17 dic 2023

1993 INTERPRETACIÓN SOBRE EL AJUAR DE UN ENTERRAMIENTO IBÉRICO

Interpretación sobre el ajuar funerario de un enterramiento ibérico.
Por LAURA HERNÁNDEZ ALCARAZ
En la actualidad la investigación sobre las necrópolis de la Cultura Ibérica ha cobrado una importancia considerable en lo que respecta al conocimiento de la estructuración social de esta época. Ello es debido, en gran medida, a la aceptación que tuvo la propuesta teórica conocida como «Arqueología de la Muerte», surgida en Estados Unidos en torno a los años sesenta.
Esta línea de investigación, gestada por la corriente ideológica New Archaeology, ha convertido a las necrópolis en frecuentes centros de atención, ya que postula el estudio de los ajuares y ritos funerarios como fuente de conocimiento de la sociedad ibérica.
A partir de esta línea teórica, pretendemos dar a conocer los resultados obtenidos en el estudio de un enterramiento del yacimiento ibérico conocido como El Puntal de Salinas, cuyos materiales se exhiben en el Museo Arqueológico «José María Soler» de Villena, y que ha sido fechado entre el 400 y el 350 a.C.
La sepultura en cuestión fue excavada por D. José María Soler en 1955, recibiendo en los trabajos de campo el número 25. Según el diario de excavación que nos facilitó Soler, se trata de una incineración practicada en una fosa rectangular excavada en la roca natural. Los restos de la cremación del individuo se depositaron directamente en la fosa, sin urna funeraria, junto con el ajuar. Este estaba compuesto por (fig. 1): un pequeño recipiente cerámico —en la actualidad restaurado— (I, 1); una fusayola también de cerámica y que como el anterior, presenta indicios de haber sido expuesta al fuego (I, 2); dos fíbulas anulares de pequeñas dimensiones (I, 3 y 4); un fragmento de otra fíbula de tipo La Téne, no tan frecuente en el yacimiento (I, 5); unas pinzas de depilar con decoración a base de círculos incisos formando una línea (I, 6); un anillo (I, 7) y un herraje (I, 8), todo ello de bronce.  Figura 1
A partir de los restos humanos conservados, así como de los objetos que componen el ajuar funerario, podemos establecer una serie de conclusiones firmes por lo que respecta a la edad del difunto, ya que contamos con análisis paleoantropológicos realizados por especialistas en la materia (1). De este estudio se desprende, en primer lugar, que la cremación fue intensa y se realizó a alta temperatura, a tenor del color blanquecino que adquirieron los huesos. Los restos óseos analizados son de pequeño tamaño, la mayoría inidentificables. De entre ellos, afortunadamente para nuestro estudio, destaca un molar fragmentado (fig. II) que fue el que permitió atribuir los restos a un niño de entre 5 y 6 años de edad. La corta edad del individuo incinerado confirma el tamaño de algunos de los objetos personales que le acompañaban en su viaje: las tres pequeñas fíbulas que sujetaban su manto, y el anillo que adornaba sus pequeñas manos. En este sentido destaca el hecho de que hasta el momento no se ha documentado la inhumación infantil en los yacimientos ibéricos de la zona, tan frecuentes en otros contemporáneos (2). El estudio de los materiales de las necrópolis de Rodas y Eritrea, por parte de Michel Gras, pone de manifiesto que la inhumación era practicada hasta el momento en que el difunto adquiría una personalidad jurídica y religiosa, en torno al sexto año de su vida (3), lo que aparece refutado en un texto de Plinio, donde afirma que la incineración de un niño no se producía antes de la aparición de los dientes (4).
Figura 2
Más complicado resulta establecer el sexo de este niño, ya que los restos conservados son insuficientes, además de que en estos casos —aún en inhumaciones completas— la estructura ósea no está completamente desarrollada. A tenor de los resultados, debemos fijar nuestra atención en el ajuar funerario para esbozar algunas consideraciones por lo que a la atribución sexual se refiere. No queremos caer en el simplismo de la dualidad: enterramiento masculino-armamento / enterramiento femenino-fusayola, ya que los estudios recientes en necrópolis ibéricas, completados con análisis paleo antropológicos, han descartado esta antigua convicción. La mayoría de los investigadores manifiesta su cautela en este aspecto, sobre el que según Blánquez «se ha abusado mucho» (5). Así Pianu deduce de su estudio de la necrópolis de Eraclea que el ajuar es más ideológico que alusivo al mundo cotidiano (6), es decir que los objetos depositados en un enterramiento como ajuar funerario, pierden su funcionalidad desde ese momento. Sobre este aspecto, manifestamos nuestra opinión en un reciente trabajo (7).
