7 diciembre 1976
Tal vez ese misterioso sentido personal de la intuición estética que rehúye encasillamientos académicos, no es más que el resultado de una conformación que imponen las primeras, las familiares, las queridas imágenes que nos acompañan. La torre de Santiago, nuestra torre de Santiago, presente de forma obsesiva en la mente y en la retina, nos parece perfecta; toda ella es un canto pétreo, vertical y armonioso que emerge de la austera fábrica del templo y se eleva en exacta proporción para resolver en el chapitel hexagonal y diluirse en la cruz de la aguja.
Tal vez ese misterioso sentido personal de la intuición estética que rehúye encasillamientos académicos, no es más que el resultado de una conformación que imponen las primeras, las familiares, las queridas imágenes que nos acompañan. La torre de Santiago, nuestra torre de Santiago, presente de forma obsesiva en la mente y en la retina, nos parece perfecta; toda ella es un canto pétreo, vertical y armonioso que emerge de la austera fábrica del templo y se eleva en exacta proporción para resolver en el chapitel hexagonal y diluirse en la cruz de la aguja.
Pero he aquí que diciembre, en su primer día, el año pasado, nos trajo un viento hosco, inmisericorde y violento, que resbaló en el impávido chapitel y doblegó la aguja, obligándola a caer a un lado, humillada y vencida.
Rota la armonía, perdida la gracia, ofendida la imagen sempiterna, hubo que levantar fatigosamente un horrible entramado que permitiera instalar de nuevo el airoso remate. Hoy lucen de nuevo erectos la cruz y el luquete sobre el gallardo chapitel: ha vuelto el equilibrio.
Fotos: Soler. Texto: Rojas
Extraído de la Revista Villena de 1977Rota la armonía, perdida la gracia, ofendida la imagen sempiterna, hubo que levantar fatigosamente un horrible entramado que permitiera instalar de nuevo el airoso remate. Hoy lucen de nuevo erectos la cruz y el luquete sobre el gallardo chapitel: ha vuelto el equilibrio.
Fotos: Soler. Texto: Rojas
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