27 mar 2024

1917-1967 COMIENZOS DE LA OBRA SALESIANA

COMIENZOS DE LA OBRA SALESIANA
Se ha dicho con exactitud que todas las obras exigen un hombre porque ni las más fecundas ideas consiguen su plena eficacia si falta quien las convierta de pura especulación en feliz realidad.
El hombre de quien Dios se sirvió para lograr la instauración de la Obra Salesiana en la ciudad de Villena fue el Rvdo. D. Francisco Azorín Bautista. Dotado de cualidades humanas admirables, que sirvieron de soporte para sus heroicas virtudes sobrenaturales, cristianas y sacerdotales, llegó a Villena hacia el año 1907 para posesionarse de la parroquia de Santiago el Mayor de esta ciudad, nombrado por el Prelado Diocesano, en consideración a sus méritos literarios y condiciones pastorales.
Hombre de visión certera de los problemas de la parroquia y de sus soluciones concretas y apropiadas, como buen contemplativo, se entregó de lleno a los más urgentes y de más largo alcance, comenzando, como constructor de la edificación espiritual a él encomendada, por atender esmeradamente a los niños y a los jóvenes, y con atención no menos preferente a los pobres de la Iglesia, como párroco celoso de la Iglesia de los pobres.
Junto a la Iglesia del Calvario existía entonces un local ocupado por una comunidad de Religiosas, fundado por San Antonio María Claret, quienes, con ejemplaridad de vida, manifestada en la austeridad más conforme a las reglas Básicas de los mejores ascetas, se dedicaban a la enseñanza de las niñas pobres de aquel lugar. A ellas dedicó D. Francisco sus atenciones y trabajos pastorales, ampliando primeramente lo necesario para albergar a las niñas de aquella barriada, que acudían ansiosas de recibir los rudimentos del saber humano y las primeras nociones del amor cristiano.
Puede la imaginación suponer las inquietudes, las preocupaciones y los desvelos de D. Francisco en esta empresa, a la que consagró las mejores horas de cada día y los mejores días de su ministerio. Todas las tardes de los domingos y días festivos subía al Calvario a explicar la doctrina cristiana. Sus palabras movían por la unción con que las pronunciaba; los ejemplos con que matizaba su enseñanza concentraban la atención de sus oyentes; eminente pedagogo, se hacía todo para todos a todos instruyendo al par que deleitando.
Sus aspiraciones no podían quedar con esto satisfechas. Una juventud, presa fácil siempre para todo lo malo, si alguien no orientaba sus senderos y les marcaba caminos, dando criterios cristianos para sus posibles conceptos paganos, era su obsesión constante y su desvelante inquietud. Unas escuelas podrían ser el remedio de urgencia, preferentemente orientadas hacia las clases más necesitadas, la media y la obrera.
Varios factores indispensables debían ser tenidos en cuenta para que el fracaso no fuera el primer fruto que se recogiera. Expuso, en primer término, su pensamiento al reverendísimo señor Obispo, P. Vicente Alonso y Salgado, de las Escuelas Pías, de santa memoria, que entonces regía los destinos de la diócesis de Cartagena-Murcia, a cuya jurisdicción pastoral estaba en aquellos días sometida Villena. Este insigne Prelado, amante de la juventud, como hijo de San José de Calasanz, no sólo aprobó ardientemente aquel proyecto, sino que le animó fervientemente a que cuanto antes lo realizara.
Otro punto de importancia capital era la búsqueda de la Congregación religiosa que aceptara la función que se le encomendara, y fue la Salesiana la que tomó sobre sí la entonces pesada carga, aunque siempre preclaro honor, de aceptar sin vacilación y de cumplir con entusiasmo esta misión delicada. D. Francisco agradeció en lo que valía aquel gesto y valoró como merecía este innegable sacrificio. De sus labios salieron siempre palabras de encendida gratitud para los hijos de D. Juan Bosco y con sus obras demostró que no eran protocolarias.
Aspecto importante en todas las cosas humanas, aunque puesta la vista y la confianza en Dios, era la consecución del dinero suficiente para una obra de tanta envergadura económica. Se trataba de construir las Escuelas Salesianas. Y esto, hoy, no parece tener ni exigir quebraderos de cabeza, pero en aquellos tiempos, de vida más austera, de recursos menos abundantes, de economía más cerrada, era empresa casi de titanes para los que intentaban realizarla.
Villena respondió con sus abundancia y su generosidad. Nunca llamó a las puertas de sus moradores que no se le abrieran las puertas y las arcas de sus casas.
Fue, con todo, el canónigo de la S. I. Catedral Metropolitana de Valencia, Don Juan José Cervera, hijo ilustre de Villena, con quien Don Francisco tenía entrañable amistad, quien dio cuanto se necesitaba para iniciar, continuar y terminar aquel ambicioso proyecto en el que todos veían la solución del problema escolar y profesional de la juventud de Villena.
Todavía no se ha hecho el elogio merecido del M. I. Sr. D. Juan José Cervera. Pero sin que ahora se pretenda hacerlo, es de buenos villenenses recordarlo con gratitud, evocarlo con emoción y reconocer que su nombre está esculpido en la testera de todas las cosas grandes, especialmente religiosas, que en su tiempo se hicieron, como colaborador entusiasta y donante generoso de todas ellas.
Las Escuelas Salesianas se levantaron sin prisas forzadas ni lenta inquietud, como corresponde a lo que se piensa y se proyecta por cabezas bien sobre los hombros asentadas. Y, como suele acontecer a las almas grandes, dispuso Dios que su siervo bueno y fiel, D. Francisco Azorín, no viera en la tierra ultimada su obra, y, aunque ésta, al principio, se resintiera de su ausencia de los mortales, mandó el Señor al que había de terminarlas, el Rvdo. D. Manuel Nadal Hernández, párroco de Santa María, hoy también fallecido, y después párroco de Santiago.
Mientras permaneció en Villena, D. Manuel se consagró a esta empresa. Para ella fueron sus mayores atenciones, sus cuidados más solícitos su generosidad más proverbial. Y apenas estuvieron en mínimas condiciones de habitabilidad, vinieron los Salesianos a ocuparlas. Inútil decir que, consagrados de lleno a su misión instruyendo y educando con su peculiar pedagogía, se ganaron con pleno derecho el aprecio y estima de los villenenses, que encontraron más de lo que esperaban, vieron más de lo que soñaban y comprendieron que cuanto habían dado para conseguirlo les rentaban unos intereses inmensamente superiores a los que hubieran podido desear. La sencillez, la humildad, el espíritu de sacrificio y de entrega de los primeros salesianos que Villena conoció fue suficiente para que se les considerara lo que en realidad fueron: hom¬bres enviados por Dios para hacer a Villena el mayor bien que su larga y brillante historia puede relatar.
Lo que ha sucedido después está a la vista de todos y no es preciso que los casi testigos de los tiempos pasados lo consignemos aquí. Pero si conviene insistir en aquellas figuras insignes a quienes todo se debe y para quienes nuestro labios deben abrirse en palabras de gratitud, nuestros pensamientos elevarse en su elogio y loor y nuestros corazones en oración que se eleve por ellos a Quien los envió a Villena para concebir, proyectar, iniciar, continuar y llevar a término una obra que es orgullo santo de todos los villenenses.
CEFERINO SANDOVAL AMOROS
Prelado Doméstico de S. Santidad y Canónigo de la S. I. C. de Murcia
Extraído de la Revista 1917-1967 Cincuentenario Salesianos en Villena

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