2 may 2023

1957 CITAS CON LA HISTORIA

Estado actual del Castillo de Villena, según maqueta construida por José Cortés con papel de «ABC» y engrudo. Pintura porfirizada con tierras del mismo castillo.
CITAS CON LA HISTORIA Por Joaquín Candel y Candel - Notario
Otro año nos consiente la Providencia sentir la dulce impresión de acercarnos a nuestro muy querido pueblo. Llevamos el triste bagaje de amargos y afectivos recuerdos y una estela de decepción por continuar irrealizado aquel entusiasta y reiterado anhelo y dignificar el símbolo perdurable de nuestra historia vernácula. Todavía, en el suave atardecer de nuestras fiestas septembrinas, sobre el oroviejo del ocaso, destaca la elegante e hidalga silueta de nuestro Castillo. Yérguese cual bermeja y miniada inicial de una ejecutoria, que hasta hoy dejamos incumplida y abandonada. Contemplémosle con visión íntima, profunda, cuando sintamos henchidos nuestros pechos de ancestrales y entrañables emociones, con el amoroso deseo de conservarlo como índice evocador de nuestro pasado, de nuestro carácter, amplia y hondamente cimentado en la inextinguible nobleza de nuestra tierra.
Panorama de Castilla y retrato de Enrique IV.—Continuando nuestras notas históricas, precisa antes de narrar la actuación del Marqués durante el reinado de Enrique IV, iluminar el tenebroso escenario de Castilla en aquel período histórico. Desde la muerte de don Juan II hasta la coronación de su hija doña Isabel, el pleito sucesorio agita en constante y apasionadas turbulencias políticas la totalidad del Reino. Media Castilla lucha a favor de la hija de la Reina, la otra media en favor de la hermana del Rey. El dominio de los tumultuosos acontecimientos y la conversión de un reino atomizado, enfermo y decadente en imperio poderoso, denotan la inteligencia, cautela y visión política de aquella Infanta que fue la Reina Católica. Recluida con su madre en el Castillo de Arévalo, percibían confusamente los ecos de una Corte roída por la miseria moral y material, donde vegetaba la iniquidad real, representada en su hermano don Enrique.
El Príncipe de Asturias es elevado en Valladolid, en el año 1454, a la muerte de su padre don Juan II, a la Corona de Castilla.
Si el padre fue débil, pero amante de la cultura, el hijo heredó su carácter exorable. El temperamento abúlico e inconstante de don Enrique, según los cronistas, le hacen rayar en la imbecilidad. Fácil presa y dócil sujeto pasivo, para operar sobre él el sutil y turbulento maquiavelismo de don Juan Pacheco. Dice Silió que si el Privado de su padre había sucumbido trágicamente, éste le superó en tejer intrigas y ensombrecer el horizonte político de Castilla. No podemos extendernos en comentar el profundo estudio psicofisiológico que hace Marañón del señor de tal privado, en su obra «Ensayo biológico de Enrique IV». Transcribimos, tan sólo, algunos conceptos de los biólogos y cronistas a que aludimos en nuestro trabajo anterior. «Enrique IV no tenía condiciones de rey ni era digno de estimación corno hombre». «Había acreditado como Príncipe heredero lamentable flaqueza de voluntad, muchos más vicios que virtudes y gran quiebra en lo de comportarse varonilmente» (Silió). «Fue nacido para la ruina del trono y escándalo de las naciones». Frases atribuidas, según Tomás Walsh, a su tutor Fray Lope Barrientos. Cuenta el cronista Enríquez del Castillo su predilección por Segovia y Madrid donde más se holgaba é mayor descanso para su reposo recibía. Se deleitaba en andar por ello y entretenerse en la caza de les animales salvajes que allí nasciesen y andaban, é aun porque así mesmo los negocios de la gobernación le daban pena y eran muy ajenos a su condición».
«Tosco, feo, maloliente, misántropo, vestido y calzado con tanto desaliño y adornado de rarezas y vicios indeseables». (Marañón).
Hosco y fantasmagórico aparece en aquel célebre retrato que figura en el Códice de Stuttgart. Trasunto físico de aquella miseria moral que analiza el citado biólogo.
