3 ago 2021

1977 VILLENA EN LOS VIAJES DE FELIPE II Y CARLOS III

VILLENA en los viajes de Felipe II y Carlos III
Por Faustino Alonso Gotor
No es la primera vez que. en esta Revista. aparecen reseñados los viajes de algunos monarcas españoles a su paso por Villena. Los ilustres villenenses Rojas Navarro y Soler García escribieron, con docta pluma. acerca de los realizados por Carlos IV e Isabel II, respectivamente.
En estas páginas damos a luz dos episodios de este tipo que pueden contribuir a enriquecer la pequeña historia de los pueblos, concatenada a la general de la Nación; se trata de los viajes de dos monarcas españoles: Felipe II y Carlos III.

FELIPE II
1.° — MOTIVO DE SU VIAJE E ITINERARIO. - Este monarca, en su intento de unificar la Península, anexionado y seguro Portugal, dirigió su política hacia Aragón con el fin de someterlo a la monarquía centralista española.
Pasar de Castilla a Aragón, era como ir de un estado de máximo poder regio a otro en el que la potestad real quedaba notablemente reducida. Los privilegios de los nobles aragoneses, verdaderos señores feudales, no eran igualados en toda Europa. El Justicia Mayor de Aragón había coronado a los Reyes, arrodillados a sus pies, y los nobles llegaron a prometer al Rey su obediencia si se mantenían sus fueros; pero no en caso contrario. Las pretensiones de estas antiguas «libertades» de la oligarquía tetraestamental aragonesa, inquietaban a la corona de tal modo que Felipe II rehuyó convocar Cortes en Aragón, incluso hasta en los momentos más críticos para la economía de la nación, como tal fue durante la bancarrota de 1575.
Posteriormente, en el año 1585, se presentó la necesidad de obtener de los estados el juramento de fidelidad al heredero del trono, y por tal motivo se hizo inevitable su asistencia a las Cortes Generales de Monzón, las cuales se prorrogaron a las del Condado de Cataluña y Reino de Valencia, vinculadas de antiguo a la Corona de Aragón.
Enrique Cok, arquero de Felipe II, hizo una relación de este viaje a Zaragoza, Barcelona y Valencia; y nos relata, entre otras curiosidades, que en la ciudad de Tortosa, el día de Navidad de 1585, fue homenajeado el monarca con una representación de Moros y Cristianos. Veinticinco días más tarde los valencianos hicieron otro simulacro de la Batalla de Lepanto.
2.° — LOS VILLENENSES ANTE EL VIAJE REAL.
a) La vida en Villena en las primeras semanas de 1586.
Después de presidir las Cortes celebradas en la Catedral de Valencia, el Rey emprendió el camino de vuelta a la Corte, acompañado de su real comitiva, con el príncipe Alejandro Farnesio, hijo de su hermana doña Margarita, gobernadora de los Países Bajos, y con sus sobrinos Adolfo y Ernesto, hijos de los Reyes de Bohemia.
El rumor de que Felipe II habría de entrar en el marquesado, a pocos kilómetros de nuestra ciudad, hacíase cada vez mayor. Los villenenses hablaban de ello mientras se entregaban a sus cotidianos quehaceres. Se afanaban en el arreglo de sus caminos, el de las Salinas Reales entre otros, y en el de las ermitas y templos.
El Rvdo. padre guardián del pequeño Convento de Santa Ana, sito en la Losilla, pedía madera para construir el porche de la Iglesia, la cocina de la Hospedería, mesas del refectorio y tablas para camastros. Pedro Ladrón, maestro de cantería y Bartolomé Domene, albañil, colocaban en la obra de la Ermita de San Antón, cinco jácenas de a 26 pies, y 10 maderos cuadrados de otros 16 pies de largo; y el clérigo y fabriquero de la Iglesia Parroquial de Santa María, pedía pinos donceles para 10 jácenas de 24 pies, 60 riostras, cimbrias y tablones para la obra de dicho templo.
Los agricultores, preocupados por la desigualdad existente en los repartidores de los Cinco Hilos, con el consiguiente trastorno para el riego de la huerta, reparaban la fuente de la Ciudad con el fin de que se regase por cada un Hilo, según se tenía por costumbre. A su vez, azotados sus cereales por la plaga de langosta, se encuadrillaban por barrios y acudían al Puerto para matarla, gastando en ello hasta 34.000 maravedíes enviados por el Gobernador del Marquesado.
