LA FIESTA DE LOS REYES MAGOS EN EL CASERÍO DE LAS VIRTUDES
Una representación del Misterio en el exterior del Convento
Por Alfonso Arenas García
Abogado - Presidente. de la Junta de la Virgen
Excepto en los días tradicionales de romería o peregrinación al Santuario, en los que éste se colma de una multitud de fieles, que exteriorizan y proclaman su amor y adhesión a la Señora de manera ruidosa y bullanguera —así ocurre en las fechas del cinco y nueve de septiembre, con los siempre constantes devotos, los mismos cada año, que tienen a gala y honor el traer y tornar la Sagrada Imagen desde su iglesia a la ciudad y de ésta a aquélla, prefiriendo el cansancio y calor del penoso trayecto a la participación activa en la fiesta callejera y al deleite que produce presenciar los vistosos desfiles y juegos de las comparsas ; y en las, cada vez más profanas, del Voto y de la Esclavitud, cuando la pinada que se extiende junto al Santuario se puebla de animosas y festivas familias, llenas de sano humor y contagioso optimismo, dispuestas a pasar un buen día de campo, aunque sin dejar de rendir nunca piadosa visita a la Morenica—, el humilde templo que la guarda y sirve de habitual morada es apenas frecuentado por escaso número de residentes en la población, por lo que en los actos ordinarios de culto que en dicha iglesia se celebran, en las misas dominicales, en las primeras comuniones y en las procesiones de las fiestas señaladas del año, participan y asisten casi exclusivamente los moradores del caserío, que consideran, como a su Párroco, puesto que es para todos ellos un verdadero amigo y padre, al Capellán del Santuario, reverendo don José Joaquín bondadoso y celosísimo sacerdote, que ha sacrificado los mejores años de su vida, y más altos cargos y dignidades, que fácilmente hubiese obtenido, por su talento y virtud, por dedicarse al servicio de nuestra Patrona.
«...cuando la pinada que se extiende junto al Santuario
se puebla de animosas y festivas familias...»
Es lástima esta ausencia de los villenenses de la ciudad, pues creo sinceramente que, junto a nuestra Virgen v en su modesto templo, los actos de culto de nuestra católica religión parecen más emotivos y hasta más -piadosos, e incluso resultan en ocasiones verdaderamente solemnes : Así en las procesiones del día del Corpus y del Domingo de Ramos, por mí presenciadas este año, que me causaron gozosa sorpresa y en las que es de destacar el orden, fervor y respeto del pueblo que a ellas asiste. Quisiera que estas líneas sirvieran de invitación a mis paisanos que desconocen estos actos, para que acudieran a participar en los mismos en el próximo año, en la seguridad de que se darían por bien pagados de las molestias que el desplazamiento, por ferrocarril o carretera —ese pésimo camino de les Alamicos, perenne afrenta y bochorno para los villenenses y motivo de justa crítica y censura de los forasteros que nos visitan, pueda ocasionarles.
Tampoco son suficientemente conocidos, entre los no residentes en el Caserío, aunque atraigan cada vez mayor número de curiosos, los actos que en el Santuario se celebran durante los festejos de primeros de año y, especial-mente, el magnífico final de ellos, consistente en una muy interesante representación popular, en el exterior del convento y en la mañana del día seis de enero, de una nueva versión del Misterio o Auto de los Reyes Magos, tema éste de tanto arraigo en la literatura española, que incorporó al Santuario, probablemente en el año 192o, su entonces Capellán, el digno y querido sacerdote don José Gil Calpena, quien acertó a refundir y adaptar, muy inteligentemente y en forma totalmente asequible para el público, sencillo en su mayoría, que presenciaría el espectáculo, el poema denominado «La infancia de Jesucristo», del que fue autor el Colegial Teólogo del Sacro Monte de Granada, reverendo don Gaspar Fernández y Ávila, y de cuya obra el actual Capellán posee un ejemplar de la novena edición, impresa por Blas S. Bellvert, de Játiva, en el año 1913.
Las representaciones de este drama sacro se interrumpieron en el año 1932, al gobernar nuestra Patria los hombres de la segunda república, y ya no se reanudaron hasta el año 1947, debiéndose esta reanudación a la iniciativa y entusiasmo del ya nombrado reverendo don José Joaquín Martínez, que, en su deseo de poner feliz remate a las «Fiestas del Niño», desempolvó el texto adaptado por don José Gil y, con algunas modificaciones y adiciones, volvió a darlo a conocer anualmente.
