17 dic 2023

2023 EL ESLABÓN, PARA LOS VILLENEROS AUSENTES. PREMIO FAUSTINO ALONSO GOTOR ESTUDIANTES

La Comparsa de Estudiantes cierra el año con la entrega del premio Faustino Alonso Gotor 2023 al trabajo EL ESLABÓN. PARA LOS VILLENEROS AUSENTES de Francisco Javier Rodenas Micó. Un año más en el museo de la Troyica ante la presencia de Mayte Gandía en representación del Ayuntamiento, Paco Rosique de la Junta Central, Eli Micó presidenta de los Estudiantes, Mateo Marco amigo y presentador del autor del libro Francisco Javier Rodenas Micó se realizó el acto ante un numeroso público que escuchó atentamente las intervenciones.
Al finalizar el acto, firma de libros por parte del autor, y firma en el libro de honor de la comparsa de la Madrina y de Francisco Javier Rodenas. 
La Comparsa de Estudiantes desea a Villena un Feliz 2024.
Seguidamente en los salones de la Troyica se celebró el brindis navideño de la comparsa de Estudiantes a la que acudieron muchos cargos de otras comparsas.
Intervención de MATEO MARCO AMORÓS
Sobre El Eslabón
Presentación del libro de Francisco Javier Rodenas Micó
Para los villeneros ausentes
Premio de Ensayo e Investigación Faustino Alonso Gotor, 2023
XXª convocatoria
Villena, 16 de diciembre de 2023
Protocolo
En primer lugar, al tiempo que reitero mi enhorabuena a Francisco Javier Rodenas Micó, le agradezco el que haya pensado en mi persona para la presentación de su libro Para los villeneros ausentes, agradecimiento que hago extensivo a la Comparsa de Estudiantes en general y en particular a su directiva y presidenta, Eli Micó Chamorro.
Viví muchos años apreciando la responsabilidad de mi padre en la Comparsa Bando Marroquí, en "Los Marruecos", y no arriendo las ganancias –si acaso las hay– a quienes se comprometen en el mundo complejo y cada vez más complejo de nuestras Fiestas. Es por lo que conociendo como conozco sus exigencias, os deseo lo mejor para bien de vuestra Comparsa que será para bien de la Fiesta.
A modo de introducción
Es la segunda ocasión en la que se me concede el honor de presentar el trabajo ganador del Premio de Ensayo e Investigación Faustino Alonso Gotor, un premio de ensayo que con el mimo de José Luis Barrachina Susarte vimos nacer, junto con los amigos César López Hurtado y José Puche Acién, hace veinte años, en 2003.
Cierto es que en dos ocasiones, por circunstancias que en su momento comentamos, nos ha preocupado la deriva del certamen, pero no por ello habremos de demonizarlo, sino por ello seguir mimándolo más. Estudios como el que hoy presentamos, lo prestigian.
Es la segunda ocasión –decía– en la que se me concede el honor de presentar el trabajo ganador, la primera fue hace siete años, mañana justamente hará siete años que presentamos el libro Alfredo Rojas y el café de las doce, de Juan José Torres Crespo .
Hacía mucho frío aquella tarde pero aquel libro nos trajo el calor de personas que estimamos. Y hoy, precisamente, el estudio titulado Para los villeneros ausentes nos vuelve a traer ese calor. Porque el libro se centra principalmente en los entresijos del boletín periódico El Eslabón, boletín periódico que nació en "El café de las doce".
Si como se afirma en el Edipo de Voltaire la amistad de un gran hombre es una bendición –o un regalo– de los dioses, confieso que me puedo sentir muy regalado porque tanto como intruso en las tertulias del célebre café, como mi colaboración en El Eslabón, me procuraron la oportunidad de conocer a unos grandes hombres, muy grandes.
En el libro Para los villeneros ausentes varios títulos de película sirven para los diferentes apartados que se estudian y "Los siete magníficos" ha titulado Rodenas el capítulo dedicado a quienes iniciamos El Eslabón. Si para mi persona siento exagerado lo de magnífico, no para las demás personas que glosa y que merecidamente se les puede calificar de "Magníficos". Con mayúscula.
