14 dic 2023

1993 RESUMEN DE UNA LARGA HISTORIA

Resumen de una larga historia. Por JOSÉ M.ª SOLER GARCÍA
Prehistoria
Al Noroeste de la provincia de Alicante, en el centro de una llanura bordeada al Este por una serie de valles paralelos que nos llevan al país valenciano, y al Oeste por otra serie que nos conduce a Murcia y Andalucía, hubo hasta principios del siglo XIX una laguna de agua salada que el rey Carlos IV mandó desecar a petición de los ilicitanos.
deseosos de encontrar manantiales de agua dulce con que aumentar la que Villena venía suministrándoles desde el siglo XIII. Al decir de D. Juan Manuel, señor de Villena en la décimo cuarta centuria, la comarca de Villena era uno de los lugares de caza más importantes que existían en España.
Y estas son algunas de las razones que explican que en los 337 kilómetros cuadrados que alcanza el término de Villena, se hayan dado cita casi todas las culturas prehistóricas desde el Paleolítico Medio, hace 50.000 años.
Es muy de señalar que en uno de estos yacimientos, el de la Casa de Lara, ha permanecido el hombre ocho mil años seguidos, sin solución de continuidad. Se trata, sin duda, de un
verdadero monumento a la permanencia humana en un determinado lugar.
Otro de estos yacimientos, el de la Huesa Tacaña, nos muestra la existencia de dos culturas sucesivas: del Paleolítico Superior la una, y del Mesolítico la otra, que no se han mezclado, pese a que se encuentran a tres metros de distancia la una de la otra en la misma roca.
Novedad también de la Arqueología villenense es la existencia de la plata, que se creía bastante tardía y ha aparecido, como objeto de adorno, en tres cuevas de enterramiento del período Eneolítico, asociada a puntas de flecha de sílex y microlitos geométricos. No debe extrañar, pues, que aparezca profusamente en yacimientos de la Edad del Bronce y en el «Tesoro de Villena».
Este último, que estaba oculto en la «Rambla del Panadero», se halla en relación con el «Tesorillo del Cabezo Redondo», yacimiento que podemos considerar como la capital de la Edad del Bronce en la cuenca del Vinalopó, con más de veinte yacimientos en sus alrededores. El gran «Tesoro» no tiene parangón en el mundo entero, y ha dado nombre a la «orfebrería tipo Villena», como se le llama ya fuera de nuestras fronteras.
Valoraríamos mal, sin embargo, la importancia de la zona si tuviéramos solamente en cuenta los metales nobles. La excavación ha suministrado grandes cantidades de trigo, cebada, bellotas, piñones, mijo y hasta un guiso de habas con una cabeza de ajo, primer bulbo de esta clase que se descubre y precisamente en la ciudad que llegó a ser famosa por la calidad de este producto agrícola. Se han recogido también hierbas medicinales, como el gamón o la hierba viborera, y en el Cabezo Redondo aparecieron los restos de una suela de esparto, precisamente en la ciudad que posee la más antigua ordenanza del calzado, dictada por el Concejo Municipal en 1525.
También en el Museo Arqueológico se exhiben importantes materiales de tres yacimientos ibéricos de la comarca: «El Puntal de Salinas», «Salvatierra» y «El Zaricejo». De este último procede la escultura en piedra de una cabeza de leona, que nos hace desear la aparición del cuerpo, que presumimos no debe andar lejos de aquellos lugares. De su misma fecha, siglo IV a. de C., es la «Dama de Caudete», aparecida en una rambla de esta vecina población.
Hasta ahora, no hay yacimiento de la Edad del Bronce que se resuelva en la posterior cultura ibérica. La transición la hallamos en otro yacimiento singular: el del «Peñón del Rey», en los Picachos de Cabrera, que es una necrópolis de incineración con cerámicas grises fabricadas a torno.
Romanos y godos
La continuidad del proceso humano la hallamos después en cuatro villas romanas, de cualquiera de las cuales pudo proceder el «Bellius» que diera a nombre nuestra ciudad, si hemos de seguir la opinión de Menéndez Pidal que explica el topónimo Villena como derivado de ese «Bellius» mediante el sufijo «ena», en relación con el cognomen «Bellienus», que sería así el primer villenense de nombre conocido.
