos cuentos!...
— ¿Y quién eres, señora?,
porque yo no te veo...
Me verás algún día,
pero ahora no es tiempo.
Ya te dije que soy
la Mamá de los huérfanos,
de los tristes, de todos los que lloran,
de los pobres enfermos,
de aquellos que andan solos en la vida
cargados de dolor y sufrimiento.
¿Me conoces ahora? ¿Estás contenta?
- ¡No sé lo que me pasa? ¡Tengo miedo!
¡Si viviera mamá!...
Mi mamá ¿por qué ha muerto?
— Tu mamá ya es feliz.
Se pesaron sus méritos,
se inclinó la balanza
y emprendió raudo vuelo.
No suspires por ella,
porque obtuvo su premio
al finir la jornada
de dolor y destierro.
No conocen los hombres
de la vida el misterio,
¡no conocen de Dios
los arcanos secretos!
Mi Señor no es injusto,
es absurdo creerlo;
son los hombres miopes
y el error está en ellos.
Cuando ya ha florecido
una rosa en el huerto,
la desgaja del tallo
blandamente su dueño.
Mi Señor cuida almas
como buen jardinero,
y después que han sufrido
se las lleva El al cielo...
— ¿Y por qué nací ciega
y pupilas no tengo?
¡Si tuviera la suerte
de unos ojos abiertos!...
Tal vez fuera peor
el ansiado remedio.
Tú naciste sin luz,
mi Señor puso un velo
en tus cuencas vacías,
¡El está en lo cierto!
La aflicción, el quebranto
la amargura, el desprecio, son...
¡regalos que Dios
les reserva a los buenos!
— Pues será la verdad,
pero yo no lo entiendo...
Otros muchos tampoco
la verdad comprendieron
y afirmaron que Dios
con el justo es severo.
Cuando intenta forjar
el orfebre joyero
la sumerge en el fuego
Y con duro martillo
golpeando el herrero
vence, al fin, cada día
la dureza del hierro.
Mi Señor, niña mía,
es divino platero
que modela en el yunque
de dolores acerbos
a las almas de oro
que han de ser su ornamento.
No te importe, querida,
de esta vida el destierro
con su carga de espinas,
¡que serán flores luego!
La jornada es muy corta,
y el dolor, llevadero,
y tu paga es segura,
¡y el gozar será eterno!...
¿Quieres ver a tu mamá
y volar conmigo al Cielo?
— ¡Oh, Señora, si pudiera!...
- ¡Por qué no, si yo lo puedo!
¡Se curó ya tu ceguera!
- ¡Duerme aquí, junto a mi pecho!

III
¡Oh, mamá, dame un abrazo,
estoy loca de contento!
...¡Oh, qué hermosas son las flores,
cuánto brillan los luceros!
¡Oh, Dios mío! ¡Mi Señor!
¡Ahora ya todo lo entiendo!...
JERÓNIMO HERNANDEZ SANTIAGO, PBRO.
Extraído de la Revista Villena de 1957

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