Villena, quinientos años después: ¿qué hemos aprendido?
En este 2025, Villena celebra con orgullo el V Centenario de la concesión del título de ciudad. Quinientos años han pasado desde aquel 25 de febrero de 1525 en que Carlos I firmó un documento que situaba a Villena en la categoría de ciudad, con todos los honores que eso suponía en la época. Medio milenio después, el aniversario nos invita a mirar atrás y preguntarnos: ¿qué hemos aprendido en estos cinco siglos de historia? ¿Qué huella queremos dejar a quienes nos miren dentro de otros quinientos?
Si echamos una mirada sincera al pasado, veremos que la historia no siempre fue amable. Hubo un tiempo en que la vida cotidiana estaba marcada por la falta de derechos, por una cultura limitada a las élites, por castigos y ejecuciones públicas que servían como espectáculo para el pueblo. Era un mundo sin democracia, sin justicia social, donde la crueldad era aceptada como parte del orden natural. La plaza pública fue, durante siglos, escenario de tormentos humanos y animales convertidos en diversión colectiva.
Han pasado quinientos años y, afortunadamente, muchas cosas han cambiado. Hoy disfrutamos de libertades que entonces eran impensables: elegimos a nuestros representantes, accedemos a la cultura, tenemos derechos reconocidos y un marco de convivencia que nos permite vivir con dignidad. Nadie celebraría ya en la plaza una ejecución pública. Nadie justificaría que la violencia fuera motivo de fiesta. Y, sin embargo, el próximo 7 de septiembre, Villena volverá a llenar su plaza para contemplar cómo seis toros son atormentados hasta la muerte.
La pregunta es inevitable: ¿de qué sirve conmemorar quinientos años de historia si seguimos anclados en prácticas que reproducen lo peor de aquel pasado arcaico? ¿Qué sentido tiene enorgullecernos de nuestra evolución como ciudad, si en el mismo escenario en que celebramos nuestros avances seguimos repitiendo un ritual de sangre y dolor?
Algunos dirán que los toros forman parte de la tradición. Pero también lo fue, en su momento, la quema de brujas, los duelos a espada o los ajusticiamientos en la Plaza del Rollo en Villena justo ahora un parque infantil. Tradiciones que el paso del tiempo colocó en su sitio: en los libros de historia como testimonios de un ayer del que hemos sabido desprendernos. La tauromaquia, sin embargo, parece resistirse a ese juicio histórico. Y lo hace porque aún hay personas que la defienden y que, cada septiembre, se sientan en la plaza de Villena para aplaudir lo que en realidad no es más que la agonía pública de un animal inocente.
Ese es el verdadero espejo en el que deberíamos mirarnos. No se trata solo de los políticos que permiten el espectáculo, sino de los ciudadanos y ciudadanas que, con su presencia, lo sostienen. ¿Qué dice de nosotros, villeneros y villeneras, que después de quinientos años sigamos asistiendo a la tortura como si fuera cultura? ¿Qué legado queremos dejar a quienes celebren el milenario de Villena dentro de cinco siglos más: el de una ciudad moderna y justa, o el de un pueblo incapaz de liberarse de una práctica cruel?
Es doloroso pensar que en pleno siglo XXI, cuando hablamos de sostenibilidad, de derechos, de convivencia y de progreso, todavía tengamos que explicar que la tortura de un animal no puede ser arte, ni cultura, ni identidad. Lo que ocurre en una corrida de toros no es una metáfora estética, sino un cuerpo vivo atravesado por la violencia, una mirada que se apaga entre la sangre y el ruido de los aplausos. Y cada aplauso que resuena en esa plaza es también un recordatorio de que, pese a los quinientos años de historia, todavía hay quienes no han aprendido a mirar más allá del espectáculo.
El V Centenario debía ser la oportunidad de mostrarnos como una ciudad capaz de celebrar la vida, la memoria y la cultura con altura de miras. Sin embargo, la corrida del 7 de septiembre nos devuelve a la paradoja de un pasado que creíamos superado. Es una sombra que empaña la luz de los actos conmemorativos, una mancha en el relato de progreso que pretendemos contar. Porque mientras sigamos celebrando la muerte como entretenimiento, será difícil hablar de verdadera evolución.
Villena no merece quedar encadenada a ese pasado. Quinientos años después, la ciudad debería ser ejemplo de cómo la historia se honra construyendo futuro, no repitiendo barbaries. Ojalá este aniversario nos sirva para reflexionar, para preguntarnos con honestidad qué ciudad queremos ser y qué memoria queremos dejar. No hay orgullo en la sangre derramada en una plaza. El verdadero orgullo está en avanzar, en demostrar que la cultura no necesita del dolor para existir, y en entender que la grandeza de una ciudad se mide también por la compasión de sus habitantes.
Plataforma Animalista de Villena
1 comentario:
A la plataforma animalistas, me gustaría decirle que no se ciñeran única y exclusivamente a la lidia (que parece ser que es lo único que les molesta), sino a otros ámbitos como el ir a salvar a animales en los incendios recientes (todavía no se han personado en ningún incendio, pues ello lleva el sacrificio de trabajar, aunque sea un poco).
Dicho esto, os elegís como un juzgador moral de lo que debemos ser bajo tus parámetros urbanos, pues parece ser que tú opinión es la única moral válida. Debes recordar que la libertad también consiste en respetar lo que otros elegimos conservar
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