26 ene 2022

1987 BAROJA EL MALCONTENTO

BAROJA EL MALCONTENTO
Después de una noche de guardia en el hospital siempre me sucedía lo mismo, por la mañana flotaba en una especie de nebulosa que me impedía tanto el sueño como la concentración atenta para realizar cualquier tarea.
Un silencio seco resbalaba en mi mente electrocardiogramas, punciones lumbares, abdómenes abiertos junto con caras sudorosas, suplicantes y a veces indiferentes de los enfermos. En el fondo de la memoria sabía exactamente cuántos pacientes había examinado, qué enfermedad tenían y cuál sería su pronóstico. Quizás fuera mejor no seguir gastando los ojos con imágenes nuevas. Salir al espacio abierto. Romper los circuitos reverberantes de la memoria con un buen paseo y la lectura del libro abandonado días antes.
Desde el hospital fui andando hasta el parque, buscaba un banco lo suficientemente cerca de los árboles para sentir la impresión de que la vida seguía trenzando los minutos cotidianos, pronto lo encontré situado entre dos chopos, estaba alerta, silencioso, como diciendo: Aquí estoy para cualquiera que me necesite. Me senté relajado y recomencé la novela "El árbol de la ciencia" de Pío Baroja. Al principio retenía perezosamente las imágenes y los nombres de los protagonistas, pero poco a poco la ilusión novelesca me fue ganando y no percibí el momento en que alguien se sentó a mi lado.
Era un hombre de unos setenta años con una cabeza grande que cubría con una vieja boina de gañán negra. En la cara le destacaban unos, ojos de un color indefinido, una nariz de aletas amplias y un bigote espeso, que en parte cubría una boca algo torcida por un rictus entre cínico y melancólico. Iba vestido con un gabán negro de enormes solapas, de esos que se encuentran en los baúles de cualquier desván de pueblo.