Los albéitares Francisco y Sancho Hernández, para elegir los mejores sementales, a petición de todos los villenenses, inspeccionaban todos los caballos existentes, so pena de 10.000 maravedises si alguno ocultaba el suyo. Y mientras allá lejos, en los almarjales de la Fuente del Chopo bebía plácidamente el ganado vacuno, algunos villenenses acercábanse risueños al pueblo con lechigadas hasta de seis lobos, cogidas encima del Barranco Bermejo o en algún otro paraje de la sierra Salinas. La gratificación que les esperaba era de cuatro ducados por cada lechigada, o bien cerca de 45 ducados si el lobo era adulto.
El Almotacén, Gonzalo Gil, se atareaba en el cuidado y renovación de las Pesas y Medidas de la Ciudad. Adobaba el peso del carnero, el asa del marco y patrón y las balanzas del esparto; renovaba las medias arrobas de medir vino, los cuarterones de barro para el aceite, los cuartillos y medios cuartillos, las medidas de a medio azumbre y la barchilla patrón para los cereales.
En las plazas y puntos claves de Rabal y de la Ciudad, el Pregonero público, por dos ducados al mes, redoblaba el tambor. Se acercaba la gente a su alrededor; tomaba el nombre de dos o tres testigos y daba lectura al bando que anunciaba la subasta de la leña sobrante de la limpieza del Pinar de pinos donceles, o bien les notificaba la próxima fecha para pagar el impuesto del Tercio de Encabezamiento, que ascendía a 449.767 maravedises, cantidad a repartir para su pago entre los vecinos encabezados.
Bajo un estrecho criterio de lo social, los pobres villenenses comenzaban a recibir ayuda de la Obra Pía, recién instaurada a consecuencia de un legado que dejaba el abogado villenense Pedro Esteban tras su fallecimiento y cuyo apellido, por tal motivo, seguiría oyéndose varios siglos después. Los mendigos transeúntes se defendían del frío alojándose en el Hospital, en su gran sala-chimenea, donde promiscuamente mezcláronse hombres y mujeres de todas las edades hasta su reestructuración, ocurrida dos siglos más tarde. Las mujeres públicas, dispersas hasta hacía siete años antes, se localizaban ahora en una sola casa, a petición del estamento clerical, para «evitar males mayores».
Los Regidores, con sus Alcaldes ordinarios, reuníanse para deliberar y defender los Privilegios de la Ciudad. Uno de ellos, el de limpieza de sangre, era tratado con frecuencia. En estas primeras semanas de 1586 volvía a tratarse de ello con motivo de un pedimento que hacía Juan Martínez Vizcaíno de Erquiaga, sobre la pretensión de su hidalguía. Era obligado tramitar su probanza de linaje y limpieza de sangre, puesto que ningún judío, converso ni linaje de Pachecos, podía vivir en esta ciudad ni de asiento, ni vivienda ni morada; para ello se trasladó a Valladolid y Vizcaya el Regidor Cebrián Oliver. que hubo de ausentarse durante 90 días cobrando a razón de 400 maravedís por día.
Otro tal ocurría con la familia de los Miño, uno de los cuales, Pedro, que a la sazón era Regidor, pidió que al conjunto de informes sobre su probanza, recibidas en contestación a requisitorias enviadas a los Justicas de Valencia y Castilla, y los de Onteniente y Alcoy, se adjuntase un traslado del «PERDON GENERAL QUE LOS REYES CATOLICOS, HICIERON A LOS VECINOS DE ESTA CIUDAD SOBRE EL LEVANTAMIENTO DE LOS CONFESOS». Todo este conjunto de informes habría de enviarse a Murcia para que dos letrados los examinasen y diesen su dictamen.
Otro Privilegio que hubo de tratarse aquellos días fue el de franquicias. Dada la escasez de trigo que padecía Villena, fue necesario proveerse de este cereal del Reino de Valencia. Pero el juez de Puertos quebrantó este Privilegio intentando cobrar franquicias a los villenenses. A partir de tal momento se entabló pleito que hizo necesario un viaje a la Corte.
b) NOTICIAS DEL VIAJE.
