5 oct 2023

1969 "VICISITUDES DEL TEMPLO DE SANTIAGO"

"VICISITUDES DEL TEMPLO DE SANTIAGO"
Por José Mª Soler García
Son muchos los especialistas o simples curiosos que se desplazan a nuestra ciudad para contemplar y admirar los famosos tesoros prehistóricos que se conservan en el Museo Municipal, y podemos asegurar que no es menor el asombro y admiración que les produce ese otro "tesoro" local que es el bellísimo templo arciprestal de Santiago.
Desgraciadamente, los archivos capitulares se perdieron casi totalmente durante la contienda civil de 1936, y sólo en contadas obras especializadas es posible encontrar hoy datos acerca del origen y vicisitudes porque ha pasado este singular monumento de la arquitectura religiosa española. El motivo de estas notas es que no quisiéramos que se perdieran también los que hemos logrado recopilar en nuestras indagaciones.
ORIGEN
Hay noticias de que a mediados del siglo XV existía ya un templo bajo la advocación de Santiago, templo pequeño y estrecho que el protonotario apostólico D. Sancho García de Medina se propuso ampliar "no movido por vanagloria sino para que aumentase el culto divino y para manifestar la piedad que sentía por su patria". Villena no agradecerá nunca lo bastante a D. Sancho la herencia de esta joya arquitectónica, cuyas obras debieron de comenzar poco antes de 1492 para terminarse en el primer decenio del siglo XVI.
En esta primera etapa, el templo era más corto que en la actualidad. El muro recayente a la calle del Marqués de Villores, con sus tres entradas, se apoyaba en las pilastras que conservan medias columnas adosadas y que después quedaron a la entrada del coro.
Hay que imaginarse el edificio de entonces sin la sacristía ni la capilla de la comunión, con huerto anejo y casas adosadas a los muros, que fueron demolidas en 1741.
Poco conocido es el dato de que el primitivo retablo del altar mayor procedía de la catedral de Murcia, y fue adquirido por D. Sancho el 17 de enero de 1513 por la suma de 34.375 maravedís.
El sepulcro del fundador está frente al altar mayor, a la derecha de la bella portada que da acceso a la sacristía, y se reconoce por sus blasones, compuestos de una M antigua y unas bandas, escudo profusamente representado en todo el edificio.
AMPLIACIONES DURANTE EL SIGLO XVI
A la muerte de D. Sancho, prosiguió las obras su sobrino D. Pedro de Medina, Tesorero de la iglesia de Cartagena, quien edificó a sus expensas la sacristía propiamente dicha, sin el recinto anejo, hoy biblioteca. Hizo labrar la magnífica verja del presbiterio, fechada en 1553, y para él trabajaron los insignes artistas Jacobo Florentín, que murió en nuestra ciudad en 1526, al poco sin duda de haber labrado la pila bautismal, joya del templo, y su discípulo Jerónimo Quijano, a quien se deben los dos bellos ventanales de la que fue sala capitular, sobre la sacristía.
Construyó también D. Pedro un sepulcro para sus padres, Pedro y Leonor, y para su muy amado hermano Sancho, cuyo epitafio puede verse todavía en la capilla contigua a la que actualmente cobija el órgano recién adquirido. Frente por frente de este sepulcro se halla otro igual, sin epitafio, que suponemos del propio D. Pedro, cuyas armas heráldicas —cinco estrellas y tres bandas— coronan el frontón de esta capilla.
El canónigo D. Juan Rodríguez Navarro, continuador de D. Pedro en la empresa de engrandecer el templo, alargó la iglesia hasta sus límites actuales, para dotarla de coro y trascoro, y enlosó de mármol las gradas del altar mayor, que hizo cerrar lateralmente con verja y triple balaustrada de piedra, en la que colocó sus blasones, compuestos de león con espada, concha, sol y haz de saetas. A esta familia de los Rodríguez Navarro perteneció la antigua capilla de San Miguel, en la cabecera del templo, que conserva también el escudo de este apellido. Todas estas reformas y ampliaciones estaban ya realizadas en el año de 1575.
EL SIGLO XVII
En el siglo XVII, hay que registrar dos importantes reparaciones en la barandilla que circunda el chapitel de la torre, que no era de hierro como en la actualidad, sino una balaustrada de piedra con pirámides en las esquinas, similares a las que coronan los arbotantes de la techumbre. Diecisiete días se emplearon, en 1698, para reparar los desperfectos producidos por la caída de la balaustrada, derribada por la fuerza del viento. Esta fue la causa de sustituir aquella antigua barandilla de piedra por otra metálica mucho más ligera.
