16 mar 2022

1965 PRIMERA GUIA GENERAL VILLENA, 8 TIPISMO DE SUS FERIAS Y FIESTAS

1965 PRIMERA GUÍA GENERAL DE VILLENATIPISMO DE SUS FERIAS Y FIESTAS
Fiestas Mayores de Moros y Cristianos,
en honor de su Excelsa Patrona la Virgen María de las Virtudes.
MOROS Y CRISTIANOS
Tradicionales festejos que se celebran en honor de su Excelsa Patrona la Virgen Maria de las Virtudes.
Iniciamos esta disertación sobre las fiestas de Moros y Cristianos de Villena, con uno de los párrafos entresacados de la colaboración extraordinaria en la revista anual 1963, del Excmo. Sr. D. Manuel Fraga Iribarne, Ministro de Información y Turismo. Decía así:
«Anualmente, el pueblo de Villena celebra unas fiestas, llenas de belleza y colorido, en las que se recuerda, para ejemplo y lección de todas las generaciones, este carácter predominantemente espiritual de nuestra Reconquista y el esfuerzo, tesón y generosidad de sus hijos por conseguir la libertad y la independencia dentro de un orden cristiano. Por ello quiero destacar, aprovechando la ocasión que se me brinda, junto al aspecto festivo y folklórico que tienen estas fiestas, su profundo significado histórico y espiritual, siendo dignas de ser exhibidas con todo orgullo por los hijos de Villena como alto exponente de calidad artística y de conciencia tradicional.»
Tras este prolegómeno obligado, sigamos con nuestro objetivo de dar a conocer los tradicionales y típicos festejos villenenses.
Alguien —con sobrada razón, por cierto— ha dicho que los años en Villena se cuentan de septiembre a septiembre; y se cuentan así por celebrarse en este mes las «fiestas mayores» de la ciudad, dedicadas a la Virgen de las Virtudes, morena y graciosa, centro de los amores de todos sus hijos. Estas fiestas de Villena, que sólo al nombrarlas llenan la visión con el contorno cromático de sus galas. Y han alcanzado tan preciosa calidad por su suntuosidad, por su belleza y por ese singular ambiente de constante alegría, matizado de contrastes, desde la radiante luminosidad del día 5, en su jubilosa iniciación del mediodía, pasando por la fastuosa y maravillosa noche del día 6, hasta la plácida serenidad del día 9 en su tarde silenciosa tras el apoteosis del día 8, cerrado con el estrépito del arcabucear y los himnos de despedida a la Excelsa Patrona.
Dejando a un lado el entusiasmo que sienten los villenenses por concurrir a los múltiples actos, tanto cívicos como religiosos, hemos de consignar que en los últimos cuarenta años las fiestas han venido cambiando en alguno de sus aspectos, si bien dentro del marco general de conservación de lo tradicional, que, en verdad, se mantiene e incluso se acentúa. Nos referimos al aspecto de las fiestas como espectáculo público callejero, en el que todos participan: unos, formando en preferida comparsa; todos los demás, acudiendo a los desfiles, conciertos, guerrillas, embajadas, etcétera, y ese tono que es el propio de las fiestas de Moros y Cristianos, que nació con ellas, se mantiene y acrecienta cada vez más.
Autorizadas opiniones dicen haber llegado a un punto culminante —difícil de superar— en el esplendor de los festejos septembrinos; sin embargo, el festero opina que, aun siendo mucho lo conseguido, no puede ni debe resignarse a conservarlo solamente, sino que el ideal va más allá y tiende a complementarlo en cuanto les sea po-sible, realzándolo con la supresión de lo superfluo y la adición de los detalles de buen gusto tendentes a mejorar y prestigiar la fiesta. Así, de esta suerte se aprestan a seguir laborando incansables, con inusitado tesón para allanar obstáculos, vencer sinsabores y soslayar dificultades, ofreciendo cada año determinadas variantes y actos nuevos que mantienen el rango bien ganado y la categoría mejor merecida de las «fiestas mayores»... Pero volvamos a ellas en el momento crucial de su iniciación el día 5...
Mediada está la tarde; cae casi a plomo aún el sol de septiembre, apenas tamizado el rigor de la canícula. Rompe a sonar de pronto, magnífico, retumbante, el timbal. Tiembla la fila, y empieza a moverse ondulante, cadenciosa, a compás del rústico sonido. Flautas y chirimías, clarines y tropas van lanzando al aire la lánguida melodía: a su son, sujeto inexorablemente al golpe severo del timbal, las comparsas se han puesto en marcha. En las aceras la muchedumbre se aprieta en confuso montón; es masa amorfa, mezcla sin relieve de espectadores unidos momentáneamente por boquiabierta admiración. Las filas de comparsas parecen ignorarlas; los ojos entornados, a causa del brillo del sol y del humo de un cigarro, enorme, enhiesto, y aunque sólo miran hacia adelante, no ignoran los muros de gente; lejos del secreto desprecio del actor que representa para sí mismo, en gozo íntimo y personal, de sabrosa admiración recíproca.
Es la «entrada», símbolo de las fiestas de Villena. De unas fiestas en las que colaboran, casi directamente, todos los Hijos de la ciudad; de unas fiestas acerca de las cuales todos los villenenses, por dispares que sean los matices que puedan diferenciarlos, están de acuerdo; de unas fiestas, dígase lo que se quiera, propias, autóctonas, con circunstancias y características peculiares de la ciudad, de sus moradores; íntima y gozosamente suyas...