Vértigo
Y sí, en "El café de las doce" nació El Eslabón, BOLETÍN PARA LOS VILLENEROS AUSENTES, como reza su cabecera. Un periódico trimestral. Nació El Eslabón por iniciativa de Vicente Prats Esquembre. Ya saben los que conocieron a Vicente Prats, que si alguna idea rondaba por su cabeza, más pronto que tarde esa idea llegaba a buen puerto.
Por aquellos años en los que nació El Eslabón trabajaba yo en el IES Hermanos Amorós en el turno de nocturno, lo que me permitió frecuentar las tertulias de "El café de las doce". Un lujo. Un privilegio. Y algunos días, tras el momento del café, aún me quedaba tiempo para, paseando, acompañar a Paco García –Francisco García Martínez– hasta su casa. Paco García había sido profesor mío, muy apreciado, y en aquel tiempo compañero de Claustro. En la mañana en la que Vicente Prats propuso la idea de El Eslabón, aquella mañana, cuando me despedía, Paco García me sentenció –seguro que como advertencia para que fuera velando armas– que si Vicente se había propuesto esa publicación, la publicación se haría. Y se hizo. Comprometiéndonos se hizo.
Siendo uno de los colaboradores de dicha publicación, participando en su nacimiento, comprenderán que sienta vértigo al leer el trabajo que Francisco Javier Rodenas nos ofrece. Historiador historiado, me siento como cazador cazado. Ante el espejo de la Historia. Nada más y nada menos. Ante el espejo de la Historia... ¡Vértigo!
Sobre el libro Para los villeneros ausentes
El libro Para los villeneros ausentes de Francisco Javier Rodenas Micó nos ofrece principalmente un análisis pormenorizado de lo que fue la publicación periódica El Eslabón. La estructura del estudio es inteligente.
En una primera parte, la investigación justifica la razón de ser de El Eslabón. Si PARA VILLENEROS AUSENTES, por qué ausentes. Esto se explica recordándonos algunas páginas de nuestra historia, tristes, muy tristes, como las del exilio; y páginas esperanzadas, acaso de sabor agridulce, como las de la emigración.
En la segunda parte del libro, centrada en El Eslabón, el autor analiza principio y fin sin olvidar a quienes tomaron el testigo de la publicación conforme iban/íbamos desapareciendo quienes la habíamos iniciado. Así será la labor siempre deliciosa de Fabiola Martínez Espinosa y la lucidez de Carlos Prats Elorriaga. Esto, hasta que llegó el fin justificado del boletín físico. Pero el autor no olvida su continuidad en internet, el testigo que perpetúa la memoria y razón de ser de El Eslabón. Esto último y presente, digno de agradecer, bajo la responsabilidad de Joaquín –Chimo– Sánchez Huesca y Santiago –Santi– Hernández Reig.
El trabajo investigador de Rodenas demuestra un aprovechamiento perspicaz de la información, tratada con originalidad y rigor científico, y expuesta con una narración afortunada como no podría ser de otro modo viniendo de quien viene.
Destaquemos, entre otros contenidos, el justo reconocimiento que se le hace a Alfredo Rojas Navarro.
Lo diremos tantas veces como haya que decirlo: quienes tuvimos el privilegio de conocer a Alfredo, mucho le debemos. Y más quienes estimamos la tarea de escribir. Rodenas ha percibido con claridad –y lo destaca– el compromiso y responsabilidad de Rojas, como siempre lo fue –comprometido y responsable– con todo lo que le ocupó; entregándose siempre en cuerpo y alma.
Entre lo que se anota sobre Alfredo, el estudio atiende también algunas de las portadas de El Eslabón, los comentarios exquisitos que Alfredo redactó. Asunto que daría para un bello estudio exclusivo. Lo adelantado por Rodenas Micó lo pregona. Y lo exige, Francisco Javier, lo exige. ¡Ánimo!