«Sigamos nuestro camino, hasta poder encontrar al Niño...»
Se divide la obra en seis escenas o episodios, de desigual extensión, escritos en verso romance, con algún que otro endecasílabo ; y se representa con una interrupción, entre las escenas cuarta y quinta, para la celebración de la Santa Misa, a la que asisten los actores del Auto, con sus pintorescas y caprichosas vestiduras.
Vemos, en la escena primera, el encuentro en el desierto de los tres Magos de Oriente, Melchor, Señor de la Arabia ; Gaspar, Monarca del Asia, y Baltasar, Rey de Persia. Después de darse a conocer y explicar el común motivo de su viaje, acuerdan continuarlo juntos, siguiendo la ruta que la estrella les marca y aceptando Gaspar y Baltasar una cortés subordinación respecto a Melchor, quien dice:
«Abrid esos corazones, que
ya tenemos consuelo. ¡
Quién habría de pensar
que, en este feliz destierro,
nos habíamos de juntar,
por aspiración del Cielo,
tres personas distinguidas,
cada una de su reino:
Sigamos nuestro camino
hasta poder encontrar al
Niño recién nacido...
En la segunda escena, que tiene lugar en las calles de Jerusalén, han llegado los Magos a esta ciudad, siguiendo la estrella, que desaparece entonces. Acongojados por esta desaparición, dudan sobre lo que deben hacer, y exclaman:
«Soberano Dios, Rey Niño:
¿Adónde os encontraremos?
¿Dónde tenéis los palacios?
¿Dónde vuestro nacimiento?
¿A dónde estáis? Pues la estrella,
nuestra guía, no la vemos,
por lo que hemos inferido
has nacido en este pueblo.
Y lo que más nos contrista
y la aflicción que tenemos
mayor es que, preguntando
per Vos, mi Dios Niño excelso,
ni dan la menor noticia,
ni aún nos responden qué es esto.»
Nos hallamos, en la tercera escena, en el palacio de Herodes, y a presencia de éste, que sostiene un breve diálogo con su Ministro, respecto al edicto de empadronamiento del César Augusto Octaviano. En dicho coloquio se nos muestra la ambición y orgullo de Herodes y su odio a los romanos, contra quienes aspira a rebelarse. Sigue el. Ministro dándole cuenta de la presencia en la ciudad de tres extraños caballeros, que por su séquito y vestiduras, parecen monarcas importantes, que recorren las calles, preguntando a unos y otros dónde ha nacido el nuevo Rey de los judíos. Esta noticia llena de indignación e ira a Herodes, que hace patente su furor en largo monólogo, al que corresponden estos versos:
« ¿Cómo puedo
sufrir con tanto reposo
delito tan manifiesto?
¿Cómo puedo estar aquí,
con tal quietud y sosiego,
sin haber ya dado orden
para que a esos extranjeros,
—por traidores y atrevidos,
—los arrestasen y luego les
cortasen la cabeza
-y sirviesen de escarmiento
en mi reino y en el mundo».
«...llena de indignación e ira a Herodes...».
«...llena de indignación e ira a Herodes...».
Sin embargo, Herodes, reflexiona y decide que es mejor obrar con astucia. Mandará traer a los extranjeros a su presencia, para:
«...con el disimulo
que corresponde a mi ingenio
desentrañaré este caso
y veré sus fundamentos ;
que puede ser, y es muy fácil,
sea todo un embeleso.
Y si fuese realidad
todavía no me he muerto
para saber castigar
infames atrevimientos».
Sigue la escena en otro lugar del palacio de Heredes, ante quien comparecen los tres Magos. Con falsa amabilidad, inquiere de estos aquel monarca el motivo de su viaje y presencia en Jerusalén, siendo informado por Melchor de la aparición de la estrella:
«Habrá, señor, trece noches
que, estando yo en mi aposento,
al punto de recogerme
en mi acostumbrado lecho,
al mediar la noche, vi
en el acto, un gran lucero
una estrella extraordinaria...».
Cuya estrella, según el profeta Balaán, era el
«...signo más cierto de
haber al mundo venido
un rey, bajado del cielo,
que reinaría en Jacob y
su imperio sería eterno».
Por lo que solicitan los Magos el permiso de Herodes
«para que ansiosos busquemos
al nuevo rey de Judea,
si ha nacido en este pueblo.
