Unos paisajes villenenses en el Monasterio segoviano de El Parral
por José Mª Soler García
Corre por Segovia un viejo adagio que dice: «Los huertos del Parral, paraíso terrenal». Bello es el paraje, sin duda, junto a las riberas del Eresma, resguardado por una meseta de tierras rojizas, entre praderas verdes, acacias, chopos y álamos, muy cerca de la capital y del edificio que antaño ocupó la ceca o Casa de la Moneda. Allí se alza el Monasterio del Parral, y desde sus patios y claustros, muy maltratados por el tiempo y por los hombres, se contemplan, a lo lejos, al Alcázar y la Catedral, monumentos insignes que no necesitan de ponderación.
El Parral tiene para los villenenses singular interés, por estar en íntima relación con los Pachecos, Marqueses de Villena.
A la izquierda de esta puerta se halla el sepulcro, primorosamente esculpido, de doña Beatriz Pacheco, habida en doña Catalina Alfón de Lodeña y la mayor de los diez y nueve hijos que tuvo, entre legítimos y naturales, el marqués D. Juan.Aunque muchos de los enterramientos de miembros de esta familia se perdieron para siempre, aún se conservan el de D. Francisco López Pacheco, IV Marqués de Villena, junto al de su mujer, doña Juana Lucas de Toledo; y en la pared izquierda de la capilla principal, antes del altar mayor, puede verse todavía, bajo un escudo policromado sostenido por dos esfinges, una lápida que recuerda a otro D. Diego López Pacheco, hijo tercero del matrimonio anterior. Mencionemos por último una lápida dedicada a doña Luisa Pacheco Cabrera, primera esposa de D. Diego Roque López Pacheco, VII Marqués, que se halla en el suelo de la capilla mayor, cercana a las gradas del altar.
Pero de los innumerables recuerdos de los Pachecos que guarda la iglesia del Parral, nos interesa resaltar que, en dicha capilla mayor, a ambos lados del altar, se conservan dos magníficos sepulcros de alabastro, de los primeros Marqueses de Villena, atribuidos a Juan Rodríguez y a Lucas Giraldo, discípulos ambos de Vasco de la Zarza, uno de los mejores escultores del siglo XVI.
En el correspondiente al lado del Evangelio, blasonado con los cuarteles de Pacheco y Acuña, se halla la estatua orante de D. Juan Pacheco, armado de punta en blanco y acompañado por un paje que le sostiene el yelmo y el escudo. En el lado de la Epístola, frente al anterior, hay otro mausoleo similar, con la estatua orante de doña María Portocarrero, segunda esposa de don Juan.
Pudiera pensarse en otras torres semejantes de nuestra región, como las de Yecla, Jumilla o La Roda, por ejemplo, pero si la imagen se complementa con el trozo de muralla que corre oblicuamente hacia la izquierda, y que no es otra cosa que la defesa exterior de una ciudad, como la tuvo la nuestra, y a mayor altura, sobre cimiento rocoso, otro trozo de muralla perfectamente asimilable a la de nuestro castillo de la Atalaya, cuya torre no figura seguramente por falta de espacio, no es muy aventurado suponer que el paisaje que ha querido representarse no es otro que el de Villena, muy de acuerdo con el título que ostentaba la Marquesa allí enterrada.
Algunos errores de perspectiva o aditamentos de relleno, perfectamente explicables en artistas cuya pretensión sería simplemente la de aludir, y no la de reproducir con exactitud, no logran desvirtuar el recuerdo del paisaje original.
No es ésta la única alusión a nuestra Ciudad que hubo en el Monasterio. Entre los sepulcros desaparecidos estaban el de D. Diego López Pacheco, Hl Marqués de Villena y Moya, duque de Escalona, conde de Santisteban y de Xiquena, y el de su mujer doña Luisa Cabrera y Bobadilla. Según acuerdo tomado por la Junta de Enajenación de Edificios y Efectos de Conventos de la provincia de Segovia el 18 de julio de 1838, fueron vendidas en pública subasta dos laudas de bronce o azófar que adornaban ambos sepulcros. Las dos llevaban inscripciones en latín terminadas con los escudos de Villena, Escalona y Moya. No sabemos a dónde irían a parar aquellas preciosas lápidas.
Si la visita a Segovia es obligada para cualquier español sensible a las llamadas de la Historia y del Arte, ningún villenense debería dejar de recorrer alguna vez el Monasterio del Parral, siquiera como homenaje de agradecimiento a los artistas que dejaron esculpidos aquellos entrañables paisajes.
Por nuestra parte, queremos dejar constancia de nuestro agradecimiento a fray Antonio de la Palma, prior del convento, por las facilidades que nos dio para contemplarlo y fotografiarlo a nuestro placer, y no sería justo silenciar la valiosa mediación que nos prestó D.ª Josefina Bertomeu, viuda de un malogrado segoviano, D. Justo Muñoz Gordo, médico que fue durante varios años en nuestra Ciudad.
Extraído de la Revista Villena de 1973
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