10 mar 2022

1958 CONTINUACIÓN DE LOS APUNTES PARA LA HISTORIA DEL SEGUNDO MARQUESADO DE VILLENA

Continuación de los apuntes para la historia del segundo Marquesado de Villena
RECONOCIMIENTO
Este año, cuando nos acerquemos nuevamente a nuestro querido pueblo, sentiremos una profunda emoción de alegría al ver realizados nuestros constantes anhelos. Las obras de conservación y restauración de su admirable y fronterizo Castillo han sido desarrolladas, en su primera fase, bajo cuidadosa y acertada dirección. Al honrar su fábrica, enaltecemos el sentido histórico de nuestra Ciudad; el entrañable amor por su denso pasado, rebosante de cordial hidalguía.
Demostremos nuestro reconocimiento a la Corporación Municipal, que inspirada por su culto Alcalde, con la cooperación de la Diputación Provincial, facilitaron, sin otra ayuda, los medios necesarios para la realización de las obras, inauguradas solemnemente el 13 del pasada Tulio. Ellas patentizarán secularmente, como timbre y emblema perdurable, el elevado sentido cultural y artístico que, interpretando los deseos ciudadanos, anima a esas dilectas Entidades coterráneas.
Reanudamos las notas históricas sobre nuestro segundo Marquesado, el de los Pachecos, durante el reinado de Enrique IV. Interrumpimos el pasado año su narración, en el episodio del nacimiento de Doña Juana la Beltraneja, ocurrido en el Alcázar de Madrid, a primeros de 1462, y del que fueron padrinos Don Juan Pacheco, su esposa y la Infanta Doña Isabel. Apuntábamos la envidia que inspiraba al Marqués Don Beltrán de la Cueva, nuevo Conde de Ledesma, y la conjuración que aquél preparaba contra el que pretendía arrebatarle su privanza. Con estos acontecimientos, proseguimos el desarrollo de los sucesos, bajo los siguientes titulares:
LA CONFABULACION: TRES INTENTOS DE SECUESTRO DE LA CORTE PREPARADOS POR PACHECO
Ocurrieron estos sucesos entre los años 1463 a 1469. Regresaba el Rey de Extremadura después intentar el concierto de las bodas entre su hermana la Infanta Isabel y el Rey Don Alfonso V de Portugal. Le sorprendió la ausencia de la Corte del Marqués de Villena y el Primado de Toledo. Se encentraban éstos en Alcalá de Henares, en actitud sospechosa, tramando la confederación contra el monarca. Entraban en ella el Almirante de Castilla, los Condes de Benavente, Plasencia, Alba, Paredes y otros nobles. El hermano de Pacheco, Don Pedro Girón, también se alzaba con sus hombres por Andalucía. El Rey ruega a los disidentes acudan a la Corte; pero éstos, enorgullecidos, exigen del monarca la prisión del Arzobispo de Sevilla, Fonseca. El Marqués lo denuncia a D. Enrique como su mayor enemigo, y con su artera diplomacia le incita al castigo de los culpables.
Pacheco intenta por aquel entonces, en tres ocasiones, el secuestro de la Corte. La primera, estando el Rey en el Alcázar de Madrid. Cierta noche, se oyó el estrépito de caída de puertas, seguido de irrupción tumultuosa de gentes. Presidían la invasión los Condes de Benavente y Paredes, con otros. Se proponían apoderarse de los Infantes, secuestrar al Rey y a Don Beltrán de la Cueva. El Marqués de Villena, que se hallaba en el Alcázar, convenció al monarca, con astucia inaudita, de que era ajeno a todo ello y reclamó el castigo de los culpables.
El nombramiento de Maestre de Santiago, la mayor dignidad de Castilla, que se otorgó a Don Beltrán de la Cueva, culmina el enojo y la envidia del Marqués: Pacheco, que tanto deseaba ostentarlo, juró, cautelosa y solapadamente, perder a su soberano por la concesión de tal dignidad.
Por segunda vez, cuando se hallaban el Rey, la Princesa, los Infantes y el nuevo Maestre de Santiago en el Alcázar de Segovia, planea el Marqués secuestrarlos. Figuraban también como ejecutantes los nobles referidos. Nuevamente Villena, que astutamente se encontraba con el Rey en el interior del Alcázar, le convence de que aquellos nobles eran sus enemigos.
No renunció Pacheco a sus intentos. Simula, por tercera vez, unas visitas que piden al Rey los Condes de Plasencia y Alba, para acordar las paces con el mismo Villena. Acude dócil D. Enrique, acompañado de D. Beltrán y del Obispo de Calahorra. El lugar fijado era entre San Pedro de Dueñas y Villacastín. El Marqués tenía preparada a su gente para caer sobre ellos. Un aviso milagroso frustró el secuestro, y los conjurados, descubierta la maquinación, se retiran a Burgos.
