Deseando demasiado. Por J.C. MALUENDA R. / A. M.ª ISABEL
A finales de agosto el Sol era entre otras cosas para Manuel, sinónimo de que pronto cerraría la piscina pública: una piscina hecha para bañarse y nadar en agua azul, con unas instalaciones envidiables. Nadar era su deporte favorito.
Ese día, varias veces durante la mañana, había pensado y deseado que llegara las 5'30 de la tarde para marcharse al agua. Iba a ser su última tarde de disfrutar este verano en la piscina. Como tal, quería celebrarlo con la importancia que se merece un acontecimiento que te hace sentirte bien y feliz. Dejaría que el ambiente le empapara como si fuera un sueño, pero sin dejar de ser consciente de lo que estaba viviendo, para cuando pasaran varios meses evocarlo como un recuerdo estimulante del verano ya acabado.
Otros veranos, había sido más constante con el rito de bañarse y nadar: había ido tres veces semanales como mínimo. Pero ser tan rígido consigo mismo lo había sustituido por la calidad. Iba una vez por semana. Nadaba menos metros. Pero se había prometido a sí mismo percibir lo que hacía y gozar más del agua y de su cuerpo. Además, este verano también había experimentado con un amigo; si tener un libro a mano se puede considerar un amigo, y que por vergüenza otros veranos a que le vieran ensimismado leyendo mientras descansaba no había recurrido. El jolgorio y el griterío de los niños y mayores apenas lo distraían de leer; tan poco tenía la impresión de ser un bicho raro o diferente a los demás.
Llegaron las 5'30 de la tarde. A la entrada le cortaron el ticket y por el camino de costumbre, lleno de árboles y césped se adentró al recinto de la misma.
Salvo los fines de semana las tardes eran tranquilas en cuanto al número de personas que a esa hora estaban disfrutando de las instalaciones. Manuel hoy no tenía intención de buscar los lugares más sombreados bajo los árboles. Hoy pensaba situarse a pie de piscina y por el centro de la misma. El Sol era soportable y se aguantaba bien su calor.
Con esa familiaridad que te da andar por un lugar conocido, Manuel se dirigía donde tenía pensado ubicarse, ni tan siquiera se había molestado en alzar la vista y ver si había gente por las inmediaciones. Caminaba mirando a las personas que se bañaban en ese momento en la piscina. Cuando estaba casi llegando, como iba con tanta decisión al lugar pensado se dio cuenta que había tres chicas tomando el Sol mirando en dirección contraria por donde llegaba; a continuación había un espacio libre y luego un grupo de adolescentes y niños sentados. Dada la precipitación de estar casi allí, en el lugar elegido, no quiso cambiar sus planes. Iba a estar un poco encajado pero el lugar idóneo era ese espacio vacío.
Respetando una distancia prudente para no invadir el territorio de las chicas, que ahora miraban hacia donde se iba a colocar el de los adolescentes que seguían con su tertulia, puso su toalla y se despojó de la ropa, quedándose en bañador. A continuación sin sentarse, buscó de su bolsa sus gafas de nadar. En apenas tres o cuatro minutos estaba listo para ducharse y saltar al agua. No quería fijarse en las chicas pues su intención era nadar, leer y que pasaran un par de horas concentrado en vivir la experiencia lo más nítidamente posible. Si se fijaba en las chicas comenzaría a compararlas y a pensar si estaban hermosas y cuál era su lindeza, enzarzándose en pensamientos y miradas que alterarían su tranquilidad.
Con ese pensamiento y mirándolas muy ligeramente, Manuel fue a la ducha —era obligatoria antes de bañarse— y se lanzó a nadar como tenía previsto.
Cuando llevaba cinco minutos nadados, su concentración se fue perdiendo y debilitando, sustituyéndose por el grupo de las tres chicas. Se sintió no sabe por qué un poco alterado.
Ellas no habían dicho esta boca es mía, pero estaba seguro que había sido inspeccionado en todos sus detalles desde que puso los pies al lado de ellas. ¿Y si las chicas no sólo estaban allí para tomar el sol y bañarse si no que estaban predispuestas a entablar amistad a poco que se les dijera buenas tardes?
Como nadaba a la altura donde estaba ubicada su bolsa y toalla, en la misma línea con las chicas, no pudo evitar mirarlas al detenerse en el borde para limpiar las gafas, lo hacía siempre que se le empañaban; ello le permitía tener la cabeza fuera del agua observar lo que quisiera. La chica que estaba más cerca de la piscina había cambiado su postura: estaba tumbada hacia arriba con la cabeza ladeada hacia donde él se había apoyado. Cruzó la mirada con ella unos segundos y no pudo evitar trasladar esta mirada a recorrer su cuerpo en esta posición.
Cuando terminó de tener sus gafas preparadas prosiguió nadando.
Entre braza y braza fue apareciendo lo que su última mirada le había descubierto: un bañador de flores apagadas de una pieza, siendo bastante alto en la zona de las caderas y los muslos, quedando estos bien dibujados; eran unos muslos llenos sin llegar a ser exagerados. También había buscado con sus ojos intencionadamente las líneas que limitaban la tela de su notable sexo. Manolo comenzaba a desear a esa chica.