Las antiguas vías de comunicación nos señalan el camino que desde Valencia se dirigía a Cartagena a través de varias mansiones, una de las cuales, llamada «Ad Turres», se hallaba entre Játiva y Almansa; y como el prefijo «Ad» no se refiere siempre a entidades de población, sino a postas o posadas al borde del camino, desde donde partían ramales a las poblaciones más cercanas, esa «Ad Turres» de los antiguos itinerarios tenía que estar forzosamente en los alrededores de Villena, y aquellas «Turres» pudieron ser muy bien las del Castillo de Salvatierra, que aún conserva vestigios, cada vez más degradados, de fortificaciones de la Edad del Bronce, ibéricas, romanas y medievales. Dignos de señalarse son los aljibes, cavados en la roca, con largas entalladuras en sentido normal a la inclinación de la ladera para recoger y canalizar las aguas de lluvia hacia las cisternas. De esos aljibes sólo tenemos paralelos en el famoso Castellar de Meca, de la provincia de Albacete.
Sabido es que, hacia el siglo VI, los godos, expulsados de Francia, se establecieron en territorio español, y que en nuestras tierras formaron una provincia, la «Kura de Tudmir», en la que se hallaba comprendida la población de Villena, y a Tudmir o Teodomiro le cupo la gloria de suscribir con los musulmanes el único pacto que se firmó con escritura de otorgamiento, al decir de Llobregat.
El antiguo principado de Teodomiro subsistió hasta los tiempos de Abd el Rahman I, que formó con sus tierras, a finales del siglo VIII, una circunscripción que abarcaba las provincias de Alicante, Murcia y Albacete; que nuestra ciudad seguía su vida durante el último tercio del siglo XI, lo prueba el episodio de Aledo, con el Cid Campeador como protagonista. Mientras Rodrigo descansaba en Requena, terminada la sumisión de Valencia, recibió una carta del rey Alfonso para que fuese con él a socorrer el castillo de Aledo. El Cid le contestó que se hallaba dispuesto y que le avisase de su llegada, y se dirigió a Játiva, en donde le alcanzó otro mensajero con nueva carta del Rey en la que le ordenaba le esperase en Villena.
El Cid, en vez de esperarle en nuestra población como el Rey le mandaba, acampó en Onteniente, y puso atalayas, no sólo en Villena, lugar fijado por el Rey, sino también en Chinchilla. Pero el Monarca acortó el trayecto bajando por Hellín hasta Molina, a dos leguas de Murcia. No puedo el Campeador llegar a tiempo, y cuando se presentó en Molina, ya había pasado por ella de retorno el Rey, que por esta causa se enemistó con Rodrigo y lo expatrió. La crítica moderna parece inclinarse por otra versión de los hechos, y piensa que lo que el Cid hizo fue desoír la llamada del Rey, y dejar que éste llegase hasta Aledo y se retirase sin prestarle ayuda.
Castillos de Salvatierra y de La Atalaya
Una de las personalidades más interesantes de la Edad Media española es la de Muhammad ibn Mardanix, más conocido por «el Rey Lobo», que brilló con luz propia en el período comprendido entre las dominaciones «almohade» y «almorávide». Fue llamado «Rey de la España Oriental», pero logró reunir todas las piezas del mosaico en que se había convertido el antiguo territorio de Tudmir. Su sistema de alianzas con Cataluña, Aragón y Castilla le permitió resistir con éxito la invasión almohade hasta su muerte, ocurrida en 1172. Cuando falleció, la noticia se mantuvo en secreto hasta la llegada a Orihuela de su hermano Jusuf, quien, con los hijos del muerto, pudo llegar a un acuerdo con el califa almohade. Y es ahora cuando suena de nuevo en la historia el nombre de nuestra ciudad. Sus nuevos aliados propusieron al califa Jusuf emprender el ataque a Huete como prólogo a una gran campaña contra los cristianos. El asedio a Huete comenzó el 8 de julio de 1172, pero fracasó y el retorno a Murcia
se hizo por tierras valencianas. El domingo, 6 de agosto, el ejército califal llegó a las cercanías de Buñol. En cuatro jornadas, los almohades llegaron desde Buñol a Játiva, en cuya alcazaba entró el califa el jueves, día 10. El sábado, día 12, se hizo una corta jornada para que las tropas descansaran, y el domingo, día 13, se acampó en el castillo de Villena (Balyana en el texto árabe).
