13 jul 2023

1959 CONTINUACIÓN DE LOS APUNTES PARA LA HISTORIA DEL SEGUNDO MARQUESADO DE VILLENA

Continuación de los apuntes para la historia del segundo Marquesado de Villena. Por Joaquín Candel.
CONEXIÓN HISTÓRICA DE LOS SUCESOS
Reanudamos con anhelo constante y emocionado, al aproximarse las fiestas de nuestro querido pueblo, 'las notas biográficas de los titulares de su segundo Marquesado. Durante el período que pasamos a relatar, los Pachecos, señores poderosos, intervienen en el desarrollo histórico de los sucesos culminantes, entreverados en la agitada diplomacia que la nobleza castellana desenvuelve durante el pleito sucesorio de la Corona.
La audacia y codicia de D. Juan, se transmite a su hijo D. Diego López Pacheco al posesionarse del Marquesado, aunque no la sutil y maquiavélica diplomacia del primero; La honda y continuada preocupación que la política de los Villenas, con sus rebeldías y agitaciones en sus dilatados estados, ocasionan a la Reina Católica, se patentiza, últimamente, en su admirable y trascendental testamento. Preferimos omitir cualquier referencia psicológica de tan interesantes personajes que desconectarlos de la novelada relación de sucesos, en los que destacan, como interesantísimos actores, en este último lapso del medievo.
La biografía de nuestros Marqueses, aislada del devenir histórico, apuntando tan sólo sus actuaciones tangentes con los acontecimientos, indicando únicamente fechas y hechos, ganarían en rigorismo y amplitud, pero carecerían de interés y amenidad para el ambiente popular coterráneo, al que las dedicamos.
Recordemos cómo al principio de estos apuntes referíamos las fuentes históricas que utilizamos para su exposición: historiadores contemporáneos; autores de biografías: publicistas, con sus referencias a cronistas de la época, y notas facilitadas por funcionarios de Archivos y Bibliotecas. Entre éstos destacamos especialmente a nuestros antiguos amigos E. Martínez Ferrando, Director del de «La Corona de Aragón», y a la dinámica e inteligente funcionaria Dª Pilar Corrales, de la Universidad de Barcelona».
Suspendimos el pasado año la continuación de estas notas en el momento en que la Princesa Dª Isabel, después de su negativa a aceptar su matrimonio con el Rey de Portugal, prestaba su consentimiento al Arzobispo de Toledo para realizarlo con su primo, D. Fernando de Aragón, ya Rey de Sicilia. Don Enrique y Pacheco partieron para Andalucía y Dª Isabel, después de las Cortes de Ocaña, en el verano de 1469, se trasladó a Madrigal, don «Villena» había dejado a su sobrino, el Obispo de Burgos, para espiarla en todos sus actos.
INTRIGAS DE PACHECO CONTRA Dª ISABEL Y D. FERNANDO. CESION DEL TITULO DE SU MARQUESADO
Rápidamente se sucedían los acontecimientos, primero adversos, luego favorables a los Príncipes.
Pretendiendo anticiparse al regreso del Monarca y de Pacheco de Andalucía, se dispone la salida para Aragón de Gutiérrez de Cárdenas y del cronista Palencia, en busca de D. Fernando. Omitimos relatar, por ser tan conocida, la odisea de su viaje. Tuvo que recurrir hasta al disfraz de mozo de cuadra para eludir los peligrosos incidentes.
El Rey, estando en Trujillo, recibe carta de Dª Isabel, comunicándole la llegada de D. Fernando a Castilla y su resolución de celebrar el matrimonio, con ruego de que lo aprobase y promesa de la sumisión del aragonés. Prescindimos también de referir los demás episodios, tan históricamente conocidos, anteriores a la unión de los Príncipes.
El 14 de Octubre de 1469, llegó D. Fernando a Valladolid. En las Casas de Juan Vivero (hoy Audiencia), vióse con Dª Isabel. El 19 se celebró el histórico y trascendental matrimonio.