Creemos suficiente lo apuntado para imaginar el preponderante influjo que el titular de nuestro Marquesado ejerció sobre tal Señor.
Actuación del Marqués de Villena durante el reinado de don Enrique. Durante los veinte arios (1454-1474) de su reinado, el entresijo de acontecimientos históricos es inenarrable. La figura del Marqués destaca en confabulaciones, intrigas, luchas y pugilatos de soberanía. Su diplomacia es artera, insidiosa, desleal, pero sobre todos sus defectos se sobrepone su fina astucia e inteligencia. Emanaba de su personalidad un influjo sugestivo qué utilizó para mover reyes y nobles en su interés y codicia. En aquella época, el nombre de Villena se repite y teme en la Corte española y en las extranjeras. Trasciende a Francia, Portugal, Italia. Hasta el Pontífice Sixto IV envía al Cardenal Rodrigo de Borja (que fue posteriormente el Papa Alejandro VI) a Castilla, con la célebre Bula legitimando el matrimonio de los Reyes Católicos. Además de tal misión, traía otra más importante, según Silió: la de procurar la pacificación y facilitar informe de las intrigas y agitaciones de Pacheco. Decía el cronista Hernando del Pulgar: «Trató de concordia e reconciliación del Maestre de Santiago con el Príncipe e con la Princesa, porque entendió que este Maestre la estorbaba, é que cesaría de impidir si lo redujese a su servicio».
Abarcando toda la escenografía histórica del reinado de Enrique IV, en la complejidad de sus episodios encontraremos como propulsoras descollantes de los sucesos dos figuras: el Arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo y su sobrino el Marqués de Villena.
Persistiendo en nuestro intento de narrar, a modo de novela cronológica, los acontecimientos, destacaremos la intervención de Pacheco en los más culminantes. Deseando evitar el cansancio de su farragosa narración, los expondremos bajo subtítulos.
Tratados de paz en el Reino. La primera intervención de Pacheco al subir al trono Enrique IV, en 1454, es intervenir en los tratados de paz con el Rey don Juan de Navarra, por mediación de la Reina de Aragón. En el concierto asisten el Justicia del Rey de Aragón, el Almirante de Castilla y el Marqués de Villena. Los reyes de Aragón y Navarra y el Infante don Enrique renuncian a los señoríos y fortalezas que tenían en Castilla. Por consecuencia de este tratado, regresan al Reino los Nobles y Magnates desterrados, recobrando don Enrique IV todas las Ciudades y Villas que estaban en poder de aquéllos.
En el año siguiente (1455), refiere algún historiador que Pacheco instigó al Monarca para que demostrara su poderío y grandeza. Don Enrique, aceptando la inspiración de Villena, convoca a Cortes en Cuéllar, proponiendo renovar la guerra contra los moros de Granada. Se forma un lúcido ejército con los jóvenes de la nobleza, figurando entre sus representantes el Marqués de Villena, su hermano Pedro Girón, Maestre de Calatrava, el Duque de Medina - Sidonia, el Marqués de Santillana y otros. Disgustó a los Caballeros la actitud del Rey, al ordenar a los Capitanes que no hostilizaran al enemigo. Limitose la campaña, que más parecía fiesta cinegética, a correrías devastadoras por campiñas y ricos cultivos de los moros. Don Pedro Girón y los Condes de Alba y Paredes proyectaron, en vista de la burla, apoderarse del Rey «e incluso matarle», «a quien asustaba la guerra y tenía horror por el derramamiento de sangre».
