16 nov 2022

1985 HOMENAJE A D. ESTEBAN BARBADO REDONDO... LA VIDA, EL HOMBRE, EL MÉDICO

D. ESTEBAN BARBADO (1920-1985)
NOTA: Desde estas modestas páginas rendir un homenaje a D. Esteban Barbado sería pretencioso e innecesario. Simplemente queremos dedicarle un recuerdo, y para ello hemos realizado una serie de colaboraciones que con los títulos genéricos de: La Vida, El Hombre, El Médico, escritos respectivamente por Restituto López, Paco García y Faustino Alonso, nos acercasen a un hombre que ya de por sí, está muy cerca de muchos de nosotros.
Ilustración por Pedro Marco
LA VIDA
Desde este mundo de apariencias, que nos tiene acostumbrados a la valoración de la grandilocuencia biográfica de la cada vez más prolífica «farándula de la nada», la vida de Esteban Barbado apenas tiene algo que ofrecer; fue como la de cualquiera de nosotros o, seguro, más sencilla. Carece de hechos espectaculares, de derroches sociales, de aparatosos triunfos y de logros en el tener.
No estamos ante una vida de acciones a recoger en concretos datos, sino ante una cotidianeidad consecuente y plena; una vida que sería necesario recorrerla minuto a minuto porque cada instante ha sido trascendente, aleccionador y ejemplar; una vida de diario esfuerzo, de desbordamiento en la entrega a los demás, de avidez en el continuo y siempre inacabable aprendizaje; una vida que nos ha enriquecido en el frecuente contacto; una vida que ha supuesto para el villenense que la ha vivido en mayor o menor medida, desde una u otra situación, consuelo, remedio y seguridad.
La vida de Esteban Barbado ha sido y seguirá siendo en el recuerdo de los que tuvimos el privilegio de conocerle, la expresión del ideal del análisis crítico, de la honestidad profesional, del talante liberal, de la óptima amistad y de la bondad humana
Nace el 6 de febrero de 1920 en Santa María la Real de Nieva, villa de la provincia de Segovia. Hijo de Esteban Barbado —funcionario del cuerpo de Correos que le enseña a leer a edad muy temprana y le contagia una afición que mantendría toda su vida, los toros y de Esperanza Redondo perteneciente a una acomodada familia y que se afanaría por introyectar en su único hijo el sentido de la responsabilidad y del estudio—.
A los pocos meses del nacimiento, la familia se traslada a Madrid y después de vivir unos años en la calle de Trafalgar fija su domicilio definitivo en el número 53 del paseo de Santa Engracia en el castizo barrio de Chamberí. Es en un colegio particular cercano donde realiza los estudios primarios. A los diez años inicia el bachillerato en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza «Cardenal Cisneros»; tercero, cuarto y quinto cursos los estudia en el «Calderón de la Barca» donde tiene a don Antonio Machado como profesor de francés y finaliza su bachiller en junio de 1936 en el «Lope de Vega».
Durante estos dieciséis años de infancia y adolescencia, la familia no se ha desligado del pueblo natal. Anualmente pasan en la casa materna un mes de vacaciones. Del quince de agosto al quince de septiembre el joven Esteban disfruta de una vida más relajada que la que vive en la capital, aunque sigue estudiando y preparándose para el curso académico siguiente. Jesús Aguirre, amigo íntimo de aquellos años nos lo retrata como infatigable lector, informado diariamente de los acontecimientos políticos y sociales, animado conversador y dinámico crítico en tertulias con gentes mucho mayores que él.
Este período es determinante en su personalidad posterior. Es cuando comienza su afición a la lectura de la literatura clásica y contemporánea devorando la popular colección de «Novelas y Cuentos» y cuando inicia su preocupación, intensificada a lo largo de los años hasta la obsesión, por la vida política española, que le llevó a ser un incansable estudioso de la historia de nuestro país de los siglos XIX y XX. Sus múltiples lecturas y su prodigiosa memoria le convirtieron en un gran especialista.