En la Corte de Segovia, a donde ya había regresado el Rey, cundía el resentimiento y se preparaba la venganza contra los Príncipes. Se cruzan cartas, se envían embajadas entre éstos y D. Enrique. El Maestre de Santiago, el Arzobispo de Sevilla y los Estúñigas, se oponían a toda concordia. Dice Silió que Dª Juana la Beltraneja era el instrumento de Pacheco «que hundía o alzaba según sus conveniencias y las del coro de vividores que se nutrían de los despojos arrancados a una Corona sin decoro ni autoridad». Se lanzaron entonces a encumbrar a la oretensa Princesa Dª Juana. Para ello negocian en Francia su casamiento con el Duque de Guyena, hermano del Rey. Llega una embajada a Burgos, con el «petulante y fanfarrón Cardenal Albi». Se trasladan a Medina, donde estaba la Corte. El Rey, con Pacheco y sus grandes, conciertan el matrimonio. Era el verano de 1470. Pretendía Luis XI, monarca de Francia, poner a su hermano en condiciones de ceñirse la corona de Castilla.
El 26 de octubre del mismo año, se reunieron en el valle de Lozoya, el Rey, la Reina, su hija Dª Juana, el Marqués de Santillana, que la tenía en su poder, los Mendoza, el. Arzobispo de Sevilla y otros grandes. Ordenó D. Enrique leer su carta, revocando el juramento de los «Toros de Guisando». Desposee a su hermana Dª Isabel del título de Princesa heredera, proclamando sucesora legítima del Reino, a Doña Juana. Decían los cronistas, que era general la repulsa sentida por el pueblo contra el Rey y su valido D. Juan Pacheco, promotor de estos enredos. Figuraba su firma en el documento que se pedía la rehabilitación de Dª Juana.
Ya no era Pacheco Marqués de Villena. Según la «Crónica de Enrique IV», del Doctor Galíndez de Carvajal, luego de confirmarse a D. Juan Pacheco en el Maestrazgo de Santiago, aumentando con ello sus dilatadas posesiones, con ocasión del matrimonio con la Condesa de Santistevan, nieta de D. Álvaro de Luna, en el mismo año 1469, cede D. Juan a su hijo D. Diego, el Título y los inmensos territorios de nuestro Marquesado, al que después añadió el Ducado de Escalona. Lo componían en aquella época, las villas, aldeas y lugares de Villena, Chinchilla, Alarcón, Iniesta, Belmonte, Alcalá, San Clemente, Ajorguera, García Muñoz, La Roda, Hellín, Albacete, Jumilla, Yecla, Sax, Utiel, Villanueva de la Fuente, Bonilla, Campo de Bonilla, La Posa, Muniera, Gimena, Almansa, Villarrobledo, Zafra, Vélez Rubio, Vélez Blanco, Gutiellas y Bugarra. Era un verdadero estado dentro del Reino.
ANARQUIA. LA ENFERMEDAD DE PACHECO. SU POLITICA EVITA ENTONCES UNA GUERRA CIVIL
Decía Alonso de Palencia que «todo corría a intolerable desdicha y ruina general». En los años que siguieron (1471 a 1474) se superó el infortunio arraigado en. Castilla (Silió). La nobleza llegó a inverosímil relajamiento. «Era todo cuestión de precio o merced. La ignorancia se apodera de los eclesiásticos», y según dice Mariana, «la codicia arraigó en la Iglesia».
Es inexplicable el consejo que en aquel entonces dio Pacheco al Rey: D. Enrique se dispuso a arrojar a los Príncipes del Reino. El Maestre le convenció de que no lo hiciera. Supone Silió que el motivo de tal consejo fue la insidiosa política de «Villana» que consistía en mantener sin desenlace la discordia, en su interés y Provecho». Es lo cierto que en aquella ocasión Pacheco evitó una guerra civil en el pleito dinástico. El Rey iba perdiendo el apoyo de la nobleza; se mostraba débil, huraño y taciturno. Patentizaba su debilidad entre otros incidentes, al renunciar, sin lucha, a recobrar la ciudad de Andújar, que poseía el Condestable D. Miguel Lucas, uno de los mayores enemigos de Pacheco, y partidario de Dª Isabel. Regresó éste con el Monarca, sin conseguirla, ante la afrentosa negativa y contestación de su Alcaide, Pedro Descabias.
Se abría el horizonte cada vez más favorable a los Príncipes recién casados. Les ofrecieron su adhesión el Duque de Medina Sidonia, los Mendoza, el Marqués de Santillana y otros.
Dª Isabel persistía, con, su digna y firme tenacidad, en la defensa de sus derechos.
Pacheco sentíase enfermo, decaído. Abandonó la Corte, retirándose a Cuéllar. Desde allí no dejaba de intrigar «tras nuevas adquisiciones para su rico patrimonio» (Silió).
