La losa de mis sueños
A una mujer
Al mágico conjuro de una canción doliente,
mientras entona el cierzo su marcha funeral,
cruzas ante mis ojos provocativamente
brindándome el tercer pecado capital.
Y sueño que tus labios, pequeños y bermejos,
con un beso asfixiante me dan tu corazón
trayendo a mi memoria muchos recuerdos viejos
que me hicieron creyente de la diosa ilusión.
Y creo que la seda de tu cabello blondo
entre mis manos cruje melancólicamente;
y siento que tu espíritu, de mi ser en el hondo,
se agita cual las olas de ignoto mar hirviente.
Pero ¡ay!, que no muy luego te escondes en las sombras
y de dolor transido me encuentro en el vacío;
¡y ya no me acaricias! ¡Y nunca más me nombras!
¡Y no vienes a darle calor al pecho mío!
¿Por qué tú me abandonas, mujer de mis ensueños?
¿Por qué como un fantasma te desvaneces? ¡Di!
¿Eres sin duda alguna «la losa de mis sueños»
y cual fugaz quimera te separas de mí?
Por la ciudad te busco; por la vetusta aldea;
pregunto al cortesano y al rudo campesino,
al pastorcillo imberbe que desde el monte otea
y nadie hollar te ha visto de la vida el camino.
Te vas calladamente al país del misterio
como cosa sin nombre, como luz que se apaga,
entonando los salmos de ignorado salterio,
con majestad de reina, con prestigio de maga...
¿Por qué de mí te ocultas? ¿En qué sitio te escondes?
¿En qué negros abismos o en los cielos risueños?
¡En vano te pregunto! ¡En vano! ¡No respondes!
¡Eres sin duda alguna «la losa de mis sueños»!
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