15 sept 2025

1996 LAS PLAYAS DE VILLENA

Las playas de Villena. Por FRANCISCO ARENAS FERRIZ
Algunas ciudades costeras que podrían disfrutar sin dificultades de las ventajas de su condición marítima viven, sin embargo, urbanística y civilmente, de espaldas al mar. Éste ha sido el caso tradicional de la Valencia metropolitana, más huertana que marina. La proximidad de la costa no ha impedido a Valencia una mirada predominantemente rural, dirigida tierra adentro, a la huerta, fuente nutricia de su economía y carácter, y que el mar no haya sido otra cosa que un accidente geográfico, precisamente eso... accidental. Aunque en los últimos tiempos se ha modificado parcialmente esa situación como lo ha puesto de manifiesto la disputa con Alicante por el tráfico portuario o el relativo acondicionamiento de las playas, las huellas de tal actitud son todavía hoy perfectamente visibles en la configuración urbanística de la capital autonómica y hasta en la psicología de sus habitantes. (Barcelona, de la que se decía en este aspecto lo mismo que de Valencia hasta tiempos recientes, cambió radicalmente el estado de cosas tradicional hace unos años, aprovechando el impulso de los pasados juegos olímpicos, e incorporó definitivamente puerto y playas a la estructura global urbana para satisfacción y deleite de los barceloneses).
En mis años de estudiante en Valencia, siendo yo como era un joven procedente de las tierras del interior, alguien para quien el mar nunca había sido algo habitual y familiar, no podía entender este distanciamiento indiferente de muchos valencianos con respecto a la maravilla del mar inmenso y cercano, y pensaba ingenuamente que si en mi pueblo hubiese habido playas, las cosas habrían sido de otro modo entre nosotros.
Villena no tiene un mar al que volverle la espalda, evidentemente, pero su actitud con respecto a la montaña que la acoge y enmarca y en cuyas laderas meridionales se asienta y desparrama la ciudad y, su actitud también, con respecto a otros parajes que son algo así como nuestras playas de interior, me recuerda mucho, para mi desesperanza, y salvando las evidentes diferencias, a la de estas experiencias juveniles a las que me refiero.
A pesar de la proximidad de los pinares de las Cruces al centro urbano (el primer pino de Las Cruces, situado más o menos donde comenzaba el antiguo Vía-Crucis, al final de la calle La Cruz, dista menos de 500 metros de la puerta del Ayuntamiento), la ciudad se ha olvidado de la Sierra de la Villa y ha renunciado incomprensiblemente a las satisfacciones que ésta podría proporcionarle si estuviese dignamente cuidada y atendida.
Obras de la autovía. La última agresión importante a Las Cruces.
La Sierra de la Villa, o Sierra de San Cristóbal, es una pequeña sierra de unos 25 kilómetros de longitud y escasa altura. Sus laderas forman una escuadra cuyos lados apuntan a los vecinos pueblos de Cañada (norte) y Biar (oeste). Villena se sitúa en el ángulo en el que tales líneas confluyen, a los pies de la vertiente suroriental, y se extiende por sus faldas longitudinalmente siguiendo la dirección de la línea ferroviaria. Esta familiar, amanosa, Sierra, componente inseparable de la imagen general de la ciudad, posee una superficie de unas 1800 hectáreas de las cuales alrededor de un tercio son de propiedad municipal. Una parte de la misma, la zona conocida como Las Cruces, posee la calificación de parque urbano, —cerca de medio millón de metros cuadrados, aunque el Ayuntamiento no ha actuado todavía en consecuencia con tal calificación proporcionando al mismo la obligada dotación de infraestructuras correspondientes. El resto está calificado como zona no urbanizable de interés natural.
Ermita de las Cruces, hoy desaparecida.
El sector de propiedad pública es, precisamente, como se ve, el sector que se encuentra en las inmediaciones de la ciudad (este sector se ha incrementado significativamente en los últimos años gracias a algunas oportunas operaciones municipales de compra y canje, línea de actuación que es de desear continúe con las nuevas corporaciones municipales) y, también, la zona en la que crece la mayor parte del pinar en buen estado. Es decir, tenemos al alcance de la mano, literalmente, la posibilidad de disponer de un gran parque natural, fácilmente accesible, a unos centenares de metros del centro de la ciudad. (No está de más recordar que Villena carece de suficientes zonas ajardinadas para las necesidades de una ciudad de sus dimensiones y no cumple con la proporción de habitantes/m.2 que establecen los parámetros urbanísticos habituales). Las inmejorables condiciones objetivas que describimos no han bastado hasta ahora, como se sabe, sin embargo, para que aprovechemos adecuadamente esta ventajosa situación atendiendo debidamente el paraje. Por el contrario, a la sierra no le ha reportado más que desgracias su proximidad al pueblo. Las obras del desvío de la carretera nacional primero, y de la autovía después, han roto el monte, menguado enormemente el pinar, establecido nuevas y múltiples barreras entre la ciudad y la montaña, obstaculizado el acceso a la sierra e inducido paulatinamente a los villeneros al abandono y olvido progresivo de una sierra agredida de modo continuo e inmisericorde. Y esto sin remontarnos a hechos históricos remotos y por no referirnos más que a las influencias recientes.
