19 may 2021

1952 GLOSA DE UNA NOTICIA

UN TESTAMENTO ORIGINAL
GLOSA DE UNA NOTICIA
Por Rolando García Gralla

Fué en la noche misteriosa del sentimiento…
El periódico gráfico de nuestro tiempo: la imagen cinematográfica, nos trajo la noti­cia: «Un vagabundo había sido encontrado muerto en un vagón de ferrocarril. Según el dictamen facultativo, murió de hambre. Al registrar sus ropas, se encontró un sucio papel en donde, a modo de testamento, había escrito las siguientes palabras: "DEJO EL PERFUME DE LAS FLORES; LA PRIMAVERA; EL CANTAR DE LOS PÁJAROS; EL COLOR DE LOS PAI­SAJES; LA HERMOSURA DEL UNIVERSO, A LOS NIÑOS DE TODO EL MUNDO". Un gran poema, un maravilloso poema que servía de pie a la imagen de un sucio va­gón, había hecho redoblar «a tempo vivae» el tambor de nuestro sentimiento.
¡Dios mío! ¡Un hombre muriendo de hambre cuando las células piden a gritos un pe­dazo de materia; cuando el organismo todo se revuelve contra su poseedor, mordiéndole, quemándole, haciéndole sufrir intensamente ...!
Y su único lamento es dejar todos sus tesoros, los ahorros espirituales de toda una vida a la primavera de la humanidad ...!
DEJO EL PERFUME DE LAS FLORES ... A LOS NIÑOS DE TODO EL MUNDO.
Dios le había hecho sentir la poesía de la Creación, pero, en lugar de manifestarla en torpes palabras halagadoras de vanidades, o de representarla con colores más o menos vívidos imitadores de los de la Naturaleza, o de expresarla en acordes que recordasen los trinos de los pájaros, la atesoró en su corazón para legarla a sus sucesores más queri­dos: LA INFANCIA.
Le bastaba haber derrochado diariamente un poco de sus tesoros para que su pobre materia hubiese renacido ... Pero no; había poseído la Naturaleza; había ahorrado día a día fragancias, perfumes, colores, armonías y, al sentir todo ello de su propiedad, lo de­jaba como el producto de una vida dedicada al espíritu.
¡Oh vagón de ferrocarril, templo de la Poesía, Altar de luz y de Amor donde agoniza un poeta!
En la sala reinaba un silencio angustioso...
Y, al volver la cabeza -el momento, en toda su grandeza, era superior a mis pobres fuerzas de vulgar mortal-, no sé si fué producto de mi imaginación sobreexcitada o si mis párpados, velados por la emoción, me impedían distinguir bien las cosas. . . Lo cierto es que vi llorar a una flor. Puede ser que fuesen lágrimas de su poseedora las que resbala­ban por sus pétalos... pero yo creo firmemente que la flor lloraba la muerte de uno de los espíritus más delicados de nuestro tiempo. En mi pobre concepto, del poeta que, con unas breves líneas, había escrito el mejor poema de nuestro siglo. 

Revista Villena 1952
Cedida por... Elia Estevan

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