Del libro, destacaremos también el complemento que se hace a la ficha técnica que sobre El Eslabón publicamos César López Hurtado, José Puche Acién y un servidor en 2007 en la investigación sobre la prensa local en Villena editada por el Instituto Juan Gil-Albert de la Diputación de Alicante . Habiéndonos puesto el límite cronológico en 1999 para las publicaciones estudiadas, El Eslabón aún estaba vivo, por lo que la ficha quedó obviamente incompleta. Me permitirán que aproveche esta referencia al estudio sobre la Prensa local que hicimos López, Puche y un servidor para felicitarnos en la actualidad; porque gracias a las Bibliotecas Municipales de Villena, desde el 24 de noviembre pasado, podemos consultar digitalizada la prensa local villenense.
Volviendo al libro que nos ocupa, el análisis de Rodenas llega a más. En los últimos apartados analiza y comenta los temas que ocuparon y preocuparon en los prácticamente doce años de vida al boletín. Este balance y análisis corrobora la utilidad de El Eslabón en unos tiempos, internet muy incipiente, en los que el acceso a la información no estaba tan al alcance de la mano como ahora; y esto es fundamental para comprender El Eslabón, hoy incomprensible. Rodenas lo explica muy bien en el estudio y demuestra que El Eslabón no fue una publicación baladí, sino que actuó como centinela, como atento observador para informar a los villeneros ausentes sobre las cosas de su pueblo. En definitiva, para encadenar con su pueblo a estos villeneros ausentes.
¡Villeneros ausentes!
¡Villeneros ausentes!
Recoge también en el libro Rodenas mi desafección con el concepto "ausentes". Ciertamente nunca me gustó. Igual me pasa con el que se utiliza en las parroquias para nominar a ciertas comunidades a partir de determinada edad, calificándolas como movimientos de "Vida Ascendente".
"Ausente" y "ascendente" me parecen conceptos que connotan excesivo desapego, demasiado distanciamiento. "Vida ascendente"… 
Es por lo que frente a "ausente", prefiero sí "partido". "Partido" en su acepción de "el que parte, el que se marcha"; como también en la del que manifiesta división emocional, en sus sensaciones, en su corazón, por tenerlo "partido" añorando en estos casos su patria chica.
Despedida y cierre
Y no gustándonos lo de "ausentes", "villenero ausente" nos tocó serlo cuando decidimos traladarnos a Orihuela en septiembre de 2000. Desde entonces, esa circunstancia nos permitirá, habiendo sido colaborador, tener la otra percepción sobre El Eslabón, la de receptor. Y si receptor, imposible colaborar por norma de la propia publicación.
Respecto a nuestro traslado cabe un pequeño matiz al trabajo de José Francisco Rodenas que al referirse al mismo lo achaca al motivo profesional. Cuento hoy lo que personas más íntimas conocen sobre el porqué nos fuimos a Orihuela.
Fue una decisión, primero mía, consensuada posteriormente con Mari Carmen. En noviembre de 1988 mi padre había muerto con 57 años. En enero de 2000, mi madre con 64. Precisamente, estando en el hospital de Elda una noche, acompañando a mi madre, sabiendo que el final de su enfermedad era final, tome la decisión de irnos a Orihuela al sentir que el pueblo, que Villena se me caía encima. Por la mañana, volviendo del hospital se lo comenté a Mari Carmen.
Y a Orihuela porque es donde vive la familia de Mari Carmen. Entre líneas hay algo de esto en "Choque de trenes" uno de los últimos artículos que bajo el seudónimo de Patronio publicamos en El Eslabón en nuestra sección Contemplación de la sorpresa.
Confieso esto, abusando de vuestra confianza, porque a uno –y sobre todo a Mari Carmen– sobre nuestro traslado ya le agotan esos dichos populares que relacionan ciertas decisiones humanas con aquello que rima con carretas; o si no, y peor, con aquello que alude a la maroma de barco. En fin… Decidimos marcharnos y… Villena. Y escribí mi último artículo para El Eslabón titulado "Salvatierra".
