16 nov 2021

1939 NUESTRAS IGLESIAS

ESCRIBIMOS estas líneas bajo la penosísima impresión que produce en el ánimo la contemplación del estado lamentable a que han quedado reducidas las iglesias de nuestro pueblo.
Como era un odio verdaderamente satánico el que movía los pasos de la fiera revolucionaria, como no tenía otra consigna que la recibida de los «sin Dios» de Rusia, ese odio se ensañó contra todo lo que encarnaba la idea religiosa y esa manifestación de la creencia en el Ser Supremo, singularmente contra los templos.
Entre nosotros, el primer blanco de sus rencores infer­nales fueron las ermitas. Santa Bárbara, San Sebastián, San Bartolomé, desaparecieron por completo y si se han conservado las de San José y San Antón, fué porque no se atrevieron a incendiarlas dada la proximidad de casas particulares que las rodean.Pero pronto siguieron los templos mayores. ¡Santíago! la iglesia que era el orgullo de los villenenses y el asom­bro de los forasteros; el templo granítico y monumental. Uno de los mejores de España; oración de piedra que nuestros antepasados elevaron al cielo, ha quedado ennegrecido por las llamas del incendio, desaparecidas sus puertas y cancelas, quemados sus altares e imágenes, destrozada su magnífica verja de hierro forjado, joya valiosísima del si­glo XVI; incendiada también su espléndida capilla de la comunión con sus góticos altares, totalmente dorados, destruidas sus amplias dependencias, co­mo sacristía y sala capitular con su riquísimo ar­tesonado, y desaparecida la bellísima decoración con que lo engalanara hace pocos años su activo y celosísimo párroco propio Don Manuel Nadal. [Santa María) La iglesia tan simpática y tan querida, con su fachada barroca, con su amplísima nave central y los notables frescos de sus bovedas, con su culto esplendoroso al Niño Jesús, a la Eu­caristía con su comunión semanal y ejercicio de los «Jueves Eucarísticos» y, sobre todo, con el solem­ne triduo de Carnaval que, desde el siglo XVI, ce­lebraba su antiquísima Sacramental, y con sus Salves a la Virgen de la Asunción, su titular. ¡Lás­tima de iglesia parroquial) Santiago, como varón, ha sido más fuerte, más resistente. Santa María, por su femínea condición, fué más débil, no pudo resistir el brutal empuje y se hundieron casi por completo sus bóvedas, quedando únicamente sus arcos de piedra.
La Iglesia de la Congregación es la que menos ha sufrido. No se cebaron en ella las llamas del incendio, que fácilmente hubiera prendido en las casas inmediatas, pero fueron, destruidos todos sus altares e imágenes, arrancadas sus puertas y cancelas, perforados sus muros por nuevos huecos, rebajado su pavimento para que pudiesen entrar los carros, y sacrílegamente convertida en depósito de víveres y mercado de abastos.
Pero donde se cebó la saña antireligiosa de la revolucíón fué en el convento e iglesia de las Trinitarias. Siempre este convento fué objeto predilecto del odio de los impíos. ¿Qué campañas no se hicieron contra el mismo en la prensa local? Unas veces era la tribuna saliente que daba frente a la calle de San Francisco, que ante los incesantes clamoreos hubo que reformar; otras veces, la necesidad del ensanche de la calle y también el peligro que ofrecía la tapia inclinada... inclinada, sí, pero no hacia fuera, sino hacia dentro y que, por lo tanto, no ofrecía peligro alguno, ya que en el caso poco probable de derrumbarse -llevaba ya muchísimos años con la misma inclinación--hubiera caído no sobre la calle sino sobre el huerto de las religiosas.
Pero al estallar la revolución, sonó la hora de ellos, la hora del poder de las tinieblas, y no se contentaron con incendiar el convento y su espa­ciosa iglesia, sino que destruyeron totalmente am­bos edificios arrasándolos hasta los cimientos, no dejando más que el área de su amplí­símo solar. ;Pobres y desconsoladas religíosas! Cándidas palomas, que de­voran la amargura inconcebible de ver destruido su palomar, privadas del tibio rescoldo de su nido amado, y que se ven obligadas a vivir disper­sas y separadas las unas de las otras! ¿No habrá un alma caritativa que les proporcione un albergue, siquiera sea transitorio, hasta que la Providencia les depare el lugar adecuado en que hayan de instalarse definitivamente? De intento hemos dejado para ha­blar de ella en último lugar la iglesia del santuario de las Virtudes. Los im­píos revolucionarios no quedaron satisfechos con destruir la perla, la per­la idolatrada de los villenenses, redu­ciéndola a cenizas. sino que quisieron también destruir la concha que la guardaba y, aunque no incendiaron el templo, arrancaron y quemaron to­dos los retablos, sin perdonar el del altar mayor con sus lienzos al óleo, todas las imágenes, incluso la ímágen pintada de nuestra Patrona que había en la escalera; destruyeron el retablo o cuadro de mayólica que se erigió en la entrada del claustro conmemorando la coronación canónica, rompieron a martillazos los frontales de los altares, que todos eran de mármol, como también las gradas del presbiterio, y las losas del pavimento que eran de la misma piedra y en parte quedaron destrozadas Terminamos en una última consideración. Estos templos fueron levantados por la fe granítica de nuestros antepasados, en una época de penuria inconcebible, pero la fe que los impulsaba era la palanca poderosísima a la que nada se resistía. Ellos realizaron la labor más penosa y difícil: la­bor creadora, constructora. Si somos dignos des­cendientes suyos, hemos de imitarles. A nosotros nos está encomendada una misión más fácil y lle­vadera: labor reparadora, restauradora. Mas para realizarla necesitamos también la fe. Con ella la restauración de nuestras iglesias será pronto un hecho. Sin la fe continuarán en su estado actual: ennegrecidas, casi derrumbadas; como testigos elocuentes de la debilidad de creencias religiosas de un pueblo antes tan creyente.Hemos de esperar que no sucederá esto entre nosotros, es necesario que la anhelada restauración de nuestros templos esté presidida por un depurado criterio artístico y por un profundo sentido litúrgico. Lo primero, para evitar todo adefesio reñido con la estética y lo segundo, para que todo lo que se haga, lo mismo en obras, que en imágenes, altares y retablos, esté siempre en conformidad con las sabías prescripciones de la Iglesia y no con los deseos o caprichos particulares, aunque parezcan inspirados por la piedad y la devoción.
UN VILLENENSE
Extraído de la Revista Villena Azul de 1939