La importancia de la noticia es que, por vez primera, que sepamos, se hace expresa mención del castillo de Villena, y precisamente para albergar a un personaje de estirpe real. Cuando en estas épocas se habla simplemente del Castillo de Villena no podemos asegurar que se trate del de Salvatierra o del de la Atalaya. El primero es con mucho el más antiguo, y no solamente de la comarca de Villena, que poseyó además las fortificaciones de Bogarra y del Castellar, sino de toda la región. Ya hemos indicado la posibilidad de que Salvatierra diera origen al topónimo Ad Turres, del Itinerario de Antonino. Hemos de pensar, no obstante, que Salvatierra era un castillo roquero, poco apropiado para que acampase en él un ejército numeroso, como debió de ser el que acompañaba al Califa almohade. Lo más seguro es que las estructuras más viejas del Castillo de la Atalaya, muy poco visibles en la actualidad, hundan sus raíces en el siglo XI, y que las dos estancias inferiores de la torre del homenaje estuvieran edificadas cuando Jusuf acampó en Villena el domingo 10 de agosto de 1172. Así lo atestiguan, de un modo casi indudable, sus dos bóvedas de arcos entrecruzados,
de clara tradición almohade. Estas bóvedas villenenses, comparables con las del vecino castillo de Biar, plantean problemas interesantes, pues, hasta ahora, este tipo peculiar de bóvedas almohades sólo había aparecido en Castilla, y con mayor profusión cuanto más se avanza hacia el Norte: las Huelgas de Burgos, San Millán y la Vera Cruz de Segovia; la Catedral Vieja de Salamanca, el monasterio de Armenteira, en Galicia, iglesias todas de fundación real o cisterciense, lo que denotaría cierta influencia francesa, como ha puesto de relieve Azuar. Causa extrañeza, pues, encontrar este conjunto de bóvedas en dos recintos fortificados de fechación muy temprana en pleno mundo musulmán, sin contacto aparente con lo cristiano del Norte y menos aún con la Orden del Císter. Esto hace pensar que las obras sean propias de alarifes almohades, sin ninguna influencia extraña y totalmente originales. Serían, por tanto, las bóvedas almohades de mayor antigüedad, no sólo en suelo musulmán, sino en toda la Península, que por su situación fronteriza y cercanía a las llanuras manchegas pudieron irradiar hacia Castilla estas soluciones arquitectónicas a través de alarifes mudéjares. Recordemos aquí que estas magníficas bóvedas fueron voladas en parte durante la guerra de la Independencia por el mariscal Suchet cuando las tropas invasoras se retiraban a Francia.
Podemos, pues, asegurar, de momento, que desde el comienzo de la dominación musulmana en la Península, quizá desde el siglo IX, el castillo de Salvatierra fue el único que defendió estos territorios, hasta finales del siglo XI o principios del XII, que fue cuando comenzó a erigirse el de la Atalaya. A partir de aquí, conviven ambas fortalezas, que se mencionan juntas en las fuentes escritas hasta principios del siglo XIV, en que Salvatierra fue desmantelado y el de la Atalaya seguirá su evolución hasta nuestros días. Es lo que dicen también los materiales arqueológicos recogidos en una y otra fortaleza.
Y aquí conviene señalar la publicación en 1956 de una obra titulada «Kitab al-Mugrib fi hula al Magrib», cuyo autor, Ibn Said Al-Magribi, de ilustre familia descendiente del profeta Ammar ben Yasir, nacido cerca de Granada en 1213 y fallecido en Túnez entre 1284 y 1286, que estuvo al servicio de los almohades. En la página 243 figura el índice de una serie de libros que versan sobre ciertas ciudades de la cora de Tudmir, entre ellas la nuestra, vocalizada como BILYANA, que Crespo Giner traduce así:
«El libro de la ductilidad acerca de los adornos de la ciudad de Villena, ciudad bella de aspecto, poseedora de agua y jardines en el norte de Murcia. De ella es Abu-l-Hassan Rasid ibn Sulayman. Acerca de los detalles, su origen es de Villena, y tiene en ella bienes heredados y habitó en la civilizada Murcia y aumentó su poder y escribió acerca de un compañero y llegó a ser emir de ella (Murcia) Abu Abd-r-Rahman ibn Tahir, y de su poesía se tiene estos versos:
Sigue tu destino, pues ciertamente a nosotros
nos enriqueció Dios por ti.
Imaginé junto a mí a una persona que había sido
amable contigo.
Crespo nos aclara que Abu-l-Hassan Rasig ibn Sulayman era oriundo de Villena, bastante rico por lo visto y que gozaba de la amistad del emir de Murcia Abu Abd-r-Rahman ibn Tahir. No deja de ser halagador el concepto que se tenía de nuestra ciudad a finales del siglo XII.