Sin ánimo de abusar de vuestra paciencia, agradecido por vuestra atención, con unos fragmentos de este texto me despido: 
Patronio, sintiéndolo mucho, tiene que decir adiós. Se despide. Nunca ha querido ser como los árboles. No ha querido amarrar las raíces donde ya las tenía echadas y ha decidido partir hacia los campos donde el delicioso azahar compite contra la hediondez de un río putrefacto y asesinado, sangrado con avaricia y sin cuidados, abandonado; un río que, a pesar de toda su pasión y miserias, aún es bello y enigmático, como esa muela pétrea que lame la vega feraz salpicada de palmeras, cañas y campanarios.
Y como quien prepara el equipaje, en esta despedida, Patronio ha querido llenar sus bártulos de sensaciones y de imágenes que necesita llevar consigo y muy dentro porque no está dispuesto a olvidar.
(…) Siempre, desde Salvatierra, Patronio comprendió mejor nuestro pasado y hoy, desde lo alto, se despide entretenido como siempre en la memoria, disfrutando del paisaje que, contra viento y marea, tratará de empaquetar.
Por la tarde, descenderá con el sol en la frente. Y con los ojos cansados y ásperos los labios. Acaso con alguna lágrima de nostalgia, añorará el perderse, mañana y otros días, el atardecer por la estación, por donde hace muchos años hubo un jardín que Patronio conoció ya de espigas, abandonado y sin enamorados .
¡Muchas gracias!
Lo dijo Mateo Marco Amorós en La Troyica de la Comparsa de Estudiantes, en Villena. Siendo el 16 de diciembre de 2023.

Intervención de FRANCISCO JAVIER RODENAS MICÓ 
Buenas noches y gracias una vez más por acogerme, en esta ocasión en la Troyica, un lugar tan emblemático como lo es esa Troya que me dejó tan grato recuerdo el pasado cuatro de septiembre. 
Gracias igualmente a Mateo Marco por aceptar mi invitación a acompañarme hoy en esta mesa. Y es que, además de que quería que Mateo estuviera esta tarde, considero que debía de estar. Querer, quería porque es una persona con la que viví una época muy intensa de la que guardo lazos personales y literarios que permanecen a pesar de que las circunstancias vitales de uno y otro hagan escasos nuestros encuentros.
Deber, debía estar también porque es el último de un grupo de personas extraordinarias que supieron encontrar un hueco en sus muchas ocupaciones para dedicarlo a aquellas villeneras y villeneros que por unas causas u otras, tuvieron que abandonar nuestra ciudad para instalarse en lugares más o menos remotos, personas extraordinarias como digo que emplearon su mente preclara y su esfuerzo en hacer que esas villeneras y villeneros ausentes se sintieran más cerca a través de las páginas de El Eslabón, motivo del trabajo que hoy nos reúne y que me ha proporcionado la enorme alegría de considerarme hoy ya, con el libro publicado, definitivamente ganador de la vigésima edición del Premio de Ensayo e Investigación Faustino Alonso Gotor.
Mateo fue y ha sido hoy, si se me permite decirlo de ese modo, testigo desde dentro de una publicación que como su propio nombre indica, tejió una cadena inquebrantable entre los que se habían marchado y los que aún quedaban, una cadena que incluso cruzó océanos. Sí, fue y ha sido testigo y así lo ha puesto de manifiesto en su intervención.
Podría empezar la mía con una pregunta lanzada al público: ¿Quién de los presentes había oído hablar de El Eslabón? Supongo que, de contestarla, habría disparidad de opiniones, pero de lo que sí estoy convencido es de que la mayoría diría que no tenía ni idea de la existencia de esta publicación que permaneció muy viva durante doce años. Es lógico, ya que ninguno de los presentes se puede considerar el destinatario de la misma, puesto que se escribía para otras y otros, aquellas y aquellos emigrantes villenenses que vivían fuera de la ciudad.
