NO NOS DEJES, ¡MADRE MÍA!
Era el año 1917; aquél que dejó en el pueblo villenense dolores hondos, amarguras indecibles. Los sucesos de agosto llevaron a todos los hogares lutos, zozobras, duelos por los que sufrían la prisión inhospitalaria del Castillo de Alicante. Durante esos días luctuosos, llegué con mi padre y con mis hijos a esta admirable y simpática ciudad, y cuando las inquietudes de un porvenir incierto amargaban las horas sombrías de mi viudez, una dulcísima claridad vino a envolverme en un nimbo luminoso. ¡Era el Trono refulgente de la Virgen de las Virtudes! ¡Era la Madre de Dios que, bajo su maravillosa advocación, venía a disipar las tinieblas de mi espíritu, venía a traer a mi corazón el suave bálsamo de la esperanza!
El pueblo villenense, formando un todo con su Excelsa Madre de las Virtudes, hizo el milagro, fundiéndome en el fuego sacrosanto del amor hacia su Reina y Señora, haciendo que mi corazón palpitase al unísono, sintiendo mías vuestras alegrías, llorando vuestros infortunios y entregándome totalmente, amándoos como a hermanos, hijos de una misma Madre.
Hoy, que vicisitudes y circunstancias especiales me llevan a prestar mis servicios, a mi patria chica, os dejo mi corazón. Os dejo gran parte de mi alma, de esta alma mía que os ama, porque amo entrañablemente a vuestras hijas y porque adoro a vuestra bendita Madre, que es también mi Madre.
Y en estos días, cuando aparezca en su Trono, deslumbrante y Misericordiosa Reina y Señora de los corazones, desde lo más íntimo del alma elevaré mi cotidiana plegaria: "No nos dejes, ¡Madre mía!"
LAURA FERNÁNDEZ - MAESTRA NACIONAL
Villena, septiembre de 1934.
Extraído de la revista El Olivo de 1934
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