Este es el sólo motivo que nos sacó
de los nuestros».
Entera Herodes a los Magos de que no es en Jerusalén, sino en Belén, donde ha de nacer el Mesías, según la profecía de Malaquías. Y les autoriza e insta para que vayan en su busca y le informen, pues, según con hipocresía les manifiesta su deseo es también adorar al recién nacido
«No quiero más deteneros.
Idos en paz a Belén,
y rendidamente os ruego
que al instante que lo halléis
me deis aviso, el más cierto y puntual,
para que vaya también, como debo,
invitándoos a besarle los
pies y a reconocerlo
por legítimo Señor».
Salen los Magos y, al quedar solo, descubre Herodes su verdadera intención :
«No he de consentir que otro,
viviendo yo, tenga el cetro
de Judea...».
«Luego que reciba aviso
de los reyes extranjeros
pasaré a Belén, veré
quién es este infante nuevo
que intenta, vil, destronarme
y, aunque se opongan los cielos,
he de beber de su sangre».
La escena cuarta se desarrolla ante el Pesebre, al que han llegado los Magos, siguiendo a la estrella, que nuevamente se les ha aparecido. En aquel lugar se detienen. dice Melchor
«Sigámosla sin perderla de
nuestra vista, pues ya se va
acercando a la tierra. Ya
está encima de nosotros;
ya apunta sobre una cueva
que allí se mira...»,
«...una estrella extraordinaria...».
« ¡Oh, dulcísimo Jesús !
Muy bien venido a la tierra.
Pues os habéis humanado
a experimentar miserias
de esta vida, por provecho
de nuestra naturaleza,
como a Dios, rey y mortal,
os adora y reverencia,
muy rendida, nuestra alma».
Y saluda, luego, a la Virgen:
«Y vos, cándida azucena,
señora, la más dichosa
del orbe, casta doncella,
bendita seáis entre todas
las mujeres de la tierra!».
Ofrendan, por último, los tres Magos, al Niño Rey sus presentes de oro, incienso y mirra, en cuyo momento se interrumpe la representación, para asistir, actores y público, a la Santa Misa.
Se continúa, después, con las escenas quinta y sexta, las más cortas de la obra En la primera avisa el Ángel a San José para que, con el niño y su madre, huya a Egipto
«en donde habrás de estar hasta que vuelva
a avisarte otra vez de tu destino,
pues, indignado Herodes y furioso,
ha de buscar, con ira, a Jesucristo :
Su intento depravado es darle muerte».
«...sangrienta orden al Centurión de degollación de todos los niños nacidos...»
Y vemos también cómo los Magos, ante la definitiva desaparición de la estrella, deciden regresar por separado a sus respectivos reinos, sin dar aviso ni despedida a Herodes, cuya perfidia han descubierto.
Presenciamos en la escena final de la obra, que se supone nuevamente en el palacio de Herodes, el furor de éste, al conocer la huida de los Magos, y su sangrienta orden al Centurión de degollación de todos los niños nacidos en Belén y su comarca, que intenta, justificar con estas palabras, con las que finaliza el drama :
«No ha de quedar en Belén, ni
en sus pueblos comarcanos,
infante alguno con vida,
y puede ser que, entre tantos
inocentes, pague reo un
delito temerario.
Mueran y con eso paguen
la culpa que no adeudaron,
que, entre inocentes quizá,
morirá este vil culpado».
Son actores e intérpretes de la obra entusiastas vecinos del Caserío, trabajadores del campo casi todos, que aciertan en su cometido y acatan, con la mayor disciplina, las instrucciones de su Capellán, bajo cuya dirección ensayan, al término de sus fatigosas jornadas, robando horas al descanso, sin obtener beneficio ni lucro alguno y sin más aspiración que la de proporcionar una sana diversión al público asistente y adorar todos juntos al Niño Dios.
Este esfuerzo y sacrificio conjunto de director y actores bien merece ser proclamado y destacado en las páginas de esta revista. Y no dudo habrá de obtener el reconocimiento de todos los villenenses, exteriorizado con su presencia y aplauso en las próximas representaciones de este Misterio.
(Fotografías del autor)
Extraído de la Revista Villena de 1963
Cedida por... Avelina y Natalia García
Extraído de la Revista Villena de 1963
Cedida por... Avelina y Natalia García
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