En mi caso, podría decirse que no me encontraría dentro de ninguno de los dos grupos anteriores. Sí que había oído hablar de El Eslabón, pero de una manera muy vaga, sin conocer a las personas que se encontraban detrás ni tampoco el propósito. Mi relación con este boletín informativo nacería a causa de dos muertes y una foto. O, para ser más exactos, y siguiendo una cronología, una muerte, una foto y otra muerte.
La primera de esas muertes sería la de Alfredo Rojas. Como persona que realizó una importante labor en nuestra ciudad, pero debido también a su talla humana, tras su pérdida, serían muchos los homenajes que habría de recibir y, entre ellos, estuvo el que le dedicó la Junta Central de Fiestas a través de ese especial centrado en su figura que publicaría la institución festera en el Día cuatro que fuera en su edición de 2005.
Fueron muchos y de gran calidad los artículos en los que se ensalzaba su figura, uno de ellos del hombre que me acompaña a esta mesa. Otro, una emotiva semblanza al amigo firmada por Joaquín Navarro. Y aquí llega la foto, pero también mi equívoco. Porque en el artículo de Joaquín viene una fotografía en la que aparecen varios villenenses de peso: Alfredo, Joaquín, Vicente Prats, José Francisco Navarro, Paco García y Pedro Marco. En líneas próximas a la imagen, Joaquín hablaba de El Eslabón y en mi subconsciente quedó que era precisamente ese grupo de seis personas quienes habían creado y dado forma a la publicación. Nada más lejos de la realidad.
En cualquier caso, el equívoco ya estaba y entonces habría de producirse la segunda de las muertes de las que hablaba hace un momento, la de Pedro Marco en febrero de 2022. Enseguida recordé la foto y enseguida reparé en el hecho de que con él, se marchaba el último componente de la que yo creía, equivocadamente, comisión redactora de El Eslabón.
Consideré oportuno concederles por tanto mi particular homenaje y qué mejor modo que escribir un trabajo sobre esa publicación a la que habían dedicado su tiempo y su cariño. No tardé en salir del error, en cuanto indagué un poco, pero ya no importaba. Para entonces, me había enamorado del proyecto y necesitaba seguir con él. Y aquí estamos hoy.
Si nos centramos en el libro que tenemos expuesto sobre esta mesa, vemos enseguida esa portada que destaca por sí sola. En ese aspecto, no hubo dudas en ningún momento. Cuando me puse a trabajar sobre ella con mi hijo Javier, autor de la misma, tuvimos claro que la gran protagonista debía ser esa primera plana con que abría El Eslabón en cada número, esa primera plana con que se encontraban las villeneras y villeneros ausentes cuando abrían su buzón cada tres meses.
En la portada destaca, como no podía ser de otro modo, el detalle de cabecera que para tal fin diseñó José Ignacio Rodes. La ciudad recortada en la lejanía con los principales monumentos emergiendo de entre las casas aledañas. Y bajo la ciudad, esa cadena que simbolizaba el propósito de El Eslabón. Incluso los datos añadidos a continuación no han sido elegidos al azar. Boletín para los Villeneros ausentes. Villena. Diciembre 2023. Número 49. El año de publicación del libro que hoy nos reúne pero sobre todo ese número 49 como forma de dar a entender que El Eslabón no acabó con ese último boletín publicado en diciembre de 2008, el número 48, sino que sigue muy vigente, fundamentalmente por dos motivos.
El primero, porque la labor ya estaba hecha y ese lazo, esa cadena que había conseguido llegar a todos los rincones del mundo, había unido a los de fuera con los de aquí, a los ausentes con los presentes. En segundo lugar, porque internet, precisamente el monstruo que había dado el toque de gracia definitivo a El Eslabón, continuaría la labor iniciada. Y no solo por el hecho de que cualquiera, con solo oprimir a un botón, puede conocer lo que está sucediendo en este o aquel punto del planeta, sino también porque Joaquín Sánchez Huesca y Santiago Hernández Reig se encargaron de dar continuidad a la publicación a través de la página web del mismo nombre.
