5 oct 2023

1992 EL AMOR A ESPARTA

EL AMOR A ESPARTA. Por Mateo Marco
«Un hombre que no se interesa por la cosa pública es, para nosotros, no inofensivo sino inútil». PERICLES
Uno de los aspectos que más lama la atención, cuando se estudian los sistemas políticos de las «poleis» de la Grecia Antigua, es el de descubrir la admiración que sintieron —con los matices pertinentes— algunos pensadores como Platón («el de anchas espaldas»), Jenofonte, Aristóteles «el estagirita», Isócrates y Aristófanes, por el sistema político militarista y estatalista de Esparta, en contraste cona democracia ateniense. Arturo Pérez, en su obra «La Civilización Griega», así lo ha reseñado: «Nos resulta difícil comprender cómo ciudadanos del Estado que alcanzó la cumbre de la democracia podían considerar como modelo a otro Estado que simbolizaba la negación de la libertad individual y la sumisión de ésta al mismo. Precisamente si hubieran nacido en Esparta no habrían podido desarrollar su labor intelectual. Solo nos lo podemos explicar partiendo de la base de que vivieron la crisis de la polis: eran enemigos del sistema democrático al que acusaban de demagógico, y veían en Esparta, con su disciplina, su moral sana y sus instituciones inamovibles, un ejemplo de cómo evitar la decadencia y la corrupción». Ciertamente, os pensadores de la polis denunciaron la indisciplina, la división, la incompetencia, e amoralismo, la demagogia que determinaban al sistema político ateniense; y vieron en Esparta, a modo de espejismo, el modelo —que sin duda idealizaron— capaz de mantener el orden y el respeto de la ley; es decir, el modelo capaz de garantizar una vida política sin conflictos en el universo político de Grecia: la polis. Esto era, en definitiva, lo que más les preocupaba.
Al cabo, a Platón le quemó la política activa después de unas desagradables experiencias personales que le llevaran a despreciar todos los regímenes políticos que conocía. Desde entonces, su relación con la política sería una relación teórica, filosófica. A Pi y Margall, siglos más tarde y en España, también le quemó la práctica política. El efímero presidente de la primera república, tras su breve experiencia de gobierno, diría: «Por cada hombre leal encontré diez traidores; por cada agradecido, cien ingratos, y por cada desinteresado y patriota, ciento que no buscaban en la política sino la satisfacción de sus apetitos». En 1873, Pi y Margall sustituyó a Estanislao Figueras el 11 de junio, dimitía el 18 de julio.
A lo largo de la historia, la decepción y el desencanto producidos por los regímenes políticos vigentes han provocado en el ser humano diversas reacciones. Por un lado, surge la crítica contra el sistema que pretende, desde el sistema, sin transformarlo, solucionar los problemas que presentaba. Por otro lado, está la opción de quienes con la crítica, o por otros medios, pretenden destruir el sistema para sustituir o por otro. Ambas actitudes han procurado los cambios políticos que se han sucedido en el devenir histórico de la humanidad, Como referentes para estos cambios, desde una reducción muy general y esquemática, podemos decir que sólo han existido dos modelos antagónicos: el modelo ateniense, democrático y, por lo tanto, participativo; y el modelo espartano, dictatorial, no participativo.
La crisis de un modelo provoca a veces, pues no siempre es así, la añoranza del otro. De esta forma, salvando los distancias, podríamos comparar la actitud de los sabios pensadores de la Antigua Grecia, ante los defectos de la democracia ateniense, con la que parece ser que, en la actualidad, adoptan algunas personas —muchas de ellas jóvenes— en Europa occidental donde, en las últimas elecciones va aumentando el voto hacia las fuerzas políticas de postura extrema, al mismo tiempo que rebrotan posiciones xenófobas y grupos —muchos de ellos de jóvenes—, en apariencia apolíticos, con comportamientos muy violentos. ¿Acaso se está produciendo un retorno del amor a Esparta?...
Posiblemente sea así, y sea porque la imagen de la democracia —como basaba en Atenas— se vea deteriorada por las sospechas de corrupción. En estos casos, ha de preocuparnos cuando se dice que una democracia está asentada, porque mal asiento es a corrupción.
Cuando en un país se duda de la Justicia de la justicia, cuando en un país se conoce a algunos políticos, más que por su presencia en las instituciones de gobierno, por su presencia en los juzgados, o por su transfuguismo, cuando en un país se teme por el secuestro de la división de poderes, cuando en un país se sustituye el diálogo por la imposición, cuando en un país crecen las bolsas de pobreza, no es pertinente, ni conviene siquiera, decir que se tiene una democracia consolidada, pues mal favor se e está haciendo a esa democracia, ya que habrá quien, descontento, dinamite sus pilares. Y no valdrá aquello de mil maneras citado, no valdrá aquello tan redicho de Churchill de que la democracia es la peor forma de gobierno si exceptuamos todas las demás. No valdrá lo de Churchill porque no valdrá la resignación.
Decían los atenienses que es en el ágora, en la plaza pública, donde se va construyendo la democracia. Por el o, habrá que alimentar más la participación de todos y habrá que expulsar a los corruptos. Sócrates, que redujo la política a la moral, insistía en que no existe el ideal democrático sin reforma interior, por lo que el hombre debía interiorizar en sí mismo, hacerse bueno. No caben ideologías si no hay honradez. Si no hay honradez, las ideas —por buenas que sean— se hacen abominables y pueden convertir en positivas a las contrarias. Si amamos a Atenas habrá que limpiar la plaza, habrá que barrer las inmundicias para hacerla más atractiva y así, nunca esté vacía de público que participe. De lo contrario, puede venir quien, desde su querencia a Esparta, por sanearla, y como si se tratara de un favor, destruya el ágora, la plaza pública.
Extraído de la Revista Villena de 1992 

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