Entre tanto, y parejo con tales afanes de los villenenses, el boticario Diego Valera despachaba recetas; el maestro Alonso Damon enseñaba las primeras letras con un sueldo mensual de 40 reales; los vendedores de aceite, carne, vino y jabón despachaban al público sus mercancías; las doce panaderías existentes vendían la libra de pan (460 gramos) a 6,8 maravedises, es decir, 5 panes por un real (un ducado =11 reales); los artesanos fabricaban alpargatas de esparto y los mozalbetes jugaban a la pelota y bolos en la plaza. Mientras así, apaciblemente, discurría la vida en Villena, los ancianos, frente al sol invernal, apoyados en el muro junto a la puerta de la Ciudad, frente al camino de Almansa, pudieron observar la llegada del «Correo de a pie», que tal
vez diera motivo a que volviesen a conversar sobre el rumor que, de unas semanas acá, corría
de boca en boca, acerca de la probable llegada del Rey al término de Villena. Rumor que se hizo cierto el día 7 de febrero de este año del Señor de 1586.
Reunido el Ayuntamiento, presidido por uno de los dos alcaldes, el doctor D. Antonio Sempere, e integrado por los Regidores Pedro Miño, Juan Oliver y Juan Santolín, con el Alguacil Mayor Pedro Díaz, se dio lectura a una carta, de fecha 4 de febrero, mandada escribir, desde Albacete, por el Ilustre Señor Mosén Rubí de Bracamonte Dávila, Gobernador y Justicia Mayor en todo el Marquesado de Villena. El contenido literal de dicha carta era el siguiente:
«El diez y siete del presente, he tenido noticias que Su Majestad partirá de Valencia y vendrá por este Marquesado y entrará por el Puerto de Almansa, y que entendiendo la obligación que este Marquesado tiene a hacer demostración de contento por la venida de Su Magestad, y principalmente esta Ciudad, y que la voluntad y afición de acudir a las cosas del servicio de Su Magestad es muy conforme a la obligación, le ha parecido que para cumplir con ella será muy acertado que de esta Ciudad salga una compañía de arcabuceros del mayor número de gente y más crecida que sea posible para recibir a Su Magestad a la entrada de este Reino. Y para levantar y llevar en orden a dicha gente, será bien nombrar a el Capitán Pedro Rodríguez al cual le escribe pidiéndole se encargue de este cuidado, que por ser persona de práctica y experiencia y de las demás partes que para esto se requiere, será muy a propósito se encargue de ella, y si no estuviera tan ocupado dando la orden en las cosas que se han de proveer en los lugares por donde Su Magestad ha de pasar, se partiera a esta Ciudad a tratar de lo que aquí se escribe. Y para que tenga el efecto que conviene será bien, alistar y apercibir la gente, y de lo que en efecto se hiciere, será necesario avisar con brevedad».
c) SE ORGANIZA EL RECIBIMIENTO LA BANDERA DE VILLENA.
Los dichos señores del Ayuntamiento, con el otro Alcalde, Francisco de Medina; el Regidor Pedro Martínez de Olivencia y los Jurados Pedro Díaz y Juan Rodríguez Navarro, iniciaron las tareas de organización para el recibimiento de su Majestad.
Era preciso reclutar la tropa: adquirir utensilios y armas para ella y formar una intendencia y transportes, a la vez que atender las necesidades de los vecinos que se sumasen a la histórica expedición.
El domingo 9 de febrero se convocó a todos los villenenses de quince a sesenta años bajo la multa de 500 maravedises, destinados a obras pías, si alguno faltase. De todos los llamados se eligieron los más apuestos e idóneos para formar una Compañía. Hicieron alarde probando sus arcabuces y adiestrándose en su manejo, según muchos de ellos ya habían hecho cuando fueron a la guerra de las Alpujarras a luchar contra los moriscos o bien al castillo de Bernia para vigilar la llegada de piratas y turcos a nuestras costas e impedir que se pusieran en contacto con los moriscos levantinos.