LLEGADA DEL CARDENAL BORJA CON LA BULA LEGITIMADORA. CONSIGUE PACHECO ÉL ALCAZAR DE MADRID Y SU CODICIA ORIGINA INVOLUNTARIAMENTE LA RECONCILIACION DEL REY CON LOS PRINCIPES
Dos motivos ocasionaron el viaje del eminente prelado; la legitimación del matrimonio de los Príncipes, discutido por sus adversarios y de la reconciliación de aquellos con el poderoso Villena.
Dejamos anteriormente referida la llegada del Legado Pontificio a Castilla. Era portador de la bula expedida por Sixto IV en 1 de diciembre de 1474 legitimando el matrimonio de don Fernando y doña Isabel y el nacimiento de su primera hija. El eminente Don Rodrigo de Borja (que fue después el Papa Alejandro VI), desembarcó por aquella época en Valencia, con su brillante séquito. De allí se dirigió a Tarragona, entrevistándose en esta Ciudad con don Fernando, que también regresaba a Castilla. El Cardenal quedó informado de las revueltas, intrigas y trapacerías de Pacheco; de las vacilaciones del Rey. Anhelaba la concordia entre éste y los Príncipes, que era necesaria para conseguir la paz y tranquilidad en el Reino. Quedó persuadido (según refiere Hernández del Pulgar), de que le estorbaba el Maestre. Propuso que los Príncipes acudiesen a Guadalajara y quedasen allí confiados al Marqués de Santillana, «para tranquilidad de Pacheco» (Silió), mientras se negociaban las paces. Se opuso tenazmente a ello el Arzobispo de Toledo y el intento resultó fracasado.
La codicia insaciable de Pacheco, utilizada como precio de su apoyo y consentimiento a un nuevo proyecto de enlace de doña Juana, abrió otro camino de concordia. Tras anteriores y frustrados intentos matrimoniales, proponía el Rey -la unión de doña Juana, la Discutida., con don Enrique Fortuna. Era hijo de aquel otro infante, don Enrique de Aragón, el constante Y temido agitador enemigo de don Álvaro de Luna. De él hablamos en trabajos anteriores.
El Maestre Pacheco fingía oponerse a la boda, por sus constantes temores al entronque real con la corona de Aragón. Con tal pretexto, demostrando su máxima codicia, solicita del Rey la posesión del Alcázar de Madrid, «para asegurar su Persona y estados». Quería plasmar también sobre sus muros, las armas de «Villena». Era el precio que ponía a cambio de facilitar dicho proyectado matrimonio. El Rey, más débil y sugestionado que nunca por su valido, accedió a lo solicitado y le entregó el Alcázar. También obtuvo después el de Segovia. El Mayordomo de dichos Alcázares, era don Andrés Cabrera. Su esposa, doña Beatriz de Bobadilla, fue la entrañable y leal amiga de doña Isabel. Juntas vivieron sus infancias en Arévalo, comunicándose las más íntimas confidencias. Cabrera tenía también antiguo y constante ascendiente sobre el Rey. Hondamente sintió la ingratitud de don Enrique, al verse despojado de sus cargos. Replicando a las intrigas de Pacheco y aceptada la insinuación de su esposa, aconsejó al Rey se entendiese directamente con su hermana, la Princesa Isabel, sin la intervención sinuosa del Maestre. Consentida por el Rey la proposición del Alcaide, emprendió la esposa de Cabrera, henchida de alegría, el camino hacia Aranda. Cruzaba la fría meseta castellana con el deseo de persuadir a su amiga doña Isabel de la buena disposición de don Enrique. Tras una emotiva entrevista, convenció a doña Isabel acudiese a Segovia, donde su hermano, el Rey, la recibiría cariñosamente. Vaciló la Princesa, pero la fidelidad y leales aspiraciones de su amiga la convencieron. Regresó la Bobadilla a Segovia con la buena nueva. Poco tiempo después, al filo de una cruda madrugada, el día 28 de diciembre de 1473, se abrían las puertas del Alcázar de Segovia para doña Isabel y el Arzobispo de Toledo, que la acompañaba. Desde Aranda, hicieron de noche sus jornadas para Ocultar sus personas y evitar desagradables sospechas. En la severidad de sus estancias, les aguardaban, en la fortaleza segoviana, doña Beatriz y su esposo; más tarde llegó el Rey, desde el cercano bosque de Balsain. La esperaba su hermana en el patio del Alcázar. La cordialidad se reflejaba en sus rostros, olvidando anteriores agravios; según el cronista Castello, LA ENFERMEDAD DEL REY Y ULTIMAS INTRIGAS DE PACHECO
El día de la Epifanía del siguiente año (6 de enero de r474) se manifestaron nuevamente por las calles de Segovia el monarca don Enrique con doña Isabel y don Fernando; sus semblantes denotaban alegría y cordialidad. Cabrera, ansioso de lograr un concierto entre ellos, les prepara en Las Casas del Obispo, un espléndido banquete. Al terminarse, el Rey se sintió indispuesto, según el cronista «can fuerte dolor de costado». Se rumoreaba de un envenenamiento.
