2 abr 2025

1997 LA IGLESIA DE SANTIAGO, ENTRE LA TRADICIÓN Y LA LEYENDA

La Iglesia de Santiago, entre la tradición y la leyenda. 
Por SILVIA BLANES GÓMEZ
Era un dos de agosto del año 1492. Me disponía a salir de mi pobre, pero humilde casa para acompañar a mis padres a segar y recoger el fruto de todo el año del campo. Cuando llegamos a nuestras diminutas tierras, encontramos allí a la familia de Sancho García de Medina, el cual era uno de mis mejores amigos. Sus padres eran jornaleros y esa mañana iban a trabajar para una buena y rica familia que les iba a pagar un buen salario.
Ese día Sancho se levantó antes que sus padres a una hora aproximada a la que yo me levanté. Por aquellos días trabajaba de basurero, era un trabajo un poco desagradable, pero en estos tiempos cualquier trabajo era indispensable para ganarse unos cuantos reales y ayudar que su familia saliera adelante. En un momento pasó un carruaje. Sancho se apartó del camino empedrado. El carromato se detuvo delante de él, un hombre bien vestido, con unos ropajes lujosos y un sombrero con miles de borlas, se le acercó.
El señor le miró fijamente y le preguntó:
Muchacho, con tan poca ropa como llevas, ¿no pasas frío?
El muchacho vaciló unos instantes y le respondió sabiamente:
Pues, señor, ¿usted no pasa frío en la cara?
¿En la cara? —respondió el hombre extrañado—. En la cara no se pasa frío.
Entonces, mi cuerpo debe ser todo cara, pues yo no siento frío alguno.
El hombre tan bien vestido le dijo que era el arzobispo de Valencia, y se había quedado anonadado con tan sabia respuesta y estaba decidido a apadrinarle para ser alguien importante, si sus padres estaban de acuerdo.
El arzobispo llegó a la casa de Sancho y detrás de un haz de leña les comentó a sus padres si aceptaban la propuesta. Yo oí toda la conversación, pues estaba escuchando detrás de la puerta.
La triste noticia nos afectó mucho, pero a la vez estábamos contentos por él. Por las habladurías de la gente de la Villa de Villena, nos enteramos que aquel arzobispo se había convertido en Papa, cuando el anterior murió. Como Sancho era el ahijado de dicho arzobispo, se convirtió en su tesorero. Los habitantes de Villena estaban orgullosos de que un hijo de su pueblo fuera el ayudante del Papa.
Años posteriores, este Papa murió y le dejó a Sancho una suma de veinte millones de reales, para que las invirtiera en lo que deseara.
El eligió el invertirlo en Villena, en hacerle una nueva Iglesia que se construiría encima de la antigua Santiago y ésta recibiría su nombre.
También construyó una ermita llamada S. Benito.
En la Iglesia de Santiago puso diez curas. Esos curas darían más adelante clases en esta iglesia para que los villeneros fueran cultos. También daban clases de música con un órgano; allí aprendió música Ambrosio Cotes. Varias veces los Reyes Católicos vinieron a escucharlo, y los viIlenenses nos poníamos de gala y dábamos fiestas.
A Sancho le sobraba dinero y compró bancales para que ese clero pudiera subsistir.
El vino varias veces a la casa de sus padres y a mi casa, para visitarnos y ayudarnos económicamente. Yo aún era campesina y Sancho me colocó de ayuda de cámara de una señora importante de esta Villa. Y por todo esto y mucho más, se hizo muy respetado y querido en Villena y en casi todas partes, pues viajaba constantemente.
Fue en uno de estos viajes cuando por su ausencia pasó algo conmemorativo en Villena.
En el castillo de la Atalaya, el marqués de Villena, Diego de Pacheco, y unas proscritas de todas las razas empezaron a idear un maquiavélico plan, para los villeneros, pues el Rey de Portugal y su esposa "La Beltraneja", apoyadas por el Marqués, estaban contra los Reyes Católicos. Y los habitantes de la villa de Villena apoyaban a los Reyes Católicos.
Una tarde mi Señora se introdujo en el Castillo, pasando por varias salas, cruzó un pasillo y encontró una puerta medio abierta que dejaba pasar apenas unos tenues rayos de luz, producidos por antorchas. Miró por la rendija y vio a Diego de Pacheco y a toda su escoria. Mi ama se apoyó en la puerta y escuchó a estos hombres hablar: "Es un buen plan: Cuando den las tres campanadas de misa mayor seremos victoriosos, y todos esos ciudadanos que van contra nosotros serán derrotados y masacrados sin ni siquiera poder defenderse, pero la salida desde el castillo tiene que ser rápida y discreta. Detrás de este tapiz hay un pequeño corredor que sale desde aquí hasta la Iglesia de Santa María donde se estará celebrando la misa, pues Santiago está en obras. Los pillaremos desprevenidos y desconcertados, será muy fácil. El blanco principal deberá ser Don Cristóbal de Mellinas, que es el noble más importante de la plaza. No tendrán zona de escapada y...".
Mi Señora se apresuró a llegar a casa. Cuando llegó se dirigió hacia mí y muy ajetreada y asustada me lo contó todo lo que había escuchado en el castillo, y me comunicó un mensaje urgente para Don Cristóbal. Yo cogí mi chal, y corriendo como pude llegué a casa de Don Cristóbal.
Llamé a la puerta y entré corriendo, nadie me vio llegar, nadie sospechaba lo que ocurriría. Me senté en un sillón delante del fuego y Don Cristóbal me ofreció un tazón de leche caliente. Al contarle el mensaje que mi señora me había relatado, sus ojos se enfurecieron y sus pupilas se dilataron, se puso de pie y dio un golpe en la mesa con el puño cerrado; la habitación retumbó y el fuego parpadeó.
Me dio las gracias y me dijo que me fuera a casa, y que no hablara con nadie hasta el día siguiente, que mi señora y yo deberíamos contárselo a las mujeres y a los niños.
Así lo hicimos y todos los villeneros estaban alertados.
Todo el mundo afilaba cuchillos y espadas, construían barreras y preparaban el contraataque y sobre todo se lo contaron a los curas y le ordenaron que cuando levantara a Dios en vez de dar tres campa-nadas, que era la señal convenida, dieran dos más.
Las demás gentes esperaban detrás de las barreras que habían colocado al principio de cada calle.
El cura campanero dio las cinco campanadas. Los del castillo, al oír las tres primeras campanadas, se introdujeron en el pasadizo y no oyeron las otras dos siguientes. Los villeneros se prepararon y las mujeres y niños se resguardaron. Al entrar en la iglesia los proscritos, todos se abalanzaron sobre ellos, los que consiguieron salir a la calle, los demás los esperaban, empezaron a apedrearles y no quedó ningún títere con cabeza.
Desde entonces Villena tiene privilegios que fueron otorgados por los Reyes Católicos por nuestra fidelidad.
Pasaron años y el sobrino de Sancho García de Medina, Pedro de Medina terminó la Iglesia de Santiago. La tradición de las cinco campanadas seguirá durando hasta años posteriores.
Bueno, supongo que cuando este manuscrito se encuentre entre las paredes de Santiago, y ya hayan pasado muchos años, su historia se conserve entre la tradición y la leyenda.
Extraído de la Revista Villena de 1997 

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