Pero, ¿qué tienen las fiestas de Villena que quien las vive no las olvida? Si las analizamos con un poco de detalle, veremos que en su estructura exterior no difieren sensiblemente de las que se celebran en otros lugares. Solemnes cultos y procesiones que ponen de manifiesto la fe religiosa de una comarca católica; desfiles de moros y cristianos, expresión tradicional de una región; alegres reuniones de sociedad en los «puestos de mando» de las comparsas; fuegos de artificio, tracas, concursos y demás festejos.
Bajo este o parecido esquema se celebran las fiestas de innumerables sitios. Con mayor o menor asistencia, según el censo de vecindad. Con mayor o menor brillo, según el marco natural que las encuadra. Con mayor o menor boato, según las disponibilidades crematísticas. Y preguntamos otra vez: ¿Qué tienen de especial las fiestas de Villena que el que ha tenido la suerte de conocerlas queda captado por su encanto? Difícil sintetizar la respuesta. Tal vez podrá conseguirse parodiando un conocido espacio publicitario de la TVE., y al imitar la gracia y picardía de su gentil y bella protagonista, contestar afirmando que: Las fiestas de Villena tienen «eso».
Por todo ello, las maneras que caracterizan al festero en Villena, el conjunto de movimientos y ademanes que constituyen su forma de actuar —y que tienen la difícil y fácil elegancia de lo que se efectúa extrayéndolo de una razón íntima, honda y no estudiada— no se aprenden, simplemente se despiertan. Los niños imitan perfectamente a los mayores; y a éstos les basta el más nimio acicate para representar con la mayor perfección y naturalidad su papel. Solamente el isócrono golpear del timbal hace vibrar a una fila de comparsa. La plañidera melodía servirá únicamente de pretexto para el retumbante ritmo. Ondulante, cadenciosa, avanzará poco a poco la comparsa, unidos los brazos de sus componentes, a compás del sordo golpear. Para dirigir sus evoluciones, al cabo de escuadra le basta un ademán, ya que para regir invisible, subjetivamente, la representación, despertando reminiscencias dormidas, haciendo aflorar al exterior las más escondidas facetas de su personalidad, a los hombres de la escuadra les basta con que suene sin pausa, exacto, ineludible, el sonoro timbal...
Y, finalmente, como todo en la fiesta es tema, nos referiremos, para terminar, a un aspecto interesante, hasta hace poco inédito: el de la estadística numérico-monetaria. Veamos. La antigüedad de la fiesta es muy remota, si bien se celebra periódicamente todos los años desde 1843. En la actualidad desfilan catorce comparsas, con un número aproximado de 1.800 festeros. Minuciosamente, comparsa por comparsa, hemos anotado las diversas prendas y accesorios. El resultado, con el importe en pesetas de cada traje, lo detallamos a continuación. Será de utilidad, sin duda, no sólo para el futuro erudito que investigue las Fiestas de Moros y Cristianos de Villena, el cual encontrará en el texto un documento inapreciable, sino también al festero que las vive, al paisano y al forastero que las contempla, al ama de casa que hace presupuestos cuando su hijo le dice: «Quiero salir de...».
MOROS NUEVOS, 3.2825; RAYADOS (moros nuevos), 2.950; MOROS VIEJOS, 3.265; MOROS REALISTAS, 2.275; MARRUECOS, 4.025; NAZARIES, 2.735; BEREBERES, 2.320; ARABES, 2.215; ALMOGAVARES, 3.285; ESTUDIANTES, 2.470; LABRADORES (maseros), 2.395; CONTRABANDISTAS, 3.900; PIRATAS, 2.275; MARINEROS, 2.080, y CRISTIANOS, 3.195.
Común a todos los festeros es el arcabuz, cuyo precio oscila entre 600 y 3.500 pesetas. Una lata de pólvora cuesta de 75 a 200 pesetas. Cada comparsa posee su correspondiente bandera, que vale de 2.000 a 10.000 pesetas, y una «farola», cuyo valor oscila entre 150 y 500 pesetas. La mayoría de las comparsas de «moros» lucen escuadras de «negros» con atuendos variados y cambiantes. Una banda de música contratada para los cinco días de fiestas viene costando de 20 a 30.000 pesetas. El número de bandas que desfilan, con excepción de la Municipal de Villena, es de veintiuna, que, a razón de veintisiete plazas por término medio, dan un total de 567 músicos, lo que representa unos gastos globales, en los cinco días, de unas 800.000 pesetas.
El año 1964, según datos fidedignos, la cabalgata del día 6 de septiembre, celebrada a las once de la noche, fue presenciada por 36.000 personas. El hecho de que las fiestas de Moros y Cristianos en Villena sean conocidas universalmente lo demuestra la circunstancia de que muchos miles de extranjeros las honran con su presencia todos los años, y que las agencias de viajes tienen señalados en sus itinerarios en el mes de septiembre estas fiestas. A más abundamiento, todos los alicantinos (de la capital y provincia) pudieron hablar de las fiestas de Moros y Cristianos en el magnífico desfile que las comparsas de Villena hicieron, en el Día de la Provincia, en Alicante, en sus tradicionales fiestas, en un alarde de movilización jamás soñado, que se llevó a la realidad gracias al esfuerzo y colaboración de todos, de forma que hasta ahora ninguna fiesta de Moros y Cristianos ha logrado superar.
Todos estos datos dan una idea de lo que significa y representa movilizar un contingente humano que hace de estas fiestas de Moros y Cristianos por su antigüedad, magnificencia y esplendor, algo tan genuinamente formidable que precisamente por ello no necesitan para su realce hiperbólicas comparaciones con nada similar.





Cedido por... Luis Martínez

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