Me sentí incomodo. Hubiera preferido proseguir la lectura en solitario, pero percibía que aquel desconocido con la etiqueta en su cara de viejo, sólo y charlatán, intentaría entablar conversación con alguien que se le pusiera a tiro y ese alguien en ese preciso momento era yo.
-    ¿Le gusta el libro? -Preguntó.
-    ¿Cómo no me va a gustar? -Respondí-Es la obra maestra de Baroja. ¿Lo ha leído usted?
-    Sí -Contestó-
-    Entonces sabrá -proseguí- que ninguna otra novela ha descrito mejor la desesperanza vital del español de principios de siglo.
-    Es curioso -dijo- torciendo el gesto con una sonrisa irónica-. Ese libro en su primera edición fue tachado de impío, clerófobo, deshonesto y nihilista, y ahora usted me dice que es una obra maestra.
-    No lo digo yo -respondí- Lo dice la crítica literaria de todo el mundo.
-    Ja, ja, ja... Así que hay que morirse en España para que a uno le otorguen honores, pero dígame -preguntó con timidez- ¿El autor ya no es Don Pío el Impío, el hombre malo de Iztea?
-    Que yo sepa -afirmé- ese nombre se lo impuso una sociedad revanchista que tenía en él su pintor más fiel y su mejor cronista. Nadie perdona a otros que le señale sus faltas y menos el español ya sea puro intelecto o masa.
-    Pero -insistió- ¿Se le sigue llamando Don Pío el Impío?
-    Supongo que en algunos ambientes cerrados y fanáticos se le seguirá llamando por ese nombre, pero yo a Don Pío le llamaría "Baroja el Malcontento".
-    ¿El Malcontento? Preguntó extrañado el viejo.
-    Sí. Para mí Baroja fue un hombre descontento con su época. No estuvo conforme con nada, ni con la ciencia ni con la religión, ni con la política, ni tan siquiera con la literatura, pero en ese fondo de descontento latía una gran aspiración al cambio, a la búsqueda de un hombre nuevo, más veraz, más perfecto, por eso le llamaría "Baroja el Malcontento".
-    Yo le diré cómo era Don Pío -respondió-. Le conocí tan bien como puede conocerse usted mismo. Pío Baroja fue un ser que esperó mucho de la vida, del amor y de los hombres, como esto le fue denegado se convirtió en un solitario espectador que reconvirtió su nihilismo en una escritura creadora. Si su vacío existencial no se hubiera llenado con los miles de personajes de su imaginación, probablemente se hubiera suicidado.
-    ¿Cómo lo sabe usted? ¿Acaso le conoció? -Pregunté-.
-    Sabe... me gusta ese apodo que usted me ha endiñado. "Baroja el Malcontento". Sí, me define bien y además suena mucho mejor que Don Pío el Impío.
-    ¿No se creerá usted Baroja? En mi consulta he visto pacientes que se creyeron Napoleón, Carlos V y hasta Felipe González, pero Barojas le aseguro que es el primero que veo.
-    Oiga joven. Usted ha estado de guardia esta noche. Yo también he sido médico y sé lo que se siente tras ser espectador en pocas horas de mucho dolor acumulado. Así que no se preocupe de quien soy o dejo de ser y sigamos conversando. Mañana con la cabeza clara ya tendrá tiempo de pensar si habló con fantasmas o con realidades domésticas.
-    Bien. Admito que estoy saliente de guardia y con un grado de conciencia que me permite hablar con las ruinas de Pompeya a poco que me lo proponga. Le doy la razón. Prosigamos nuestra charla. Dígame Don Pío ¿Por qué abandonó la medicina?
-    Bueno... se lo resumiré en pocas palabras. -Contestó- Ser médico en aquella época era hacer diagnósticos certeros y olvidarse de la terapéutica. La medicina era todavía una disciplina que manejaba datos oscuros ilustrados a la luz de la conjetura. Sí, existían grandes manuales semiológicos, pero a la hora de curar, uno se encontraba con la ineficacia y si algo no me ha gustado en esta vida es ser ineficaz.
-    ¿Solamente por eso? -Pregunté- ¿No existieron otros factores que le hicieran decantarse hacia la literatura?
-    ¿Le parece poco? -Respondió extrañado-Bueno... a decir verdad, también me conmovía el dolor de la gente. Mi sensibilidad hipertrofiada me pedía hacer algo más que diagnósticos certeros, por eso me hice escritor y a través de mis libros he intentado ser una especie de revulsivo contra la España desolada que me tocó vivir.
-    ¿Fue usted feliz en aquella elección?
-    En realidad, más de lo que la gente cree. No fui tan triste ni tan cascarrabias como me pintan mis biógrafos, ni tan ogro, gruñón y malhumorado. Fui como usted me define, un hombre malcontento que amaba por encima de todo la jovialidad, la inteligencia y la acción, pero... ya hemos hablado bastante de mí y usted sabe que soy un gran curioso. Cuénteme, hábleme de la medicina de estos días.
-    Es largo y conflictivo de contar -contesté-. Pero intentaré resumirlo lo más escuetamente posible. Verá Baroja. Hoy en día los médicos disponemos de grandes arsenales terapéuticos. Existen fármacos eficaces, técnicas quirúrgicas muy valiosas, medios diagnósticos computerizados; pero aquí está la paradoja. A pesar de todo, seguimos fallando. Existe una gran disarmonía entre lo que el paciente pide y lo que el médico puede dar. El enfermo cuando acude a uno, no busca tan sólo la salud orgánica, sino la solución a todos sus males sociales y psíquicos y el médico intuye que no hay un ajuste entre lo que se le demanda y lo que él puede dar.
-    Ya veo por lo que me cuenta que han avanzado Vds. mucho.
-    ¿Usted cree? A veces pienso que la Humanidad pone la marcha atrás y vuelve a reciclarse en los primeros momentos de la historia.
-    No lo crea -respondió Baroja-. En mi tiempo había hambre y había miseria.
-    Preocupaba más el adagio "Primum vivere deinde filosofare". A nosotros nos tocó la primera parte o sea llenar el estómago. A ustedes les ha tocado "El filosofar", señal de que las necesidades elementales están cubiertas.
-    Entonces ¿A qué atribuye Usted esa gran demanda de salud en un momento histórico en que precisamente Se disfruta más de ella?
-    Precisamente por eso. Ustedes han entronizado la trilogía Salud-Bienestar-Felicidad en el mismo pedestal utópico y la utopía es algo que no tiene fronteras ni límites, nunca podrá ser satisfecha. Con ello estimulan la demanda sanitaria subjetiva sea cual fuere el nivel de salud objetiva alcanzada.
-    Nuestra época ha idolizado la ciencia, la ha convertido en un semidios.
-    Sí -respondió Baroja-. Y eso no es malo mientras el pensamiento científico no excluya el pensamiento mágico del hombre
-    ¿Y dónde estaría la solución?
-    Ya se lo digo en mi novela. Ante la vida y el mundo no hay más que dos soluciones prácticas: O la abstención y la contemplación indiferente de todo, o la acción limitándose a un círculo muy pequeño. Lo ideal es que el hombre elija la segunda propuesta y procure en su pequeño círculo hacer bien las cosas, pero aceptando de antemano las limitaciones humanas y no excluyendo el pensamiento mágico. El hombre es una continua dialéctica entre el día y la noche.
-    Siempre será usted el mismo "Hombre de acción Don Pio".
-    Contra el mal de vivir sólo existe una solución: La acción mi querido colega.
-    Era tiempo de otoño cuando el viento de noviembre sopla amarillento entre los árboles y todo parece estar en espera de algo. En la hondura del silencio, nuestro espacio se había vaciado de palabras y sólo quedaba el aire que arremolinaba las alas de las hojas muertas. Baroja, sereno a mi lado, como hombre que yace en su verdad perfecta, escuchaba el silencio. El frío juntó nuestras miradas en una mutua despedida con la promesa de un reencuentro.
-    Yo le esperaré -dijo Baroja- a la salida de una noche de hospital, cuando se regresa al día con el cuerpo en un murmullo de recuerdos y ningún sonido impide remover la sustancia de las, cosas.
-    Yo le seguiré llamando "Baroja el Malcontento".
Le vi marcharse con pasos menudos y sigilosos, con el cuerpo ligeramente curvado hacia delante y las manos entrelazadas en la espalda. Le estuve mirando hasta que su silueta se convirtió por la distancia en un punto negro.
M. Dolores Gras
Extraído de la Revista Villena de 1987

No hay comentarios:

..... CONTINUAR... PASAR PÁGINA Pinchar en... (entradas antiguas)
Esta Web no se hace responsable de las opiniones de sus lectores. Todo el contenido es público. Usted puede copiar y distribuir o comunicar públicamente esta obra siempre y cuando se indique la procedencia del contenido. No puede utilizar esta obra para fines comerciales o generar una nueva a partir de esta..
Web: www.villenacuentame.com
E-Mail:
villenacuentame@gmail.com