Cuando volvió a sacar la cabeza para limpiar de nuevo las gafas, esta vez la chica tenía el muslo derecho levantado apoyando el pie en el suelo y su pubis quedaba fuera de su vista, pero su mano derecha estaba encima de él. Miró hacia sus pechos pero en esa posición no se podían esbozar, ni apreciar de que tamaño eran. Se fijó en sus rasgos faciales. Su cabeza era más bien redonda, normal en su gesto, con pelo de melena corta color negro.
Volvió a nadar y aparecieron sus contradicciones: "disfruta del agua y de tu esfuerzo nadando y deja a la chica. Has venido a nadar". Pero a las tres brazadas ya estaba pensando en la mano apoyada en el pubis; como si fuera una contraseña de deseo por parte de ella; como si deseara que se lo tocara alguien esa tarde o en última instancia darse placer a sí misma.
Necesitaba urdir un plan como posibilidad de un acercamiento. Mientras seguía nadando, pensó, que la estrategia que mejor resultaría sería hacerse cuando saliera de agua, el solitario, el seguro de sí mismo. Con el fin de que ellas por ser tres se sintieran atraídas por esa indiferencia y alguna de ellas iniciara algún tipo de comunicación verbal.
Salió fuera del agua. Todo era normal. Las chicas tomaban el Sol y la que le gustaba a Manuel estaba leyendo un libro.
Manuel se puso un poco nervioso, pues a partir de ahora podían ocurrir muchas cosas. Casi sin secarse comenzó a representar su papel de "chico solitario espera". Sacó su libro, y se puso boca abajo a buscar el capítulo para comenzar a leer. Cuando había leído una página, mal leído más bien, pues su concentración era mala para la lectura, cambió de postura y quedó ladeado justo frente a las chicas; estos movimientos lo realizó sin levantar los ojos de las páginas. Su intención era que las chicas miraran, como si él no se diera cuenta porque él tardaría en lanzar ligeras miradas al trío.
Una de estas miradas llegó como un relámpago o eso creía él y se la dirigió a la que le gustaba. Ahora estaba sentada, mostrando con esa postura el perfil de sus pechos. Unos pechos nada despreciables a la proporción de su cuerpo, adivinándose redondos y bonitos. Instintivamente pasó una página y ahora imaginaba en el agua el volumen de esos pechos que sus manos acariciaban, no podía más que imaginar cosas que podían ocurrir con la chica; sobre todo ritos de posturas de excitación sexual que terminaban en una apasionada relación amorosa de cuerpos excitados. Su cabeza estaba llenándose de deseo y al final dejó el libro, dedicándose a mirar el paisaje. También le cabreaba un poco desperdiciar fingiendo que estaba leyendo un libro tan interesante.
Escuchó las voces de las chicas que intercambiaban las palabras de una conversación. Ese podría ser el momento en que la estrategia diera sus frutos. Se ladeó hacia ellas, y las miró un poco para demostrar que aceptaba el reto. Acabó mirando los ojos de la que le gustaba y notó un brillo especial en su mirada. Esa mirada hablaba y Manuel creyó que comenzaba a triunfar. Pero todo cambió en un instante.
De pronto acabaron su conversación y se pusieron a recoger sus enseres. Su deseada se levantó la primera. Mientras doblaba su toalla, Manuel la miraba y cada instante que transcurría le parecía más cautivadora y deliciosa. Ahora miraba sus caderas y eran unas caderas anchas, donde poder agarrarse bien, con un volumen de carnes apetitoso. Notó que la chica le seguía mirando disimuladamente. Estaba claro que estaban predispuestas a conocer a quien fuera; pero Manuel se había equivocado de estrategia o era demasiado tarde para ellas y se marchaban. Había perdido todas las oportunidades. Se iban, y la chica de los sueños de Manuel lo hacía el último lugar. Un culo hermoso y unos muslos para acariciar le decían adiós, hasta siempre. Como el encaje del bañador era tan alto, a los cinco o seis pasos de ir andando, se desplazó la tela hacia la raya del culo. Manuel con esa visión de ardiente deseo hacia ese cuerpo, veía como se alejaban. La chica notó lo que le ocurría cerca de su culo. Con disimulo llevó su mano derecha hacia atrás y con dos dedos, tapó de nuevo ese trozo de su cuerpo tan próximo a su sexo.
Manuel, después de que se marcharan fue al agua otra. vez. Pudo concentrarse más y gozó de esos metros finales de ese verano en la piscina pública.
Encima de la toalla, con su cuerpo relajado y fresco, miraba el espacio vacío que habían dejado las chicas; la chica deseada aparecía en su imaginación con todos los detalles que había observado
Como quería salir un poco de esa espiral que le iba a conducir a historietas de placer frustrado, cogió de nuevo el libro y siguió en el capítulo que había dejado antes. Cuando llevaba leídas unas páginas, tropezó con una frase que los personajes del libro se transmitían entre sí. La leyó varias veces pues de alguna manera estaba en sintonía con lo ocurrido esa tarde en la piscina. Decía:
"Cuando uno está deseando demasiado, es fácil creer que el otro acompaña".
Extraído de la Revista Villena de 1996
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