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta descripción nos muestra la riqueza artística que llegaron a tener nuestras iglesias, y que lamentablemente nunca volveran a recuperarla

Anónimo dijo...

Verdadero desastre el que se cometió en los años 1930. Nuestra cultura Europea no se puede comprender sin respetar y valorar las raices cristianas del fondo de nuestra cultura Europea , de la cual tenemos que estar muy contentos y orgullosos con toda humildad .Debemos respetar y valorar todas las culturas y creencias del mundo.Pero no por ello desechar y no valorar lo bueno y bello de nuestras raices y si algo bueno tienen es el fondo humano que Jesus nos dió . Siempre nos podemos encontrar con gente buena y gente mala en todo , pero eso no impide que nuestras raices cristianas con sus luces y sombras (por ser formada por personas ), tengamos que valorarla y sentirnos orgullosos en lo bueno que es bastante.Nuestra raices europeas son muy ricas en todo.En definivas y conclusión; tenemos que estar orgullosos de nuestra cultura europea basada en el Cristianismo y que ha aportado grandes cosas al mundo en lo social,en lo artistico(MUSICA, LITERATURA, ARQUITECTURA, ESCULTURA, PINTURA ETC. Por supuesto siempre respetando y valorando también otras culturas. Pero sin desechar nuestras raices fundadas en el CRISTIANISMO.PASCUAL RIBERA HURTADO.

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