Paquito Medina y un amigo Antonio Montero, desde muy joven quería ser torero, aquí lo vemos en una tienta (Prueba que se hace a un becerro para comprobar su bravura y si es apto para la lidia)
Cientos de veces se han evocado, de un modo u otro, los caminos que muchos maestros del toreo han temido que recorrer hasta llegar a ser figura. Se de antemano que no voy a inventar nada, pero tengo la certeza que el relato siguiente llegará al corazón de más de una persona por lo cercano y real.
Corren los primeros años de los cincuenta y Los Jardines de Murillo de Sevilla acogen entre el aroma de sus flores y el verde intenso de sus plantas a una veintena de jóvenes que toreando de salón, con un rictus en su cara, sueñan con La Maestranza o Las Ventas. Son chavales que aspiran a ser toreros y la vida les ha obligado a elegir el camino más duro, tienen que ser maletillas.
Maletillas que por los angostos caminos de las ganaderías, con el hatillo a la espalda, rompen las suelas de sus alpargates para tener la oportunidad de dar cuatro pases a una becerra en los tentaderos. Después se pasa el capote para recoger las monedas que lanzan los invitados y si hay suerte puede que alguien se interese por alguno de ellos y le dé una oportunidad.
En la foto siguiente vemos a dos maletillas, con el dolor de los caminos retratado en su rostro, en un tentadero de Extremadura esperando la oportunidad de actuar en la capea y si es posible triunfar. Los maletillas son, nuestro paisano Paquito Medina, a la izquierda, y Antonio Montero, de Sevilla, compañero de andanzas y andaduras y alguna que otra vez de verdadera artimañas para calmar el hambre. Dos maletillas que querían ser toreros.
Foto cedida por... José García García
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