Ya no pudo continuar Villena con su artero y ladino histrionismo de mostrarse contrario a los aliados y fiel al Rey.
LA CELEBRE REPRESENTACION DE AGRAVIOS Y LA ENTREVISTA EN EL PARAMO CASTELLANO
Dejamos a los nobles confederados reunidos en Burgos. Desde allí dirigen un mensaje al Rey. Dice Silió que en él se le acusa de manera tan cruda que parece imposible «que tales cosas pudieran escribirse ni menos tolerarse». Reproducimos algunas de sus frases, que delatan la astucia y propósitos de Pacheco: «Es la opresión de vuestra real persona en poder del Conde de Ledesma, pues parece que Vuestra Señoría, non es señor de facer de sí lo que la razón natural nos enseña», y refiriéndose a la sucesión, «Jurar por primogénita heredera de ellos a Doña Johana, llamándola Princesa, non lo seyendo, pues a Vuestra Alteza e a él, es bien manifiesto, ella non ser hija de Vuestra Señoría». Pedían concretamente al Rey que mandara prender a D. Beltrán de la Cueva, que se le quitara el Maestrazgo de Santiago, concediéndolo al Infante Don Alfonso y que se jurara a éste como heredero de la Corona. El Rey, estando en Valladolid, recibió el mensaje «Sin irritarse ni inmutarse» (Marañón). Desoyendo los consejos de su antiguo ayo Don Lope Barrientos, Obispo de Cuenca, temeroso y desmoralizado, envió un mensajero, secretamente, al Marqués de Villena, suplicándole una entrevista. Se celebró en la hosquedad parda de la llanura castellana, entre Cabezón y Cigales. «Mano a mano, sin que un resto de dignidad o de pudor estorbara el coloquio entre Enrique IV y el Marqués de Villena». (Silió). Sentimos no poder reproducir la interesante narración que de ella hace el cronista Enríquez del Castillo. Tan sólo copiamos: «E requerido e atalayando el campo, el Rey salió con tres de a caballo y el Marqués con otros tres. E así vistos, después... fue determinado entre ellos, que el Rey entregase al Infante Don Alfonso, su hermano, en poder del Marqués de Villena; e que así entregado, le mandaría jurar por Príncipe y heredero e subcesor de sus Reynos, conque ellos prometiesen que casase con la Princesa Doña Juana, su hija...» También se concertó lo más interesante para Pacheco: que Don Beltrán de la Cueva renunciara a su Maestrazgo de Santiago en favor del Príncipe.
El 30 de Noviembre de 1464, acudió el Rey al mismo punto del anterior pacto, Cabezón, seguido de su Consejo. Le aguardaban su hermano Don Alfonso, el Marqués de Villena, los Arzobispos de Toledo y Sevilla, Grandes, Caballeros y Pre-lados de Castilla y León. Se hizo solemne juramento a favor del Infante, muy cerca del lugar donde se había verificado la capitulación del monarca. También se nombraron los Jueces de la diputación que había de reunirse en Medina del Campo para resolver las diferencias existentes entre el Rey y los Grandes.
(Es interesante consignar que las escrituras de este compromiso existían en el archivo de la Casa de Villena, en Escalona).
Celebrada la Junta en enero de $1465, triunfó en ella completamente la diplomacia de Villena. La concordia fue a gusto de los enemigos del Rey; su autoridad quedó anulada; la ilegitimidad de su hija Doña Juana, reconocida por el propio monarca. Fallada posteriormente la causa contra Don Beltrán, renunció éste al Maestrazgo de Santiago en favor del Infante. El Rey le recompensó dándole la villa de Alburquerque con título de Ducado, y las de Roa, Molina, Cuéllar y Atienza.
DEGRADACION DEL REY DON ENRIQUE.— LA INTERVENCIÓN DE PACHECO
Quedó el Rey disgustado y arrepentido por lo convenido en Medina. La ingratitud de sus delegados fue manifiesta. Se retiró a Segovia y dio por nulo lo acordado. Simularon entonces apoyarle el Arzobispo Carrillo y el Almirante Don Fadrique, contra el ensoberbecido triunfo del Marqués de Villena. Pronto le demostraron su perfidia, sumándose a los confederados. Pacheco, con el Príncipe y los suyos, marchó a Plasencia. Casi a la vez, tuvo noticias el Rey del desplante del Arzobispo; el alzamiento, en Valladolid, del Almirante, y de la salida de Villena, desde Plasencia, en franca rebelión, con gran número de nobles y caballeros. Estaban todos concertados para reunirse en Ávila y privar allí a Don Enrique del trono, proclamando al Príncipe Don Alfonso, Rey de Castilla y León.