Cuando en julio de 1936 estalla la guerra civil, Esteban Barbado, ve alterado su ingreso en la facultad de Medicina. Vive, deglutiendo noticias y lecturas, el largo y costoso asedio de Madrid y en 1938 es llamado a filas de la denominada «quinta del biberón». Haber combatido unos meses en el ejército republicano le lleva al final de la contienda a permanecer cerca de un mes en un campo de concentración.
En octubre de 1939 inicia en la facultad de Medicina madrileña su carrera que culmina con la obtención del título de Licenciado en Medicina y Cirugía fechado el 10 de noviembre de 1945. En los meses siguientes realiza los cursos de Doctorado y el 19 de octubre de 1947 lee la tesis obteniendo la calificación de sobresaliente.
Inmediatamente consigue un contrato como médico residente en el Sanatorio Antituberculoso del Dr. Luna en Miralpardo en Hoyo de Manzanares donde permanece dos años. Testimonios de sor Redención, una de las Terciarias Capuchinas que estaban al servicio del hospital y ayudante directa de don Esteban, nos reflejan al médico totalmente entregado, incansable, a gusto con su trabajo y querido profundamente tanto por los enfermos como por el personal sanitario. Allí consigue la especialidad en Pulmón y Corazón y allí conoce a la que pocos años después será su esposa, Rosalía Salmerón, quien frecuentaba desgraciadamente la institución por estar ingresada en ella una hermana suya.
Villena 1954  D. Esteban con su hija Rosalía
Alternando el estudio con el trabajo, prepara oposiciones al Cuerpo Médico de Asistencia Pública Domiciliaria y las aprueba el 26 de julio de 1948. El 11 de enero de 1949 se inscribe con el número 996 en el Colegio de Médicos de la provincia de Alicante y toma posesión de su plaza en Villena. Aquí y hasta su matrimonio realizado el 29 de diciembre de 1951, reside en el hotel Alcoyano, pasando consulta en lo que será después vivienda familiar y consultorio en el número 1 de la calle Ancha.
Hablar a partir de esta fecha de Esteban Barbado es por una parte redundancia y por otra degradar al gran hombre por obligada simplificación. Su esposa, sus tres hijas, la profesión, el estudio y la lectura llenaron su tiempo vital. Su espacio, de manera continuada, Villena, a excepción de esa vacación veraniega que como un ritual cada año efectuaba a Alhama de Salmerón, pueblo de la sierra almeriense, donde durante escasos treinta días descansaba de su ejercicio profesional en el familiar marco de «Villa Rosalía», repleto templo de múltiples y evocadores signos de nuestro histórico pasado y de copiosa biblioteca filosófica, médica y literaria que alimentaba su afán de llenarse para dar.
Nos dio todo lo que tenía y temo que nunca correspondimos a su generosidad. Siempre éramos acomplejados receptores de su amena conversación, de su infinita información, de su sentido crítico y de sus exhaustivos análisis. En un mundo que premia el medro, Esteban Barbado llegó a convertirse en extraño ejemplar que se asombraba de que nos asombráramos de su desinterés por considerarlo «simple y normal cumplimiento de su ejercicio profesional». En una situación que por apariencia obliga a presumir de demócratas, Esteban Barbado, era desde siempre y desde dentro, el carácter liberal y la tolerancia pluralista. En una sociedad que transmuta el ser en el tener, Esteban Barbado era el ser ante el que nos avergonzábamos de nuestro gratuito tener. Puesto al día por las diarias lecturas, siempre al tanto de su entorno directo y trascendente, preocupado por todo y por todos, siempre fue el ayudador.
Su muerte, en la madrugada del pasado 21 de mayo ha supuesto la orfandad para mucha gente de Villena. Pasará tiempo y costará mucho esfuerzo aprender a ubicarnos en este espacio sin él.
