Sobre un villenero ausente. Por Antonio Arenas García
Villena ha tenido siempre una definida personalidad en el conjunto de los pueblos y las tierras de España. Y a sus hijos se les ha distinguido, en su actuación humana, en la manifestación de sus sentimientos y en su comportamiento individual y colectivo, por una serie de características, de rasgos específicos, que han permitido diferenciar y situar al villenero dentro de los tipos humanos que forman el total de las gentes españolas.
De las cualidades y características del villenero, en las que se aúnan y conjugan varias de las mejores del castellano (hidalguía en el trato, honor y respeto a la palabra, concisión y gravedad en el conversar...), del valenciano (laboriosidad, espíritu de iniciativa, sentido musical y artístico...) y aún del aragonés (hospitalidad llana y sin ceremonia pero dándolo todo, nobleza impetuosa y tozuda de carácter...), quiero ahora destacar la del amor vivo, constante y apasionado, a la patria chica, la tierra que le vio nacer; amor que no supone ningún complejo de superioridad ni de inferioridad, sino un legítimo orgullo de haber nacido en Villena y de ser hijo suyo.
En el villenero ausente, que vive fuera —más lejos o más cerca, pero fuera— de su ciudad natal, este amor se acrecienta, si ello es posible, manifestándose en cualquier ocasión apta para ello. Así, ¡Con qué alegría se saludan dos villeneros cuando se encuentran lejos de Villena! Aunque se conozcan someramente, aunque hayan tenido poca o ninguna relación, al encontrarse se tratan con un afecto, con una cordialidad que borra cualquier diferencia de ideas, de educación, de ambiente social que entre ellos pudiera existir. Y alcanza su mayor intensidad tal amor en el villenero ausente, llenando a éste de pena y nostalgia, durante los días de las Fiestas de septiembre pasados en otras tierras; días en que el villenero ausente no hace más que pensar en la Virgen de las Virtudes y en los actos que en su honor se estarán celebrando. (»Ahora estará empezando la Entrada...; ahora estará la Virgen llegando a los Salesianos, ahora...»).
No hace mucho leí en el programa de festejos de una determinada localidad, la celebración del día del vecino ausente (o del acto en honor del vecino ausente). Al pronto pensé que era una cosa así podríamos también hacerla nosotros. Después, al seguir meditando sobre dicho punto, ya no estoy tan seguro de ello. Porque. ¿No son todos los días de las Fiestas, días de los villeneros ausentes? ¿No son todos los actos de las mismas, actos también en su honor, en los que ellos participan y de los que son protagonistas? Y es que las Fiestas las hacen y las viven todos los hijos de Villena y el villenero ausente como pueda —y hace lo imposible por poder— vuelve a su tierra para tales fechas y se incorpora con el mayor entusiasmo a aquéllas, llegando a su plenitud gozosa en el amor a su pueblo, más hermoso que nunca en esos días únicos e inolvidables.
Extraído de la Revista Villena de 1974
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