El cinco de Julio de 1465, en el panorama gríseo y rocoso de los campos abulenses, tuvo lugar la más grotesca y dramática ceremonia que registran las crónicas. Frente a las murallas se alzó un gran cadalso de madera (dicen los cronistas); en él se puso un trono con la estatua de Don Enrique, enlutada. Se leyó la recapitulación de agravios contra el Rey. A. cada cargo de que se le acusaba, seguía una ceremonia de degradación: primero, el Arzobispo de Toledo le quitó la corona de la cabeza; a seguida, el Marqués de Villena le arrancó el cetro real; después, el Conde de Plasencia, como Justicia mayor de Castilla, le arrebató la espada. Remataron la obra los Condes de Benavente y de Paredes, despojando a la estatua de todos sus ornamentos reales y derribándola a puntapiés.
LA HERMANDAD.— PROYECTO MATRIMONIAL DEL HERMANO DE PACHECO CON LA INFANTA ISABEL
Refiere Silió que, después de lo relatado, nueva guerra civil se extiende por el Reino, cargada de odios y codicias. Desamparado el Rey, se sitúa en Zamora y busca refugio en Portugal. Envía a la Infanta Isabel y a la Reina a entrevistarse con su hermano, el Monarca lusitano. Don Enrique hace otro llamamiento al pueblo. Castilla, aun reconociendo sus defectos, acude a rehabilitar el prestigio de la realeza mancillada en Ávila. Con dádivas y promesas se reza mancillada en Ávila. Con dádivas y promesas de Villena. Menudean los choques con distinto resultado. Ante el asombro de todos, nuevamente se entrevistan el Rey y Pacheco. Conciertan treguas hasta Marzo de 1466, que pronto se rompieron. El Monarca fue nuevamente engañado por el Marqués. Los confederados, por sus desmanes, se hacían odiosos al pueblo. Los desórdenes producen la anarquía en Castilla. No había lugar seguro en el Reino. Para evitar crímenes y desafueros y defenderse de los malhechores, se constituye «LA HERMANDAD».
La astucia de Pacheco concierta nuevas paces, a cambio de convenir el vergonzoso matrimonio de su hermano, el Maestre de Calatrava Don Pedro Girón, con la Infanta Isabel. Prometieron ambos hermanos, si se realizaba tal unión, volver al servicio del Rey. La Providencia frustró tan inicuo proyecto con la repentina muerte del pretendiente. Ocurrió en un lugar llamado Villa Rubia, cerca de Villa Real, cuando preparaba las fiestas de sus bodas. Dice el cronista Valera «que fué ferido de esquinencia, de tal manera, que dentro de tres días fue muerto»; «E ansi nuestro Señor quebrantó la elección e soberbia de aqueste caballero». Dice el cronista, que la Infanta temía mucho el proyectado matrimonio y llorando exclamaba, «le plugiere al Altísimo matar a él o a ella, porque este casamiento no tuviese efeto». El Rey, que consentía tal propósito, llamó al Maestre a palacio y despidió a Don Beltrán.
EL MARQUES DE VILLENA, MAESTRE DE SANTIAGO. MUERTE DEL INFANTE DON ALFONSO
Al comenzar el estío de 1467, estaba el Rey en Segovia. Don Alfonso y los suyos, en Olmedo. Formaban sus levas para el encuentro que tuvo lugar en dicha Villa. El Marqués de Villena no se encontraba con los suyos, sino en Toledo, donde estaba reunido el Capítulo de los trece de Santiago, que le iba a nombrar y le nombró Maestre de la Orden de Santiago (así dice el cronista). Sospechaba Mariana que fue con el beneplácito del Rey, «tal fue su diligencia, su autoridad y su maña». No tenía el consentimiento de D. Alfonso ni la Provisión del Papa. Ello precipitó el rompimiento de las hostilidades. El 20 de agosto de aquel año, los campos de Olmedo fueron nuevamente escenario de otra batalla. El Rey y el Príncipe combatieron personalmente, aunque contrastando el arrojo de éste con el temor y retirada del Monarca.
Se suceden después traiciones y deslealtades hasta el punto de que el propio Pacheco estuvo en peligro de ser asesinado por su yerno, el Conde de Benavente, cuando estaba hablando con la Princesa Isabel en el palacio de su hermano D. Alfonso.
El desconcierto era total en Castilla. Guerreaban unas ciudades contra otras.
Un trascendental suceso, adverso para los confederados, cambió el destino de la caótica v lamentable situación del Reino. Fue la misteriosa muerte del infante D. Alfonso el 5 de julio de 1468, en Cardeñosa, cerca de Ávila. Contaba sólo 15 años y era el tercero de su efímero y turbulento reinado. El cronista Castillo atribuye su muerte a envenenamiento, producida por una empanada de trucha, administrada, dice, por uno de sus partidarios. Alamín historiador también culpa a Villena de este suceso.
