UN VILLENENSE
El espectáculo resultó indescriptible por su grandiosidad. Contemplado por más de veinticinco mil personas que se apretaban en un grupo compacto y que no cabiendo en las calles espaciosas, ni en terrazas y balcones, llegó a escalar los tejados una muchedumbre inmensa presa de un entusiasmo que rayaba en el frenesí, que aplaudía incesantemente, hasta doler las manos, y cuyos vivas ensordecedores se confundían con los acordes de diez o doce bandas de música y los cantos de dos nutridos orfeones, y el estallido de tracas y cohetes y la elevación de globos y bombas de colores, y el repicar de todas las campanas de la ciudad, y el palpitar acelerado de tantos corazones, y las lágrimas tiernas brotando de tantos ojos... No... escena de tan arrebatadora hermosura no se puede describir porque no hay paletas, ni colores, ni frases, ni elocuencia, ni pensamientos, ni imágenes, ni palabras, ni sonidos, ni armonías capaces de expresar la soberana grandeza de aquellos momentos de cielo.
Víllena escribió, aquel día memorable, la página más radiante y gloriosa de su historia.
Un villenense.
Víllena escribió, aquel día memorable, la página más radiante y gloriosa de su historia.
Un villenense.


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