LA CAMPANICA DE LA VIRGEN.
Tiene esta campana, de sones juveniles y alegres, una emoción inconfundible. Nuncio de la llegada de nuestra Patrona, lanza sus notas que el viento recoge en vibraciones y transmite al Santuario. Ya los vencejos, con sus chirridos, merodean la Torre de Santiago, y hay en la plazo y callejas circundantes, movimiento de vísperas de fiestas.. Allá -en el Santuario- rodeado por hoyos repletos de juncos y terrenos pantanosos, saladares y acequias, chopos y acacias, camino de los alamicos, el viejo y severo ciprés, herido y hendido en su rugosa corteza por la mano del hombre que le arrancó trozos de madera para sahumar sus ropas en la antigua arca. Se levanta un edificio alto y monástico; blanco de cal, arcos y piedras, altiplanicie con bancos de piedra labrada, verja de hierro y celdas habilitadas para viviendas, con grandes patios que fueron para los bártulos de los romeros. Caminos polvorientos, hollados y pedregosos; en ocasiones, arenales con pesadumbres de desierto. Por uno de ellos, conocido por el Caminito Viejo de la Virgen, va y viene a Villena; viene y va, cada año, La Morena, con su manto de viaje y su cinturón ceñido y sus viejos faroles de las andas. Al llegar a San Sebastián, adquiere amplitud el manto, ya libertado, y también la imagen que ha sido transportada en un haz de las promesas y de la piedad. Gentes descalzas, enfervorizadas y creyentes, han ido dispersándose al llegar al pueblo; su cometido quedó cumplido, y ahora, con la sencillez de los actas sublimes, recoletos y humildes, desaparecen en su piedad franciscana. Este cortejo es sustituido por el del pueblo en fiestas. Poco después se trocará el sencillo manto por uno esplendente; los farolillos, que ardieron en cera, por magnífica iluminación, las andas serán sustituídas, pero, al regreso, a la despedida, volverán nuevamente los atavíos de viaje, el tropel en multitud silenciosa, por el Camino Viejo de la Virgen; lentamente el Rosario será rezado en sus Santos Misterios, y las invocaciones de las almas irán surgiendo como los viejos cangilones de una noria.
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Así, en estos días, nada se renueva, todo es permanente, todo tiene el encanto del milenio; hasta la efusividad y confraternidad de los abrazos tienen el encanto de la concordia que imprime en la vida tan sólo, la paz de los espíritus.
Eduardo Solano Candel
Revista Fiestas de 1950
Cedida por... Mercedes Pardo
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