Ante la ausencia del veterano Capitán Pedro Rodríguez Navarro por encontrarse atareado en el itinerario de la comitiva Real, se nombró por capitán al Alcalde, Doctor Antonio Sempere, quien puesto al mando de los 150 arcabuceros elegidos. tuvo por colaboradores a Pedro Díaz, alguacil mayor, designado alférez, y a los sargentos Juan de Torreblanca y Damián Díaz. Así, se formaron quince escuadras, nombrándose como cabo de cada una de ellas a los quince villenenses con más práctica y experiencia en tales lides. Finalmente se repartió a cada uno de los soldados un kilo de pólvora y otro de plomo, ya que no solamente iban a recibir al Rey, sino que también habrían de escoltarlo.
Siendo preciso presentarse ante Felipe II con una bandera que simbolizase y distinguiese a Villena entre los demás pueblos que acudiesen a recibirle, acordóse en aquel Concejo fabricar una «de colores convenientes», y con tal motivo se compraron, a Rodrigo de Luna, once kilos de tafetán amarillo, con los cuales se hizo también un gallardete.
El Regidor Juan de Santolín se encargó de viajar a Alcira y Valencia. Compró al sombrerero valenciano Cardona los suficientes sombreros del mismo color que los vestidos, para completar el uniforme de los expedicionarios. Y en Alcira adquirió, de Vicen García, sedas y paños para los villenenses que asistiesen a esta jornada. Dos comerciantes de Villena, Ginés Gimeno y Lorenzo Domene, fueron los intermediarios entre el Ayuntamiento y el público para la venta de dichos paños y sedas, de cuyo producto tomó el Ayuntamiento trescientos reales con los que en Alicante se compraron 2.725 kilos de pescado cicial, 3.000 sardinas y una bota de atún hijada.
Varios Regidores hicieron recoger, asimismo, en el pueblo, gallinas, huevos y hortalizas de varias clases. Y del Pósito de trigo se sacaron 64 fanegas, las cuales, una vez salidas y hechas harina, dieron pan suficiente para los componentes de la expedición y para los tres días de jornada de los soldados.
Por otro lado, al Capitán doctor Sempere, estuvo dos días en Almansa tratando asuntos comunes del viaje con el alcalde Valladares, a la vez que recibiendo órdenes del Gobernador. El 12 de febrero partió otra vez para Almansa el Regidor Juan Oliver, donde recibió órdenes concretas sobre la fecha de salida; y pidió a su vez al Gobernador que la Compañía de Villena se adelantase en el Reino de Valencia a esperar al Rey, con el fin de que, a la vuelta, fuese más cerca de S. M. Nada debió concretar a este respecto, pues el domingo 23 de febrero, Francisco Martínez de Olivencia, vecino de Villena, venido de Almansa, comunicó al Ayuntamiento su visita y la orden del Gobernador de que «el viernes, a las 10 horas, la expedición se encontrase con él en Los Alhorines, cerca de la «Sierra el Rocín», en el lugar llamado El Alcaizón, llevando consigo mantenimiento para tres días. En dicho lugar, se añadía, les daría órdenes más concretas.
Aquel viernes, 28 de febrero, temprano, salían los villenenses por la Puerta de Almansa formando una larga columna, que tenía delante de sí un camino de cerca de dos horas, bajo el mando del capitán Sempere. Dos tambores, uno recién estrenado y otro arreglado con un parche para ese día, eran redoblados durante la marcha. Allá delante el gallardete asomaba enhiesto por encima de las cabezas. Detrás avanzaban los apuestos soldados villenenses con su arcabuz a punto de revista. Seguía el alférez a caballo, enarbolando la bandera amarilla de Villena; y tras él, los Alcaldes, Regidores, Alguacil y Jurados.
A continuación, eran conducidos 35 carros para el servicio del Rey; y después, cabalgando unos y sobre cherriones otros, seguían numerosos villenenses, hombres y mujeres, ataviados con sus mejores ropas, risueños y festivos.
Tal viernes, mientras Villena se trasladaba al Alhorín, su rey, el vencedor de los moriscos de Granada y de los infieles en Lepanto, llegaba a Fuente la Higuera, donde pernoctó. Al día siguiente, sábado 29, el Monarca, nada extraño a las artes, pues tañía la guitarra con destreza y gozaba vivamente de la pintura, al entrar en la iglesia de la mencionada población, le llamó poderosamente la atención «el Salvador» de Juanes, que cerraba el tabernáculo del altar mayor. Fue tal la impresión que, después de examinarlo detenidamente, exclamó: «Si no estuviera tan bien empleado me lo llevaría».