Grave alarma causó a Pacheco la noticia de la llegada de los Príncipes a Segovia y el relatado banquete. -El Marqués de Villena, su hijo don Diego, huyó temeroso de la ciudad, refugiándose en Ayllón. Su padre se encontraba en Cuéllar, pero sostenía comunicación con el Rey y tratos con el Duque de Alburquerque, a quien pertenecía la villa. Don Enrique mejoró de su dolencia.
Persuadido el Maestre del sugestivo y constante influjo que tenía sobre el monarca, le hizo entonces la más inicua y odiosa de sus proposiciones: prender al Príncipe y a la Princesa, al Arzobispo de Toledo, al Alcaide Cabrera y a su mujer. Después sería entregada doña Juana a la Duquesa de Arévalo, prima del Infante don Enrique Fortuna, para consumar el matrimonio con éste.
Manifestaba Pacheco, tan conocedor del Rey, que una vez presos doña Isabel y don Fernando, desaparecería el impedimento para que recayera en doña Juana la sucesión de la Corona. Acató el Rey don Enrique el envidioso plan de su valido y se dispuso a realizarlo. Lo comunicó al nuevo Cardenal de España, Mendoza, que estaba a su lado y le creía adiete. La cruda contestación del Prelado, su dignidad y entereza, evitó la iniquidad proyectada. Además, el propio cronista Palencia, escondido «en la despensa de los camareros», oyó a los complicados en el plan, sus conversaciones para realizarlo y que iba a entregarse a Pacheco un portillo de las murallas para llevarlo a efecto. Fueron avisados los Príncipes y el Cardenal. Don Fernando, conocida la perfidia del Rey, marchó a Turégano. Su esposa, doña Isabel, permaneció valerosamente en Segovia, junto al Alcaide y a su mujer, tan querida por ella.
Refiere Silió, concretamente, el estado de Castilla al comenzar el referido año 1474: D. Fernando continuaba en Turégano, doña Isabel, en el Alcázar de Segovia, prevenida ante cualquier sospecha. El Rey, desconcertado, sin atreverse a ejecutar lo convenido con Pacheco. El Cardenal, persuadiendo a don Enrique en favor de doña Isabel. Todos los Mendoza, como antes referíamos, se encontraban ya inclinados en favor de los Príncipes.
La familia Mendoza gozaba de la máxima influencia por aquel entonces en la corte castellana. Pacheco estaba unido a ella por su segundo matrimonio con una hija de doña María de Mendoza y del Conde de Haro.
LA ULTIMA PRESA Y MUERTE DE PACHECO
Continuaban las negociaciones entre Cuéllar y Segovia. Convenía a Pacheco estar cerca del Rey para conseguir sus propósitos, apartándole de su hermana doña Isabel. Propuso a don Enrique que «reunidos ambos en Madrid, podrían hablar con mayor libertad y acordar lo que fuese mejor para los intereses del Reino» (Castillo).
Dócil con su valido y aceptada la proposición, acudió el Rey a Madrid. Allí le insistió el Maestre en el asunto de la boda de doña. Juana con el Rey de Portugal. Convenció al monarca de que debía ir él mismo a la frontera de aquel Reino para facilitar el matrimonio. Fue una estratagema más de su diplomacia para conseguir que don Enrique le diera la ciudad de Trujillo. La última aspiración de Pacheco fue esta Célebre plaza, cabeza de Extremadura, solar que fue de los Pizarro y antigua fortaleza árabe, en su estratégico «Castrum Tullium». Accedió don Enrique y le obedecieron sus moradores, pero no el Alcaide del Castillo, Gracían de Sesé. Pedía éste indemnización por los gastos qué había hecho en el mismo.
El Rey empeoró y regresó a Madrid, porque los tratos para la entrega se dilataban.