En 1656, se levantó sobre el coro una plataforma a media altura para asiento de un magnífico órgano construido por Miguel Clit. Costó el instrumento, destruido durante la guerra civil, la elevada suma de 143.915 maravedís.
DESACERTADAS REFORMAS EN EL SIGLO XVIII
El siglo XVIII es pródigo en reformas, desafortunadas en su mayor parte. Ya en 1709, ordenó el entonces obispo D. Luis Belluga, luego Cardenal, que se blanqueara la iglesia y que se llamara para ello a un maestro que estaba enjalbegando la de Tobarra. No anduvo afortunado en esto el eminente prelado, a quien, por otra parte, sería injusto negar un señalado amor por nuestro templo, bien demostrado en otras ocasiones. Esta desacertada medida sentó un mal precedente, ya que, en 1760. se pagaron a Juan Belando 3.422 reales por blanquear de nuevo el cuerpo de la iglesia, enlucir las bóvedas y dorar los florones, arcos y cornisas. Un crítico de arte censura "el absurdo de enjalbegar el interior de tan interesante edificio creyendo sin duda embellecerlo con dar apariencia de construcción de yeso a los grandes y bien cortados sillares de sus muros y columnatas". No era, sin embargo, un daño irreparable, puesto que hoy lucen de nuevo aquellos sillares en toda su hermosa desnudez.
Lo que tiene difícil justificación es el desatino de modificar la portada recayente a la plaza de Santiago —que aún deja ver su semejanza con la central de la calle del Marqués de Villores—, para adosar a sus flancos esas dos pilastras con florones que rompen violentamente la sobriedad de estilo y suavidad de líneas que supieron darle al templo sus primitivos constructores. 2.275 reales se pagaron al maestro picapedrero autor de tan infortunado aditamento.
Aquel año de 1760 fue de gran actividad, pues, aparte de blanquear las paredes y dorar las molduras, se doró también el retablo del altar mayor, adquirido en 1728. De aquel otro viejo retablo procedente de la catedral de Murcia se hicieron cuatro más pequeños que se colocaron en el trascoro. Picáronse además los pilares de la iglesia, se colocaron florones de madera en las claves de las bóvedas y se adornaron las ventanas con balconcillos, celosías y vidrieras. Hiciéronse también nuevas puertas, vendiéndose las antiguas a los padres de la Congregación por 525 reales.
El anejo de la sacristía se inició en 1780, rematándose el concurso en el maestro Luis Falcó por la suma de 10.260 reales. Las obras comenzaron en 1783 y debieron de terminarse cuatro años más tarde, puesto que en 1788 se colocaron los vidrios de sus ventanas.
LA CAPILLA DE LA COMUNION
Párrafo aparte merece una de las más importantes realizaciones llevadas a cabo desde la edificación del templo. Nos referimos a la capilla de la comunión.
Vacante la sede en 1786, el Gobernador del Obispado, D. Juan José Maestre, ordenó se pagasen 300 reales a José López, maestro de arquitectura de la ciudad de Murcia, por unos planos para la construcción de dicha capilla. El proyecto no debió ser aceptado, ya que, al año siguiente, presentó nuevos planos Felipe Morilla, arquitecto del Obispado, por los que recibió 728 reales, más del doble que el anterior, aunque con el mismo resultado.
El provecto definitivo se debe al arquitecto D. José de Toraya, Académico de la Real de San Fernando, a quien se le abonaron 2.000 reales por sus derechos, según tasación de la propia Academia y de orden del entonces Gobernador del Obispado, D. Pablo Antonio Martínez.
La excavación de los cimientos comenzó en 1786 v las obras se llevaron a un ritmo que no dejará de sorprender a los alarifes actuales. Baste decir que en 1805 fueron interrumpidas, no reanudándose hasta 1879, gracias al tesón e iniciativa del párroco, D. José María Villa, quien en tres años logró reunir para la obra la suma de 106.112 reales. Solamente los sillares importaron 22.000 reales, sin contar el transporte, realizado gratuitamente por labradores del Alhorín y del Campo, quienes acarrearon también de limosna 34.000 de los 134.000 ladrillos que se emplearon en la obra.