Descanse en paz.
RESTITUTO LÓPEZ HERNÁNDEZ
*
EL HOMBRE
El veintiuno de mayo de 1985 murió en Villena don Esteban Barbado Redondo, murió uno de los hombres más unánimemente queridos de nuestra Ciudad. Ese día el pueblo entero sintió el peso de la tristeza helada, el impotente dolor ante la determinante despedida. Pero, mientras vivamos quienes le conocimos, nos acompañará siempre su memoria ejemplar.
Quisiera decir mi verdad apasionada sobre este hombre cabal; describir la medida infinita de su humanidad. «Lo que hay de terrible en la muerte —se ha escrito— es que convierte la vida en destino». Y ahora ya tenemos, para nuestra desgracia, su perfil exacto: cuando la vida se convierte en nada, únicamente nos queda la insensatez absurda de la definición.
Don Esteban fue médico. Un amigo común suele decir que hay tres haceres fundamentales: cultivar la tierra, curar y enseñar. Tal vez sea verdad. Aunque creo que lo importante no es el oficio, sino la capacidad de darse a través de él. Mediante la profesión —la que uno elige o con la que uno, por azar, se encuentra— deberíamos ir todos descubriendo y realizando uno de los muchos aspectos de nuestro ser. La aceptación plena del oficio es un inequívoco síntoma de honradez. Habría, por eso, que tener el valor de confiar en la realización de la utopía: habrá de llegar el tiempo en que el trabajo sea para todos la mejor expresión de lo humano. Para don Esteban ya lo fue: durante más de treinta años, que estuvo con nosotros, nos dio el testimonio vivo de su honestidad en su oficio de médico. Día tras día estuvo en el tajo, aguantándose sus desánimos y sus debilidades, trasmutando la certeza sabida del «nada puede hacerse» en palabra de esperanza, infundiendo en el enfermo optimismo a manos llenas. Don Esteban entendía la virtud desde la sobreabundancia del darse a los demás; hacía posible el prodigio de dar no sólo lo que tenía, sino incluso aquello que a él mismo le había sido negado. Hizo siempre lo que tenía que hacer: aceptar sencillamente la grandeza y la miseria de su profesión. Y el pueblo, todo el pueblo de Villena, sentía por algo tan sencillo —tan raro, tan difícil—admiración y amor.
Verano del 82 - Alhma de Salmerán
Don Esteban fue también un sabio humanista. Su devoción por la lectura, unida a una excepcional memoria y a una poderosa inteligencia analítica, le permitió adquirir un saber universal. Qué gozo daba oírle hablar de los temas más variados, qué admiración cuando se adentraba por los recovecos más sutiles de la historia española de los siglos XIX y XX, qué modo más sugestivo de clarificar el presente buscando su fundamento en el pasado, como los cangilones de la noria del tiempo. Y él se excusaba de su extenso saber, como si de un vicio oculto se tratara, aduciendo una vieja sentencia: «el médico que sólo sabe medicina., tampoco sabe medicina». Tuvo, además, en un grado muy alto esa sabiduría que no se aprende en los libros sino en la vida; ese hondo conocimiento de lo humano, fruto del amor, que lleva a los demás a buscar, en quienes lo poseen, la confianza y el consejo.
Definitivamente, don Esteban fue un hombre bueno. Creo innecesario hacer un recuento de sus virtudes, porque éstas las hizo suficientemente patentes con su quehacer diario a todos los villenenses. Únicamente diré que su bondad se asentaba en una profunda religiosidad y en un auténtico talante liberal. Entendió la igualdad desde la riqueza de la diversidad humana, en la deseable diferenciación de los infinitos caminos y metas posibles. Porque la justicia no está en hacer a los hombres iguales, sino en tratar, como él lo hizo, a todos los hombres y mujeres como iguales. Asumió, por ello, con todas las consecuencias, el imperativo del amor al prójimo, en silencio, sin ostentaciones vanas. Trabajó, durante muchos años, más que ningún médico en Villena y, después de tanto esfuerzo y de tanta entrega, sólo le quedó vivir y morir en un modesto piso de alquiler y tener, como único lujo, un televisor en blanco y negro.