Quedó el codicioso Pacheco cerca de Trujillo, ultimando con Sesé las condiciones para tomar posesión de la fortaleza. Sintióse más enfermo y «se hizo conducir en hombros hasta la aldea de Santa Cruz de la Sierra. «Allí se terminó el trato, dándole al Alcaide en compensación, la villa de «Saélices de los Gallegos». Dice Silió, «Pacheco murió a la misma hora de terminarse el trato de la entrega de una postema en la garganta, que le ahogó».
Era el día 4 de octubre de 1474.
Interesante es la descripción que reproducimos, hecha de su muerte por el cronista Palencia. «Hacía largo rato que no pronunciaba palabra y sus familiares le creían ya exánime, sin atreverse a publicarlo, por los peligros que preveían, cuando llegó un mensajero con la noticia de la entrega de Trujillo. El Maestre Percibió la disputa entre los que deseaban acercársele y los que lo estorbaban, y llamando a los presentes, les preguntó si se había entregado la fortaleza. Al oír la grata respuesta, mandó acercarse al mensajero y con gran dificultad, le dirigió algunas palabras de congratulación. En seguida expiró. Los criados de sus hijas ocultaron el cadáver entre grandes tinajas de vino, peculiares del aquella tierra y se lanzaron a robar el dinero y alhajas que guardaba el difunto, cuyos funerales se realizaron así, abyecta y cobardemente, entre el robo y los llantos. Ni de testamento legal, ni de muerte cristiana hay exacta noticia».
También Paz y Meliá, en las «Ilustraciones de las Décadas», de su obra «El cronista Alonso de Palencia», refiere una carta de Gutiérrez de Cárdenas, fechada en Segovia en 20 de octubre de 1474, dando cuenta a don Fernando de la muerte de Pacheco, con muchos pormenores. Decía. entre otras cosas : «Las senyas que dan de su muerte, dicen que murió de tres secas que le dieron en la garganta; otros dicen que de esquinenza; otros dicen, que el otro Maestre de Santiago, don Álvaro de Luna, fue degollado por mandado del Rey D. Juan, y éste fue degollado por mandado de Dios».
Próximo al Segovia, en las riberas del Eresma, cerca de la jugosa frondosidad del valle del Parral, sobre una .colina, se alza el Monasterio de Nuestra Señora del mismo nombre. Erigido bajo la inspiración de Pacheco, fue costeado por su Rey don Enrique, demostrando una vez más su magnificencia y fervor que sentía por su valido. En su estructura, la austera elegancia del más puro gótico se enlaza con las filigranas platerescas. La Capilla Mayor de su Iglesia fue donada por el Rey al Marqués de Vi-llena. A ambos lados de su retablo se abren los enterramientos de don Juan Pacheco y de su esposa, doña María de Portocarrero. La concepción de tales monumentos funerarios sorprende por su grandiosidad y belleza. Se atribuye a los discípulos del célebre artífice Vasco de Zarza. En actitud orante aparecen las estatuas de nuestros marqueses. Tan admirable es el pulcro naturalismo de la cabeza de la señora, como la cota guerrera del Marqués. Se califican estos monumentos funerarios como los más grandiosos de España. Algún célebre escritor dijo, refiriéndose a ellos: «Enterraron aquí a los Marqueses de Villena y si resucitaran volverían a morirse para descansar bajo tales trofeos».
En el recinto de aquel silencioso templo castellano, perduran, en magníficos trasuntos escultóricos, las efigies del que fue poderoso señor de nuestro pueblo y de su nombrada esposa.
LA MUERTE DEL REY D. ENRIQUE IV
La muerte de Pacheco impresionó profundamente al monarca y precipitó la de éste. Enfermo, de voluntad enajenada y truncada al desaparecer su valido, apoyó su debilidad en la persona de su hijo, Don Diego López Pacheco, el nuevo Marqués de Villena.
La visión psicológica del Rey y del sucesor de nuestro marquesado se proyecta, con exacta fidelidad, en el siguiente comentario de Silió: «Al morir el Maestre, quedó el Rey como un barco a quien de pronto se le suelta el timón. Falto de voluntad, necesitado de que otro gobernara la suya y tomara decisiones, acudió al cobijo del Marqués de Villena, hijo del muerto, codicioso lo mismo que su padre e impaciente por sucederle en todo: en honores, riquezas y dominio sobre el monarca».