El día 19 de noviembre de 1881. a las diez de la mañana, un gran repique de campanas anunció a los villenenses que se había terminado la capilla de la Comunión. Un periódico local se hizo eco del acontecimiento, y por él sabemos que las obras se habían realizado en nueve meses por albañiles locales, bajo la dirección de D. José Guardiola y con la cooperación de D. Martín Re-quena, sin que hubiera que lamentar desgracia alguna. Lo que no sabemos es si las hubo después, porque la cúpula se vino abajo el 2 de diciembre de 1887.
LOS ULTIMOS TREINTA AÑOS
Fueron nefastos para el templo los años de la guerra civil. Durante aquel trienio, se mutiló la magnífica verja del altar mayor, que aún presenta los muñones; se picaron los blasones de piedra que adornaban el muro de la calle de Ramón y Cajal; se destruyó el órgano adquirido en 1656; desaparecieron todas las imágenes, cuadros, ornamentos y objetos de culto, algunos muy valiosos, y se perdieron casi todos los libros capitulares, los registros parroquiales y el archivo musical.
Ya en nuestros días, se ha suprimido el retablo del altar mayor, construido en 1948 por el escultor villenense Navarro Santafé para suplir al que la revolución destruyó en 1936. Se ha eliminado también el bello arco sepulcral renacentista que se hallaba en la girola, detrás del retablo, y se ha derribado la plataforma del órgano, eliminando también el antiguo coro. En cambio, se han reconstruido algunas capillas y el púlpito, se ha adquirido un nuevo órgano y se ha adornado profusamente la entrada a la capilla de la comunión. Por iniciativa del actual arcipreste, don Ginés Ródenas, se ha reconstruido la antigua capilla de San Miguel para colocar en ella la imagen de Santiago, obra del escultor valenciano D. Manuel Silvestre "D'detá", a quien se debe también la cubierta de la magnífica pila bautismal.
LAS CAMPANAS
De las campanas del templo, cuyas voces han acompañado durante siglos todos los acontecimientos tristes o gozosos de la ciudad, pocas noticias tenemos anteriores al siglo XVII. Sabemos que la lengua de la "medianera" fue reparada por Francisco de Valera en 1623; que, en 1650, Pedro y Diego Ortiz, maestros campaneros, fundieron y renovaron dos de ellas por 1.175 reales; que, en 1662, se reparó la campanilla de los beneficiados llamada "Segundilla", y que, en 1686, se gastaron 458 reales por coste, portes y colocación de una campana nueva. En 1703, se reparó la "tiple" echándole más hierro, y, en 1742, Pedro Sánchez fundió una de las antiguas para fabricar una nueva, añadiendo 48 libras y media de metal. De las actuales, la segunda está fechada en 1750, y la tercera lleva la siguiente inscripción: SE HIZO SIENDO CVRA PROPIO DE ESTA PARROQUIAL DE SANTIAGO EL S. DON JVAN FERNANDEZ VILA I FABRIQUERO ANTONIO MELLADO I LILLO. ANNO DE 1727.
EL RELOJ DE LA TORRE
En cuanto al reloj, es de suponer que ya lo hubiese en el siglo XVIII. Nos basamos para ello en el prestigio de que gozaron los relojeros villenenses en toda aquella centuria y principios de la siguiente. El de la villa albaceteña de Casas de Ves, por ejemplo, lo construyó en 1752 Alonso López, "maestro de hacer relojes en la ciudad de Villena"; el de la iglesia de San Martín, de Callosa de Segura, se hizo en 1781 por López Osorio. "relojero de Villena", y el reloj público de Lorca lleva en la máquina un rótulo que dice: "Pedro Navarro. En Villena. Año de 1825". Presumimos que de alguno de aquellos talleres saldría el famoso "Orejón", que fue en sus tiempos la admiración de propios y extraños. No sabemos cuándo se extinguió aquella antigua tradición artesana. El reloj actual está fechado en 1888, y hasta 1951 no se remozaron sus esferas.
COLOFON
El templo de Santiago es uno de los más bellos y originales edificios del gótico final hispánico, arquetipo de una escuela arquitectónica que tuvo amplia resonancia regional. El hecho de estar incluido en el catálogo de los monumentos histórico artísticos de la Nación no exime a los villenenses de la obligación de preocuparse por su conservación e integridad. A ellos van dirigidas estas sucintas notas para que, con más conocimiento, puedan divulgar entre los extraños las excelencias de este bellísimo templo, cuya historia menuda estudiaremos con más detalle en otra ocasión.
(Fotos IÑIGUEZ)
Extraído de la Revista Villena de 1969

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