18 may 2023

1973 MEDALLA DE ORO DE LA CIUDAD A JOSÉ MARÍA SOLER GARCÍA

Medalla de Oro a José María Soler García
Cabe apostillar a José María Soler como el villenense que a lo largo del dilatado discurrir de la Ciu­dad, ha contribuido en mayor me­dida a desvelar la historia y la prehistoria de la tierra que le vio nacer. Y puede añadirse que, a la vez, ha estudiado el folklore local, las curiosas particularidades de sus expresiones orales, sus monu­mentos característicos y varios as­pectos que atañen a la población. Nadie merece como él la gratitud de sus conciudadanos, pues dedicó toda su vida, dilatada y fecunda, al estudio de una multitud de circunstancias entre todas las que conforman la rea­lidad villenense.
Soler nació el 30 de septiembre de 1905, hijo de un abogado local. En su juventud fue muy popular en la ciudad. Pronto brilló por su cultu­ra, sus conocimientos; ingresó en el Cuerpo de Correos y en 1936, al ini­cio de la guerra civil, cuando contaba 31 años, era jefe de Correos de nues­tra ciudad.
Es sabido, por testimonios de sus coetáneos, que en su juventud se distinguió por su participación en varias actividades culturales; escribió en la prensa local y dirigió un grupo teatral de aficionados. En otro orden, perteneció a la Comparsa de Estudiantes, se dice que gozaba de cier­to éxito entre las féminas de la población, pues bailaba muy bien y se dis­tinguía por sus excelentes cualidades entre el estamento más elevado de la sociedad villenense.
Entrega de la Medalla de Oro de Villena.
La guerra civil iniciada en 1936 hizo que fuera movilizado y formara parte del ejército republicano; sin embargo, su actuación en él no tras­cendió de las funciones postales. Vuelto a Villena en 1939, fue desposeí­do de su puesto en Correos, que no recobraría hasta 1970 y encarcelado «por auxilio a la rebelión». Cuántas veces lamentó amargamente, refiriéndose a esta tipificación de su supuesto delito, que «los que se rebelaron fueron ellos». Solamente permaneció unos meses, cinco o seis, en la prisión. En una época en la que bastaban débiles argumentos para justificar una pe­na de muerte o largos años de cárcel para los vencidos, no se encontró en su actuación nada concreto en que basar una acusación. Recordemos que un simple «Viva la República» estampado en un vagón de ferrocarril po­cos días después de acabar las hostilidades, en 1939, bastó para que las fuer­zas militares que ocupaban la ciudad condenaran a muerte y fusilaran de inmediato a un villenense.
Vuelto Soler a Villena, todavía en 1939, tuvo que buscar una manera de ganar el sustento. Dio clases particulares, de contabilidad y alguna otra disciplina; participó como profesor en una academia privada, la llamada de «Nuestra Señora de las Virtudes»; ejerció otras menudas actividades con la que complementar sus escasos ingresos y acabó finalmente como contable y jefe de oficina de una empresa de fabricación de calzado local. A ésta, que cerró, siguió otra, hasta que se jubiló en la edad reglamentaria. Poco después llegó el reingreso en Correos, lo que supuso para él, dada su edad, no una función laboral, sino la pensión como jubilado que cobró hasta su muerte, ocurrida el 25 de agosto de 1996.En 1939, la situación política, con la que estuvo en desacuerdo, y la asfixiante atmósfera local, dominada por una minoría triunfadora que impuso sus prerrogativas, con el cortejo de detenciones y condenas a muer­te, Soler se recluyó en su domicilio, lejos de la vida social en la que tan­to había contado hasta el inicio de la guerra civil. No pocas veces me re­firió el propósito que hizo de refugiarse en la tarea de escribir, prácticamente apartado del discurrir local, la historia de nuestra ciudad. Y, como cabía esperar de su espíritu cartesiano, la inició con el estudio de su probable prehistoria. Que se reveló tan importante y fecunda a la luz de sus inves­tigaciones, que hubiera tenido que vivir varias vidas para agotarla.
Soltero, con una hermana asimismo soltera y una servidora que era ya un miembro más de la familia, Soler quedó libre para sus investigaciones y sus tareas. Poseedor de una gran cultura, de una inteligencia lú­cida, de una gran capacidad de trabajo, ha realizado finalmente una gran labor de la que son testigo sus publicaciones, el Museo Arqueológico que lleva su nombre y una gran cantidad de artículos, conferencias y activi­dades. Tiene el premio Montaigne que concede una famosa Universidad alemana, la Medalla de Oro de la Provincia, la de bronce al Mérito en Be­llas Artes y, junto a otras distinciones, la Medalla de Oro de la Ciudad de Villena que justifica su inclusión en este trabajo.
