2 jul 2024

1995 EL MAESTRO RUPERTO CHAPÍ

El Maestro Ruperto Chapí. Por José María Soler García
Cuantos se han ocupado de la personalidad del maestro Chapí, se muestran de acuerdo en reconocerle una enorme capacidad para recoger las esencias populares españolas y un gran talento para verterlas después en cada una de sus obras. Aquí me limitaré a relatar algunas anécdotas y a analizar muy someramente el influjo que el ambiente musical de su pueblo pudo ejercer en la sensibilidad del músico.
Chapí pasó en Villena los 17 primeros años de su vida, etapa más que suficiente para dejar honda huella en cualquier persona. Fue un niño prodigio y de extremada sensibilidad. Antes de leer aprendió a cantar, y a los cinco años entonaba ya difíciles composiciones; a los seis, enfermó de melancolía por la muerte de su madre; a los siete, aprendió el solfeo y tocaba el cornetín en la banda; a los nueve, componía zarzuelas, y antes de los quince dirigía ya la banda del pueblo a petición de los propios músicos, esa banda con la que salió muchas veces a los pueblos de los alrededores. De ahí el remoquete de «Chiquet de Vi llena» que le decían en los pueblos de habla valenciana, en donde era muy popular.
La casa natal se abría en la plaza del Mercado, pared por medio de una antigua posada a la entrada de la población, y se comunicaba por una estrecha escalerilla con la barbería de su padre. Muchas veces tuvo que contemplar desde sus balcones, que conservan todavía sus barrotes de madera, el espectáculo abigarrado y ruidoso del mercado de los jueves, ese mercado que viene celebrándose, ahora ya en otro lugar, desde hace más de setecientos años.
El padre era muy aficionado a la música, tocaba la guitarra, y organizaba conciertos caseros en los que intervenían los dos hermanos mayores del futuro compositor. Nos imaginamos las composiciones que podría oír el chiquillo en aquellos conciertos: lánguidos valses, juguetonas polcas, arreglos de las óperas o zarzuelas en boga, o piezas descriptivas al estilo de «La Batalla de los Castillejos» o «El sitio de Zaragoza», que escucharía muchas veces también a la banda del pueblo.
Durante la Cuaresma, nos imaginamos al muchacho incorporado en su lecho para escuchar aquellas «Pasiones» que todavía recordarán algunas personas mayores, cantadas por un par de voces varoniles en el sobrecogedor silencio de aquella plaza:
Un viernes partió el Señor; pa Samaria caminaba, y antes de entrar en poblado, la calor le fatigaba.
El padre poseía unas fincas, herencia de sus mayores, y forzosamente tuvo que asistir el muchacho a esas fiestas que se organizaban con ocasión de la vendimia o de algunas otras labores agrícolas. Allí escucharía la dulce «malagueña» o la «jota viIlenera», con sus estribillos jocosos y muchas veces procaces. Hurgando en la ingente producción del maestro, hemos creído reconocer aquellas influencias en la celebérrima jota de «La Bruja», que es un trasunto de la jota villenera ligeramente variada de ritmo y de aire; y también en las no menos famosas «carceleras» de «Las Hijas del Zebedeo», de repertorio en casi todas las sopranos actuales, cuya música es una de las versiones de ese romance que cantaba los amores de la olvidada e infeliz Adela.
Chapí gustaba de aislarse en los rincones de la huerta o en las cumbres de la sierra, y allí encontraría inspiración para aquellas dos zarzuelas que compuso en colaboración con el hijo del boticario del pueblo, que era un chiquillo como él: «La Estrella del Bosque» y «Doble Desengaño», título éste que resultaría simbólico porque no pudo ver estrenada ninguna de las dos, quizá por animadversión o envidia de los dirigentes musicales del pueblo.
Esa afición, ese deseo de inspirarse en la naturaleza le duró toda la vida. «Curro Vargas» lo compuso en el Monasterio de Piedra, entre el rumor de las cascadas, y aquí cerca, entre Salinas y Pinoso está esa hermosa finca que se llama «Garrincho» y que conserva un enorme pino, con una mesa al pie, en donde es fama que escribió «Margarita la Tornera».
En otro orden de cosas, fuera ya del ámbito de lo popular, también escucharía el canto gregoriano o las piezas polifónicas en las iglesias de Santa María y Santiago. No hay que olvidar que en esta última estuvo como maestro el gran polifonista Ambrosio Cotes antecesor de Chapí en las glorias musicales de Villena.
Con todo este bagaje musical, no muy abundante, y con treinta duros en el bolsillo, tampoco muy abundante, abandonó Villena, «estos lugares para él tan queridos», como dijo muchas veces, y se dirigió a Madrid a conquistar el mundo. Y a fe que lo conquistó, pero a fuerza de penas, fatigas y privaciones. El día 27 de marzo de 1868, día de su santo y de su cumpleaños, lo pasó deambulando por las calles de la Corte y tratando de dormir en los bancos de la Plaza Mayor.
En 1883, cuando Chapí tenía treinta y dos años, se estrenó aquí en Alicante «La Tempestad» dirigida por el autor, y al estreno acudieron las fuerzas vivas y muchos aficionados villenenses, y aquí, al calor del éxito, surgió la idea de levantar en Villena un teatro que llevara el nombre del paisano ilustre. Aquel teatro, todo de madera, se inauguró dos años después, también con «La Tempestad», bajo la dirección del maestro. Se cuenta que, en uno de los ensayos, una de las tiples se permitió adornar el aria de las joyas con una fermata final totalmente caprichosa. Chapí soltó un taco bastante gordo, interrumpió el ensayo y le dijo a la diva que se atuviera exclusivamente a las notas que él había escrito. Tenía carácter el maestro. Y esto ya lo demostró cuando, a sus 21 años, optó a la plaza de director de la banda de un regimiento de artillería. También allí, en el examen, interrumpió la obra que estaba interpretando para increpar a un mocetón fornido y bigotudo, que se había adelantado con su redoblante antes de que el maestro le diera la entrada. Precisamente este gesto le valió la concesión de la plaza.
Dijimos en cierta ocasión que no era lo mismo juzgar a Chapí desde Villena que desde cualquier otro lugar, y que el verdadero himno de Villena era el preludio de «La Revoltosa», y así es en realidad. Pese al cambio de gustos musicales de la sociedad actual, especialmente es su extracto juvenil, todavía se produce en el público una especial corriente emocional cuando esa espléndida pieza se ejecuta en el teatro viIlenense que lleva el nombre del ilustre músico. Hasta los más refractarios al mensaje artístico se contagian. Por eso seguimos creyendo los villenenses que Chapí es el mejor músico del mundo.
Es de agradecer, pues, el homenaje que se le dedica, y es de desear que estos actos se repitan con mayor frecuencia, porque, por mucho que se haga en este sentido, con Chapí no estaremos nunca en paz. En nombre de Villena, nuestro agradecimiento a los organizadores por esta reunión.
Palabras pronunciadas en el homenaje a Ruperto Chapí, celebrado en el Teatro Principal de Alicante en1987.
Extraído de la Revista Villena de 1995

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