En la escalera de la torre del castillo de la Atalaya se grabó en el estuco de la pared una «mano de Fátima». Algunas tribus árabes ven en los cinco dedos de esta mano el símbolo de Mahoma y de los cuatro miembros principales de su familia: Fátima, Alí, Hasan y Husayn. Para otros, es el recuerdo de los cinco preceptos alcoránicos: ayuno, limosna, oración, viaje a la Meca y creencia en la unidad de Dios. Es superstición mahometana que la mano extendida, puesta de frente, en ademán de detener a alguien, es el más completo símbolo del poder y tiene la virtud de contener la fuerza del enemigo.
No podemos detenernos en las circunstancias que concurrieron para que al fallecimiento de su primera esposa, D.ª Isabel de Mallorca, el viudo D. Juan Manuel solicitase la mano de D.ª Constanza, hija de Jaime II de Aragón. Las capitulaciones se firmaron el 28 de mayo de 1306, y en ellas se dice que, por no haber cumplido D.ª Constanza la edad de doce años, se retrasaría la solemnización y consumación del matrimonio hasta que la cumpliese. Los Reyes la entregaron sin embargo a D. Juan, que habría de depositarla en el alcázar de Villena y prometer no sacarla de él ni hacerle fuerza y esto con voto prestado ante el Obispo de Valencia. Los padres prometían también no obligar a su hija a salir de Villena. Si D. Juan muriese antes de consumado el matrimonio, el caballero que tuviese el castillo de Villena debería entregarle la Infanta a su padre, y si D. Juan firmase otros esponsales, el castillo y la Infanta juntamente. Como prendas del cumplimiento, D. Juan entregaba también las fortalezas de Sax y Salvatierra. Tras la firma del tratado de Alzira el 19 de diciembre de 1309; rotas las hostilidades contra los moros antes del tiempo señalado, y temiendo por la seguridad de la Infanta, su futura mujer, si los moros llegaban hasta Villena en una de sus algaradas, escribió D. Juan a D.ª Saurina de Beziers, aya de la Infanta, para que Ramón de Urg, alcaide de la fortaleza, vigilase y estuviese apercibido. Idénticas razones indujeron a Jaime II a velar por la tranquilidad y sosiego de su hija.
Esta preocupación es la que hizo ampliar las defensas de Villena con la construcción de su recinto amurallado, para la que D. Juan Manuel solicitó del Rey que le enviara por tres o cuatro meses a un maestro de obras que estaba preso en Valencia. En la actualidad, sólo quedaban de aquellos muros muy pocos restos aislados, y no perdura en la fachada ni un solo emblema con las manos aladas y los leones de los Manueles, que se incorporaron después al escudo de la ciudad. Todos ellos fueron sustituidos en el siglo XV por las calderas y cuñas de los Pachecos, que levantaron, de sillería, el último cuerpo de la torre del Homenaje.
En este casillo pasó, pues, seis años de su vida la tierna Infanta D.' Constanza, que desde las murallas y ventanales de la torre contemplaría las hazañas venatorias de su prometido D. Juan Manuel, quien dedicó a este asunto expresivos párrafos en su «Libro de la Caza»:
«En Villena ay mejor lugar de todas las cacas que en todo el regno de Murcia. Et aun dize D. lhoan que pocos lugares vio él nunca tan bueno de todas las cacas, ca de Orna del alcáçar verá omne caçar garças et ánades et gruas con falcones et con atores, et perdizes et codornizes et a otras aves que llaman flamenques, que son fermosas aves e muy ligeras para tacar si non por que son muy graves de sacar del agua, ca nunca están sinon en muy grant laguna de agua salada, et liebres et conejos. Otrosí, del alcáçar mismo verán correr montes de javalís et de cíervos et de cabras montesas. Et dize D. lhoan que todas estas cacas fizo él yendo a ojo del alcáçar, et dize que tan acerca mataua los jaualis que del alcápr podían muy bien conoser por cada el que ante Ilegaua a él. Et dize que si non por que ay muchas águilas et que a lugares en la huerta ay muy malos pasos, que él diría que era el mejor lugar de cap que él nunca viera».
El orgullo que por su feudo de Villena sentía D. Juan Manuel lo capta el profesor francés Denis Menjo por el hecho de condescender a citar las varias especies de caza que existían en su término cuando, hasta entonces, se había limitado a citar solamente la caza de agua.