Inmediatamente de morir D. Juan Pacheco, se suscita el problema de la provisión del Maestrazgo de Santiago. El nuevo Marqués de Villena lo re-clamaba, fundándose en que su padre renunció a la dignidad en manos del Papa. Esperaba se le proveyese en el cargo. El Rey, sin previa consulta, inclinado a su favor, se lo otorga.
Parte del 'Capítulo, reunido en su convento de Uclés, eligieron Maestre al Conde de Paredes, Don Rodrigo Manrique.
Otras, en San Marcos de León, designaron a Don Alonso de Cárdenas.
D. Diego López Pacheco intrigaba también por ganar los votos del Capítulo dividido. Concierta una entrevista con el Conde de Osorno, que era otro de los aspirantes. Osorno concibe una estratagema. Aprovechando la entrevista rodea a Villena con su gente de armas y le conduce preso a la fortaleza de Fuentidueña.
La intensa conmoción afectiva que causó al Rey la prisión de Pacheco, la relata el cronista Valera, con las siguientes frases que reproduce Marañón:
«Sabida por el Rey la prisión del Marqués, pensó salir fuera de sí como hombre sin sentido, y como naturalmente fuera claro de corazón, comenzó a llorar amargamente, y por mucho que le consolaban los que cerca de él estaban, ningún consuelo quería oír ni recibir».
D. Enrique, en una carta fechada en Madrid el 25 de Octubre, comunicaba el triste suceso, apenadísimo, a Luis de Chaves.
Dolido y desorientado el Rey por lo ocurrido a Villena, contra el consejo de los médicos de la corte, se traslada inmediatamente a Villarejo, cerca de Fuentidueña. Allí permanece 20 días celebrando fatigosos tratos con grandes y prelados. Finalmente consigue del Conde de Paredes que otorgara escritura, comprometiéndose a negociar la libertad del Marqués, si el Conde era elegido Maestre. Por fin Paredes consiguió la libertad de «Villena», pero quedó éste sin el Maestrazgo.
Al regresar el Rey a Madrid, se agudiza su dolencia. Dicen los cronistas que «estaba ya herido de muerte».
En sus últimos días le acuciaba el ansia de volver a su amada soledad del Pardo.
En la admirable y exhaustiva obra de Marañón sobre «Enrique IV y su tiempo», se hace una detallada y profunda investigación sobre su muerte. Se induce, como al principio apuntábamos, que sus viajes y ajetreos, motivados por la prisión de Villena, durante el frío otoño de aquel 1474, influyeron hondamente en su débil y enfermizo temperamento.
Duda este autor que la causa de su muerte, ocurrida cuando contaba sólo 50 años, fuesen esos sus últimos paseos debilitantes, por aquel tiempo, en el crudo ambiente de los campos y bosques del Pardo. No desecha, como más racional, por la síntomatología de su enfermedad, un posible envenenamiento.
(Recordemos la cena del día de Reyes antes referida, en las Casas del Obispo. También lo funda en el documento que doña Juana la Beltraneja dirigió al Consejo de Madrid, publicado por Zorita, en el que se dice «por codicia desordenada del reinar acordaron y trataron ellos y otros por ellos y fueron en hablar y consejo de hacerle dar y le fueron dadas yerbas y ponzoña, de que después falleció».
En el informe que el citado Doctor y el arqueólogo, don Manuel Gómez Moreno dieron a la Real Academia de la Historia sobre la exhumación del cadáver de D. Enrique, dicen que su último viaje al Pardo no lo nudo realizar, «regresó a Madrid, echóse en el lecho, vestido como estaba, y así murió en la madrugada del 12 de diciembre de 1474. Sin ceremonia alguna, a hombros de gentes alquiladas, puesto su cuerpo sobre unas tablas viejas y sin embalsamar, ya que la extremada consunción a que había llegado no lo exigía, se le llevó al 'Monasterio de San jerónimo del Paso».
Si de «abyectos y cobardes» calificó el cronista Palencia los funerales de Pacheco, también de «miserables y abyectos», denomina a los de su Rey. Don Enrique IV sólo sobrevivió a su valido, exactamente sesenta y nueve días.
FINAL
Otra vez su extensión, nos obliga a interrumpir estas notas, en un momento histórico interesante. Aplazamos referir, si la Providencia nos lo permite, como toda la audacia y poderío del segundo Pacheco, no nudo abatir las seculares virtudes de nuestro pueblo, su recia lealtad castellana a los Reyes Católicos, que reconocieron nuestro temple de dignidad y nobleza.
Extraído de la Revista Villena de 1959

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