Importa la edad? Por JUAN FLOR HERNÁNDEZ
¡Claro que importa! No es lo mismo tener veinte... floridas primaveras, que setenta y pico de marchitos años. Nuestra existencia, inexorablemente, con el tiempo no se detiene. Por eso, las edades hay que vivirlas en su momento, y siempre con felicidad, con estímulo, esperanza y mucha fe. Entonces los años no cuentan, porque ese mismo optimismo genera un espíritu vivificador que algunos jóvenes desearían tener.
Cada edad en la vida del hombre tiene un esplendor y su ventura con vivencias de encanto con sus valores morales y culturales optando por una vida sana.
Me satisface ahora ser más tolerante con los insensatos y temperamentales; perdonar con poco esfuerzo y ser más generoso con los violentos y egoístas, disculpar a mis hijos y nietos al sentir su despiste afectivo, dándome cuenta que todos nos hacemos falta en el entorno familiar.
Procuro ser más objetivo en mis horas de ocio, buscando la perfección y pensar menos en los defectos de los demás. Me deleita ver, como en un espejo retrovisor, que mis amigos más jóvenes piensan como yo pensé, sueñan, como soñé y tengan los mismos proyectos que tuve, y las emociones que me invadieron. Gusto de escucharles porque ellos lo hacen con agrado.
Me enorgullece ver a hijos y nietos seguir el camino que les inculcamos; el mismo que proyectamos en nuestra unión conyugal, que luego anduvimos juntos y sufrimos y gozamos con paz, amor y alegría, siempre unidos, gracias a Dios, cosa que deseamos sigan ellos con las enseñanzas recibidas, para abrirse camino en la vida con soltura y firmeza.
¡Qué importa la edad! No acaba nada hasta que dejamos de vivir, terminando nuestra carrera en este mundo... pero para el creyente, comienza una nueva esperanza de vida eterna.
Valores de nuestros jóvenes
¿Son más felices pero más intranquilos? Las viejas virtudes de austeridad y sacrificio no las conocen o no las ejercitan. Resulta, que nuestros jóvenes son bastante mejor que muchos piensan. Para empezar digo que son más felices que fuimos nosotros. ¡Y eso no es poco! Una juventud feliz es garantía para el futuro, y nos hace suponer generaciones más sanas y ajenas a resentimientos. Ellos no son producto de guerras ni épocas de hambre, ni de tiempos de enfrentamientos ya superados que están dando frutos de mayor felicidad en relación con los de antes. ¡Son más felices! Sólo con eso podemos mirar el futuro con esperanza. Sin embargo son más intranquilos que nosotros, con fundamento, porque no ven su trabajo como el eje fundamental de su existencia. Están convencidos de que las riquezas, las comodidades y el bienestar común no se consigue con trabajo duro, constante y sacrificado. Quizá tengan o no razón, pero lo que sí es evidente, que les estamos dando a entender hoy, que la riqueza es un producto de la suerte, del azar, de los juegos políticos y de las influencias... Nadie se hace rico trabajando; se hace el que arriesga, el temerario, el que supera la frontera de los escrúpulos... o tienen un golpe feliz de la fortuna; y esto no es bueno.
Pueden pensar nuestros jóvenes que hoy todo es más fácil y que las viejas virtudes de austeridad y sacrificio no las conocen o no las ejercitan.
Ojalá, que cuando se enfrenten solos ante la inevitable dureza y crueldad de cualquier camino de la vida no queden ellos desbordados.
No basta con ser felices hoy. Tienen que estar preparados para superar los rasguños profundos que en cualquier momento aparezcan en sus carnes para evitar morir desangrados y abandonados.
Muchos jóvenes siguen siendo creyentes aunque poco practicantes y consecuentes con su fe. Dicen, que no es Dios su ideal supremo... que lo ven muy lejos y ajeno a las simplezas de la Tierra. Que sus ideales son más asumibles al amor de la pareja, al saber y a la solidaridad entre todas las gentes, sin distinción de raza, o credo político o religioso. Creo que Dios empieza a sonreír porque ellos no están tan lejos de Él, y sabe, ¡cómo no! que sus creencias están en el umbral de la virtud y rozando las puertas de su Evangelio. A Dios no le importa que se le cite por su nombre, sino que se practique el Amor con mayúscula. Creo que nuestra sociedad puede tener la esperanza en una juventud que lucha por un mundo mejor, sin guerras ni hambres, más humana y solidaria con todos nuestros hermanos de la Tierra.
Extraído de la Revista Villena de 1995
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