Tras oír Misa, con el Príncipe y la Infanta, reanudó el viaje para adentrarse en el Marquesado, donde esperábanle los villenenses adelantándose a los demás pueblos.
Pasada esta inolvidable jornada, retornaron las gentes de Villena. Probablemente contábanse, en el camino de vuelta, las incidencias del día, el aspecto físico del Rey y los vestidos de la Infanta. Llegados a Villena, ya pronto se dispondrían a organizar la próxima excursión, la del Voto, y muy especialmente se entregarían a ello los componentes de cinco Cofradías: San Ro-que, San Gil, Ntra. Sra. de la Concepción, Ntra. Sra. de las Nieves y San Juan, pero en el recuerdo de los villenenses quedó grabado, durante su vida, tan memorables días de aquel año de 1586.
CARLOS III
a) Los villenenses ante la muerte de Carlos III.
Las campanas de Villena doblaban a muerte. Era la antevíspera de Navidad del año 1788. El Corregidor D. José Fuentes convocó a los caballeros Capitulares, Diputados y Síndicos para anunciarles la muerte del anciano Rey y, a su vez, una Real Resolución del Supremo Consejo de Castilla por la cual se preveía que vistieran luto durante seis meses.
Treinta días después los villenenses se acercaban a las puertas de las Iglesias, Conventos de Religiosos, monjas y del Oratorio de San Felipe Neri (actual Congregación) para leer en las esquelas la cita que se les hacía a la celebración de las Reales Exequias y Funerales, que habrían de realizarse el inmediato día 24 de enero en la Arcedianal iglesia de Santiago.
En la temprana mañana de dicho día, todos los Sacerdotes, eclesiásticos, religiosos y Padres del citado Oratorio, celebraron misas en sufragio del alma del soberano difunto, con doble estipendio del acostumbrado. Más tarde, congregado el Ayuntamiento en su Sala Capitular, tomaron el Estandarte Real, y con la mayor solemnidad, se trasladaron a la Iglesia Arcedianal, juntamente con el capellán de Santa María y la Comunidad de San Francisco. Cantose la Misa de Requiem con acompañamiento de música, siendo orador el Muy Reverendo P. C. Fray Vicente Montero, lector de Sagrada Teología que a la sazón moraba en el convento de San Francisco de nuestra ciudad. Posteriormente los villenenses, con general sentimiento, siguieron las suntuosas exequias mientras religiosa y apenadamente contemplaban el negro y majestuoso catafalco adornado con velones; y los numerosos candeleros y grandes cirios que, rompiendo las tinieblas, iluminaban las heliáceas columnas, nervuda crucería y dorada verja, percibiendo a la vez el olor del incienso y la cera, las cadencias de la música gregoriana.
Finalizadas las exequias, regresó el enlutado Ayuntamiento a las Salas Consistoriales, dejando allí el Estandarte Real. Los villenenses salieron del Templo. A pesar del frío invernal, formaban corrillos unos, y marchaban lentamente hacia sus hogares otros, mientras recordaban lo sucedido en Villena, hacía ya veintinueve años, cuando se proclamó Rey al que acababa de fallecer.
b) Apertura de la calle Nueva.
El día 24 de septiembre de 1759 cundió la noticia de que Carlos III iba a desembarcar en Alicante y pasaría por Villena, camino de la Corte. Efectivamente, el Corregidor D. Pedro de Moscoso y Figueroa así lo había comunicado a los Regidores reunidos en Cabildo.
Hasta entonces, la entrada a Villena por la calle Nueva estaba dificultada de tal modo que, para llegar a la plaza del Rollo, era obligado bajar por la calle del Hilo, doblar por el Huerto Real y por la actual calle de San Benito entrar en la plaza. Este antiguo trayecto era debido a la existencia de un mesón, propiedad de los Padres de la Congregación de San Felipe Neri, cuyo patio. cuadras y pajares, impedían el acceso directo a la plaza del Rollo, por estar edificados en lo que hoy día constituye el principio de la calle Nueva.