Don esteban volvió a hacer proféticas las palabras de aquel otro hombre bueno que fuera su maestro de Francés en un viejo Instituto de Madrid:
«Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar».
Cuando aprendamos a valorar a las personas con justicia, más allá del carrusel de los oropeles y vanidades, estimaremos a este tipo de hombres, que supieron renovar constantemente el entusiasmo en la tarea elegida, como el mejor ejemplo a seguir. Mientras tanto, de nosotros depende —del pueblo de Villena y de su Ayuntamiento—que don Esteban no se nos vaya del todo; que su nombre quede grabado en la Ciudad, junto al de los viIleneros más ilustres, como el paradigma permanente de su vida heroica; que no se nos borre, poco a poco, su recuerdo de pan candeal, para que empiece a ser imposible la ingratitud.
Aunque, de cualquier forma, don Esteban ha alcanzado ya la luz más humana.
PACO GARCÍA
*
EL MÉDICO
La deontología médica se inspira en dos virtudes, justicia y caridad, las cuales reclaman, para su exacto cumplimiento, un conjunto de prácticas y hábitos sociales, que exigen en el médico cualidades éticas e intelectuales de no fácil adquisición y siempre susceptibles de mejoramiento.
Don Esteban ejerció la práctica de la medicina, dentro de un continente humanístico-cristiano, buscando siempre el progreso y la luz. Su progresismo no se limitaba a la consecución de un perfeccionamiento, que tendiese sólo al bienestar de las futuras generaciones. Buscaba metas más altas. E interpretaba que, así como las plantas no pueden orientarse más que al sol, de donde les viene el calor y la luz, así el hombre en todas sus acciones de perfeccionamiento y de progreso ha de orientarse a Dios, que es la luz destinada. Es decir, él tenía como norma próxima, la naturaleza humana, y como norma remota, la divina. La naturaleza humana ofrece tres caras: una que mira a Dios, otra al mundo, y otra al interior de sí misma. Don Esteban llegó a la perfecta convivencia entre los hombres y sus enfermos subordinando y sometiendo el cuerpo al espíritu, el instinto a la razón y la pasión a la voluntad. Y este proceder le dio un relevante carisma de médico y de hombre de bien.
Don Esteban Barbado Redondo nació en Santa María de Nieva (Segovia) el 6 de febrero de 1920. Estudió en la Universidad de Madrid donde, en 1945, se licenció en Medicina y Cirugía. Dos años después consiguió el título de Doctor, con la calificación de Sobresaliente en su Tesis doctoral. En 1965 obtuvo el título de «Especialista en Tisiología» y, en 1970, el de «Médico Especialista en Aparato Respiratorio». Anteriormente el 11 de enero de 1949, había ganado, en dura oposición, la plaza en propiedad de A.P.D. (Asistencia Pública Domiciliaria) de Villena, donde, desde entonces, se encargó de una parcela de la Beneficencia Municipal villenense. La legislación de aquel entonces, que aún perdura, obligaba a los médicos, si querían ejercer la A.P.D., a tomar una plaza del Seguro de Enfermedad. Pero, tras varios años de ocupar ambas plazas y de uno en la Casa de Socorro, decidió abandonar la Seguridad Social y, en consecuencia, se vio obligado a dejar la A.P.D. Así que, a partir del 31 de agosto de 1973, se dedicó exclusivamente al ejercicio libre de la medicina.
