26 abr 2024

1965 VILLENA ENTRE EL AYER Y EL MAÑANA

VILLENA ENTRE EL AYER Y EL MAÑANA por Gabriel Elorriaga Jefe del Gabinete Técnico del Ministerio de Información y Turismo.
Las fiestas patronales son típicas en nuestra Patria y todos los pueblos o ciudades compiten, dentro de sus medios, para realizarlas con brillantez. Pero no todos buscan apresar la significación de la tiesta anual en expresiones literarias que manifiesten a propios y extraños la vitalidad de una comunidad local. Y entre estos pocos, Villena sobresale.
Y bien merece Villena este esfuerzo de buen gusto, porque la Historia obliga. Esa Historia, cuyo símbolo es el reconstruido castillo, con su figura vigilante sobre el valle, como una viva exigencia de fidelidad.
No en vano la existencia de la población se pierde en los siglos. Y ya es sabido que las raíces del fuerte árbol se hunden y extienden ampliamente. Pero hay árboles que mueren y sólo los más vitales desafían las tormentas y el tiempo.
Por ello Villena tiene nombre en nuestra historia patria, pueblo fuerte y vital que sabe mantener su existencia a través de los más variados cambios y en cada etapa, sin cambiar su estilo, logra hacer perdurar algunas muestras, en las que la piedra trabajada se hace testimonio de un espíritu más recio que el tiempo y su cambio.
Villena, de antiquísima raíz prehistórica, siempre agrícola, hoy, también, industrial. Tal vez por ello, en esa laboriosidad esté la razón de su siempre sana pervivencia. Porque los frutos de la madre tierra siempre tienen valor, sea romano el imperio, o sea visigodo, sea árabe o castellano, o puramente español que es para lo que en definitiva sirve haber pasado por tantas y tan variadas etapas de dominio y culturas.
Todas ellas añadían formas de arte o de construir, instituciones y costumbres. Pero el núcleo esencial estaba allí, en la tierra y en la lección que da, renovándose cada curso anual, cambiando en las estaciones y exigiendo siempre la misma dedicación, la misma sabiduría campesina del bien cultivar, a lo que corresponde con sus frutos. Ese ciclo eterno de la tierra es un buen modelo para adaptar el ritmo de un pueblo.
Hay otros frutos de cultura que si nacen al contacto con la naturaleza, superan a los bienes materiales porque atienden necesidades del espíritu. No en vano la minúscula cultura está en directa relación según muchos, con el cultivo agrario. De todos modos, de esa naturaleza cultivada, es decir, de la naturaleza mejorada por el hombre, surgen las imágenes, los ríos de Jorge Manrique, que siempre van a la mar, amplio abismo que es la muerte y el principio del retorno del ciclo. Y surge la melancolía del brillo de toda civilización frente a la soledad del hombre despojado de todo añadido que no sea su propia perfección interior. ¿Qué se hicieron de todos los lujos y triunfos y poderes? Todo declinar es melancólico, como un ocaso in-vernal. Pero detrás de él siempre espera el nuevo día. Y así, los hombres y sus obras se suceden y siempre queda algo, una huella, algún monumento, una iglesia, un castillo, unos barrios de trazado antiguo, una herencia artesana, en que las edades dejan la voz callada de sus pequeñas cosas a las que el tiempo da relieve.
Todo esto tiene Villena, historia y huellas; melancolía del pasado y perseverancia y fidelidad a la tierra; trabajo y ambición de expresarlo en frutos e industrias, riquezas del cuerpo y del espíritu; conciencia de la limitación y ambición de superarla con el esfuerzo de cada día que, mejor que toda alquimia, sombras del Marqués Don Enrique, es la más segura promesa de un gran futuro.
Extraído de la Revista Villena de 1965 - Fotos J. Mas

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