4 sept 2021

1957 LLEGA LA REINA

LLEGA LA REINA. Por Alberto Pardo 
Del magno y fastuoso desfile que comprende «La Entrada» de Moros y Cristianos quedan los espíritus de esperanza. De los numerosos festeros que con sus vistosos trajes se acercan al final de su trayecto, las almas. Del enorme gentío que viste sus mejores atuendos para este día, la emoción. Y así, unos con trajes de epopeya, otros con trajes de fiesta, se forma un río de muchedumbre, con sus afluentes por calles adyacentes, que, henchidos de esperanza, fe y emoción, acuden, bien cansinos, bien presurosos, a esperar a la Reina. La Reina y Madre de todos esos corazones que en este día, al cabo de un año que volvió a llegar, quieren afanarse en ser los primeros en verla, en vitorearla, en llorarla, en saludarla. Todos no podrán ser los primeros en verla, aunque sea la primera vez que la vean tras su separación. Y vitorearla, ¡ay! no podrán todas las gargantas, porque sus cuerdas se han quedado mudas de esa emoción. Llorarla, sí, los más: de emoción. Y saludarla, todos. ¿Quién no lo haría a su madre, después de su ausencia obligada? Y en estos momentos en que la luz del día cede a los arcos su resplandor; en estos momentos en que, en claroscuro, la noche va envolviendo con sus primeras capas la brillantez del astro rey; en estos momentos en que el polvo seca todas las bocas; en estos momentos en que las comparsas, reunidas allá enfrente de la Capilla, se preparan para sus salvas; en estos momentos en que la multitud crece y crece en la gran plaza; en estos momentos de ansiedad, un solo corazón, que envuelve el de todos los villenenses, está palpitando al unísono, de fe, esperanza y emoción. Se acerca la Reina.
Ya vienen los primeros mensajeros anunciando la proximidad de nuestra bendita Patrona. Ya esparcen los primeros cohetes sus cascadas luminosas por los aires. Ya suenan las campanas con la alegría de tan sublime Viajera. Ya pugnan las miradas, oteando la carretera, por vislumbrar a su divina Señora. Ya la impaciencia cunde en todos los ánimos por divisarla. Ya empiezan a cargar los arcabuceros de las comparsas. La Reina está cerca. La Reina no puede tardar ya. La Reina está pronta a repartir sus bendiciones. La Reina...
Una imponente algarabía, fuera dé todo programa, al margen de cualquier descripción, «con un orden incontrolable», se ha fundido en sollozos, en lágrimas, en vivas, en aclamaciones, al par que allá, en lo alto, miles y miles de bengalas y luces iluminan por completo el recinto, confundiendo sus fulgurantes estampidos con los de los arcabuces. La Reina ha hecho su aparición. ¿Su trono?... No busquéis fastuosas ropas. No busquéis maceros. No busquéis pajes. No busquéis joyas ni pedrerías. No busquéis más esplendor. No. No los hallaréis. Su trono son unas humildes andas con cuatro farolillos, iluminadas escasamente. Sus ropas son unos vestidos ceñidos a la cintura con sencillez. Sus maceros son los que la portan. Sus pajes son los cientos y cientos de romeros que han ido a acompañarla en este viaje triunfal. Sus joyas y pedrerías son los corazones que brillan al impulso de esta llegada. Y el esplendor son las caras rientes, implorantes, de este pueblo que tanto ha ansiado tenerla delante de sí, los cantos del Ave María.
Y de este modo, con su mirada dulce, su sonrisa eterna, mientras las bandas de música interpretan el Himno Nacional, va avanzando entre el bosque de cabezas que a su alrededor se aprietan, lentamente, con el Divino Hijo en sus brazos, dispuesta a ser, una vez más, la medianera ante El y conseguir toda suerte de venturas para su pueblo. Las luces se van extinguiendo v cuando parece todo terminado, después de volver su faz ante Villena, es llevada a la Capilla de los Padres Salesianos donde se le cantará el primer himno. El de bienvenida, mientras nuevas luces y disparos de arcabuces atruenan y resplandecen en el espacio. Ha llegado la Reina. Ya ha venido la Virgen. Ya está con nosotros.
La Corredera ha quedado desierta y muda ante el magno acontecimiento. Todo el brillo (le los cosmopolitas atuendos de los que han desfilado ha quedado reducido a la nada. Toda la luz que irradian sus arcos ha palidecido.
El clamor, allá en San Sebastián, es unánime. Y, como anticipo de lo eterno, de todos los pechos surge la misma oración de agradecimiento: Bendita tu eres, entre todas las mujeres, Señora de las Virtudes, que nos has permitido un año más de vida para poder disfrutar del sufrimiento de estar esperándote.
Extraído de la Revista Villena de 1957

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