Cubrimiento parcial de la autovía. 
El proyecto inicial pretendía una restauración más completa.
Las últimas obras realizadas con intervención del MOPU en Las Cruces: cerramiento parcial de uno de los túneles, construcción de una pasarela, acondicionamiento de las escaleras de acceso a la explanada donde se encontraba la ermita y levantamiento de un albergue han constituido un loable, pero insuficiente, intento de cambiar ese estado de cosas. Por otra parte, sólo han sido un débil e inacabado reflejo de lo previsto en los ambiciosos proyectos iniciales. La tarea está, pues, por realizar en su mayor parte. Tal vez haya llegado el momento de comenzarla, una vez que la ciudad se ha dotado en los últimos años de algunas instalaciones e infraestructuras de las que carecía hasta ahora como Casa de Cultura, Polideportivo Municipal, Polígono industrial, etc.
Escombros y suciedad en Las Cruces.
Resolver este asunto permitiría que el Barrio de Las Cruces tuviera por fin el parque que necesita en su entorno y que la ciudad entera dispusiese de un cercano y amplio espacio de desahogo en el que se pudiesen realizar las más variadas actividades de índole natural y recreativa: paseos por el pinar, circuitos para correr, senderismo, parrilladas en grupo, etc. Al Ayuntamiento corresponde el grueso de la labor, pero el vecino debe insistir ante el Muy Ilustre para que diesen los pasos iniciales imprescindibles: continuar con el adecentamiento de los accesos, restaurar en la medida de los posible las zonas más castigadas por las obras, reforestar en las zonas en que tal cosa sea posible y sustituir los ejemplares dañados, ordenar y limitar al máximo los accesos de vehículos al interior del parque, crear áreas recreativas bien delimitadas, establecer un servicio permanente de vigilancia y mantenimiento, vincular el parque de Las Cruces al resto de la Sierra adecuadamente, redactar una normativa de uso y ajustarlo todo ello a un plan especial.
Pinar de Las Cruces en buen estado.
El pinar de Las Virtudes es otra de nuestras "playas" desatendidas. En este caso, y a diferencia de lo que ocurre con Las Cruces, la desatención no estriba en el olvido de visitarlo, sino en el descuido con que se mantiene el paraje a pesar del abundante uso que se hace del mismo. En efecto, el pinar de Las Virtudes constituye como es bien sabido el punto de destino de muchos villeneros y forasteros durante los fines de semana, —y aun durante la semana por viajes organizados de escuelas, turistas, jubilados, etc.—, que van a pasar una jornada atraídos por la generosa sombra de los pinos y la amenidad del lugar. Su aprovechamiento para fines festivos y recreativos es, realmente, máximo. Sin embargo, las correspondientes acciones de mantenimiento, adecentamiento, limpieza y mejora, subsanamiento de deficiencias o dotación de servicios e infraestructuras son, en contraste, mínimas. Por más incomprensible que resulte para muchos de los visitantes, este punto emblemático de nuestra geografía sentimental, albergue anual de la Patrona local y referencia indiscutible de nuestra historia particular está generalmente sucio, su disponibilidad de servicios de diverso tipo es más que escasa y las actuaciones municipales y de otros niveles de la Administración son casi inexistentes. El resultado de todo ello es que los visitantes se llevan al marchar una pobre y penosa imagen del cuidado y respeto con que los villeneros tratamos a nuestros lugares queridos. La misma imagen que los villeneros tenemos de nosotros, de nuestra manera de ser e idiosincrasia se deteriora, como consecuencia de esta circunstancia, de modo imperceptible, pero efectivo. Por eso las actuaciones en lo relativo al pinar del Santuario son tan necesarias y urgentes como en lo referido al caso anterior. Llevarlas adelante o no llevarlas nunca puede ser achacado a un problema de presupuesto o falta de él puesto que el principal problema no es el económico. No hay que comprar terrenos, no hay que plantar pinos, no hay que crear accesos, no hace falta enseñarle a nadie el camino. Todo eso ya está hecho. No hacen falta grandes inversiones inmediatas. Únicamente es necesario mantener dignamente atendidos y conservados los bienes públicos y eso se puede hacer empezando poco a poco con lo más urgente que no es, necesariamente, lo más gravoso.
El Hoyo de la Virgen.
Es hora de que rescatemos a Las Virtudes y a Las Cruces de esta absurda situación de olvido y abandono, y nos aprovechemos inteligentemente de todos los beneficios que pueden proporcionarnos. Son muchos los casos de pueblos vecinos que se han servido de ayudas institucionales nacionales y comunitarias para acometer obras de esta naturaleza cuyo efecto sobre los intereses colectivos no podrían ser más evidentes y numerosos desde variados puntos de vista. Villena no tiene por qué ser una excepción de nuevo en este caso concreto.
El espacioso pinar de Las Virtudes.
Extraído de la Revista Villena de 1996

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