La eficacia de la fortaleza villenense se puso ya de manifiesto en los tres ataques que tuvo que soportar en el siglo XIII hasta que los moros que la defendían se rindieron al rey de Aragón. Se confirmó cuando la rebelión de los «agermanados» a mediados del siglo XVI, y ya en el siglo XVIII, en los prolegómenos de la batalla de Almansa, que dio el triunfo a Felipe V en la Guerra de Sucesión. Ya dijimos que el mariscal Suchet voló las bóvedas almohades en la Guerra de la Independencia.
Templo de Santiago, Palacio Municipal y Santuario de las Virtudes
A la familia Medina se le deben dos de las grandes joyas de la arquitectura villenense: el templo de Santiago y el Palacio Municipal, en donde está instalado el Museo Arqueológico. El templo de Santiago fue erigido por Sancho de Medina, Protonotario Apostólico y Maestrescuela de Cartagena, sobre los cimientos de otra pequeña iglesia. En 1492, el papa Alejandro VII convirtió el Arciprestazgo de Villena en beneficio perpetuo, y en julio de 1511, otro papa, Julio II, ascendió el Arciprestazgo a la dignidad arcedianal.
El templo es un paralelogramo dividido en tres naves y girola por medio de arcos apuntados que arrancan de diez columnas aisladas y de otras dos empotradas en la pared que primitivamente fue la de los pies de la iglesia. Los muros, exteriormente lisos, se refuerzan en el interior con estribos que forman las capillas. Las columnas son helicoidales, de arista viva, con capiteles ornados con motivos heráldicos, hojas, conchas, peces, pájaros y otros objetos.
A Jacobo Florentín, discípulo de Miguel Angel, conocido por «I’Indaco Vecchio», que murió en Villena en 1526, se le atribuyen los sepulcros de los Medina, con urnas de base gallonada sostenidas por sirenas aladas, que guardan gran semejanza con las cabezas femeninas a modo de capiteles de la portada de la sacristía de la catedral murciana. A este autor se le atribuye también la entrada oblicua a la sacristía, con bóveda en esviaje, al igual que la de aquella catedral, y con portada copiada por Florentín de un grabado de Vitrubio. Se le atribuye también la espléndida pila bautismal, joya del templo, que sólo tiene parangón en la de la Capilla Real de Granada, labrada por Francisco Florentín, hermano de Jacobo.
La torre es de planta cuadrada y de una esbeltez que nos recuerda la de los campaniles italianos, lo que viene a corroborar la influencia de Florentín y de Quijano en la construcción del templo. Está rematada por un chapitel octogonal recubierto por ladrillos vidriados de diversos colores y rematado por esfera de bronce, cruz de hierro y monstruo alado como veleta. En 1698, el viento derribó la balaustrada de piedra, con pirámides en las esquinas, que circundaba el chapitel. Tuvo que ser sustituida por otra barandilla metálica mucho más ligera, que es la que se observa en la actualidad, y por la misma razón hubo que cambiar la esfera, la cruz y el monstruo de la veleta en 1976. Una curiosa singularidad de este templo es el patrón de la tahúlla, medida agraria local grabada en las piedras del muro oriental del edificio. La iglesia ha sufrido diversas reformas a lo largo de los siglos, y la pérdida de retablos, bienes muebles y archivo durante la contienda civil de 1936.
Sancho de Medina intervino también en la construcción del Santuario de Nuestra Señora de las Virtudes, patrona de la población, levantado siete kilómetros al oeste de la ciudad sobre una ermita que ya se hallaba en pie en 1490, y al que acuden los villenenses en romería varias veces al año. Consta de un patio claustral con gran cisterna al que se accede por una portada renacentista rica-mente labrada. La iglesia, adjunta al claustro, conserva un lujoso camarín ornado con pinturas al fresco, restauradas en nuestros días por Bartolomé Caraball. Desde su erección, el Santuario ha permanecido bajo el patronazgo del Ayuntamiento, lo que ha originado fuertes contenciosos con el Obispado, resueltos siempre a favor del Concejo, y ha tenido que contemplar también violentas luchas por su posesión entre comunidades distintas de la misma orden religiosa de San Agustín. En tiempos todavía recientes, el santuario sufrió la desaparición del antiguo refectorio, contiguo a un pequeño jardín por el que se accedía al monte inmediato. Un amplio patio, al sur del claustro, ha sido habilitado como refectorio para las comparsas que intervienen en la fiesta de «moros y cristianos» que se celebran anualmente en honor de la Patrona.