Los elementos más significativos sobre los que podría apoyarse la fijación del sexo son la fusayola y las pinzas de depilar. La primera es una pieza cuya aparición en contextos funerario es relativamente frecuente. Se trata de un objeto utilizado para hilar, colocándose en el extremo del uso para darle a este más peso. Tradicionalmente, a la aparición de fusayolas entre los objetos de ajuar funerario, se le atribuía un significado profiláctico, relacionado con las mujeres que hilaban, mito arcaico que hunde sus raíces en Oriente. Según Zaida Castro, «los ejemplares hallados tanto se encuentran asociados a conjuntos de ajuares masculinos como a los femeninos» (8). La opinión de Castro se corrobora en la necrópolis de El Cabecico del Tesoro de Murcia, -donde la asociación de la fusa-yola con armamento es muy frecuente y permite a Sánchez y a Quesada eliminar la posibilidad de que se traten de «objetos femeninos para hilar», para atribuirle unas connotaciones más allá de la habitual (9).
También es frecuente la aparición de pinzas de depilar en ambientes funerarios. Emeterio Cuadrado las relaciona con las tumbas de guerreros y, según él, completaban el equipo (10). El ejemplar de El Puntal de Salinas lleva a plantearse esta afirmación, máxime ante lo expuesto hasta ahora referente a la plurifuncionalidad de los signos funerarios. En tumbas infantiles se documentan espejos y estrígiles —cepillos o espátulas para masajes—(11), por lo que las pinzas de la sepultura 25 nos inducen a pensar en un ajuar puramente simbólico.
Ante todo lo expuesto creemos suficientemente constatada la prudencia que debemos tener al establecer connotaciones sexuales para este enterramiento. Quizás nuevas investigaciones permitan esclarecer este asunto.
En cuanto al resto de las incineraciones excavadas por Soler, se encuentran en proceso de estudio por parte del doctor Francisco Gómez Bellard, del Instituto Anatómico Forense de Madrid. A tenor de los resultados podremos establecer conclusiones generales en lo que al mundo funerario ibérico se refiere, y en concreto de El Puntal de. Salinas: jerarquización, status, diferenciación sexual, tal y como se están llevando a cabo en otras áreas peninsulares y contribuir así a un mayor conocimiento del complejo mundo funerario ibérico.
NOTAS
Nuestro agradecimiento a los doctores D. Francisco Gómez Bellard y D. Blas Cloquell Rodrigo, quienes analizaron los restos óseos.
VV.AA.: Ver el monográfico dedicado a los enterramientos infantiles: Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de Catellón, n.» 14. Castellón 1987.
GRAS, M.: «Necropole et Hitoire: quelques reflexions á propos de Megara Hyblaea». Kokalos XXI, 1975, p. 49.
Plinio. N.H. VII, 72.
BLANQUEZ, J.: «Las necrópolis ibéricas en el sureste de La Meseta». En Congreso de Arqueología Ibérica: Las necrópolis. Madrid, 1992, p. 254.
PIANU, G.: «La necropoli meridionale di Eraclea». Ed. Quasar. Roma, 1990.
HERNANDEZ ALCARAZ, L.: «Un adorno metálico del Puntal de Salinas». Revista «Villena», n.º 42, Villena, 1992. p. 34.
CASTRO, Z.: «Fusa yolas ibéricas. Antecedentes y empleo». Cypsela, 111. Gerona, 1980. p. 136.
SANCHEZ MESEGUER, J.L.; QUESADA SANZ, F.: «La necrópolis ibérica del Cabecico del Tesoro (Verdolay, Murcia)». Congreso de Arqueología Ibérica: Las necrópolis. Madrid, 1992. p. 372.
Cuadrado, E.: «La necrópolis ibérica de "El Cigarralejo" (Mula, Murcia)». Biblioteca Prehistórica Hispana, XXIII, Madrid, 1987, p. 93.
Pianu, G.: «La necropoli meridionali di Eraclea». Ed. Quasar. Roma, 1990, p. 242.
Extraído de la Revista Villena de 1993 

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