Elección de la segunda esposa del Rey.— Dice Walsh que, por la misma época (1454 - 1455), el Marqués de Villena, verdadero dueño del reino, se encargó de buscar al soberano la esposa que le diera sucesión. Recordemos que su anterior matrimonio con doña Blanca de Navarra fue anulado en 1446 y confirmada dicha anulación en 1453. Don Juan Pacheco eligió para esposa del Rey a la encantadora Princesa doña Juana de Portugal, hermana de su Monarca don Alfonso. Manifiesta dicho autor que el motivo de tal elección por el Marqués, «que podía ocultar todos sus vicios excepto la avaricia, que no podía ocultar ni moderar» (frases del citado cronista) fue el temor de una alianza con la casa de Aragón, de la que procedían sus ricas posesiones. Llega Doña Juana con la brillante comitiva portuguesa a Badajoz. Le acompañan las doce famosas doncellas; de generosas las califica el cronista; se dispuso que el Rey Don Enrique les diese marido según sus linajes... cumpliendo las arras e dotes. Se celebran en Córdoba los desposorios en 20 de, Mayo de 1455. Después, en Sevilla, fastuosos festejos. No se recordaban tan ostentosos en toda Castilla. Banquetes, bailes, corridas de toros y un famoso torneo del que fueron Jefes el Marqués de Villena y el Duque de Medina - Sidonia.
El Rey mostró luego a Doña Juana sus lugares favoritos: Madrid y Segovia.
El ambiente de la Corte era de lujoso y procaz sibaritismo. Aquellas damas que acompañaban a la Reina introdujeron atrevidas y desacostumbradas galanterías en la adustez castellana. El cronista Palencia decía: «Lo deshonesto de sus trajes excitaba la audacia de los jóvenes y extremaba sobremanera sus palabras provocativas». Entre tales damas destacaba la gran belleza y desenvoltura de una llamada Doña Guiomar. Algunos Prelados, dice Lafuente, no pudieron sustraerse a las esplendideces cortesanas. El de Sevilla, Don Alonso de Fonseca, una noche, después de la cena, presentó en la mesa «dos bandejas de anillos de oro con piedras preciosas, como ofrenda a la Beina y sus Damas».
Dos históricos episodios de amor: Doña Guiomar; don Beltrán de la Cueva.—
Parecía continuar, en el real matrimonio, la influencia de aquel misterioso hechizo que impidió a don Enrique tener sucesión con su primera esposa, doña Blanca de Navarra. Silenciamos las crudas narraciones que sobre ello hacen los cronistas. Comienzan entonces dos novelescos episodios de amor. Fueron sus protagonistas los Reyes, la nombrada doña Guiomar y un apuesto y noble caballero llamado don Beltrán de la Cueva. También figura como promotor de estos episodios el Marqués de Villena.
Refiere Walsh que, deseoso el Rey de tener sucesión, propuso a la Reina cierta forma deshonrosa de conseguirla. Lo funda en un relato del nombrado Palencia, cronista desafecto al Monarca. La negativa de doña Juana a tan deshonesta insinuación y el deseo de acallar los satíricos comentarios populares y cortesanos, motivaron, dice el autor citado, que aquél sonriente marrano (así denominaban a los judíos conversos) el Marqués de Villena, aconsejara al Rey «tomara pendencia de amores» con doña Guiomar. Públicamente le dedica el Monarca obsequios y galanteos. La arrogancia insultante de esta dama despierta los celos e indignación de la Reina. En cierta ocasión llegó a golpearla, asiéndola de los cabellos; y hasta la hirió en la cara con su abanico. Ante la difícil situación de rivalidad, Pacheco aconseja al Rey alejar a doña Guiomar de la Corte. Quedó instalada a dos leguas de Madrid, pero dotada de ricas fincas y Estados. La Corte se dividió en dos bandos. El Arzobispo de Sevilla se erigió en defensor de doña Guiomar; hasta se dijo que acompañaba al rey en sus visitas a la dama. El Marqués de Villena, no obstante lo relatado, con su proverbial astucia, adopta la causa de la Reina doña Juana.
El desamparo y la relegación que el Rey había condenado a su esposa, cuya belleza y juventud despertaba extraordinaria admiración, abrieron el otro capítulo de esta histórica novela de amor. Cundían rumores por los círculos cortesanos del favor que la Reina dispensaba al nombrado don Beltrán. Era éste prócer hidalgo de Ubeda, que, de paje de lanza, convirtióse en Mayordomo Mayor, alcanzando la absoluta confianza del Rey. Brotan del pueblo cáusticos y procaces comentarios. Se lanzan las coplas de Mingo Revulgo.