Pero ¿por qué tomó esta decisión? Tal vez porque la realización contractual de la medicina del Seguro le resultaría insuficiente, porque siempre prefirió que el deber del médico con el enfermo estuviese regido más por la caridad que por la justicia institucionalizada mediante un contrato. Don Esteban se veía obligado a ejercer a disgusto la medicina contratada, debido a la masificación de las consultas. Para él la base principal de la verdadera medicina era la de realizar una detenida exploración, con la atención e interés necesarios no sólo para la corrección del diagnóstico, sino para la propia psicología del enfermo que, viéndose angustiado, quiere que el médico lo examine con todo detenimiento y le otorgue toda la importancia que merece su enfermedad. A don Esteban le dolía verse limitado el tiempo para escuchar, interrogar, explorar y prescribir, tal como dictan las normas de una buena medicina. Y por eso, por no traicionar su concepto de la medicina, decidió dejar la Seguridad Social.
A partir de 1973 se dedicó a la medicina libre. Todo villenense sabe como procedió siempre, desde aquel lejano 1949: acudía con prontitud a las llamadas, ya fuesen graves o leves, de ricos o pobres, de conocidos o desconocidos, a altas horas de la noche o en días festivos de los que pocos gozó. Y esto lo hacía porque era consciente de la «angustia de la espera» que hace eternas las horas al enfermo porque cifra en la visita del médico todas sus esperanzas. Trataba a los enfermos con sencillez, cariño, delicadeza y corrección; los comprendía, y sabía infundirles optimismo.
La autoridad científica de don Esteban ejercía un cierto influjo psicosomático específicamente curativo. Mas pensamos que no solamente era su saber médico, sino que éste era reforzado por el sentido hondo y vivo que tenía de su dignidad profesional. El paciente advertía en don Esteban a un médico enamorado de su profesión, que jamás se lamentaba de las molestias y sacrificios que su diario ejercicio comporta; era conocedor de que amaba a los libros y estaba al corriente de los últimos adelantos de la medicina. No murmuraba de nadie y huía de toda controversia violenta; se acomodaba a la cultura y condición social de sus enfermos; era sencillo, sumamente sencillo; era querido por todos. Me han comentado a lo largo de los años tantas cosas de él: «no me ha cobrado»; «me faltaban veinte duros y cuando fui a entregárselos se negó a tomarlos»; «me ha cobrado una pequeñez»; «me ha puesto los Rayos X y sólo me ha cobrado la visita...». Aquellos «rayos», aquellas radiaciones que tantas veces no cobraba, le irían quemando, paulatinamente, los dedos, hasta tener que amputársele alguno de ellos hace dos años.
Jamás don Esteban echó sobre los hombros de otro compañero la responsabilidad de un tratamiento o de una asistencia, y cuando lo hizo fue porque el caso clínico estaba fuera de su ámbito científico, enviando al paciente, con certero juicio diagnóstico, a uno u otro cirujano o especialista Era un modélico Médico de Cabecera. Al mismo tiempo, rebosaba humildad, a pesar de sus grandes conocimientos médicos, humanísticos y filosóficos; recordaba, haciéndolas suyas, unas palabras del ilustre médico-patólogo Novoa Santos: «Nadie, salvo que sea un megalómano o un necio, puede afirmar rotundamente que posee toda la verdad entre sus dedos». Efectivamente, no había ningún género de suficiencia en su conversación, ni en las de índole profesional.
Vio con claridad el valor del médico de cabecera o de familia en la práctica de la medicina preventiva. Nos manifestó este certero criterio en un ilustrativo artículo que escribió en 1979 en esta Revista «Villena». En él, sin negar el gran valor de los avances de la ciencia y de la técnica, ni el de la medicina en equipo, añadía: «El destino del Médico de Cabecera está ligado al de la familia». «Al Médico de Cabecera o de Familia se le debe confiar la tarea de la medicina preventiva, siendo el eje de todo el sistema de salud. Debe de ser estimulado y protegido por los poderes públicos desde las más altas esferas de la Administración, hasta las ordenanzas del Municipio». «El Médico de Cabecera es quien mejor llega a la familia para orientarle sobre el calendario de vacunaciones, actividades laborales y profesionales de los adolescentes, consejos genéticos, prematrimoniales, sobre tóxicos y drogas y hasta en eso que se ha dado en llamar conflictos generacionales». «Estas actividades y consejos son inherentes a ese quehacer fascinante del Médico de Cabecera».