Por su parte Pedro de Medina, sobrino de D. Sancho, personaje económicamente poderoso, terminó las obras del templo de Santiago, al frente de las cuales estuvo desde 1526 hasta 1554, y a él se le deben la sacristía de la iglesia y la espléndida verja que cerraba el altar mayor, de la que sólo queda la crestería sostenida por fragmentos de la verja original. Y no se limitó a mejorar Santiago, sino que construyó el Hospital de la Concepción, derribado hace algunos años, y el Palacio Municipal, otra de las joyas de la arquitectura villenense. Y lo hizo para que el maestro de Gramática, el de Lógica y el de Capilla, tres de los beneficios magistrales de los diez creados por D. Sancho, tuvieran lugares dignos para ejercer su misión. Esto sucedía a mediados del siglo XVI y en una población de poco más de tres mil habitantes. Recordemos que desde 1573 hasta 1581, fue maestro de Capilla de Santiago el gran polifonista villenense Ambrosio Cotes, y que el cabildo se regía por unas constituciones similares a las de cualquiera de las catedrales españolas.
La valoración del edificio se deriva de su hondo carácter renacentista, patente en su portada, en las ventanas de la fachada, ricamente labradas, y en el patio de doble galería con escalera incorporada. La portada debió remodelarse en fecha posterior a la realización de las ventanas y a la transformación del edificio en Casa Consistorial, ocurrida en 1576. Según Domenech y Berchez, las trazas de esta puerta responden al modelo trazado por Serlio en 1552. Entonces debió colocarse también el escudo de la ciudad en el frontón triangular. Al igual que el modelo de Serlio, la puerta es de orden dórico sobre pedestales y frontón triangular, que presenta en los flancos de las columnas un estrecho paño retranqueado con pequeñas superficies rehundidas.
De la época de la reconstrucción son los relieves de la puerta, con dos ancianos tenantes, que sujetan, en forzada posición la ventana y el escudo. Sus enroscadas colas terminan en cabezas de leones que sostienen alargados pebeteros, y en los extremos hay figuras infantiles con jarrones, lazos y frutas.
El patio del edificio ofrece singular interés arquitectónico, con arcos carpaneles sobre columnas toscanas, discos en las enjutas y casetones. La escalera es de tres tiros y se desarrolla en torno a una amplia caja abierta al patio, cuya embocadura se realza con dos arcos gemelos. Para los autores citados, «en la forma de enfatizar la escalera dentro de la arquitectura del patio, reside su importancia y carácter renacentista, constituyendo sin duda una muestra temprana y nueva en estas tierras».
El edificio, destruido en parte por los ingleses en la guerra de Sucesión, fue reconstruido en 1707 por Cosme Carreras, y donde mejor se nota su impronta barroca es en la ventana que hay en el extremo izquierdo de la fachada. Su entablamento curvado remate con pináculos y bolas de claro signo barroco muy extendido por esta zona, que guarda estrecho paralelo con la portada de la iglesia de Santa María y con la fachada del Asilo, que fue al principio casa solariega de los Mergelina, quienes nos dejaron en Las Fuentes otro ejemplo de magnífica finca rural abandonada a su suerte, como tantas otras que vamos viendo derribarse en los cada vez más desolados campos villenenses.
La rica y variada decoración de la portada y fachada del Ayuntamiento y la presencia en Villena de Florentín ha hecho pensar en la intervención del gran arquitecto en la obra, y acaso también en la participación de Jerónimo Quijano, que vivió en Murcia pared por medio de Pedro de Medina.
Templo de Santa María
Sabido es que la Reconquista de Villena fue obra de Jaime I, que actuaba en nombre de su yerno Alfonso X «El Sabio», a quien la restituyó en cumplimiento de pactos anteriores y es también hecho muy conocido que las mezquitas que D. Jaime iba reconquistando se transformaba en templos cristianos bajo la advocación de Santa María de la Asunción, que es otro de los monumentos de la ciudad. En confirmación de la hipótesis tradicional podríamos aducir el testimonio de unas cerámicas moriscas recogidas por nosotros al explorar niveles profundos de unos derribos efectuados en las casas situadas frente por frente de la portada principal de la iglesia. Vendría a corroborar la antigüedad del templo la institución por Bonifacio VIII del «Jubileo» a Roma para obtener la «Perdonanza». En 1340, bajo el pontificado de Clemente VI, los villenenses que habían asistido al «Jubileo» fundaron la cofradía de la Asunción de Nuestra Señora en el templo de su nombre, que en documentos antiguos se llama también Santa María del Arrabal. Fue destruido en gran parte durante la guerra civil de 1936, y conserva la fachada barroca, con una imagen de Santa María de la Asunción esculpida por Antonio Salvador en 1717, y una bella portada, también barroca, de ingreso a la sacristía.