OFRECIMIENTO DEL TRONO A DOÑA ISABEL.— LOS TOROS DE GUISANDO.—CONFIRMACION A PACHECO EN EL MAESTRAZGO
Fallecido D. Alfonso, los nobles confederados se reúnen apresuradamente en Asila y brindan a Doña Isabel el trono. Esta lo rechaza con suprema dignidad, contestándoles que mientras viviera D. Enrique era el único que tenía derecho a ocuparlo. El Rey, abrumado de disgustos y contrariedades, acepta la proposición de los nobles. El Maestre de Santiago, Pacheco, incita a D. Enrique que, si reconocía a Doña Isabel como heredera, todos le obedecerían como a legítimo soberano.
El Marqués de Santillana y los Mendoza, guardadores de Doña Juana la Beltraneja, disgustados ante la proposición, abandonaron la Corte. Aceptado lo propuesto por el Maestre de Santiago, convinieron una concordia los confederados y el Rey. La Infanta, Isabel sería reconocida Princesa de Asturias y heredera de los Reinos, señalándole varias ciudades y villas. Se convocarían Cortes sancionándolo y no se obligaría a Doña Isabel a casarse contra su voluntad, ni sin consentimiento del Rey. También se convino alejar a la Reina de la Corte, divorciada del Monarca, por su vida licenciosa.
El 19 de Septiembre de 1468, en la venta llamada «Los Toros de Guisando», cerca de Ávila, se ratificó lo tratado; abrazó el Rey a su hermana Doña Isabel y se la proclamó heredera y sucesora de la corona. (El historiador Mariana transcribe el célebre documento, sacado también del archivo de la Casa de Villena, en Escalona).
Pacheco, que promovió la concordia, volvió a la privanza del Rey, quien le confirmó en el Maestrazgo de Santiago, verdadero y oculto estímulo de sus negociaciones.
Conseguida su aspiración, tuerce el sinuoso Villena el giro de su diplomacia, uniéndose nuevamente a los contrariados Mendozas, al Marqués de Santillana y a la Reina, a causa de las declaraciones que contra ella se hicieron y a la exclusión de su hija Doña Juana como sucesora de los Reinos.
El verdadero y oculto motivo de tal actitud de Pacheco era el de anular el proyectado matrimonio de Doña Isabel con Don Fernando de Aragón, promovido por el Arzobispo de Toledo y al que la Princesa se inclinaba. Quedó referido anteriormente el temor del Maestre al entronque de la Princesa con la Casa de Aragón.
El plan imaginado por Villena fue que Doña Isabel casara con el Rey de Portugal, Don Alfonso, su antiguo y viejo pretendiente, y que Doña Juana la Beltraneja se uniese con el hijo de este Rey.
Para realizar su propósito consiguió que una solemne embajada del monarca portugués llegase a Ocaña, en 1469, donde se encontraban Don Enrique, el Rey, y Doña Isabel, celebrando Cortes. Tarde llegaron los enviados para solicitar la mano de la Princesa, pues el Arzobispo de Toledo, precipitando las negociaciones, obtuvo de Doña Isabel el consentimiento para casarse con su primo, Don Fernando de Aragón, al que su padre ya le había concedido el título de Rey de Sicilia.
Profundo enojo causó al Maestre de Santiago y al Rey la negativa de la Princesa y el fracaso de sus planes. Estuvo a punto de ser encerrada y presa por tal motivo en el Alcázar de Madrid, de no evitarlo la enérgica protesta de los habitantes de Ocaña.
El Rey y Villena, antes de partir para Andalucía, donde surgen altercados y revueltas, obligan a Doña Isabel jurase que nada realizaría respecto a su matrimonio. Se traslada entonces la Princesa, de Ocaña a Madrigal, donde se encontraba la Reina viuda, pero allí había dejado Pacheco, para que espiase sus actos, a su sobrino, el Obispo de Burgos, quien denunció a su tío y al Rey todo cuanto hizo Doña Isabel.
FINAL
La extensión que adquiere este relato excesiva para la Revista, nos obliga nuevamente a interrumpirlo. Renunciamos, también este año, a cerrar el ciclo histórico de los importantes sucesos que terminan con las muertes del Rey D. Enrique y de don Juan Pacheco. La influencia e intervención del Marqués de Villena es constante en aquéllos. Refiriéndolos inconexos, fríamente perderían su interés novelesco, al omitir en ellos el proceso de causalidad episódica. Dejaríamos incumplido el propósito que anima esta narración, ofrendada a la curiosidad de los jóvenes villenenses.
JOAQUIN CANDEL
Extraído de la Revista Villena de 1958

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