Era evidente para muchos villenenses, no solamente el absurdo rodeo que habían de dar los forasteros para llegar a la puerta de dicho mesón, situada en la mencionada plaza, sino las estrecheces existentes que incluso eran causa de accidentes. D. Antonio García Selva había presenciado el vuelco de algunos carruajes junto a la esquina de la casa de D. Joaquín López, en la calle del Hilo; y otras vio a los arrieros desenganchar las mulas de los carros que, transportando vigas de almazara de 60 a 70 palmos, quedaban en la imposibilidad de maniobrar, especialmente en dos tramos de dicha calle y a nivel del lavadero que había frente al Huerto Real.
El Ayuntamiento, consciente de tales dificultades, había hecho gestiones con la Intendencia Provincial de Murcia para lograr la rectificación de dicho recorrido; más fue la casi inminente llegada de Carlos III a España el eficaz acicate para acometer el derribo del mesón y el de una casa frontera, de Miguel Navarro. Con tal fin se comisionó a los Regidores D. Joaquín Mergelina y D. Pedro Felipe Herrero, quienes se pusieron en contacto con los Padres del Oratorio para intercambiar el citado patio por dos casitas de D. Juan Chapí, colindantes por la parte posterior al mesón, y así habilitar a éste nuevas cuadras y pajares. Dada la urgencia, se otorgó la contrata de las obras. sin previa subasta, a Francisco López.
c) Preparativos para el frustrado viaje.
El corregidor había hecho presente al Cabildo la casi evidencia de que SS. MM. llegarían a Villena. poco más o menos el ya cercano día 10 de octubre. Era obligado, pues, ser diligentes. Nombrándose encargados de la organización y protocolo a los Caballeros Capitulares D. Alonso de Mergelina y D. Francisco Cervera. El alojamiento del Rey y su familia, se haría en las nobles casas de la plaza de Santiago. El resto de los cortesanos y acompañantes descansarían en similares casas de la población. Era necesario decorar las que habían de ser habitaciones reales, y para ello los citados Regidores escribieron a Murcia y Alicante solicitando cortinas y demás aderezos ornamentales.
Tras estas obras y preparativos llegó el día 13 de octubre y vino a conocimiento de los villenenses que los Reyes no pasaban por su Ciudad; eran los equipajes de la Real Familia, máquinas y porcelanas de la Real Fábrica, los que próximamente habían de ser conducidos a través de Villena. Una Real Orden de la Reina Madre así lo había dispuesto, destinando a D. Francisco Javier Solano, en Alicante, para organizar el traslado de los reales equipajes hasta la Corte.
A causa de dicha Orden volvió el ajetreo. Se nombró al Regidor D. Pedro Matías Rodríguez, para todo lo concerniente a ello, quien mandó hacer una relación de todos los carruajes, berlinas, calesinas, galeras y carros de Villena y su jurisdicción. Asimismo, se arregló el camino de Almansa, que estaba en muy mal estado por las lluvias que recientemente habían caído.
El 17 de octubre desembarcaban los Reyes en Barcelona para hacerse cargo de la Monarquía española. Desde allí comenzaron su viaje a Madrid. así como sus equipajes lo hicieron desde Alicante. De este modo consiguió Villena una decisiva mejora en su urbanización, con una más racional calle Nueva, al menos en su primer tramo al que posteriormente aún se le harían más rectificaciones.
BIBLIOGRAFIA
«ACTAS DE AYUNTAMIENTO» del primer trimestre del año 1586. Traducción paleográfica de D. Antonio Cuéllar Caturla.
«ACTAS DE AYUNTAMIENTO» de septiembre y octubre del año 1759.
«ACTAS DE AYUNTAMIENTO» de diciembre de 1788.
«HISTORIA DE FUENTE LA HIGUERA», por José M.ª Ros Biosca.
«EL GRAN SIGLO DE ESPAÑA: 1501/1621», por R. Trever Davies.
«BOSQUEIG HISTORIC I BIBLIOGRAFIC DE LES FESTES DE MOROS I CRISTIANS», por Adolf Salvá i Ballester.
Extraído de la Revista Villena de 1977

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