Muchos más aspectos de la actividad de Soler podríamos aducir, y no pocas características más de su vida y de su quehacer que acrecientan sus méritos. No es éste el vehículo más apropiado, y nos limitamos a narrar las circunstancias que conciernen a esta Medalla que tan justificada­mente le concedió el Ayuntamiento villenense.
El 13 de mayo de 1966, el Ayuntamiento Pleno reconoce la deuda que tiene contraída con el ilustre investigador local y se hace eco de una proposición que efectúa Alberto Pardo Caturla, primer firmante de un escrito que suscriben ciento cuarenta y tres villenenses y en el que reclaman de la Corporación Municipal un homenaje de reconocimiento a la labor efec­tuada por José María Soler en la forma que el Ayuntamiento determine. El acta de la sesión confiesa paladinamente que esta petición coincide con el propósito que ya tenía la Corporación, desde hacía tiempo, en este mismo sentido. Se designa como instructor del expediente a Rafael Bonastre Me­nor, auxiliado por el secretario municipal Manuel Poblaciones Barnuevo. El alcalde, en aquellas fechas, era D. Luis García Cervera.
Injusto sería decir que ambos instructores no cumplieron con la obligación que habían contraído, pero, no obstante, ignoramos la razón por la que hasta siete años después no hubiera nada referido a este asunto. Al menos, no hemos encontrado datos a ello referidos. Ignoramos, pues, el motivo de esta dilación que abarca tan largo plazo, aunque no deja de resultar extraño lo ocurrido.
Una nueva sesión, celebrada el 18 de mayo de 1973, bajo la presi­dencia del alcalde que sucedió a García Cervera, y que era en esta ocasión D. Pascasio Arenas López, se refiere a este asunto, y trata de la con­cesión de la Medalla de Oro de la Ciudad a José María Soler. Así, pues, se ha concretado ya, y hay que señalar que muy justamente, que la distinción que merece Soler es la máxima que el Ayuntamiento puede conceder, y es la Medalla de Oro. Se señala en el acta de la sesión que la propuesta fir­mada por el juez Instructor ha estado expuesta al público durante quince días, sin alegación en contra. Y que se ha presentado un cúmulo de ad­hesiones, muchas de las cuales se señalan, terminando este concepto con la frase de que «...una relación de ellas sería interminable».
Es curioso señalar que de los doce votos emitidos once votan afir­mativamente y uno aparece en blanco. No se supo quién emitió este último, y vamos a señalar los miembros del consistorio local que estuvieron presentes.
Alcalde, Pascasio Arenas López; concejales, Bernardo Hernández Hernández, Francisco Moya Soler, Vicente Rodes Gallur, Pedro Palao Llebrés, Antonio Menor Valiente, Fernando Domene Gil, Faustino Alonso Gotor, Ernesto Pardo Pastor, José Abellán García, Francisco Guillén Domene y Pedro Rodríguez Lidó. No asistieron, y justificaron esta ausencia, Al­fonso Arenas García, Vicente Valiente Jiménez y Juan Estevan Espinosa.
Fue aceptada la concesión de la Medalla, puesto que bastaban los dos tercios de los miembros que componían la Corporación. Y todavía re­cuerda quien esto escribe que, como amigo de Soler, junto con dos o tres más que también lo eran, asistió a la sesión en los bancos destinados al públi­co. Y que, acabada aquélla, se nos dirigieron los concejales justificando ca­da uno ellos que no había sido el responsable de aquel voto en blanco.
Se tomaron las decisiones subsiguientes con respecto a la concesión: facultar al alcalde para fijar día y hora en que se procedería a la en­trega, y disponer que se inscribiera en el Libro de Oro la decisión muni­cipal, a la vez que se realizara la publicación mediante edicto que recogería el Boletín Oficial de la Provincia.
La Medalla se adquirió por suscripción popular; la solemne entre­ga se celebró días después en el Salón de Sesiones municipal. Y los ami­gos de Soler se reunieron en una comida, a continuación, donde se rindió homenaje a quien tanto ha hecho -con seguridad más que ningún otro villenense- por el pueblo que le vio nacer.
Texto extraído del libro... De Villena y los villeneros.
Alfredo Rojas y Vicente Prats.

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