Monumentos modernos, hidalgos y ermitas
No carece Villena de monumentos modernos y aún recientes. El más importante es el erigido en memoria del gran compositor Ruperto Chapí, obra del escultor villenense Navarro Santafé, autor entre otras cosas, del «Oso y el Madroño» que adornan la Puerta del Sol de Madrid y de los «caballos» de Jerez. También tienen monumento de piedra el teniente Hernández Menor, que murió al asaltar una playa en la guerra de África y el dedicado a Joaquín María López, uno de los grandes políticos y oradores del siglo XIX, que llegó a serlo casi todo en la nación. Y como homenaje a una actividad industrial ya desaparecida, se ha colocado como monumento un gran molino de aceite de principios de siglo.
En los anales de la ciudad hay dos hechos realmente inusitados. Uno de ellos es la abundancia de individuos hidalgos avecindados en la población. Según declaración del propio D. Juan Manuel, eran cuarenta y uno, entre notorios y presuntos, lo que suponía que, de cada cien vecinos de la población, seis o siete estaban exentos de pagar tributos. En cuanto a las ermitas, hubo verdadera floración en el siglo XVIII. En 1780 se citan como pertenecientes a la feligresía de Santiago, aparte de los conventos de la Trinidad, Hospicio de San Agustín, San Francisco y Hospital de la Concepción, quince ermitas, «muy primorosas todas», que un autor de la época enumera así: San Antonio Abad, la Concepción de Nuestra Señora, el Santo Sepulcro, Nuestra Señora de las Nieves, dentro de la fortaleza del Castillo, San Sebastián, San Bernabé, San Bartolomé, Santa Catalina, San Joaquín, San Antonio de Padua, San Isidro, San Pedro Apóstol, Santa María del Puerto, San Gregorio, Santa Ana, San Pascual y el convento de religiosos de San Agustín. Como pertenecientes a Santa María, además del oratorio de San Felipe Neri, San José, San Benito, Santa Lucía, Santa Ana, San Idelfonso, Santa Bárbara, Nuestra Señora de los Dolores, Nacimiento de Cristo, Santa Eulalia y Santa Catalina. En muchos de los casos, se trataba de simples capillas, adjuntas a fincas rurales de alguna importancia.
Cotes y Chapí
Tampoco ha sido parca la ciudad en genios musicales. Ya hemos mencionado a Ambrosio Cotes, uno de los más grandes polifonistas del siglo XVI, que comenzó su maestrazgo en la iglesia villenense de Santiago; lo prosiguió en la Capilla Real de Granada y en la basílica de Valencia, para terminarlo en la catedral de Sevilla, en donde murió en 1603. De su valía musical bastará recordar aquellos versos de Lope de Vega que dicen: Isasi vive por la tecla insigne, y en la música, Riscos, Lobo y Cotes. Villena no le ha hecho todavía a este músico el honor que se merece.
Al correr de los siglos, el gran polifonista tuvo un genial continuador en su ciudad natal: Ruperto Chapí, que llena con su nombre el final del siglo XIX y el principio del actual. Para hacer honor a su nombre y poder representar sus obras con la debida dignidad, los villenenses se vieron obligados a substituir el barracón de madera que utilizaban como teatro por un soberbio coliseo que el arquitecto Manuel Cortina diseñó en Valencia el año 1915, cuya fachada adorna las acciones que se emitieron para financiar la obra, y que hubo de quedar en suspenso para construir primero un Casino cuya explotación ayudaría a sufragar el coste de aquella ambiciosa obra, que hubo que reducir, a pesar de todo. Sin alcanzar la grandiosidad de aquel proyecto, el Teatro Chapí resultó una obra digna del personaje a quien se dedicaba. Se inauguró en 1923 y en él se han celebrado desde entonces toda clase de espectáculos. En la actualidad se halla pendiente de una total restauración.
La fiesta de los toros
Fiesta de gran tradición en Villena ha sido la de los toros. Ya el 2 de junio de 1588 acordó el Ayuntamiento que se gastase en toros la fiesta del Sacramento doscientos reales, aunque el Rey autorizó gasta más por aquella vez. Los testimonios de corridas abundan también en el siglo XVII. El 19 de enero de 1630 se acordó correr dos juegos de toros y hacer una mascarada con muchas luminarias para festejar el nacimiento del príncipe D. Baltasar Carlos. En 1645 se vendió un juego de toros de la vacada villenense de D.' Mariana Colomer para torearlo en la villa de Petrer el día de San Bartolomé. La vacada estuvo en poder de la iglesia hasta 1649, en que el Visitador del Obispado ordenó venderla porque consideró más útil reducir su valor a renta que llevarla en administración.