Cualquier forma de comunicación, cualquier publicación con independencia de su naturaleza, precisa como mínimo de un emisor y de un receptor. En el caso que nos ocupa, de un equipo redactor y de unos lectores que den sentido a dicha publicación. De los segundos, damos buena cuenta en la primera parte de las dos en que se estructura el libro.
El siglo XX, sobre todo tras la guerra civil, trajo consigo un éxodo constante y en muchas ocasiones masivo de españoles que se vieron forzados a marcharse por diversas circunstancias, en muchos casos trágicas. A ellos, dedicamos como digo esa primera parte porque habrían de convertirse con el tiempo en los destinatarios de El Eslabón.
De esta primera parte, me gustaría destacar los testimonios que reproducimos de personas que tuvieron que dejar nuestra ciudad. Solo son una muestra de muchos otros, pero simbolizan a la perfección el sentido mismo de su existencia, pero también de la nostalgia por la tierra perdida, por el regreso, un regreso que para algunos nunca fue posible. Especialmente interesante me parece a mí el caso de Joaquín Izquierdo, un villenero afincado en París que se tuvo que marchar cuando apenas tenía seis años. Su padre, que se había significado políticamente durante la II República, decidió exiliarse voluntariamente con toda su familia y terminó recalando en Francia, donde encontró una segunda oportunidad.
No obstante, siempre tuvo en mente el regreso y era tal su amor por Villena, que tomó la costumbre de reunir a los hijos a su alrededor para describirles al detalle cada rincón, cada calle, cada recuerdo. Tanto fue así que, cuando sus hijos pudieron venir a la ciudad mucho tiempo después, la recorrían como si nunca se hubieran ido. El padre de Joaquín jamás pudo regresar porque así se lo aconsejaron las autoridades locales a su familia y fue enterrado en tierras francesas con ese anhelo por la vuelta nunca satisfecho.
El de Joaquín, como digo, es solo uno de los testimonios que han tenido cabida en el trabajo, pero podríamos haber incluido más, como también podríamos haber incluido las numerosas cartas de agradecimiento que fueron llegando al buzón de El Eslabón con el paso de los años. Pero la extensión era la que era, así que la reproducción de las mismas habrá que dejarla para mejor ocasión.
La segunda parte del trabajo se centra en el propio boletín y abre con aquellas personas que lo hicieron posible, esos siete magníficos que lo iniciaron y quienes se unieron más tarde al proyecto. De los primeros, de los fundadores, además del propio Mateo Marco, hablamos de Vicente Prats, promotor de la idea, de Alfredo Rojas, Faustino Alonso Gotor, Joaquín Navarro, Paco Prats y Miguel Hernández Ferri. Nada menos. A ellos debemos sumar a Fabiola Martínez, quien pasó a formar parte del equipo redactor al faltar algunos de los anteriores, y a Carlos Prats, quien asumiría el cargo de director a la muerte de Alfredo Rojas.
Luego, pasamos a diseccionar la publicación, comenzando con sus portadas, donde el mencionado Alfredo dejó su impronta hasta su fallecimiento. Pero sobre todo centrándonos en el contenido de sus páginas interiores que, no lo olvidemos y ya lo pusimos de manifiesto durante la presentación de cargos del 4 de septiembre, supone nuestro pasado reciente, ya que se hace eco de noticias que todavía permanecen frescas en nuestra memoria, alguna de ellas resuelta como quien dice ayer mismo, otras que ni siquiera recordábamos.
 En ese apartado del libro hablo de los proyectos frustrados, como el soterramiento o el centro comercial. De otros consumados, aunque quizás no al gusto de todos y tras muchas idas y venidas, como es el caso de la Plaza. Y luego otras tantas noticias que se descubren o se redescubren en la lectura de este Para los villeneros ausentes del que me siento tan satisfecho.
Desde mi punto de vista, y con esto termino, descubrir la historia es fundamental, pero descubrir la historia que uno ha vivido es un privilegio que no está al alcance de todos.
Muchas gracias.  

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