Sobre la Medicina Naturista nos dice, en un escrito inédito, que su terapéutica (alimentación sencilla y lo menos tóxica posible, vida higiénica, pausas de ayuno, aprovechamiento del agua, sol, aire, etc., en sus diversas modalidades, y determinados ejercicios para alcanzar una relajación corporal y un adecuado equilibrio mental) posee valiosos elementos de los cuales puede beneficiarse la Medicina Oficial. «El aprovechar estos elementos válidos, al margen de elucubraciones y charlatanismos, sería beneficioso para el quehacer científico».
Don Esteban tenía una inteligencia equilibrada y bien constituida que le permitía abordar el considerable número de las disciplinas médicas; además colaboraban con ella su espíritu de observación y especialmente su prodigiosa memoria, precioso auxilio de su inteligencia, que le permitía familiarizarse con el enfermo al llamarlo por su nombre y recordar relatos de anteriores visitas.
Su inteligencia, espíritu de observación y memoria le sirvieron para obtener grandes éxitos de diagnóstico y tratamiento. A título de ejemplo citemos uno que, incluso, se publicó en la revista «Medicamenta», netamente científica, del 15 de junio de 1970. El trabajo se titulaba: «Sobre un caso de Friederichsen-Waterhouse tratado con altas dosis de parametasona en un adolescente». Se trataba del villenense A.S.M., de 12 años de edad, a quien el día 9 de febrero de 1970 le apareció la conocida en Villena por «enfermedad de las manchas», temida por su rápida mortalidad. Don Esteban, ayudado por él neuro-psiquiatra Dr. Gázquez, logró mejorar al en¬ enfermito a las doce horas y consiguió su curación total a los veintiún días.
Los dos últimos años de vida de don Esteban estuvieron impregnados de cierta melancolía, no solamente por las intervenciones que sufrió, sino porque al ser los Rayos X la causa de una de ellas, ya no pudo explorar a los enfermos con tal técnica. Y los pacientes, por este motivo, dejaron de visitarle en la cantidad que anteriormente lo hacían. Ignoraban, con toda seguridad, que los análisis y Rayos X son, sencillamente, meros colaboradores de un buen clínico e internista, como lo era don Esteban. Nunca se cansarán, por ello, los grandes clínicos dé desmitificar a la técnica a la hora de hacer el diagnóstico.
Su muerte acaeció en la primavera de este año corriente. Durante su corta enfermedad, gentes de todas clases sociales nos preguntaban por su estado. El día de su sepelio, acudieron los villenenses en tal magnitud, que luego algunos comentaban: «estaba la Iglesia de Santiago como el día de la Virgen».
Ahora los creyentes que cumplen con el precepto dominical de la Iglesia Católica, aún lo podrán recordar sentado respetuosa y humildemente en los bancos de la mitad izquierda existentes en la nave central de Santiago.
Muchos hogares villenenses sienten que ya nunca podrán tenerlo entre ellos. El día de su entierro fueron muchas las coronas que se depositaron en su última morada, en una de ellas se leía: «El pueblo de Villena no te olvida». Yo tuve el triste privilegio de depositar la de «Los Sanitarios de Villena que te conocieron».
Villena ha perdido a un gran médico, a un ciudadano modelo, a un gran hombre de bien. Y todos hemos perdido a un gran amigo».
FAUSTINO ALONSO GOTOR
Extraído de la Revista Villena de 1985

1 comentario:

Juan M. Milán Orgilés dijo...

Debería ser ¿Alhama de SALMERÓN? La esposa del Dr. Barbado era descendiente del político (y presidente de la 1ª Republica) D. Nicolás Salmerón...

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