Con motivo de la Embajada que envía al Rey el Duque de Bretaña, se celebra el famoso y caballeresco paso de armas en la Puerta de Hierro al regreso del Pardo. Don Beltrán, lanza en ristre, defiende contra todos los caballeros la belleza de la misteriosa dama de sus pensamientos. Todos sabían que era la Reina, menos su esposo, dicen los cronistas. Don Enrique, para conmemorar aquel original torneo, funda en el lugar que se celebró el Monasterio de San Jerónimo del Paso. Presagiaba el Marqués de Villena que aquel donjuanesco personaje, tan diestro en blandir el sable y esgrimir la lanza, iba a eclipsar su poderío.
Liga contra el Rey. Intervención y astucia de Pacheco. Por aquel tiempo los dispendios y liberalidades del Rey, que elevó a gentes desconocidas y humildes hasta las más altas dignidades, le enajenó el apoyo de la Nobleza. Don Juan Pacheco y su tío el Arzobispo de Toledo todavía se le mostraban afectos. Consiguen los nobles firmar en Tudela una Liga contra el Monarca con la adhesión de los Reyes de Aragón y Navarra. El Marqués de Villena fue el oculto promotor de la confabulación. Para no inspirar desconfianza al Rey, consigue con su artera diplomacia separar de la Liga a su hermano, el Maestre de Calatrava. También los catalanes, por aquellos años, con su desventurado Príncipe de Viana, amenazaban al Reino por las fronteras de Aragón. Aprovechando tales revueltas, Pacheco aconseja al Rey la invasión de Navarra. Se nombra Capitán director de la campaña a su hermano, don Pedro Girón.
Dice Lafuente que el Marqués de Villena, con su astuta y tortuosa política, obtuvo una fingida reconciliación del Monarca con el Marqués de Santillana y la de la mayoría de la Nobleza. Les recibió don Enrique en Ocaña prometiéndoles honras y mercedes. Consistía la diplomacia de Pacheco, según el aludido historiador, en apartar del Rey a los Consejeros leales y rodearle de los desafectos, para hacérsele necesario.
Doña Juana la Beltraneja. Su nacimiento y bautizo.— Después del segundo matrimonio del Rey, transcurrieron seis arios sin señal de sucesión. Persistía sobre él aquel maléfico hechizo en que fundó Roma el divorcio con su primera esposa. Al séptimo año, encontrándose la Reina en Aranda del Duero, donde la visitaba don Beltrán de la Cueva, dio señales de alumbra-miento. Fue doña Juana conducida a Madrid con gran lujo de cuidados. Casi todos los cronistas, tanto los desafectos al Rey (Palencia, Valera) como los afectos (Hernández del Pulgar y otros), consideraron la ilegitimidad de la hija de la Reina nacida en el Alcázar de Madrid en Marzo de 1462. Omitimos relatar con su crudeza las narraciones coetáneas a este episodio. Tan sólo apuntaremos que el historiador Mariana culpa más a la deshonestidad de la Reina que a defecto fisiológico del Rey la ilegitimidad de la recién nacida. Pronto la maledicencia popular le asignó el moto de «La Beltraneja». Fueron padrinos de pila de Doña Juana, el Marqués y la Marquesa de Villena y la Infanta Doña Isabel, que contaba entonces once arios. La trajeron desde Arévalo a Madrid, con escolta de armas.
Dice Walsh que Pacheco no la recordaba y concibió utilizar aquella niña en su provecho.
El Rey concedió a Don Beltrán el Condado de Ledesma.
Envidioso Pacheco de la preponderancia e influjo del nuevo Conde, consolidada por su matrimonio con una hija del Marqué» de Santillana y su entronque con los poderosos Mendozas, prepara la conjuración contra el que pretendía arrebatarle su privanza.
La extensión que adquiere este relato nos obliga nuevamente a interrumpirlo, renunciando a nuestro propósito de finalizar el ciclo histórico de los sucesos que se cierra con las muertes de Don Enrique y Pacheco.
Extraído de la Revista Villena de 1957

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