En el siglo XVIII se producen hechos importantes para la historia de este festejo. El 4 de febrero de 1704, Felipe V sanciona las Ordenanzas de la ciudad, en cuyo artículo 24 se dice que siempre que para ello hubiera acuerdo, todas las personas poseedoras de ganados vacunos tuvieran obligación de dar reses apropiadas para un día de toros, sin que se consintiera maltratarlas. Algunas cofradías se aprovechaban también de aquella autorización real, y así vemos que en 1761, los clavarios de Nuestra Señora de las Nieves piden licencia para hacer la corrida de vacas acostumbrada.
Pero los esfuerzos desplegados durante tantos años se vieron truncados con la política cultural y progresista de Carlos III, que en 1785 prohibió las fiestas de toros de muerte en todos los pueblos del Reino. Apenas un decenio duró la prohibición de un festejo de tan hondas raíces, porque, en pleno apogeo político del favorito Godoy, en 1795, los comisarios del Ayuntamiento acordaron que de lo recaudado en la corrida de vacas se diese a la cofradía de las Nieves lo necesario para la función que acostumbraban celebrar.
Y así continuaron las cosas durante el siglo XIX, pero con notables cambios. Ya no se trataba de las pueblerinas capeas y becerradas extendidas por toda la geografía española, sino de verdaderas corridas a cargo de profesionales del toreo. La nueva plaza de toros fue inaugurada el 17 de agosto de 1924 con un cartel integrado por Ricardo Anlló, «Nacional». Jaime Paradas y Antonio Posada, y por ella han desfilado los más afamados lidiadores españoles. Marcial Lalanda afirmó en una entrevista que la mejor faena de su vida la había realizado en la plaza de Villena.
Centros docentes y culturales
En los últimos tiempos se está produciendo, y en esto no es Villena una excepción, una verdadera floración de centros culturales del mayor interés. En un punto clave de la población, como es la Plaza de Santiago, entre el templo de su nombre y el Ayuntamiento, se ha levantado la Casa de la Cultura, obra del arquitecto Julio Pascual Roselló. Si la fachada recibió severas críticas, más que nada por su extrema sencillez, el interior, perfectamente calculado y resuelto, que acoge diariamente multitud de actividades, ha suscitado encendidos elogios de cuantos lo visitan. Al mismo arquitecto se debe la realización del nuevo Mercado de Abastos, en la zona de expansión de la ciudad; al igual que la Fuente de la Plaza del Rollo, el Molino de aceite de la nueva Plaza del Mercado y el Pabellón Deportivo Cubierto, recientemente inaugurado. En el Casco Antiguo de la ciudad ha surgido el Club del Pensionista, en un nuevo edificio, renovación de las antiguas «Escuelas Nuevas», que se ha convertido en verdadero centro de actividades culturales y lúdicas para la Tercera Edad.
Durante muchos lustros, la enseñanza pública estuvo prácticamente en manos de las órdenes religiosas: Salesianos, Carmelitas, Paulas..., que disponían de magníficos centros educativos. Pero en los últimos tiempos se está produciendo una verdadera floración de instituciones docentes. Una de ellas, y no la menos importante, es el «Instituto Hermanos Amorós», perfectamente dotado, en el que reciben educación secundaria todos los estudiantes de toda la comarca, y lo mismo sucede en otro orden de estudios, con el Instituto de Formación Profesional «A. Navarro Santafé». Las míseras escuelas públicas de principios de siglo se han transformado en esos excelentes «grupos» de nombres sonoros y evocadores: «Príncipe D. Juan Manuel», «Ruperto Chapí», «El Grec»... Y es satisfactorio poder consignar que se ha dado fin a las obras de la Residencia para Disminuidos Psíquicos Profundos, que va a ser sin lugar a dudas, la más importante de las de su clase en España.
Villena ha tenido que desempeñar importantes papeles a lo largo de la Historia y ha procurado hacerlo con la mayor dignidad. Sus naturales sabrán afrontar las dificultades inherentes a las actividades agrícolas e industriales que se han presentado a nivel nacional en los últimos tiempos.
Extraído de la Revista Villena de 1993

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